« Imperios y Estados del Oriente Medio » : différence entre les versions

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En virtud de estos acuerdos, se estableció una zona de influencia francesa en Siria y Líbano, mientras que Gran Bretaña obtuvo el control o la influencia sobre Irak, Jordania y una región en torno a Palestina. La intención era crear zonas tampón entre las esferas de influencia de las grandes potencias, incluso entre británicos y rusos, que tenían intereses contrapuestos en la región. Esta configuración respondía en parte a la dificultad de la cohabitación entre estas potencias, demostrada por su competencia en la India y otros lugares. La publicación de los acuerdos Sykes-Picot provocó una fuerte reacción en el mundo árabe, donde se consideraron una traición a las promesas hechas a los líderes árabes durante la guerra. Esta revelación exacerbó los sentimientos de desconfianza hacia las potencias occidentales y alimentó las aspiraciones nacionalistas y antiimperialistas en la región. El impacto de estos acuerdos aún se siente hoy en día, ya que sentaron las bases de las fronteras modernas de Oriente Próximo y de la dinámica política que sigue influyendo en la región.
En virtud de estos acuerdos, se estableció una zona de influencia francesa en Siria y Líbano, mientras que Gran Bretaña obtuvo el control o la influencia sobre Irak, Jordania y una región en torno a Palestina. La intención era crear zonas tampón entre las esferas de influencia de las grandes potencias, incluso entre británicos y rusos, que tenían intereses contrapuestos en la región. Esta configuración respondía en parte a la dificultad de la cohabitación entre estas potencias, demostrada por su competencia en la India y otros lugares. La publicación de los acuerdos Sykes-Picot provocó una fuerte reacción en el mundo árabe, donde se consideraron una traición a las promesas hechas a los líderes árabes durante la guerra. Esta revelación exacerbó los sentimientos de desconfianza hacia las potencias occidentales y alimentó las aspiraciones nacionalistas y antiimperialistas en la región. El impacto de estos acuerdos aún se siente hoy en día, ya que sentaron las bases de las fronteras modernas de Oriente Próximo y de la dinámica política que sigue influyendo en la región.


=Le génocide arménien=
=El genocidio armenio=


=== Contexte Historique et Début du Génocide (1915-1917) ===
=== Antecedentes históricos e inicio del genocidio (1915-1917) ===  
La Première Guerre mondiale a été une période de conflits intenses et de bouleversements politiques, mais elle a également été marquée par l'un des événements les plus tragiques du début du XXe siècle : le génocide arménien. Ce génocide a été perpétré par le gouvernement Jeunes-Turcs de l'Empire ottoman entre 1915 et 1917, bien que des actes de violence et de déportation aient commencé avant et se soient poursuivis après ces dates.
La Primera Guerra Mundial fue un periodo de intensos conflictos y agitación política, pero también estuvo marcada por uno de los acontecimientos más trágicos de principios del siglo XX: el genocidio armenio. Este genocidio fue perpetrado por el gobierno de los Jóvenes Turcos del Imperio Otomano entre 1915 y 1917, aunque los actos de violencia y deportación comenzaron antes y continuaron después de estas fechas.


Au cours de cet événement tragique, les Arméniens ottomans, un groupe ethnique chrétien minoritaire dans l'Empire ottoman, ont été systématiquement visés par des campagnes de déportations forcées, d'exécutions massives, de marches de la mort et de famines planifiées. Les autorités ottomanes, utilisant la guerre comme couverture et prétexte pour résoudre ce qu'elles considéraient comme un "problème arménien", ont orchestré ces actions dans le but d'éliminer la population arménienne de l'Anatolie et d'autres régions de l'empire. Les estimations du nombre de victimes varient, mais il est largement reconnu que jusqu'à 1,5 million d'Arméniens ont péri. Le génocide arménien a profondément marqué la mémoire collective arménienne et a eu des répercussions durables sur la communauté arménienne mondiale. Il est considéré comme l'un des premiers génocides modernes et a jeté une ombre sur les relations turco-arméniennes pendant plus d'un siècle.
Durante este trágico periodo, los armenios otomanos, un grupo étnico cristiano minoritario en el Imperio Otomano, fueron sistemáticamente objeto de campañas de deportaciones forzosas, ejecuciones masivas, marchas de la muerte y hambrunas planificadas. Las autoridades otomanas, utilizando la guerra como tapadera y pretexto para resolver lo que consideraban un "problema armenio", orquestaron estas acciones con el objetivo de eliminar a la población armenia de Anatolia y otras regiones del Imperio. Las estimaciones sobre el número de víctimas varían, pero está ampliamente aceptado que perecieron hasta 1,5 millones de armenios. El genocidio armenio ha dejado una profunda huella en la memoria colectiva armenia y ha tenido un impacto duradero en la comunidad armenia mundial. Se considera uno de los primeros genocidios modernos y ensombreció las relaciones turco-armenias durante más de un siglo.


La reconnaissance du génocide arménien reste un sujet sensible et controversé. De nombreux pays et organisations internationales ont reconnu formellement le génocide, mais certains débats et des tensions diplomatiques persistent, notamment avec la Turquie, qui conteste la caractérisation des événements en tant que génocide. Le génocide arménien a également eu des implications pour le droit international, en influençant le développement de la notion de génocide et en motivant les efforts pour prévenir de telles atrocités à l'avenir. Cet événement sombre souligne l'importance de la mémoire historique et de la reconnaissance des injustices passées dans la construction d'un avenir commun basé sur la compréhension et la réconciliation.
El reconocimiento del genocidio armenio sigue siendo una cuestión delicada y controvertida. Muchos países y organizaciones internacionales han reconocido formalmente el genocidio, pero persisten ciertos debates y tensiones diplomáticas, especialmente con Turquía, que cuestiona la caracterización de los hechos como genocidio. El genocidio armenio también ha tenido implicaciones para el derecho internacional, influyendo en el desarrollo de la noción de genocidio y motivando esfuerzos para prevenir tales atrocidades en el futuro. Este sombrío acontecimiento subraya la importancia de la memoria histórica y el reconocimiento de las injusticias del pasado para construir un futuro común basado en el entendimiento y la reconciliación.


=== Racines Historiques de l'Arménie ===
=== Raíces históricas de Armenia ===  
Le peuple arménien possède une histoire antique et riche, remontant bien avant l'ère chrétienne. Selon la tradition et certaines mythologies nationalistes arméniennes, leurs racines seraient établies dès 200 avant J-C, et même plus tôt. Cela est soutenu par des preuves archéologiques et historiques montrant que les Arméniens ont occupé le plateau arménien depuis des millénaires. L'Arménie historique, souvent appelée l'Arménie Haute ou Grande Arménie, était située dans une région comprenant des parties de l'est de la Turquie moderne, de l'Arménie, de l'Azerbaïdjan, de la Géorgie, de l'Iran et de l'Irak actuels. Cette région a vu naître le royaume d'Urartu, considéré comme un précurseur de l'Arménie antique, qui a prospéré du 9ème au 6ème siècle avant J-C. Le royaume d'Arménie a été établi et reconnu formellement au début du 6ème siècle avant J-C, après la chute d'Urartu et à travers l'intégration dans l'empire achéménide. Il a atteint son apogée sous le règne de Tigrane le Grand au 1er siècle avant J-C, où il s'est brièvement étendu pour former un empire allant de la mer Caspienne à la Méditerranée.  
El pueblo armenio tiene una historia rica y antigua, que se remonta a mucho antes de la era cristiana. Según la tradición nacionalista y la mitología armenias, sus raíces se remontan al año 200 a.C., e incluso antes. Las pruebas arqueológicas e históricas demuestran que los armenios han ocupado la meseta armenia durante milenios. La Armenia histórica, a menudo denominada Alta Armenia o Gran Armenia, estaba situada en una zona que incluía partes del este de la actual Turquía, Armenia, Azerbaiyán, Georgia, el actual Irán e Irak. Esta región fue la cuna del reino de Urartu, considerado precursor de la antigua Armenia, que floreció entre los siglos IX y VI a. C. El reino de Armenia se estableció formalmente y fue reconocido a principios del siglo VI a.C., tras la caída de Urartu y su integración en el Imperio aqueménida. Alcanzó su apogeo bajo el reinado de Tigran el Grande en el siglo I a.C., cuando se expandió brevemente hasta formar un imperio que se extendía desde el mar Caspio hasta el Mediterráneo.


La profondeur historique de la présence arménienne dans la région est également illustrée par l'adoption précoce du christianisme comme religion d'État en 301 après J-C, faisant de l'Arménie le premier pays à le faire officiellement. Les Arméniens ont maintenu une identité culturelle et religieuse distincte tout au long des siècles, malgré les invasions et la domination de divers empires étrangers. Cette longue histoire a forgé une forte identité nationale qui a survécu à travers les âges, même face à de graves épreuves telles que le génocide arménien du début du XXe siècle. Les récits mythologiques et historiques arméniens, bien que parfois embellis dans un esprit nationaliste, s'appuient sur une histoire réelle et significative qui a contribué à la richesse culturelle et à la résilience du peuple arménien.
La profundidad histórica de la presencia armenia en la región también queda ilustrada por la temprana adopción del cristianismo como religión del Estado en el año 301 d.C., lo que convirtió a Armenia en el primer país en hacerlo oficialmente. Los armenios han mantenido una identidad cultural y religiosa propia a lo largo de los siglos, a pesar de las invasiones y la dominación de varios imperios extranjeros. Esta larga historia ha forjado una fuerte identidad nacional que ha sobrevivido a través de los tiempos, incluso ante graves dificultades como el genocidio armenio de principios del siglo XX. Los relatos mitológicos e históricos armenios, aunque a veces embellecidos con espíritu nacionalista, se basan en una historia real y significativa que ha contribuido a la riqueza cultural y la resistencia del pueblo armenio.


=== L'Arménie, Premier État Chrétien ===
=== Armenia, el primer Estado cristiano ===  
L'Arménie détient le titre historique d'être le premier royaume à adopter officiellement le christianisme comme religion d'État. Cet événement monumental a eu lieu en l'an 301 après J-C, sous le règne du roi Tiridate III, et a été largement influencé par l'activité missionnaire de Saint Grégoire l'Illuminateur, qui est devenu le premier chef de l'Église arménienne. La conversion du royaume d'Arménie au christianisme a précédé celle de l'Empire romain, qui, sous l'empereur Constantin, a commencé à adopter le christianisme comme religion dominante après l'édit de Milan en 313 après J-C. La conversion arménienne a été un processus significatif qui a profondément influencé l'identité culturelle et nationale du peuple arménien. L'adoption du christianisme a conduit au développement de la culture et de l'art religieux arméniens, y compris l'architecture unique des églises et des monastères arméniens, ainsi que la création de l'alphabet arménien par Saint Mesrop Mashtots au début du 5ème siècle. Cet alphabet a permis la floraison de la littérature arménienne, notamment la traduction de la Bible et d'autres textes religieux importants, contribuant ainsi à renforcer l'identité chrétienne arménienne. La position de l'Arménie en tant que premier État chrétien a également eu des implications politiques et géopolitiques, souvent placée à la frontière de grands empires en compétition et entourée de voisins non chrétiens. Cette distinction a contribué à façonner le rôle et l'histoire de l'Arménie à travers les siècles, en faisant un acteur important dans l'histoire du christianisme et dans l'histoire régionale du Moyen-Orient et du Caucase.  
Armenia ostenta el título histórico de ser el primer reino que adoptó oficialmente el cristianismo como religión de Estado. Este monumental acontecimiento tuvo lugar en el año 301 d.C., durante el reinado de Tiridates III, y en él influyó en gran medida la actividad misionera de San Gregorio el Iluminador, que se convirtió en el primer jefe de la Iglesia armenia. La conversión del reino de Armenia al cristianismo precedió a la del Imperio Romano, que, bajo el emperador Constantino, comenzó a adoptar el cristianismo como religión dominante tras el Edicto de Milán del año 313 d.C. La conversión armenia fue un proceso significativo que influyó profundamente en la identidad cultural y nacional del pueblo armenio. La adopción del cristianismo propició el desarrollo de la cultura y el arte religioso armenios, incluida la arquitectura única de las iglesias y monasterios armenios, así como la creación del alfabeto armenio por San Mesrop Mashtots a principios del siglo V. Este alfabeto permitió que el armenio se convirtiera en la lengua oficial del país. Este alfabeto permitió el florecimiento de la literatura armenia, incluida la traducción de la Biblia y otros textos religiosos importantes, contribuyendo así a reforzar la identidad cristiana armenia. La posición de Armenia como primer estado cristiano también tuvo implicaciones políticas y geopolíticas, ya que a menudo se situaba en la frontera de importantes imperios rivales y estaba rodeada de vecinos no cristianos. Esta distinción ha contribuido a configurar el papel y la historia de Armenia a lo largo de los siglos, convirtiéndola en un actor importante en la historia del cristianismo y en la historia regional de Oriente Próximo y el Cáucaso.


L'histoire de l'Arménie après l'adoption du christianisme comme religion d'État a été complexe et souvent tumultueuse. Après plusieurs siècles de conflits avec des empires voisins et des périodes d'autonomie relative, les Arméniens ont connu un changement majeur avec les conquêtes arabes au 7ème siècle.  
La historia de Armenia tras la adopción del cristianismo como religión estatal fue compleja y a menudo tumultuosa. Tras varios siglos de conflictos con los imperios vecinos y periodos de relativa autonomía, los armenios experimentaron un gran cambio con las conquistas árabes en el siglo VII.


Avec l'expansion rapide de l'islam à la suite de la mort du prophète Mahomet, les forces arabes ont conquis de vastes étendues du Moyen-Orient, y compris une grande partie de l'Arménie, autour de l'an 640. Cette période a vu l'Arménie être divisée entre l'influence byzantine et le califat arabe, ce qui a entraîné une division culturelle et politique de la région arménienne. Pendant la période de domination arabe, et plus tard sous l'Empire ottoman, les Arméniens, en tant que chrétiens, étaient généralement classés comme "dhimmis" – une catégorie protégée mais inférieure de non-musulmans sous la loi islamique. Ce statut leur conférait une certaine protection et leur permettait de pratiquer leur religion, mais ils étaient également soumis à des taxes spécifiques et à des restrictions sociales et légales. La partie la plus importante de l'Arménie historique s'est retrouvée prise en étau entre l'Empire ottoman et l'Empire russe au 19ème et au début du 20ème siècle. Durant cette période, les Arméniens ont cherché à préserver leur identité culturelle et religieuse, tout en étant confrontés à des défis politiques croissants.
Con la rápida propagación del Islam tras la muerte del profeta Mahoma, las fuerzas árabes conquistaron vastas franjas de Oriente Próximo, incluida gran parte de Armenia, alrededor del año 640 d.C.. Durante este periodo, Armenia estuvo dividida entre la influencia bizantina y el califato árabe, lo que provocó una división cultural y política de la región armenia. Durante el periodo de dominación árabe, y más tarde bajo el Imperio Otomano, los armenios, como cristianos, fueron clasificados generalmente como "dhimmis", una categoría protegida pero inferior de no musulmanes según la ley islámica. Este estatus les otorgaba cierto grado de protección y les permitía practicar su religión, pero también estaban sujetos a impuestos específicos y a restricciones sociales y legales. La mayor parte de la Armenia histórica quedó atrapada entre los imperios otomano y ruso en el siglo XIX y principios del XX. Durante este periodo, los armenios intentaron preservar su identidad cultural y religiosa, al tiempo que se enfrentaban a crecientes desafíos políticos.


Sous le règne du Sultan Abdülhamid II (fin du 19ème siècle), l'Empire ottoman a adopté une politique panislamiste, cherchant à unir les divers peuples musulmans de l'empire en réponse au déclin de la puissance ottomane et aux pressions internes et externes. Cette politique a souvent exacerbé les tensions ethniques et religieuses au sein de l'Empire, ce qui a conduit à des violences contre les Arméniens et d'autres groupes non-musulmans. Les massacres hamidiens de la fin du 19ème siècle, durant lesquels des dizaines de milliers d'Arméniens ont été tués, sont un exemple tragique de la violence qui a précédé et préfiguré le génocide arménien de 1915. Ces événements ont mis en lumière les difficultés rencontrées par les Arméniens et d'autres minorités dans un empire en quête d'unité politique et religieuse face à l'émergence du nationalisme et du déclin impérial.
Durante el reinado del sultán Abdülhamid II (finales del siglo XIX), el Imperio Otomano adoptó una política panislamista, tratando de unir a los diversos pueblos musulmanes del imperio en respuesta al declive del poder otomano y a las presiones internas y externas. Esta política exacerbó a menudo las tensiones étnicas y religiosas dentro del Imperio, provocando la violencia contra los armenios y otros grupos no musulmanes. Las masacres hamidíes de finales del siglo XIX, en las que murieron decenas de miles de armenios, son un trágico ejemplo de la violencia que precedió y presagió el genocidio armenio de 1915. Estos acontecimientos pusieron de manifiesto las dificultades a las que se enfrentaban los armenios y otras minorías en un imperio que buscaba la unidad política y religiosa frente al nacionalismo emergente y el declive imperial.


=== Le Traité de San Stefano et le Congrès de Berlin ===
=== El Tratado de San Stefano y el Congreso de Berlín ===  
Le Traité de San Stefano, signé en 1878, a été un moment charnière pour la question arménienne, qui est devenue un sujet de préoccupation internationale. Le traité a été conclu à la fin de la guerre russo-turque de 1877-1878, qui a vu une défaite significative pour l'Empire ottoman face à l'Empire russe. L'un des aspects les plus remarquables du Traité de San Stefano était la clause qui demandait à l'Empire ottoman de mettre en œuvre des réformes en faveur des populations chrétiennes, notamment les Arméniens, et d'améliorer leurs conditions de vie. Cela reconnaissait implicitement les mauvais traitements que les Arméniens avaient subis et la nécessité d'une protection internationale. Cependant, la mise en œuvre des réformes promises dans le traité a été largement inefficace. L'Empire ottoman, affaibli par la guerre et les pressions internes, était réticent à accorder des concessions qui auraient pu être perçues comme une ingérence étrangère dans ses affaires intérieures. De plus, les dispositions du Traité de San Stefano ont été remaniées plus tard cette année-là par le Congrès de Berlin, qui a ajusté les termes du traité pour répondre aux préoccupations des autres grandes puissances, notamment la Grande-Bretagne et l'Autriche-Hongrie.  
El Tratado de San Stefano, firmado en 1878, fue un momento crucial para la cuestión armenia, que se convirtió en un asunto de interés internacional. El tratado se concluyó al final de la guerra ruso-turca de 1877-1878, que supuso una importante derrota para el Imperio Otomano a manos del Imperio Ruso. Uno de los aspectos más notables del Tratado de San Stefano fue la cláusula que obligaba al Imperio Otomano a aplicar reformas en favor de las poblaciones cristianas, en particular los armenios, y a mejorar sus condiciones de vida. Con ello se reconocía implícitamente el maltrato que habían sufrido los armenios y la necesidad de protección internacional. Sin embargo, la aplicación de las reformas prometidas en el tratado fue en gran medida ineficaz. El Imperio Otomano, debilitado por la guerra y las presiones internas, era reacio a otorgar concesiones que pudieran percibirse como una injerencia extranjera en sus asuntos internos. Además, las disposiciones del Tratado de San Stefano fueron reelaboradas ese mismo año por el Congreso de Berlín, que ajustó los términos del tratado para dar cabida a las preocupaciones de otras grandes potencias, especialmente Gran Bretaña y Austria-Hungría.


Le Congrès de Berlin a néanmoins maintenu la pression sur l'Empire ottoman pour qu'il procède à des réformes, mais en pratique, peu de changements ont été effectués pour améliorer réellement la situation des Arméniens. Ce manque d'action, combiné à l'instabilité politique et aux tensions ethniques croissantes au sein de l'Empire, a créé un environnement qui a finalement conduit aux massacres hamidiens des années 1890 et, plus tard, au génocide arménien de 1915. La question arménienne internationalisée par le Traité de San Stefano a donc marqué le début d'une période où les puissances européennes ont commencé à exercer une influence plus directe sur les affaires de l'Empire ottoman, souvent sous le couvert de protéger les minorités chrétiennes. Cependant, l'écart entre les promesses de réformes et leur mise en œuvre a laissé un héritage d'engagements non tenus qui a eu des conséquences tragiques pour le peuple arménien.
No obstante, el Congreso de Berlín mantuvo la presión sobre el Imperio Otomano para que se reformara, pero en la práctica se hizo poco para mejorar realmente la situación de los armenios. Esta falta de acción, combinada con la inestabilidad política y las crecientes tensiones étnicas dentro del Imperio, crearon un entorno que acabó desembocando en las masacres hamidíes de la década de 1890 y, más tarde, en el genocidio armenio de 1915. La internacionalización de la cuestión armenia mediante el Tratado de San Stefano marcó así el inicio de un periodo en el que las potencias europeas empezaron a ejercer una influencia más directa sobre los asuntos del Imperio Otomano, a menudo bajo el pretexto de proteger a las minorías cristianas. Sin embargo, la brecha entre las promesas de reforma y su puesta en práctica dejó un legado de compromisos incumplidos con trágicas consecuencias para el pueblo armenio.


La fin du XIXe siècle et le début du XXe siècle ont été une période de grande violence pour les communautés arméniennes et assyriennes de l'Empire ottoman. Les années 1895 et 1896 ont notamment été marquées par des massacres à grande échelle, souvent appelés les massacres hamidiens, du nom du sultan Abdülhamid II. Ces massacres ont été perpétrés en réponse aux manifestations arméniennes contre les taxes oppressives, les persécutions, et le manque de réformes promises par le traité de San Stefano. Les Jeunes Turcs, un mouvement nationaliste réformiste qui a pris le pouvoir après un coup d'État en 1908, étaient initialement perçus comme une source d'espoir pour les minorités de l'Empire ottoman. Cependant, une faction radicale de ce mouvement a fini par adopter une politique encore plus agressive et nationaliste que leurs prédécesseurs. Convaincus de la nécessité de créer un État turc homogène, ils ont considéré les Arméniens et d'autres minorités non turques comme des obstacles à leur vision nationale. La discrimination systématique contre les Arméniens a augmenté, alimentée par des accusations de trahison et de collusion avec les ennemis de l'Empire, notamment la Russie. Cette atmosphère de suspicion et de haine a créé le terreau pour le génocide qui a débuté en 1915. L'une des premières actions de cette campagne génocidaire a été l'arrestation et l'assassinat d'intellectuels et de leaders arméniens à Constantinople le 24 avril 1915, une date qui est maintenant commémorée comme le début du génocide arménien.  
Los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX fueron un periodo de gran violencia para las comunidades armenia y asiria del Imperio Otomano. En particular, los años 1895 y 1896 estuvieron marcados por masacres a gran escala, a menudo denominadas las masacres hamidíes, que deben su nombre al sultán Abdülhamid II. Estas masacres se llevaron a cabo en respuesta a las protestas armenias contra los impuestos opresivos, la persecución y la falta de reformas prometidas por el Tratado de San Stefano. Los Jóvenes Turcos, un movimiento nacionalista reformista que llegó al poder tras un golpe de Estado en 1908, fueron vistos inicialmente como una fuente de esperanza para las minorías del Imperio Otomano. Sin embargo, una facción radical de este movimiento acabó adoptando una política aún más agresiva y nacionalista que la de sus predecesores. Convencidos de la necesidad de crear un Estado turco homogéneo, veían a los armenios y a otras minorías no turcas como obstáculos para su visión nacional. Aumentó la discriminación sistemática contra los armenios, alimentada por acusaciones de traición y connivencia con los enemigos del Imperio, especialmente Rusia. Esta atmósfera de sospecha y odio creó el caldo de cultivo para el genocidio que comenzó en 1915. Uno de los primeros actos de esta campaña genocida fue la detención y asesinato de intelectuales y líderes armenios en Constantinopla el 24 de abril de 1915, fecha que hoy se conmemora como el inicio del genocidio armenio.


Les déportations massives, les marches de la mort vers le désert syrien et les massacres ont suivi, avec des estimations allant jusqu'à 1,5 million d'Arméniens tués. En plus des marches de la mort, des rapports attestent que des Arméniens ont été forcés de monter à bord de bateaux qui ont été intentionnellement coulés en mer Noire. Face à ces horreurs, certains Arméniens se sont convertis à l'islam pour survivre, tandis que d'autres se sont cachés ou ont été protégés par des voisins sympathiques, y compris des Kurdes. En parallèle, la population assyrienne a également subi des atrocités similaires entre 1914 et 1920. En tant que millet, ou communauté autonome reconnue par l'Empire ottoman, les Assyriens auraient dû bénéficier d'une certaine protection. Cependant, dans le contexte de la Première Guerre mondiale et du nationalisme turc, ils ont été la cible de campagnes d'extermination systématiques. Ces événements tragiques montrent comment la discrimination, la déshumanisation et l'extrémisme peuvent conduire à des actes de violence de masse. Le génocide arménien et les massacres des Assyriens sont des chapitres sombres de l'histoire qui soulignent l'importance de la mémoire, de la reconnaissance et de la prévention du génocide pour que de telles atrocités ne se reproduisent plus.
Siguieron deportaciones masivas, marchas de la muerte al desierto sirio y masacres, con estimaciones de hasta 1,5 millones de armenios asesinados. Además de las marchas de la muerte, hay informes de armenios obligados a subir a barcos que fueron hundidos intencionadamente en el Mar Negro. Ante estos horrores, algunos armenios se convirtieron al Islam para sobrevivir, mientras que otros se escondieron o fueron protegidos por vecinos simpatizantes, incluidos kurdos. Al mismo tiempo, la población asiria también sufrió atrocidades similares entre 1914 y 1920. Como millet, o comunidad autónoma reconocida por el Imperio Otomano, los asirios deberían haber gozado de cierta protección. Sin embargo, en el contexto de la Primera Guerra Mundial y del nacionalismo turco, fueron objeto de campañas sistemáticas de exterminio. Estos trágicos sucesos muestran cómo la discriminación, la deshumanización y el extremismo pueden desembocar en actos de violencia masiva. El genocidio armenio y las masacres de los asirios son oscuros capítulos de la historia que subrayan la importancia del recuerdo, el reconocimiento y la prevención del genocidio para garantizar que tales atrocidades no vuelvan a repetirse.


=== Vers la République de Turquie et le Déni du Génocide ===
=== Hacia la República de Turquía y la negación del genocidio ===  
L'occupation d'Istanbul par les Alliés en 1919 et la mise en place d'une cour martiale pour juger les responsables ottomans des atrocités commises pendant la guerre ont marqué une tentative de rendre justice pour les crimes commis, notamment le génocide arménien. Toutefois, la situation en Anatolie restait instable et complexe. Le mouvement nationaliste en Turquie, mené par Mustafa Kemal Atatürk, s'est rapidement développé en réponse aux conditions du Traité de Sèvres de 1920, qui démembré l'Empire ottoman et imposé des sanctions sévères à la Turquie. Les kémalistes ont rejeté ce traité, le considérant comme une humiliation et une menace pour la souveraineté et l'intégrité territoriale de la Turquie.
La ocupación de Estambul por los aliados en 1919 y el establecimiento de un consejo de guerra para juzgar a los oficiales otomanos responsables de las atrocidades cometidas durante la guerra supuso un intento de hacer justicia por los crímenes cometidos, en particular el genocidio armenio. Sin embargo, la situación en Anatolia seguía siendo inestable y compleja. El movimiento nacionalista en Turquía, liderado por Mustafa Kemal Atatürk, creció rápidamente en respuesta a los términos del Tratado de Sèvres de 1920, que desmembró el Imperio Otomano e impuso severas sanciones a Turquía. Los kemalistas rechazaron el tratado por considerarlo una humillación y una amenaza para la soberanía y la integridad territorial de Turquía.


Un des points de friction était la question des populations orthodoxes grecques en Turquie, qui étaient protégées par les dispositions du traité mais se trouvaient être un enjeu dans le conflit gréco-turc. Les tensions entre les communautés grecques et turques ont conduit à des violences et à des échanges de populations à grande échelle, exacerbées par la guerre entre la Grèce et la Turquie de 1919 à 1922. Mustafa Kemal, qui avait été un membre éminent des Jeunes Turcs et avait acquis une renommée en tant que défenseur des Dardanelles pendant la Première Guerre mondiale, est parfois cité comme ayant qualifié le génocide arménien d'"acte honteux". Cependant, ces affirmations sont sujettes à controverse et à débat historique. La position officielle de Kemal et de la République de Turquie naissante sur le génocide a été de le nier et de l'attribuer aux circonstances de guerre et aux troubles civils plutôt qu'à une politique délibérée d'extermination.
Uno de los puntos conflictivos era la cuestión de las poblaciones ortodoxas griegas de Turquía, protegidas por las disposiciones del tratado, pero que estaban en juego en el conflicto greco-turco. Las tensiones entre las comunidades griega y turca provocaron violencia a gran escala e intercambios de población, agravados por la guerra entre Grecia y Turquía de 1919 a 1922. Mustafá Kemal, que había sido miembro destacado de los Jóvenes Turcos y ganó fama como defensor de los Dardanelos durante la Primera Guerra Mundial, es citado en ocasiones por haber calificado el genocidio armenio de "acto vergonzoso". Sin embargo, estas afirmaciones son objeto de controversia y debate histórico. La postura oficial de Kemal y de la naciente República de Turquía sobre el genocidio fue negarlo y atribuirlo a circunstancias bélicas y disturbios civiles más que a una política deliberada de exterminio.


Lors de la résistance pour l'Anatolie et la lutte pour l'établissement de la République de Turquie, Mustafa Kemal et ses partisans se sont concentrés sur la construction d'un État-nation turc unifié, et toute reconnaissance des événements passés qui auraient pu diviser ou affaiblir ce projet national était évitée. La période suivant la Première Guerre mondiale a donc été marquée par des changements politiques majeurs, des tentatives de justice post-conflit, et l'émergence de nouveaux États-nations dans la région, avec la République de Turquie naissante cherchant à définir sa propre identité et politique indépendamment de l'héritage ottoman.
Durante la resistencia por Anatolia y la lucha por establecer la República de Turquía, Mustafa Kemal y sus partidarios se centraron en construir un Estado-nación turco unificado, y se evitó cualquier reconocimiento de acontecimientos pasados que pudieran haber dividido o debilitado este proyecto nacional. El periodo posterior a la Primera Guerra Mundial estuvo, por tanto, marcado por importantes cambios políticos, intentos de justicia tras el conflicto y la aparición de nuevos estados-nación en la región, con la naciente República de Turquía intentando definir su propia identidad y política independientemente del legado otomano.


=La fondation de la Turquie=
=La fondation de la Turquie=

Version du 21 décembre 2023 à 20:57

Basado en un curso de Yilmaz Özcan.[1][2]

Oriente Medio, cuna de antiguas civilizaciones y encrucijada de intercambios culturales y comerciales, ha desempeñado un papel central en la historia mundial, especialmente durante la Edad Media. Este periodo dinámico y diverso fue testigo del ascenso y caída de numerosos imperios y estados, cada uno de los cuales dejó una huella indeleble en el paisaje político, cultural y social de la región. Desde la expansión de los califatos islámicos, con su apogeo cultural y científico, hasta la prolongada influencia del Imperio Bizantino, pasando por las incursiones de los cruzados y las conquistas mongolas, el Oriente Próximo medieval fue un mosaico de potencias en constante evolución. Este periodo no sólo configuró la identidad de la región, sino que también tuvo un profundo impacto en el desarrollo de la historia mundial, tendiendo puentes entre Oriente y Occidente. El estudio de los imperios y estados de Oriente Próximo en la Edad Media ofrece, por tanto, una fascinante ventana a un periodo crucial de la historia de la humanidad, revelando historias de conquista, resistencia, innovación e interacción cultural.


El Imperio Otomano

Fundación y expansión del Imperio Otomano

El Imperio Otomano, fundado a finales del siglo XIII, es un fascinante ejemplo de potencia imperial que influyó profundamente en la historia de tres continentes: Asia, África y Europa. Su fundación se atribuye generalmente a Osman I, líder de una tribu turca de la región de Anatolia. El éxito de este imperio radicó en su capacidad para expandirse rápidamente y establecer una administración eficaz en un territorio inmenso. A partir de mediados del siglo XIV, los otomanos comenzaron a expandir su territorio en Europa, conquistando gradualmente partes de los Balcanes. Esta expansión marcó un importante punto de inflexión en el equilibrio de poder en el Mediterráneo y Europa Oriental. Sin embargo, contrariamente a la creencia popular, el Imperio Otomano no destruyó Roma. De hecho, los otomanos sitiaron Constantinopla, la capital del Imperio Bizantino, y la conquistaron en 1453, poniendo fin a ese imperio. Esta conquista fue un acontecimiento histórico de primer orden, que marcó el fin de la Edad Media y el comienzo de la era moderna en Europa.

El Imperio Otomano es conocido por su compleja estructura administrativa y su tolerancia religiosa, sobre todo con el sistema del millet, que permitía cierta autonomía a las comunidades no musulmanas. Su apogeo se extendió entre los siglos XV y XVII, durante los cuales ejerció una considerable influencia en el comercio, la cultura, la ciencia, el arte y la arquitectura. Los otomanos introdujeron muchas innovaciones y fueron importantes mediadores entre Oriente y Occidente. Sin embargo, a partir del siglo XVIII, el Imperio Otomano empezó a declinar ante el ascenso de las potencias europeas y los problemas internos. Esta decadencia se aceleró en el siglo XIX, hasta desembocar en la disolución del imperio tras la Primera Guerra Mundial. El legado del Imperio Otomano sigue profundamente arraigado en las regiones que gobernó, influyendo en los aspectos culturales, políticos y sociales de esas sociedades hasta nuestros días.

El Imperio Otomano, notable entidad política y militar fundada a finales del siglo XIII por Osman I, ha tenido un profundo impacto en la historia de Eurasia. Surgido en un contexto de fragmentación política y rivalidades entre los beylicatos de Anatolia, este imperio demostró rápidamente una excepcional capacidad para extender su influencia, posicionándose como potencia dominante en la región. La mitad del siglo XIV fue un punto de inflexión decisivo para el Imperio Otomano, sobre todo con la conquista de Galípoli en 1354. Esta victoria, lejos de ser una mera hazaña armamentística, marcó el primer asentamiento otomano permanente en Europa y allanó el camino para una serie de conquistas en los Balcanes. Estos éxitos militares, combinados con una hábil diplomacia, permitieron a los otomanos consolidar su dominio sobre territorios estratégicos e interferir en los asuntos europeos.

Bajo el liderazgo de gobernantes como Mehmed II, famoso por su conquista de Constantinopla en 1453, el Imperio Otomano no sólo remodeló el panorama político del Mediterráneo oriental, sino que también inició un periodo de profunda transformación cultural y económica. La toma de Constantinopla, que puso fin al Imperio Bizantino, fue un momento crucial en la historia mundial, que marcó el fin de la Edad Media y el comienzo de la era moderna. El imperio destacó en el arte de la guerra, a menudo gracias a su disciplinado e innovador ejército, pero también por su pragmático enfoque de la gobernanza, que integraba a diversos grupos étnicos y religiosos bajo un sistema administrativo centralizado. Esta diversidad cultural, unida a la estabilidad política, favoreció el florecimiento de las artes, la ciencia y el comercio.

Conflictos y desafíos militares del Imperio Otomano

El Imperio Otomano, a lo largo de su historia, experimentó una serie de conquistas espectaculares y reveses significativos que forjaron su destino y el de las regiones que dominaba. Su expansión, jalonada de grandes victorias, también estuvo salpicada de fracasos estratégicos. La incursión otomana en los Balcanes fue uno de los primeros pasos de su expansión europea. Esta conquista no sólo amplió su territorio, sino que reforzó su posición como potencia dominante en la región. La toma de Estambul en 1453 por Mehmed II, conocido como Mehmed el Conquistador, fue un gran acontecimiento histórico. Esta victoria no sólo marcó el fin del Imperio Bizantino, sino que también simbolizó el ascenso indiscutible del Imperio Otomano como superpotencia. Su expansión continuó con la toma de El Cairo en 1517, un acontecimiento crucial que marcó la integración de Egipto en el imperio y el fin del califato abbasí. Bajo Suleimán el Magnífico, los otomanos también conquistaron Bagdad en 1533, extendiendo su influencia sobre las ricas y estratégicas tierras de Mesopotamia.

Sin embargo, la expansión otomana no estuvo exenta de obstáculos. El asedio de Viena en 1529, un ambicioso intento de ampliar su influencia en Europa, acabó en fracaso. Otro intento en 1623 también fracasó, marcando los límites de la expansión otomana en Europa Central. Estos fracasos fueron momentos clave que ilustraron los límites del poder militar y logístico del Imperio Otomano frente a las defensas europeas organizadas. Otro gran revés fue la derrota en la batalla de Lepanto en 1571. Esta batalla naval, en la que la flota otomana fue derrotada por una coalición de fuerzas cristianas europeas, marcó un punto de inflexión en el control otomano del Mediterráneo. Aunque el Imperio Otomano consiguió recuperarse de esta derrota y mantener una fuerte presencia en la región, Lepanto simbolizó el fin de su expansión incontestable y marcó el inicio de un periodo de rivalidades marítimas más equilibradas en el Mediterráneo. En conjunto, estos acontecimientos ilustran la dinámica de la expansión otomana: una serie de conquistas impresionantes, intercaladas con importantes desafíos y reveses. Ponen de manifiesto la complejidad de gestionar un imperio tan vasto y la dificultad de mantener una expansión constante frente a adversarios cada vez más organizados y resistentes.

Reformas y transformaciones internas del Imperio Otomano

La guerra ruso-otomana de 1768-1774 fue un episodio crucial en la historia del Imperio Otomano, que marcó no sólo el inicio de sus importantes pérdidas territoriales, sino también un cambio en su estructura de legitimidad política y religiosa. El final de esta guerra estuvo marcado por la firma del Tratado de Küçük Kaynarca (o Kutchuk-Kaïnardji) en 1774. Este tratado tuvo consecuencias trascendentales para el Imperio Otomano. En primer lugar, supuso la cesión de importantes territorios al Imperio ruso, sobre todo partes del Mar Negro y los Balcanes. Esta pérdida no sólo redujo el tamaño del Imperio, sino que también debilitó su posición estratégica en Europa Oriental y en la región del Mar Negro. En segundo lugar, el tratado marcó un punto de inflexión en las relaciones internacionales de la época, al debilitar la posición del Imperio Otomano en la escena europea. El Imperio, que había sido un actor importante y a menudo dominante en los asuntos regionales, empezó a ser percibido como un Estado en declive, vulnerable a la presión y la intervención de las potencias europeas.

Por último, y quizás lo más importante, el final de esta guerra y el Tratado de Küçük Kaynarca también tuvieron un impacto significativo en la estructura interna del Imperio Otomano. Ante estas derrotas, el Imperio comenzó a hacer mayor hincapié en el aspecto religioso del Califato como fuente de legitimidad. El sultán otomano, ya reconocido como el líder político del imperio, empezó a ser valorado más como el califa, el líder religioso de la comunidad musulmana. Esta evolución respondía a la necesidad de reforzar la autoridad y la legitimidad del sultanato frente a los desafíos internos y externos, apoyándose en la religión como fuerza unificadora y fuente de poder. Así, la guerra ruso-otomana y el tratado resultante marcaron un punto de inflexión en la historia otomana, simbolizando tanto un declive territorial como un cambio en la naturaleza de la legitimidad imperial.

Influencias externas y relaciones internacionales

La intervención en Egipto en 1801, en la que fuerzas británicas y otomanas unieron sus fuerzas para expulsar a los franceses, marcó un importante punto de inflexión en la historia de Egipto y del Imperio Otomano. El nombramiento de Mehmet Ali, un oficial albanés, como pachá de Egipto por los otomanos inauguró una era de profunda transformación y semiindependencia de Egipto del Imperio Otomano. Mehmet Ali, a menudo considerado el fundador del Egipto moderno, inició una serie de reformas radicales encaminadas a modernizar Egipto. Estas reformas afectaron a diversos aspectos, como el ejército, la administración y la economía, y se inspiraron en parte en modelos europeos. Bajo su liderazgo, Egipto experimentó un importante desarrollo y Mehmet Ali trató de extender su influencia más allá de Egipto. En este contexto, la Nahda, o Renacimiento árabe, cobró un impulso considerable. Este movimiento cultural e intelectual, que pretendía revitalizar la cultura árabe y adaptarla a los retos modernos, se benefició del clima de reforma y apertura iniciado por Mehmet Ali.

El hijo de Mehmet Ali, Ibrahim Pasha, desempeñó un papel clave en las ambiciones expansionistas de Egipto. En 1836 lanzó una ofensiva contra el Imperio Otomano, entonces debilitado y en declive. Este enfrentamiento culminó en 1839, cuando las fuerzas de Ibrahim infligieron una gran derrota a los otomanos. Sin embargo, la intervención de las potencias europeas, especialmente Gran Bretaña, Austria y Rusia, impidió una victoria egipcia total. Bajo la presión internacional, se firmó un tratado de paz que reconocía la autonomía de facto de Egipto bajo el gobierno de Mehmet Ali y sus descendientes. Este reconocimiento supuso un paso importante en la separación de Egipto del Imperio Otomano, aunque Egipto permaneció nominalmente bajo la soberanía otomana. La posición británica fue especialmente interesante. Inicialmente se aliaron con los otomanos para contener la influencia francesa en Egipto, pero finalmente optaron por apoyar la autonomía egipcia bajo Mehmet Ali, reconociendo las cambiantes realidades políticas y estratégicas de la región. Esta decisión reflejaba el deseo británico de estabilizar la región controlando al mismo tiempo las rutas comerciales vitales, en particular las que conducían a la India. El episodio egipcio de las primeras décadas del siglo XIX ilustra no sólo la compleja dinámica de poder entre el Imperio Otomano, Egipto y las potencias europeas, sino también los profundos cambios que se estaban produciendo en el orden político y social de Oriente Próximo en aquella época.

Modernización y movimientos reformistas

La expedición de Napoleón Bonaparte a Egipto en 1798 fue un acontecimiento revelador para el Imperio Otomano, pues puso de manifiesto su retraso respecto a las potencias europeas en cuanto a modernización y capacidad militar. Esta toma de conciencia impulsó una serie de reformas conocidas como Tanzimat, iniciadas en 1839 para modernizar el imperio y frenar su declive. La Tanzimat, que significa "reorganización" en turco, marcó un periodo de profundas transformaciones en el Imperio Otomano. Uno de los aspectos clave de estas reformas fue la modernización de la organización de los dhimmis, los ciudadanos no musulmanes del imperio. Esto incluyó la creación de los sistemas Millet, que ofrecían a diversas comunidades religiosas cierto grado de autonomía cultural y administrativa. El objetivo era integrar más eficazmente a estas comunidades en la estructura del Estado otomano, preservando al mismo tiempo sus identidades diferenciadas.

Se inició una segunda oleada de reformas en un intento de crear una forma de ciudadanía otomana que trascendiera las divisiones religiosas y étnicas. Sin embargo, este intento se vio a menudo obstaculizado por la violencia intercomunitaria, reflejo de las profundas tensiones existentes en el imperio multiétnico y multiconfesional. Al mismo tiempo, estas reformas tropezaron con una importante resistencia en ciertas facciones del ejército, hostiles a los cambios que percibían como una amenaza a su estatus y privilegios tradicionales. Esta resistencia provocó revueltas e inestabilidad interna, agravando los retos a los que se enfrentaba el imperio.

En este tumultuoso contexto, a mediados del siglo XIX surgió un movimiento político e intelectual conocido como los Jóvenes Otomanos. Este grupo pretendía conciliar los ideales de modernización y reforma con los principios del Islam y las tradiciones otomanas. Abogaban por una constitución, la soberanía nacional y reformas políticas y sociales más integradoras. Los esfuerzos de la Tanzimat y los ideales de los Jóvenes Otomanos fueron intentos significativos de responder a los retos a los que se enfrentaba el Imperio Otomano en un mundo en rápida transformación. Aunque estos esfuerzos produjeron algunos cambios positivos, también revelaron las profundas fisuras y tensiones existentes en el imperio, presagiando los retos aún mayores que surgirían en las últimas décadas de su existencia.

En 1876 se alcanzó una etapa crucial en el proceso de la Tanzimat con la llegada al poder del sultán Abdülhamid II, que introdujo la primera constitución monárquica del Imperio Otomano. Este periodo marcó un importante punto de inflexión, al intentar conciliar los principios de la modernización con la estructura tradicional del imperio. La constitución de 1876 representó un esfuerzo por modernizar la administración del imperio y establecer un sistema legislativo y un parlamento, reflejo de los ideales liberales y constitucionales en boga en la Europa de la época. Sin embargo, el reinado de Abdülhamid II también estuvo marcado por un fuerte auge del panislamismo, una ideología destinada a reforzar los lazos entre los musulmanes dentro y fuera del imperio, en un contexto de creciente rivalidad con las potencias occidentales.

Abdülhamid II utilizó el panislamismo como herramienta para consolidar su poder y contrarrestar las influencias externas. Invitó a líderes y dignatarios musulmanes a Estambul y les ofreció educar a sus hijos en la capital otomana, una iniciativa destinada a reforzar los lazos culturales y políticos dentro del mundo musulmán. Sin embargo, en 1878, en un sorprendente giro de 180 grados, Abdülhamid II suspendió la constitución y cerró el parlamento, marcando el retorno a un gobierno autocrático. Esta decisión estuvo motivada en parte por el temor a un control insuficiente del proceso político y al auge de los movimientos nacionalistas dentro del imperio. El sultán reforzó así su control directo sobre el gobierno, al tiempo que seguía promoviendo el panislamismo como medio de legitimación.

En este contexto, el salafismo, movimiento que pretendía volver a las prácticas del islam de primera generación, se vio influido por los ideales del panislamismo y la Nahda (Renacimiento árabe). Jamal al-Din al-Afghani, a menudo considerado el precursor del movimiento salafista moderno, desempeñó un papel clave en la difusión de estas ideas. Al-Afghani abogaba por un retorno a los principios originales del Islam al tiempo que fomentaba la adopción de ciertas formas de modernización tecnológica y científica. El periodo Tanzimat y el reinado de Abdülhamid II ilustran así la complejidad de los intentos de reforma en el Imperio Otomano, dividido entre las exigencias de la modernización y el mantenimiento de las estructuras e ideologías tradicionales. El impacto de este periodo se dejó sentir mucho más allá de la caída del Imperio, influyendo en los movimientos políticos y religiosos de todo el mundo musulmán moderno.

Decadencia y caída del Imperio Otomano

La "Cuestión de Oriente", término utilizado sobre todo en el siglo XIX y principios del XX, se refiere a un debate complejo y multidimensional sobre el futuro del Imperio Otomano, que declinaba gradualmente. Esta cuestión surgió como consecuencia de las sucesivas pérdidas territoriales del Imperio, el surgimiento del nacionalismo turco y la creciente separación de los territorios no musulmanes, especialmente en los Balcanes. Ya en 1830, con la independencia de Grecia, el Imperio Otomano empezó a perder sus territorios europeos. Esta tendencia continuó con las Guerras Balcánicas y se aceleró durante la Primera Guerra Mundial, culminando con el Tratado de Sèvres en 1920 y la fundación de la República de Turquía en 1923 bajo el liderazgo de Mustafa Kemal Atatürk. Estas pérdidas alteraron profundamente la geografía política de la región.

En este contexto, el nacionalismo turco cobró impulso. Este movimiento pretendía redefinir la identidad del imperio en torno al elemento turco, en contraste con el modelo multiétnico y multirreligioso que había prevalecido hasta entonces. Este auge del nacionalismo fue una respuesta directa al desmantelamiento gradual del imperio y a la necesidad de forjar una nueva identidad nacional. Al mismo tiempo, surgió la idea de formar una especie de "internacional del Islam", sobre todo bajo el impulso del sultán Abdülhamid II con su panislamismo. Esta idea preveía la creación de una unión o cooperación entre naciones musulmanas, inspirada en ciertas ideas similares en Europa, donde el internacionalismo pretendía unir a los pueblos más allá de las fronteras nacionales. El objetivo era crear un frente unido de pueblos musulmanes para resistir la influencia y la intervención de las potencias occidentales, preservando al mismo tiempo los intereses y la independencia de los territorios musulmanes.

Sin embargo, la puesta en práctica de tal idea resultó difícil debido a los diversos intereses nacionales, las rivalidades regionales y la creciente influencia de las ideas nacionalistas. Además, los acontecimientos políticos, especialmente la Primera Guerra Mundial y el auge de los movimientos nacionalistas en diversas partes del Imperio Otomano, hicieron que la visión de una "internacional del Islam" fuera cada vez más inalcanzable. La Cuestión de Oriente en su conjunto refleja, por tanto, las profundas transformaciones geopolíticas e ideológicas que tuvieron lugar en la región durante este periodo, marcando el fin de un imperio multiétnico y el nacimiento de nuevos Estados-nación con sus propias identidades y aspiraciones nacionales.

La "Weltpolitik" o política mundial adoptada por Alemania a finales del siglo XIX y principios del XX desempeñó un papel crucial en la dinámica geopolítica en la que se vio envuelto el Imperio Otomano. Esta política, iniciada bajo el reinado del káiser Guillermo II, pretendía ampliar la influencia y el prestigio de Alemania en la escena internacional, especialmente mediante la expansión colonial y las alianzas estratégicas. El Imperio Otomano, que buscaba escapar a la presión de Rusia y Gran Bretaña, encontró en Alemania un aliado potencialmente útil. Esta alianza quedó simbolizada en particular por el proyecto de construcción del ferrocarril Berlín-Bagdad (BBB). Este ferrocarril, diseñado para unir Berlín con Bagdad vía Bizancio (Estambul), tenía una importancia estratégica y económica considerable. No sólo pretendía facilitar el comercio y las comunicaciones, sino también reforzar la influencia alemana en la región y servir de contrapeso a los intereses británicos y rusos en Oriente Próximo.

Para los panturquistas y los partidarios del Imperio Otomano, la alianza con Alemania era vista con buenos ojos. Los panturquistas, que abogaban por la unidad y la solidaridad de los pueblos de habla turca, veían en esta alianza una oportunidad para reforzar la posición del Imperio Otomano y contrarrestar las amenazas exteriores. La alianza con Alemania ofrecía una alternativa a la presión de potencias tradicionales como Rusia y Gran Bretaña, que habían influido durante mucho tiempo en la política y los asuntos otomanos. Esta relación entre el Imperio Otomano y Alemania alcanzó su punto álgido durante la Primera Guerra Mundial, cuando ambas naciones se aliaron en las Potencias Centrales. Esta alianza tuvo importantes consecuencias para el Imperio Otomano, tanto militares como políticas, y desempeñó un papel en los acontecimientos que finalmente condujeron a la disolución del Imperio tras la guerra. La Weltpolitik alemana y el proyecto ferroviario Berlín-Bagdad fueron elementos clave en la estrategia del Imperio Otomano para preservar su integridad e independencia frente a la presión de las Grandes Potencias. Este periodo marcó un momento significativo en la historia del Imperio, ilustrando la complejidad de las alianzas y los intereses geopolíticos a principios del siglo XX.

El año 1908 marcó un giro decisivo en la historia del Imperio otomano con el inicio del segundo periodo constitucional, impulsado por el movimiento de los Jóvenes Turcos, representado principalmente por el Comité de Unión y Progreso (CUP). Este movimiento, formado inicialmente por oficiales e intelectuales otomanos reformistas, pretendía modernizar el Imperio y salvarlo del colapso.

Presionado por el CUP, el sultán Abdülhamid II se vio obligado a restablecer la Constitución de 1876, suspendida desde 1878, lo que marcó el inicio del segundo periodo constitucional. Este restablecimiento de la constitución se consideró un paso hacia la modernización y democratización del Imperio, con la promesa de unos derechos civiles y políticos más amplios y el establecimiento de un gobierno parlamentario. Sin embargo, este periodo de reformas pronto se enfrentó a grandes desafíos. En 1909, los círculos conservadores y religiosos tradicionales, descontentos con las reformas y la creciente influencia de los unionistas, intentaron dar un golpe de Estado para derrocar al gobierno constitucional y restablecer la autoridad absoluta del sultán. Este intento estaba motivado por la oposición a la rápida modernización y a las políticas seculares promovidas por los Jóvenes Turcos, así como por el temor a la pérdida de privilegios e influencia. Sin embargo, los Jóvenes Turcos, utilizando este episodio de contrarrevolución como pretexto, lograron aplastar la resistencia y consolidar su poder. Este periodo se caracterizó por el aumento de la represión contra los opositores y la centralización del poder en manos del CUP.

En 1913, la situación culminó con la toma del Parlamento por los líderes del CUP, un acontecimiento a menudo descrito como un golpe de Estado. Esto marcó el final del breve experimento constitucional y parlamentario del Imperio y el establecimiento de un régimen cada vez más autoritario dirigido por los Jóvenes Turcos. Bajo su mandato, el Imperio Otomano experimentó reformas sustanciales, pero también políticas más centralizadoras y nacionalistas, sentando las bases de los acontecimientos que se desarrollarían durante y después de la Primera Guerra Mundial. Este tumultuoso periodo refleja las tensiones y luchas internas del Imperio Otomano, dividido entre las fuerzas del cambio y la tradición, y sienta las bases para las radicales transformaciones que seguirían en los últimos años del imperio.

En 1915, durante la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano llevó a cabo lo que hoy se reconoce ampliamente como el genocidio armenio, un episodio trágico y oscuro de la historia. Esta política supuso la deportación sistemática, el asesinato en masa y la muerte de la población armenia que vivía en el Imperio. La campaña contra los armenios comenzó con detenciones, ejecuciones y deportaciones masivas. Hombres, mujeres, niños y ancianos armenios fueron obligados a abandonar sus hogares y enviados a marchas de la muerte a través del desierto sirio, donde muchos murieron de hambre, sed, enfermedad o violencia. Muchas comunidades armenias, que tenían una larga y rica historia en la región, fueron destruidas.

Las estimaciones sobre el número de víctimas varían, pero en general se cree que entre 800.000 y 1,5 millones de armenios perecieron durante este periodo. El genocidio ha tenido un impacto duradero en la comunidad armenia mundial y sigue siendo un tema de gran sensibilidad y controversia, sobre todo debido a la negación o minimización de estos acontecimientos por parte de algunos grupos. El genocidio armenio se considera a menudo uno de los primeros genocidios modernos y sirvió como oscuro precursor de otras atrocidades masivas durante el siglo XX. También ha desempeñado un papel clave en la formación de la identidad armenia moderna, y el recuerdo del genocidio sigue siendo fundamental en la conciencia armenia. El reconocimiento y la conmemoración de estos acontecimientos sigue siendo una cuestión importante en las relaciones internacionales, especialmente en los debates sobre derechos humanos y prevención del genocidio.

El Imperio Persa

Los orígenes y la culminación del Imperio Persa

La historia del Imperio Persa, hoy conocido como Irán, se caracteriza por una impresionante continuidad cultural y política, a pesar de los cambios dinásticos y las invasiones extranjeras. Esta continuidad es un elemento clave para comprender la evolución histórica y cultural de la región.

El Imperio Medo, establecido a principios del siglo VII a.C., fue una de las primeras grandes potencias de la historia de Irán. Este imperio desempeñó un papel crucial a la hora de sentar las bases de la civilización iraní. Sin embargo, fue derrocado por Ciro II de Persia, también conocido como Ciro el Grande, hacia el 550 a.C. La conquista de Media por Ciro marcó el inicio del Imperio Aqueménida, un periodo de gran expansión e influencia cultural. Los aqueménidas crearon un vasto imperio que se extendía desde el Indo hasta Grecia, y su reinado se caracterizó por una administración eficiente y una política de tolerancia hacia las diferentes culturas y religiones del imperio. La caída de este imperio fue provocada por Alejandro Magno en el año 330 a.C., pero esto no puso fin a la continuidad cultural persa.

Tras un periodo de dominación helenística y fragmentación política, en 224 d.C. surgió la dinastía sasánida. Fundada por Ardashir I, marcó el comienzo de una nueva era para la región, que duró hasta el 624 d.C. Bajo los sasánidas, el Gran Irán vivió un periodo de renacimiento cultural y político. La capital, Ctesifonte, se convirtió en un centro de poder y cultura, reflejo de la grandeza e influencia del imperio. Los sasánidas desempeñaron un papel importante en el desarrollo del arte, la arquitectura, la literatura y la religión de la región. Defendieron el zoroastrismo, que influyó profundamente en la cultura y la identidad persas. Su imperio estuvo marcado por constantes conflictos con el Imperio Romano y, más tarde, con el Imperio Bizantino, que culminaron en costosas guerras que debilitaron a ambos imperios. La caída de la dinastía sasánida se produjo a raíz de las conquistas musulmanas del siglo VII, pero la cultura y las tradiciones persas siguieron influyendo en la región, incluso en periodos islámicos posteriores. Esta resistencia y capacidad para integrar nuevos elementos y preservar al mismo tiempo un núcleo cultural diferenciado constituyen el núcleo de la noción de continuidad en la historia persa.

Irán bajo el Islam: conquistas y transformaciones

A partir de 642, Irán entró en una nueva era de su historia con el comienzo del periodo islámico, tras las conquistas musulmanas. Este periodo marcó un importante punto de inflexión no sólo en la historia política de la región, sino también en su estructura social, cultural y religiosa. La conquista de Irán por los ejércitos musulmanes comenzó poco después de la muerte del profeta Mahoma en 632. En 642, con la toma de la capital sasánida, Ctesifonte, Irán quedó bajo el control del naciente Imperio Islámico. Esta transición fue un proceso complejo, que implicó tanto conflictos militares como negociaciones. Bajo el dominio musulmán, Irán experimentó profundos cambios. El Islam se convirtió gradualmente en la religión dominante, sustituyendo al zoroastrismo, que había sido la religión del Estado bajo los imperios anteriores. Sin embargo, esta transición no se produjo de la noche a la mañana, y hubo un periodo de coexistencia e interacción entre las distintas tradiciones religiosas.

La cultura y la sociedad iraníes se vieron profundamente influidas por el Islam, pero también ejercieron una influencia significativa en el mundo islámico. Irán se convirtió en un importante centro de cultura y conocimiento islámicos, con notables aportaciones en campos como la filosofía, la poesía, la medicina y la astronomía. Figuras icónicas iraníes como el poeta Rumi y el filósofo Avicena (Ibn Sina) desempeñaron un papel fundamental en el patrimonio cultural e intelectual islámico. Este periodo también estuvo marcado por sucesivas dinastías, como los omeyas, los abbasíes, los safaríes, los samánidas, los buyíes y, más tarde, los selyúcidas, cada una de las cuales contribuyó a la riqueza y diversidad de la historia iraní. Cada una de estas dinastías aportó sus propios matices al gobierno, la cultura y la sociedad de la región.

Surgimiento e influencia de los sefevíes

En 1501, se produjo un importante acontecimiento en la historia de Irán y Oriente Próximo cuando el sha Ismail I estableció el Imperio sefeví en Azerbaiyán. Esto marcó el comienzo de una nueva era no sólo para Irán sino para toda la región, con la introducción del chiísmo duodecimano como religión estatal, un cambio que influyó profundamente en la identidad religiosa y cultural de Irán. El Imperio Sefeví, que reinó hasta 1736, desempeñó un papel crucial en la consolidación de Irán como entidad política y cultural diferenciada. El sha Ismail I, líder carismático y poeta de talento, consiguió unificar varias regiones bajo su control, creando un Estado centralizado y poderoso. Una de sus decisiones más significativas fue imponer el chiísmo duodecimal como religión oficial del imperio, un acto que tuvo profundas implicaciones para el futuro de Irán y Oriente Próximo.

Esta "chiización" de Irán, que supuso la conversión forzosa de poblaciones suníes y otros grupos religiosos al chiismo, fue una estrategia deliberada para diferenciar a Irán de sus vecinos suníes, especialmente el Imperio Otomano, y consolidar el poder de los sefevíes. Esta política también tuvo el efecto de reforzar la identidad chií de Irán, que se ha convertido en un rasgo distintivo de la nación iraní hasta nuestros días. Bajo los sefevíes, Irán vivió un periodo de renacimiento cultural y artístico. La capital, Ispahán, se convirtió en uno de los centros artísticos, arquitectónicos y culturales más importantes del mundo islámico. Los sefevíes fomentaron el desarrollo de las artes, como la pintura, la caligrafía, la poesía y la arquitectura, creando un legado cultural rico y duradero. Sin embargo, el imperio también estuvo marcado por conflictos internos y externos, como las guerras contra el Imperio Otomano y los uzbekos. Estos conflictos, junto con los desafíos internos, contribuyeron finalmente al declive del imperio en el siglo XVIII.

La batalla de Chaldiran, que tuvo lugar en 1514, es un acontecimiento significativo en la historia del Imperio sefardí y el Imperio otomano, ya que marcó no sólo un punto de inflexión militar, sino también la formación de una importante línea divisoria política entre los dos imperios. En esta batalla, las fuerzas sefevíes, dirigidas por el sha Ismail I, se enfrentaron al ejército otomano bajo el mando del sultán Selim I. Los sefevíes, aunque valientes en la batalla, fueron derrotados por los otomanos, en gran parte debido a la superioridad tecnológica de estos últimos, en particular a su eficaz uso de la artillería. Esta derrota tuvo importantes consecuencias para el Imperio sefardí. Uno de los resultados inmediatos de la batalla de Chaldiran fue la pérdida de un territorio importante para los sefevíes. Los otomanos lograron apoderarse de la mitad oriental de Anatolia, reduciendo considerablemente la influencia sefeví en la región. Esta derrota también estableció una frontera política duradera entre los dos imperios, que se ha convertido en un importante marcador geopolítico en la región. La derrota de los sefevíes también tuvo repercusiones para los alevíes, una comunidad religiosa que apoyaba al sha Ismail I y su política de chiitización. Tras la batalla, muchos alevíes fueron perseguidos y masacrados en la década siguiente, debido a su lealtad al sha sefeví y a sus distintas creencias religiosas, contrarias a las prácticas suníes dominantes en el Imperio Otomano.

Tras su victoria en Chaldiran, el sultán Selim I continuó su expansión y en 1517 conquistó El Cairo, poniendo fin al califato abbasí. Esta conquista no sólo extendió el Imperio Otomano hasta Egipto, sino que también reforzó la posición del sultán como influyente líder musulmán, ya que asumió el título de califa, símbolo de la autoridad religiosa y política sobre el mundo musulmán sunní. La batalla de Chaldiran y sus secuelas ilustran, por tanto, la intensa rivalidad entre las dos grandes potencias musulmanas de la época, configurando de forma significativa la historia política, religiosa y territorial de Oriente Próximo.

La dinastía Qajar y la modernización de Irán

En 1796, Irán vio surgir una nueva dinastía gobernante, la dinastía Qajar (o Kadjar), fundada por Agha Mohammad Khan Qajar. De origen turcomano, esta dinastía sustituyó a la dinastía Zand y gobernó Irán hasta principios del siglo XX. Agha Mohammad Khan Qajar, tras unificar varias facciones y territorios en Irán, se proclamó Sha en 1796, marcando el inicio oficial del gobierno Qajar. Este periodo fue significativo por varias razones en la historia de Irán. Con los qajar, Irán vivió un periodo de centralización del poder y consolidación territorial tras años de agitación y divisiones internas. La capital se trasladó de Shiraz a Teherán, que se convirtió en el centro político y cultural del país. Este periodo también estuvo marcado por complejas relaciones internacionales, en particular con las potencias imperialistas de la época, Rusia y Gran Bretaña. Los qazaríes tuvieron que navegar en un entorno internacional difícil, con Irán a menudo atrapado en las rivalidades geopolíticas de las grandes potencias, sobre todo en el "Gran Juego" entre Rusia y Gran Bretaña. Estas interacciones provocaron a menudo la pérdida de territorio y grandes concesiones económicas y políticas para Irán.

Culturalmente, el periodo Qajar es conocido por su arte distintivo, en particular la pintura, la arquitectura y las artes decorativas. La corte Qajar era un centro de mecenazgo artístico, y en este periodo se produjo una mezcla única de estilos tradicionales iraníes con influencias europeas modernas. Sin embargo, la dinastía Qajar también fue criticada por su incapacidad para modernizar eficazmente el país y satisfacer las necesidades de su población. Este fracaso provocó el descontento interno y sentó las bases de los movimientos reformistas y las revoluciones constitucionales que se produjeron a principios del siglo XX. La dinastía Qajar representa un periodo importante de la historia iraní, marcado por los esfuerzos por centralizar el poder, los retos diplomáticos y las importantes aportaciones culturales, pero también por las luchas internas y las presiones externas que moldearon el desarrollo posterior del país.

Irán en el siglo XX: hacia una monarquía constitucional

En 1906, Irán vivió un momento histórico con el inicio de su periodo constitucional, un paso importante en la modernización política del país y en la lucha por la democracia. En esta evolución influyeron en gran medida los movimientos sociales y políticos que exigían una limitación del poder absoluto del monarca y un gobierno más representativo y constitucional. La Revolución Constitucional iraní condujo a la adopción de la primera constitución del país en 1906, marcando la transición de Irán a una monarquía constitucional. Esta constitución preveía la creación de un parlamento, o Majlis, y establecía leyes y estructuras para modernizar y reformar la sociedad y el gobierno iraníes. Sin embargo, este periodo también estuvo marcado por la injerencia extranjera y la división del país en esferas de influencia. Irán se vio envuelto en las rivalidades entre Gran Bretaña y Rusia, cada una de las cuales pretendía extender su influencia en la región. Estas potencias establecieron diferentes "órdenes internacionales" o zonas de influencia, limitando la soberanía de Irán.

El descubrimiento de petróleo en 1908-1909 añadió una nueva dimensión a la situación de Irán. El descubrimiento, realizado en la región de Masjed Soleyman, atrajo rápidamente la atención de las potencias extranjeras, en particular de Gran Bretaña, que pretendía controlar los recursos petrolíferos de Irán. Este descubrimiento aumentó considerablemente la importancia estratégica de Irán en la escena internacional y también complicó la dinámica interna del país. A pesar de estas presiones externas y de lo que estaba en juego en relación con los recursos naturales, Irán mantuvo una política de neutralidad, especialmente durante conflictos mundiales como la Primera Guerra Mundial. Esta neutralidad fue en parte un intento de preservar su autonomía y resistir a las influencias extranjeras que pretendían explotar sus recursos y controlar su política. Los primeros años del siglo XX fueron un periodo de cambios y desafíos para Irán, caracterizado por los esfuerzos de modernización política, la aparición de nuevos retos económicos con el descubrimiento de petróleo y la navegación en un entorno internacional complejo.

El Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial

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Maniobras diplomáticas y formación de alianzas

La entrada del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial en 1914 estuvo precedida por un periodo de complejas maniobras diplomáticas y militares, en las que participaron varias grandes potencias, entre ellas Gran Bretaña, Francia y Alemania. Tras explorar posibles alianzas con Gran Bretaña y Francia, el Imperio Otomano optó finalmente por una alianza con Alemania. En esta decisión influyeron varios factores, entre ellos los lazos militares y económicos preexistentes entre los otomanos y Alemania, así como la percepción de las intenciones de las otras grandes potencias europeas.

A pesar de esta alianza, los otomanos se mostraron reacios a entrar directamente en el conflicto, conscientes de sus dificultades internas y sus limitaciones militares. Sin embargo, la situación cambió con el incidente de los Dardanelos. Los otomanos utilizaron buques de guerra (algunos de los cuales habían sido adquiridos a Alemania) para bombardear los puertos rusos del Mar Negro. Esta acción arrastró al Imperio Otomano a la guerra junto a las Potencias Centrales y contra los Aliados, especialmente Rusia, Francia y Gran Bretaña.

En respuesta a la entrada del Imperio Otomano en la guerra, los británicos lanzaron la Campaña de los Dardanelos en 1915. El objetivo era hacerse con el control de los Dardanelos y el Bósforo, abriendo una ruta marítima hacia Rusia. Sin embargo, la campaña acabó en fracaso para las fuerzas aliadas y se saldó con numerosas bajas en ambos bandos. Al mismo tiempo, Gran Bretaña formalizó su control sobre Egipto, proclamando el Protectorado Británico de Egipto en 1914. Esta decisión tuvo una motivación estratégica, en gran medida para asegurar el Canal de Suez, un punto de paso vital para las rutas marítimas británicas, en particular para acceder a las colonias de Asia. Estos acontecimientos ilustran la complejidad de la situación geopolítica en Oriente Próximo durante la Primera Guerra Mundial. Las decisiones tomadas por el Imperio Otomano tuvieron importantes implicaciones, no sólo para su propio imperio, sino también para la configuración de Oriente Próximo en la posguerra.

La revuelta árabe y el cambio de dinámica en Oriente Próximo

Durante la Primera Guerra Mundial, los Aliados intentaron debilitar al Imperio Otomano abriendo un nuevo frente en el sur, lo que condujo a la famosa revuelta árabe de 1916. Esta revuelta fue un momento clave en la historia de Oriente Próximo y marcó el inicio del movimiento nacionalista árabe. Hussein ben Ali, el sherif de La Meca, desempeñó un papel fundamental en esta revuelta. Bajo su liderazgo, y con el aliento y el apoyo de figuras como T.E. Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia, los árabes se alzaron contra la dominación otomana con la esperanza de crear un Estado árabe unificado. Esta aspiración a la independencia y la unificación estaba motivada por un deseo de liberación nacional y por la promesa de autonomía hecha por los británicos, en particular por el general Henry MacMahon.

La Revuelta Árabe tuvo varios éxitos significativos. En junio de 1917, Faisal, hijo de Hussein ben Ali, ganó la batalla de Aqaba, un punto de inflexión estratégico en la revuelta. Esta victoria abrió un frente crucial contra los otomanos y elevó la moral de las fuerzas árabes. Con la ayuda de Lawrence de Arabia y otros oficiales británicos, Faisal consiguió unir a varias tribus árabes del Hiyaz, lo que condujo a la liberación de Damasco en 1917. En 1920, Faisal se proclamó rey de Siria, afirmando la aspiración árabe a la autodeterminación y la independencia. Sin embargo, sus ambiciones chocaron con la realidad de la política internacional. Los Acuerdos Sykes-Picot de 1916, un acuerdo secreto entre Gran Bretaña y Francia, ya habían dividido grandes partes de Oriente Próximo en zonas de influencia, minando las esperanzas de un gran reino árabe unificado. La Revuelta Árabe fue un factor decisivo en el debilitamiento del Imperio Otomano durante la guerra y sentó las bases del nacionalismo árabe moderno. Sin embargo, el periodo de posguerra fue testigo de la división de Oriente Próximo en una serie de estados-nación bajo mandato europeo, lo que alejó la realización de un estado árabe unificado, tal y como preveían Hussein ben Ali y sus partidarios.

Desafíos internos y genocidio armenio

La Primera Guerra Mundial estuvo marcada por acontecimientos complejos y dinámicas cambiantes, especialmente la retirada de Rusia del conflicto como consecuencia de la Revolución Rusa de 1917. Esta retirada tuvo implicaciones significativas para el curso de la guerra y para las demás potencias beligerantes. La retirada de Rusia alivió la presión sobre las Potencias Centrales, en particular sobre Alemania, que ahora podía concentrar sus fuerzas en el Frente Occidental contra Francia y sus aliados. Este cambio preocupó a Gran Bretaña y a sus aliados, que buscaban formas de mantener el equilibrio de poder.

En cuanto a los judíos bolcheviques, es importante señalar que las revoluciones rusas de 1917 y el ascenso del bolchevismo fueron fenómenos complejos en los que influyeron diversos factores dentro de Rusia. Aunque había judíos entre los bolcheviques, como en muchos movimientos políticos de la época, su presencia no debe sobreinterpretarse ni utilizarse para promover narrativas simplistas o antisemitas. En lo que respecta al Imperio Otomano, Enver Pasha, uno de los líderes del movimiento de los Jóvenes Turcos y Ministro de la Guerra, desempeñó un papel clave en la conducción de la guerra. En 1914, lanzó una desastrosa ofensiva contra los rusos en el Cáucaso, que se saldó con una gran derrota para los otomanos en la batalla de Sarikamish.

La derrota de Enver Pasha tuvo trágicas consecuencias, entre ellas el estallido del genocidio armenio. Buscando un chivo expiatorio para explicar la derrota, Enver Pachá y otros dirigentes otomanos acusaron a la minoría armenia del imperio de connivencia con los rusos. Estas acusaciones alimentaron una campaña de deportaciones sistemáticas, masacres y exterminios contra los armenios, que culminó en lo que hoy se reconoce como el genocidio armenio. Este genocidio representa uno de los episodios más oscuros de la Primera Guerra Mundial y de la historia del Imperio Otomano, y pone de manifiesto los horrores y las trágicas consecuencias de un conflicto a gran escala y de las políticas de odio étnico.

Acuerdo de posguerra y redefinición de Oriente Próximo

La Conferencia de Paz de París, que comenzó en enero de 1919, fue un momento crucial en la redefinición del orden mundial tras la Primera Guerra Mundial. La conferencia reunió a los líderes de las principales potencias aliadas para discutir los términos de la paz y el futuro geopolítico, incluidos los territorios del Imperio Otomano en decadencia. Una de las principales cuestiones debatidas en la conferencia se refería al futuro de los territorios otomanos en Oriente Próximo. Los Aliados estaban considerando redibujar las fronteras de la región, influidos por diversas consideraciones políticas, estratégicas y económicas, entre ellas el control de los recursos petrolíferos. Aunque en teoría la conferencia permitió a las naciones implicadas presentar sus puntos de vista, en la práctica varias delegaciones fueron marginadas o sus demandas ignoradas. Por ejemplo, la delegación egipcia, que pretendía debatir la independencia de Egipto, se enfrentó a obstáculos, ilustrados por el exilio de algunos de sus miembros a Malta. Esta situación refleja la desigual dinámica de poder de la conferencia, en la que a menudo prevalecieron los intereses de las potencias europeas predominantes.

Faisal, hijo de Hussein bin Ali y líder de la Revuelta Árabe, desempeñó un papel importante en la conferencia. Representó los intereses árabes y abogó por el reconocimiento de la independencia y la autonomía árabes. A pesar de sus esfuerzos, las decisiones tomadas en la conferencia no satisfacían plenamente las aspiraciones árabes de un Estado independiente y unificado. Faisal creó un Estado en Siria y se proclamó rey de Siria en 1920. Sin embargo, sus ambiciones duraron poco, ya que Siria quedó bajo mandato francés tras la Conferencia de San Remo de 1920, una decisión que formaba parte del reparto de Oriente Próximo entre las potencias europeas conforme a los acuerdos Sykes-Picot de 1916. La Conferencia de París y sus resultados tuvieron, por tanto, profundas implicaciones para Oriente Próximo y sentaron las bases de muchas de las tensiones y conflictos regionales que continúan hoy en día. Las decisiones adoptadas reflejaron los intereses de las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial, a menudo en detrimento de las aspiraciones nacionales de los pueblos de la región.

El acuerdo entre Georges Clemenceau, en representación de Francia, y Faisal, líder de la Revuelta Árabe, así como las discusiones en torno a la creación de nuevos Estados en Oriente Próximo, son elementos clave del periodo posterior a la Primera Guerra Mundial que han configurado el orden geopolítico de la región. El acuerdo Clemenceau-Fayçal se consideró muy favorable para Francia. Fayçal, que pretendía garantizar una forma de autonomía para los territorios árabes, tuvo que hacer importantes concesiones. Francia, que tenía intereses coloniales y estratégicos en la región, utilizó su posición en la Conferencia de París para afirmar su control, especialmente sobre territorios como Siria y Líbano. La delegación libanesa obtuvo el derecho a crear un Estado independiente, el Gran Líbano, bajo mandato francés. En esta decisión influyeron las aspiraciones de las comunidades cristianas maronitas del Líbano, que pretendían establecer un Estado con fronteras ampliadas y cierto grado de autonomía bajo tutela francesa. En cuanto a la cuestión kurda, se hicieron promesas de crear un Kurdistán. Estas promesas eran en parte un reconocimiento de las aspiraciones nacionalistas kurdas y un medio de debilitar al Imperio Otomano. Sin embargo, la puesta en práctica de esta promesa resultó compleja y se ignoró en gran medida en los tratados de posguerra.

Todos estos elementos confluyeron en el Tratado de Sèvres de 1920, que formalizó el desmembramiento del Imperio Otomano. Este tratado redibujó las fronteras de Oriente Próximo, creando nuevos Estados bajo mandatos francés y británico. El tratado también preveía la creación de una entidad autónoma kurda, aunque esta disposición nunca llegó a aplicarse. El Tratado de Sèvres, aunque nunca llegó a ratificarse en su totalidad y fue sustituido posteriormente por el Tratado de Lausana en 1923, fue un momento decisivo en la historia de la región. Sentó las bases de la estructura política moderna de Oriente Próximo, pero también sembró las semillas de muchos conflictos futuros, debido al desconocimiento de las realidades étnicas, culturales e históricas de la región.

La transición a la República y el ascenso de Atatürk

Tras el final de la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano, debilitado y bajo presión, aceptó firmar el Tratado de Sèvres en 1920. Este tratado, que desmanteló el Imperio Otomano y redistribuyó sus territorios, parecía marcar la conclusión de la larga "Cuestión de Oriente" relativa al destino del imperio. Sin embargo, lejos de poner fin a las tensiones en la región, el Tratado de Sevres exacerbó los sentimientos nacionalistas y provocó nuevos conflictos.

En Turquía se formó una fuerte resistencia nacionalista, liderada por Mustafa Kemal Atatürk, en oposición al Tratado de Sèvres. Este movimiento nacionalista se oponía a las disposiciones del tratado, que imponían graves pérdidas territoriales y aumentaban la influencia extranjera en territorio otomano. La resistencia luchó contra diversos grupos, como los armenios, los griegos de Anatolia y los kurdos, con el objetivo de forjar un nuevo Estado-nación turco homogéneo. La posterior Guerra de la Independencia Turca fue un periodo de intensos conflictos y recomposición territorial. Las fuerzas nacionalistas turcas consiguieron hacer retroceder a los ejércitos griegos en Anatolia y contrarrestar a los demás grupos rebeldes. Esta victoria militar fue un elemento clave en la fundación de la República de Turquía en 1923.

A raíz de estos acontecimientos, el Tratado de Sèvres fue sustituido por el Tratado de Lausana en 1923. Este nuevo tratado reconocía las fronteras de la nueva República de Turquía y anulaba las disposiciones más punitivas del Tratado de Sevres. El Tratado de Lausana marcó una etapa importante en el establecimiento de la Turquía moderna como Estado soberano e independiente, redefiniendo su papel en la región y en los asuntos internacionales. Estos acontecimientos no sólo redibujaron el mapa político de Oriente Próximo, sino que también marcaron el fin del Imperio Otomano y abrieron un nuevo capítulo en la historia de Turquía, con repercusiones que siguen influyendo en la región y en el mundo hasta nuestros días.

Abolición del califato y sus repercusiones

La abolición del califato en 1924 fue un acontecimiento importante en la historia moderna de Oriente Próximo, que marcó el fin de una institución islámica que había durado siglos. La decisión fue tomada por Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la República de Turquía, como parte de sus reformas para secularizar y modernizar el nuevo Estado turco. La abolición del califato supuso un duro golpe para la estructura tradicional de la autoridad islámica. El califa había sido considerado el jefe espiritual y temporal de la comunidad musulmana (ummah) desde los tiempos del profeta Mahoma. Con la abolición del califato, esta institución central del islam suní desapareció, dejando un vacío en el liderazgo musulmán.

En respuesta a la abolición del califato por Turquía, Hussein ben Ali, que se había convertido en rey del Hiyaz tras la caída del Imperio Otomano, se autoproclamó califa. Hussein, miembro de la familia hachemí y descendiente directo del profeta Mahoma, pretendía reclamar este cargo para mantener una forma de continuidad espiritual y política en el mundo musulmán. Sin embargo, la pretensión de Hussein al califato no fue ampliamente reconocida y duró poco. Su posición se vio debilitada por desafíos internos y externos, como la oposición de la familia Saud, que controlaba gran parte de la península arábiga. El ascenso de los Saud, bajo el liderazgo de Abdelaziz Ibn Saud, condujo finalmente a la conquista de Hiyaz y al establecimiento del reino de Arabia Saudí. El derrocamiento de Hussein bin Ali por los saudíes simbolizó el cambio radical de poder en la península arábiga y marcó el fin de sus ambiciones de califato. Este acontecimiento también puso de manifiesto las transformaciones políticas y religiosas que se estaban produciendo en el mundo musulmán, marcando el comienzo de una nueva era en la que la política y la religión empezarían a seguir caminos más diferenciados en muchos países musulmanes.

El periodo posterior a la Primera Guerra Mundial fue crucial para la redefinición política de Oriente Próximo, con importantes intervenciones de potencias europeas, sobre todo Francia y Gran Bretaña. En 1920 tuvo lugar en Siria un importante acontecimiento que marcó un punto de inflexión en la historia de la región. Faisal, hijo de Hussein ben Ali y figura central de la Revuelta Árabe, había establecido un reino árabe en Siria tras la caída del Imperio Otomano, aspirando a hacer realidad el sueño de un Estado árabe unificado. Sin embargo, sus ambiciones chocaron con la realidad de los intereses coloniales franceses. Tras la batalla de Maysaloun en julio de 1920, los franceses, actuando bajo su mandato de la Sociedad de Naciones, tomaron el control de Damasco y desmantelaron el Estado árabe de Faisal, poniendo fin a su reinado en Siria. Esta intervención francesa reflejó la compleja dinámica de la posguerra, en la que las aspiraciones nacionales de los pueblos de Oriente Próximo se vieron a menudo eclipsadas por los intereses estratégicos de las potencias europeas. Fayçal, depuesto de su trono sirio, encontró sin embargo un nuevo destino en Irak. En 1921, bajo los auspicios británicos, fue instalado como primer rey de la monarquía hachemí de Irak, una maniobra estratégica por parte de los británicos para garantizar un liderazgo favorable y la estabilidad en esta región rica en petróleo.

Al mismo tiempo, en Transjordania, los británicos llevaron a cabo otra maniobra política. Para frustrar las aspiraciones sionistas en Palestina y mantener un equilibrio en su mandato, crearon el Reino de Transjordania en 1921 e instalaron allí a Abdallah, otro hijo de Hussein ben Ali. Esta decisión tenía por objeto proporcionar a Abdallah un territorio sobre el que gobernar, manteniendo al mismo tiempo Palestina bajo control británico directo. La creación de Transjordania fue un paso importante en la formación del Estado moderno de Jordania e ilustró cómo los intereses coloniales moldearon las fronteras y las estructuras políticas del Oriente Próximo moderno. Estos acontecimientos en la región tras la Primera Guerra Mundial demuestran la complejidad de la política de Oriente Próximo en el periodo de entreguerras. Las decisiones tomadas por las potencias europeas, influidas por sus propios intereses estratégicos y geopolíticos, tuvieron consecuencias duraderas y sentaron las bases de las estructuras estatales y los conflictos que siguen afectando a Oriente Próximo. Estos acontecimientos también ponen de relieve la lucha entre las aspiraciones nacionales de los pueblos de la región y las realidades del dominio colonial europeo, un tema recurrente en la historia de Oriente Próximo en el siglo XX.

La Conferencia de San Remo

La Conferencia de San Remo, celebrada en abril de 1920, fue un momento decisivo en la historia posterior a la Primera Guerra Mundial, especialmente para Oriente Próximo. Se centró en la asignación de mandatos sobre las antiguas provincias del Imperio Otomano, tras su derrota y desmembramiento. En esta conferencia, las potencias aliadas victoriosas decidieron el reparto de los mandatos. Francia obtuvo el mandato sobre Siria y Líbano, haciéndose así con el control de dos regiones de gran importancia estratégica y riqueza cultural. Por su parte, los británicos recibieron mandatos sobre Transjordania, Palestina y Mesopotamia, esta última rebautizada como Irak. Estas decisiones reflejaban los intereses geopolíticos y económicos de las potencias coloniales, sobre todo en términos de acceso a los recursos y control estratégico.

Paralelamente a estos acontecimientos, Turquía, bajo el liderazgo de Mustafa Kemal Atatürk, estaba inmersa en un proceso de redefinición nacional. Tras la guerra, Turquía trató de establecer nuevas fronteras nacionales. Este periodo estuvo marcado por trágicos conflictos, especialmente el aplastamiento de los armenios, que siguió al genocidio armenio perpetrado durante la guerra. En 1923, tras varios años de lucha y negociaciones diplomáticas, Mustafa Kemal Atatürk consiguió renegociar los términos del Tratado de Sèvres, impuesto a Turquía en 1920 y considerado humillante e inaceptable por los nacionalistas turcos. El Tratado de Lausana, firmado en julio de 1923, sustituyó al Tratado de Sevres y reconoció la soberanía y las fronteras de la nueva República de Turquía. Este tratado marcó el fin oficial del Imperio Otomano y sentó las bases del Estado turco moderno.

El Tratado de Lausana se considera un gran éxito para Mustafá Kemal y el movimiento nacionalista turco. No sólo redefinió las fronteras de Turquía, sino que también permitió a la nueva república empezar de nuevo en la escena internacional, liberada de las restricciones del Tratado de Sèvres. Estos acontecimientos, desde la Conferencia de San Remo hasta la firma del Tratado de Lausana, tuvieron un profundo impacto en Oriente Próximo, configurando las fronteras nacionales, las relaciones internacionales y la dinámica política de la región durante décadas.

Promesas aliadas y exigencias árabes

Durante la Primera Guerra Mundial, el desmantelamiento y la partición del Imperio Otomano ocupaban el centro de las preocupaciones de las potencias aliadas, principalmente Gran Bretaña, Francia y Rusia. Estas potencias, anticipando una victoria sobre el Imperio Otomano, aliado de las Potencias Centrales, comenzaron a planear la partición de sus vastos territorios.

En 1915, en plena Primera Guerra Mundial, se celebraron en Constantinopla negociaciones cruciales en las que participaron representantes de Gran Bretaña, Francia y Rusia. Estas discusiones se centraron en el futuro de los territorios del Imperio Otomano, que entonces era aliado de las Potencias Centrales. El Imperio Otomano, debilitado y en declive, era visto por los Aliados como un territorio a dividir en caso de victoria. Estas negociaciones en Constantinopla estuvieron fuertemente motivadas por intereses estratégicos y coloniales. Cada potencia buscaba extender su influencia en la región, estratégicamente importante por su posición geográfica y sus recursos. Rusia estaba especialmente interesada en controlar los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, esenciales para su acceso al Mediterráneo. Francia y Gran Bretaña, por su parte, buscaban expandir sus imperios coloniales y asegurar su acceso a los recursos de la región, en particular el petróleo. Sin embargo, es importante señalar que, aunque estas discusiones tuvieron un impacto significativo en el futuro de los territorios otomanos, los acuerdos más significativos y detallados relativos a su división se formalizaron más tarde, especialmente en el acuerdo Sykes-Picot de 1916.

El Acuerdo Sykes-Picot de 1916, concluido por el diplomático británico Mark Sykes y el diplomático francés François Georges-Picot, representa un momento clave en la historia de Oriente Próximo, ya que influyó profundamente en la configuración geopolítica de la región tras la Primera Guerra Mundial. Este acuerdo tenía por objeto definir el reparto de los territorios del Imperio Otomano entre Gran Bretaña, Francia y, en cierta medida, Rusia, aunque la participación rusa quedó anulada por la Revolución Rusa de 1917. El Acuerdo Sykes-Picot estableció zonas de influencia y control para Francia y Gran Bretaña en Oriente Medio. En virtud de este acuerdo, Francia debía obtener el control directo o la influencia sobre Siria y Líbano, mientras que Gran Bretaña debía tener un control similar sobre Irak, Jordania y una zona alrededor de Palestina. Sin embargo, este acuerdo no definía con precisión las fronteras de los futuros estados, dejando eso para negociaciones y acuerdos posteriores.

La importancia del acuerdo Sykes-Picot radica en su papel como "génesis" de la memoria colectiva relativa al espacio geográfico de Oriente Próximo. Simboliza la intervención imperialista y las manipulaciones de las potencias europeas en la región, a menudo desafiando las identidades étnicas, religiosas y culturales locales. Aunque el acuerdo influyó en la creación de Estados en Oriente Próximo, las fronteras reales de estos Estados fueron determinadas por posteriores equilibrios de poder, negociaciones diplomáticas y realidades geopolíticas que evolucionaron tras la Primera Guerra Mundial. Las consecuencias del acuerdo Sykes-Picot se reflejaron en los mandatos de la Sociedad de Naciones otorgados a Francia y Gran Bretaña tras la guerra, que condujeron a la formación de varios Estados modernos de Oriente Próximo. Sin embargo, las fronteras trazadas y las decisiones tomadas ignoraron a menudo las realidades étnicas y religiosas sobre el terreno, sembrando las semillas de futuros conflictos y tensiones en la región. El legado del acuerdo sigue siendo objeto de debate y descontento en el Oriente Próximo contemporáneo, y simboliza las intervenciones y divisiones impuestas por potencias extranjeras.

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Este mapa ilustra la división de los territorios del Imperio Otomano establecida en los acuerdos Sykes-Picot de 1916 entre Francia y Gran Bretaña, con zonas de administración directa y zonas de influencia.

La "zona azul", que representaba la administración directa francesa, abarcaba las regiones que más tarde se convertirían en Siria y Líbano. Esto demuestra que Francia pretendía ejercer un control directo sobre los centros urbanos estratégicos y las regiones costeras. La "Zona Roja", bajo administración directa británica, abarcaba el futuro Irak con ciudades clave como Bagdad y Basora, así como Kuwait, que estaba representado de forma separada. Esta zona reflejaba el interés británico por las regiones productoras de petróleo y su importancia estratégica como puerta de entrada al Golfo Pérsico. La "Zona Marrón", que representa a Palestina (incluidos lugares como Haifa, Jerusalén y Gaza), no se define explícitamente en el Acuerdo Sykes-Picot en términos de control directo, pero se asocia generalmente con la influencia británica. Posteriormente se convirtió en mandato británico y foco de tensiones y conflictos políticos a raíz de la Declaración Balfour y el movimiento sionista.

Las "Zonas Árabes A y B" eran regiones en las que se reconocía la autonomía árabe bajo supervisión francesa y británica respectivamente. Esto se interpretó como una concesión a las aspiraciones árabes de algún tipo de autonomía o independencia, que habían sido alentadas por los Aliados durante la guerra para ganarse el apoyo árabe contra el Imperio Otomano. Lo que este mapa no muestra es la complejidad y las múltiples promesas realizadas por los Aliados durante la guerra, que a menudo fueron contradictorias y provocaron sentimientos de traición entre las poblaciones locales tras la revelación del acuerdo. El mapa representa una simplificación de los acuerdos Sykes-Picot, que en realidad fueron mucho más complejos y sufrieron cambios a lo largo del tiempo como consecuencia de la evolución política, los conflictos y la presión internacional.

La revelación de los acuerdos Sykes-Picot por los bolcheviques rusos tras la Revolución Rusa de 1917 tuvo un impacto rotundo, no sólo en la región de Oriente Próximo, sino también en la escena internacional. Al sacar a la luz estos acuerdos secretos, los bolcheviques pretendían criticar el imperialismo de las potencias occidentales, especialmente Francia y Gran Bretaña, y demostrar su propio compromiso con los principios de autodeterminación y transparencia. Los acuerdos Sykes-Picot no fueron el comienzo, sino más bien la culminación del largo proceso de la "Cuestión Oriental", una compleja cuestión diplomática que había preocupado a las potencias europeas a lo largo del siglo XIX y principios del XX. Este proceso se refería a la gestión y el reparto de la influencia sobre los territorios del Imperio Otomano en declive, y los acuerdos Sykes-Picot fueron un paso decisivo en este proceso.

En virtud de estos acuerdos, se estableció una zona de influencia francesa en Siria y Líbano, mientras que Gran Bretaña obtuvo el control o la influencia sobre Irak, Jordania y una región en torno a Palestina. La intención era crear zonas tampón entre las esferas de influencia de las grandes potencias, incluso entre británicos y rusos, que tenían intereses contrapuestos en la región. Esta configuración respondía en parte a la dificultad de la cohabitación entre estas potencias, demostrada por su competencia en la India y otros lugares. La publicación de los acuerdos Sykes-Picot provocó una fuerte reacción en el mundo árabe, donde se consideraron una traición a las promesas hechas a los líderes árabes durante la guerra. Esta revelación exacerbó los sentimientos de desconfianza hacia las potencias occidentales y alimentó las aspiraciones nacionalistas y antiimperialistas en la región. El impacto de estos acuerdos aún se siente hoy en día, ya que sentaron las bases de las fronteras modernas de Oriente Próximo y de la dinámica política que sigue influyendo en la región.

El genocidio armenio

Antecedentes históricos e inicio del genocidio (1915-1917)

La Primera Guerra Mundial fue un periodo de intensos conflictos y agitación política, pero también estuvo marcada por uno de los acontecimientos más trágicos de principios del siglo XX: el genocidio armenio. Este genocidio fue perpetrado por el gobierno de los Jóvenes Turcos del Imperio Otomano entre 1915 y 1917, aunque los actos de violencia y deportación comenzaron antes y continuaron después de estas fechas.

Durante este trágico periodo, los armenios otomanos, un grupo étnico cristiano minoritario en el Imperio Otomano, fueron sistemáticamente objeto de campañas de deportaciones forzosas, ejecuciones masivas, marchas de la muerte y hambrunas planificadas. Las autoridades otomanas, utilizando la guerra como tapadera y pretexto para resolver lo que consideraban un "problema armenio", orquestaron estas acciones con el objetivo de eliminar a la población armenia de Anatolia y otras regiones del Imperio. Las estimaciones sobre el número de víctimas varían, pero está ampliamente aceptado que perecieron hasta 1,5 millones de armenios. El genocidio armenio ha dejado una profunda huella en la memoria colectiva armenia y ha tenido un impacto duradero en la comunidad armenia mundial. Se considera uno de los primeros genocidios modernos y ensombreció las relaciones turco-armenias durante más de un siglo.

El reconocimiento del genocidio armenio sigue siendo una cuestión delicada y controvertida. Muchos países y organizaciones internacionales han reconocido formalmente el genocidio, pero persisten ciertos debates y tensiones diplomáticas, especialmente con Turquía, que cuestiona la caracterización de los hechos como genocidio. El genocidio armenio también ha tenido implicaciones para el derecho internacional, influyendo en el desarrollo de la noción de genocidio y motivando esfuerzos para prevenir tales atrocidades en el futuro. Este sombrío acontecimiento subraya la importancia de la memoria histórica y el reconocimiento de las injusticias del pasado para construir un futuro común basado en el entendimiento y la reconciliación.

Raíces históricas de Armenia

El pueblo armenio tiene una historia rica y antigua, que se remonta a mucho antes de la era cristiana. Según la tradición nacionalista y la mitología armenias, sus raíces se remontan al año 200 a.C., e incluso antes. Las pruebas arqueológicas e históricas demuestran que los armenios han ocupado la meseta armenia durante milenios. La Armenia histórica, a menudo denominada Alta Armenia o Gran Armenia, estaba situada en una zona que incluía partes del este de la actual Turquía, Armenia, Azerbaiyán, Georgia, el actual Irán e Irak. Esta región fue la cuna del reino de Urartu, considerado precursor de la antigua Armenia, que floreció entre los siglos IX y VI a. C. El reino de Armenia se estableció formalmente y fue reconocido a principios del siglo VI a.C., tras la caída de Urartu y su integración en el Imperio aqueménida. Alcanzó su apogeo bajo el reinado de Tigran el Grande en el siglo I a.C., cuando se expandió brevemente hasta formar un imperio que se extendía desde el mar Caspio hasta el Mediterráneo.

La profundidad histórica de la presencia armenia en la región también queda ilustrada por la temprana adopción del cristianismo como religión del Estado en el año 301 d.C., lo que convirtió a Armenia en el primer país en hacerlo oficialmente. Los armenios han mantenido una identidad cultural y religiosa propia a lo largo de los siglos, a pesar de las invasiones y la dominación de varios imperios extranjeros. Esta larga historia ha forjado una fuerte identidad nacional que ha sobrevivido a través de los tiempos, incluso ante graves dificultades como el genocidio armenio de principios del siglo XX. Los relatos mitológicos e históricos armenios, aunque a veces embellecidos con espíritu nacionalista, se basan en una historia real y significativa que ha contribuido a la riqueza cultural y la resistencia del pueblo armenio.

Armenia, el primer Estado cristiano

Armenia ostenta el título histórico de ser el primer reino que adoptó oficialmente el cristianismo como religión de Estado. Este monumental acontecimiento tuvo lugar en el año 301 d.C., durante el reinado de Tiridates III, y en él influyó en gran medida la actividad misionera de San Gregorio el Iluminador, que se convirtió en el primer jefe de la Iglesia armenia. La conversión del reino de Armenia al cristianismo precedió a la del Imperio Romano, que, bajo el emperador Constantino, comenzó a adoptar el cristianismo como religión dominante tras el Edicto de Milán del año 313 d.C. La conversión armenia fue un proceso significativo que influyó profundamente en la identidad cultural y nacional del pueblo armenio. La adopción del cristianismo propició el desarrollo de la cultura y el arte religioso armenios, incluida la arquitectura única de las iglesias y monasterios armenios, así como la creación del alfabeto armenio por San Mesrop Mashtots a principios del siglo V. Este alfabeto permitió que el armenio se convirtiera en la lengua oficial del país. Este alfabeto permitió el florecimiento de la literatura armenia, incluida la traducción de la Biblia y otros textos religiosos importantes, contribuyendo así a reforzar la identidad cristiana armenia. La posición de Armenia como primer estado cristiano también tuvo implicaciones políticas y geopolíticas, ya que a menudo se situaba en la frontera de importantes imperios rivales y estaba rodeada de vecinos no cristianos. Esta distinción ha contribuido a configurar el papel y la historia de Armenia a lo largo de los siglos, convirtiéndola en un actor importante en la historia del cristianismo y en la historia regional de Oriente Próximo y el Cáucaso.

La historia de Armenia tras la adopción del cristianismo como religión estatal fue compleja y a menudo tumultuosa. Tras varios siglos de conflictos con los imperios vecinos y periodos de relativa autonomía, los armenios experimentaron un gran cambio con las conquistas árabes en el siglo VII.

Con la rápida propagación del Islam tras la muerte del profeta Mahoma, las fuerzas árabes conquistaron vastas franjas de Oriente Próximo, incluida gran parte de Armenia, alrededor del año 640 d.C.. Durante este periodo, Armenia estuvo dividida entre la influencia bizantina y el califato árabe, lo que provocó una división cultural y política de la región armenia. Durante el periodo de dominación árabe, y más tarde bajo el Imperio Otomano, los armenios, como cristianos, fueron clasificados generalmente como "dhimmis", una categoría protegida pero inferior de no musulmanes según la ley islámica. Este estatus les otorgaba cierto grado de protección y les permitía practicar su religión, pero también estaban sujetos a impuestos específicos y a restricciones sociales y legales. La mayor parte de la Armenia histórica quedó atrapada entre los imperios otomano y ruso en el siglo XIX y principios del XX. Durante este periodo, los armenios intentaron preservar su identidad cultural y religiosa, al tiempo que se enfrentaban a crecientes desafíos políticos.

Durante el reinado del sultán Abdülhamid II (finales del siglo XIX), el Imperio Otomano adoptó una política panislamista, tratando de unir a los diversos pueblos musulmanes del imperio en respuesta al declive del poder otomano y a las presiones internas y externas. Esta política exacerbó a menudo las tensiones étnicas y religiosas dentro del Imperio, provocando la violencia contra los armenios y otros grupos no musulmanes. Las masacres hamidíes de finales del siglo XIX, en las que murieron decenas de miles de armenios, son un trágico ejemplo de la violencia que precedió y presagió el genocidio armenio de 1915. Estos acontecimientos pusieron de manifiesto las dificultades a las que se enfrentaban los armenios y otras minorías en un imperio que buscaba la unidad política y religiosa frente al nacionalismo emergente y el declive imperial.

El Tratado de San Stefano y el Congreso de Berlín

El Tratado de San Stefano, firmado en 1878, fue un momento crucial para la cuestión armenia, que se convirtió en un asunto de interés internacional. El tratado se concluyó al final de la guerra ruso-turca de 1877-1878, que supuso una importante derrota para el Imperio Otomano a manos del Imperio Ruso. Uno de los aspectos más notables del Tratado de San Stefano fue la cláusula que obligaba al Imperio Otomano a aplicar reformas en favor de las poblaciones cristianas, en particular los armenios, y a mejorar sus condiciones de vida. Con ello se reconocía implícitamente el maltrato que habían sufrido los armenios y la necesidad de protección internacional. Sin embargo, la aplicación de las reformas prometidas en el tratado fue en gran medida ineficaz. El Imperio Otomano, debilitado por la guerra y las presiones internas, era reacio a otorgar concesiones que pudieran percibirse como una injerencia extranjera en sus asuntos internos. Además, las disposiciones del Tratado de San Stefano fueron reelaboradas ese mismo año por el Congreso de Berlín, que ajustó los términos del tratado para dar cabida a las preocupaciones de otras grandes potencias, especialmente Gran Bretaña y Austria-Hungría.

No obstante, el Congreso de Berlín mantuvo la presión sobre el Imperio Otomano para que se reformara, pero en la práctica se hizo poco para mejorar realmente la situación de los armenios. Esta falta de acción, combinada con la inestabilidad política y las crecientes tensiones étnicas dentro del Imperio, crearon un entorno que acabó desembocando en las masacres hamidíes de la década de 1890 y, más tarde, en el genocidio armenio de 1915. La internacionalización de la cuestión armenia mediante el Tratado de San Stefano marcó así el inicio de un periodo en el que las potencias europeas empezaron a ejercer una influencia más directa sobre los asuntos del Imperio Otomano, a menudo bajo el pretexto de proteger a las minorías cristianas. Sin embargo, la brecha entre las promesas de reforma y su puesta en práctica dejó un legado de compromisos incumplidos con trágicas consecuencias para el pueblo armenio.

Los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX fueron un periodo de gran violencia para las comunidades armenia y asiria del Imperio Otomano. En particular, los años 1895 y 1896 estuvieron marcados por masacres a gran escala, a menudo denominadas las masacres hamidíes, que deben su nombre al sultán Abdülhamid II. Estas masacres se llevaron a cabo en respuesta a las protestas armenias contra los impuestos opresivos, la persecución y la falta de reformas prometidas por el Tratado de San Stefano. Los Jóvenes Turcos, un movimiento nacionalista reformista que llegó al poder tras un golpe de Estado en 1908, fueron vistos inicialmente como una fuente de esperanza para las minorías del Imperio Otomano. Sin embargo, una facción radical de este movimiento acabó adoptando una política aún más agresiva y nacionalista que la de sus predecesores. Convencidos de la necesidad de crear un Estado turco homogéneo, veían a los armenios y a otras minorías no turcas como obstáculos para su visión nacional. Aumentó la discriminación sistemática contra los armenios, alimentada por acusaciones de traición y connivencia con los enemigos del Imperio, especialmente Rusia. Esta atmósfera de sospecha y odio creó el caldo de cultivo para el genocidio que comenzó en 1915. Uno de los primeros actos de esta campaña genocida fue la detención y asesinato de intelectuales y líderes armenios en Constantinopla el 24 de abril de 1915, fecha que hoy se conmemora como el inicio del genocidio armenio.

Siguieron deportaciones masivas, marchas de la muerte al desierto sirio y masacres, con estimaciones de hasta 1,5 millones de armenios asesinados. Además de las marchas de la muerte, hay informes de armenios obligados a subir a barcos que fueron hundidos intencionadamente en el Mar Negro. Ante estos horrores, algunos armenios se convirtieron al Islam para sobrevivir, mientras que otros se escondieron o fueron protegidos por vecinos simpatizantes, incluidos kurdos. Al mismo tiempo, la población asiria también sufrió atrocidades similares entre 1914 y 1920. Como millet, o comunidad autónoma reconocida por el Imperio Otomano, los asirios deberían haber gozado de cierta protección. Sin embargo, en el contexto de la Primera Guerra Mundial y del nacionalismo turco, fueron objeto de campañas sistemáticas de exterminio. Estos trágicos sucesos muestran cómo la discriminación, la deshumanización y el extremismo pueden desembocar en actos de violencia masiva. El genocidio armenio y las masacres de los asirios son oscuros capítulos de la historia que subrayan la importancia del recuerdo, el reconocimiento y la prevención del genocidio para garantizar que tales atrocidades no vuelvan a repetirse.

Hacia la República de Turquía y la negación del genocidio

La ocupación de Estambul por los aliados en 1919 y el establecimiento de un consejo de guerra para juzgar a los oficiales otomanos responsables de las atrocidades cometidas durante la guerra supuso un intento de hacer justicia por los crímenes cometidos, en particular el genocidio armenio. Sin embargo, la situación en Anatolia seguía siendo inestable y compleja. El movimiento nacionalista en Turquía, liderado por Mustafa Kemal Atatürk, creció rápidamente en respuesta a los términos del Tratado de Sèvres de 1920, que desmembró el Imperio Otomano e impuso severas sanciones a Turquía. Los kemalistas rechazaron el tratado por considerarlo una humillación y una amenaza para la soberanía y la integridad territorial de Turquía.

Uno de los puntos conflictivos era la cuestión de las poblaciones ortodoxas griegas de Turquía, protegidas por las disposiciones del tratado, pero que estaban en juego en el conflicto greco-turco. Las tensiones entre las comunidades griega y turca provocaron violencia a gran escala e intercambios de población, agravados por la guerra entre Grecia y Turquía de 1919 a 1922. Mustafá Kemal, que había sido miembro destacado de los Jóvenes Turcos y ganó fama como defensor de los Dardanelos durante la Primera Guerra Mundial, es citado en ocasiones por haber calificado el genocidio armenio de "acto vergonzoso". Sin embargo, estas afirmaciones son objeto de controversia y debate histórico. La postura oficial de Kemal y de la naciente República de Turquía sobre el genocidio fue negarlo y atribuirlo a circunstancias bélicas y disturbios civiles más que a una política deliberada de exterminio.

Durante la resistencia por Anatolia y la lucha por establecer la República de Turquía, Mustafa Kemal y sus partidarios se centraron en construir un Estado-nación turco unificado, y se evitó cualquier reconocimiento de acontecimientos pasados que pudieran haber dividido o debilitado este proyecto nacional. El periodo posterior a la Primera Guerra Mundial estuvo, por tanto, marcado por importantes cambios políticos, intentos de justicia tras el conflicto y la aparición de nuevos estados-nación en la región, con la naciente República de Turquía intentando definir su propia identidad y política independientemente del legado otomano.

La fondation de la Turquie

Le Traité de Lausanne et la Nouvelle Réalité Politique (1923)

Le traité de Lausanne, signé le 24 juillet 1923, a marqué un tournant décisif dans l'histoire contemporaine de la Turquie et du Moyen-Orient. Après l'échec du traité de Sèvres, principalement dû à la résistance nationale turque dirigée par Mustafa Kemal Atatürk, les Alliés ont été contraints de renégocier. Épuisées par la guerre et confrontées à la réalité d'une Turquie déterminée à défendre son intégrité territoriale, les puissances alliées ont dû reconnaître la nouvelle réalité politique établie par les nationalistes turcs. Le traité de Lausanne a établi les frontières internationalement reconnues de la République de Turquie moderne et a annulé les dispositions du traité de Sèvres, qui avait prévu la création d'un État kurde et reconnu un certain degré de protection pour les Arméniens. En n'incluant pas de disposition pour la création d'un Kurdistan ni de mesure pour les Arméniens, le traité de Lausanne a fermé la porte à la "question kurde" et à la "question arménienne" sur le plan international, laissant ces problématiques non résolues.

Dans le même temps, le traité a formalisé l'échange de populations entre la Grèce et la Turquie, ce qui a conduit à la "chasse des Grecs hors des territoires turcs", un épisode douloureux marqué par le déplacement forcé de populations et la fin de communautés historiques en Anatolie et en Thrace. Après la signature du traité de Lausanne, le Comité Union et Progrès (CUP), plus connu sous le nom de Jeunes Turcs, qui avait été au pouvoir pendant la Première Guerre mondiale, a été officiellement dissous. Plusieurs de ses dirigeants ont été exilés, et certains ont été assassinés dans le cadre d'opérations de représailles pour leur rôle dans le génocide arménien et les politiques destructrices de la guerre.

Dans les années qui ont suivi, la République de Turquie a été consolidée, et plusieurs associations nationalistes ont émergé avec pour objectif de défendre la souveraineté et l'intégrité de l'Anatolie. La religion a joué un rôle dans la construction de l'identité nationale, avec une distinction souvent évoquée entre l'"Occident chrétien" et l'"Anatolie musulmane". Ce discours a été utilisé pour renforcer la cohésion nationale et pour justifier la résistance contre toute influence ou intervention étrangère perçue comme une menace pour la nation turque. Le traité de Lausanne est donc considéré comme la pierre angulaire de la République de Turquie moderne, et son héritage continue de façonner la politique intérieure et extérieure de la Turquie, ainsi que ses relations avec ses voisins et les communautés minoritaires au sein de ses frontières.

L'Arrivée de Mustafa Kemal Atatürk et la Résistance Nationale Turque (1919)

L'arrivée de Mustafa Kemal Atatürk en Anatolie en mai 1919 a marqué le début d'une nouvelle phase dans la lutte pour l'indépendance et la souveraineté turque. S'opposant à l'occupation alliée et aux termes du traité de Sèvres, il s'est établi comme le leader de la résistance nationale turque. Dans les années qui ont suivi, Mustafa Kemal a mené plusieurs campagnes militaires cruciales. Il a combattu sur différents fronts : contre les Arméniens en 1921, contre les Français dans le sud de l'Anatolie pour redéfinir les frontières, et contre les Grecs, qui avaient occupé la ville d'Izmir en 1919 et avancé dans l'ouest de l'Anatolie. Ces conflits ont été des éléments clés du mouvement nationaliste turc pour établir un nouvel État-nation sur les ruines de l'Empire ottoman. La stratégie britannique dans la région était complexe. Confrontée à la possibilité d'un conflit élargi entre Grecs et Turcs d'une part, et entre Turcs et Britanniques de l'autre, la Grande-Bretagne a vu un avantage dans le fait de laisser les Grecs et les Turcs s'affronter, ce qui leur permettrait de concentrer leurs efforts ailleurs, notamment en Irak, un territoire riche en pétrole et stratégiquement important.

La guerre gréco-turque a culminé avec la victoire turque et le retrait grec de l'Anatolie en 1922, qui a abouti à la catastrophe d'Asie Mineure pour la Grèce et à une victoire majeure pour les forces nationalistes turques. La campagne militaire victorieuse de Mustafa Kemal a permis de renégocier les termes du traité de Sèvres et a abouti à la signature du traité de Lausanne en 1923, qui a reconnu la souveraineté de la République de Turquie et redéfini ses frontières. Parallèlement au traité de Lausanne, une convention pour l'échange de populations entre la Grèce et la Turquie a été établie. Cette convention a conduit à l'échange forcé de populations grecques orthodoxes et de populations turques musulmanes entre les deux pays, dans le but de créer des États ethniquement plus homogènes. Après avoir repoussé les forces françaises, conclu des accords de frontières et signé le traité de Lausanne, Mustafa Kemal a proclamé la République de Turquie le 29 octobre 1923, devenant son premier président. La proclamation de la République a marqué l'aboutissement des efforts de Mustafa Kemal pour fonder un État turc moderne, laïc et nationaliste sur les vestiges de l'Empire ottoman multiethnique et multiconfessionnel.

La Formation des Frontières et les Questions de Mossoul et Antioche

Après la conclusion du traité de Lausanne en 1923, qui a marqué la reconnaissance internationale de la République de Turquie et redéfini ses frontières, il restait encore des questions frontalières non résolues, notamment concernant la ville d'Antioche et la région de Mossoul. Ces questions ont nécessité des négociations supplémentaires et l'intervention d'organisations internationales pour être résolues. La ville d'Antioche, située dans la région historiquement riche et culturellement diverse du sud de l'Anatolie, était un sujet de revendication entre la Turquie et la France, cette dernière exerçant un mandat sur la Syrie, y compris Antioche. Cette ville, avec son passé multiculturel et son importance stratégique, était un point de tension entre les deux pays. Finalement, après des négociations, Antioche a été attribuée à la Turquie, bien que la décision ait été source de controverses et de tensions. La question de la région de Mossoul était encore plus complexe. Riche en pétrole, la région de Mossoul était revendiquée à la fois par la Turquie et par la Grande-Bretagne, qui détenait un mandat sur l'Irak. La Turquie, s'appuyant sur des arguments historiques et démographiques, souhaitait l'inclure dans ses frontières, tandis que la Grande-Bretagne soutenait son inclusion dans l'Irak pour des raisons stratégiques et économiques, notamment en raison de la présence de pétrole.

La Société des Nations, précurseur de l'Organisation des Nations Unies, est intervenue pour résoudre ce différend. Après une série de négociations, un accord a été conclu en 1925. Selon cet accord, la région de Mossoul serait intégrée à l'Irak, mais la Turquie recevrait une compensation financière, notamment sous la forme d'une part des revenus pétroliers. Cet accord stipulait également que la Turquie devait reconnaître officiellement l'Irak et ses frontières. Cette décision a été cruciale pour la stabilisation des relations entre la Turquie, l'Irak et la Grande-Bretagne et a joué un rôle important dans la définition des frontières de l'Irak, influençant les développements futurs du Moyen-Orient. Ces négociations et les accords qui en ont résulté illustrent la complexité des dynamiques post-première Guerre mondiale au Moyen-Orient. Elles montrent comment les frontières modernes de la région ont été façonnées par un mélange de revendications historiques, de considérations stratégiques et économiques, et d'interventions internationales, souvent reflétant les intérêts des puissances coloniales plutôt que ceux des populations locales.

Les Réformes Radicales de Mustafa Kemal Atatürk

La période post-première Guerre mondiale en Turquie a été marquée par des réformes radicales et des transformations menées par Mustafa Kemal Atatürk, qui a cherché à moderniser et séculariser la nouvelle République de Turquie. En 1922, une étape cruciale a été franchie avec l'abolition du sultanat ottoman par le parlement turc, une décision qui a mis fin à des siècles de règne impérial et a consolidé le pouvoir politique à Ankara, la nouvelle capitale de la Turquie. L'année 1924 a vu une autre réforme majeure avec l'abolition du califat. Cette décision a éliminé le leadership religieux et politique islamique qui avait été une caractéristique de l'Empire ottoman et a représenté un pas décisif vers la laïcisation de l'État. Parallèlement à cette suppression, le gouvernement turc a créé la Diyanet, ou la Présidence des affaires religieuses, une institution destinée à superviser et à réguler les questions religieuses dans le pays. Cette organisation avait pour but de placer les affaires religieuses sous le contrôle de l'État et de garantir que la religion ne serait pas utilisée à des fins politiques. Mustafa Kemal a ensuite mis en œuvre une série de réformes visant à moderniser la Turquie, souvent qualifiées de "modernisation autoritaire". Ces réformes comprenaient la laïcisation de l'éducation, la réforme du code vestimentaire, l'adoption d'un calendrier grégorien, et l'introduction de la loi civile en remplacement de la loi religieuse islamique.

Dans le cadre de la création d'un État-nation turc homogène, des politiques d'assimilation ont été mises en place à l'égard des minorités et des différentes ethnies. Ces politiques incluaient la création de patronymes turcs pour tous les citoyens, l'encouragement à adopter la langue turque et la culture turque, et la fermeture des écoles religieuses. Ces mesures visaient à unifier la population sous une identité turque commune, mais elles ont également soulevé des questions de droits culturels et d'autonomie pour les minorités. Ces réformes radicales ont transformé la société turque et ont jeté les bases de la Turquie moderne. Elles reflètent la volonté de Mustafa Kemal de créer un État moderne, laïc et unitaire, tout en naviguant dans le contexte complexe de l'après-guerre et des aspirations nationalistes. Ces changements ont profondément marqué l'histoire turque et continuent d'influencer la politique et la société turques aujourd'hui.

La période des années 1920 et 1930 en Turquie, sous la direction de Mustafa Kemal Atatürk, a été caractérisée par une série de réformes radicales visant à moderniser et occidentaliser le pays. Ces réformes ont touché presque tous les aspects de la vie sociale, culturelle et politique turque. L'une des premières mesures a été la création du ministère de l'Éducation, qui a joué un rôle central dans la réforme du système éducatif et la promotion de l'idéologie kémaliste. En 1925, l'une des réformes les plus symboliques a été l'imposition du port du chapeau européen, remplaçant le fez traditionnel, dans le cadre d'une politique visant à moderniser l'apparence et les coutumes vestimentaires des citoyens turcs.

Les réformes juridiques ont également été importantes, avec l'adoption de codes juridiques inspirés de modèles occidentaux, notamment le code civil suisse. Ces réformes visaient à remplacer le système juridique ottoman, fondé sur la charia (loi islamique), par un système juridique moderne et laïque. La Turquie a également adopté le système métrique, un calendrier grégorien et a changé son jour de repos de vendredi (traditionnellement observé dans les pays musulmans) à dimanche, alignant ainsi le pays sur les normes occidentales. L'une des réformes les plus radicales a été le changement de l'alphabet en 1928, passant de l'écriture arabe à un alphabet latin modifié. Cette réforme visait à accroître l'alphabétisation et à moderniser la langue turque. L'Institut de l'histoire turque, créé en 1931, faisait partie d'un effort plus large pour réinterpréter l'histoire turque et promouvoir l'identité nationale turque. Dans le même esprit, la politique de purification de la langue turque visait à éliminer les emprunts arabes et persans et à renforcer la théorie de la "Langue-soleil", une idéologie nationaliste qui affirmait l'origine ancienne et la supériorité de la langue et de la culture turques.

Concernant la question kurde, le gouvernement kémaliste a poursuivi une politique d'assimilation, considérant les Kurdes comme des "Turcs montagnards" et tentant de les intégrer dans l'identité nationale turque. Cette politique a conduit à des tensions et des conflits, notamment lors des répressions contre les populations kurdes et non musulmanes en 1938. La période kémaliste a été une ère de transformation profonde pour la Turquie, marquée par des efforts pour créer un État-nation moderne, laïc et homogène. Cependant, ces réformes, tout en étant progressistes dans leur intention de modernisation, ont également été accompagnées de politiques autoritaires et d'efforts d'assimilation qui ont laissé un héritage complexe et parfois controversé dans la Turquie contemporaine.

La période kémaliste en Turquie, qui a débuté avec la fondation de la République en 1923, a été caractérisée par une série de réformes visant à centraliser, nationaliser et séculariser l'État, ainsi qu'à européaniser la société. Ces réformes, menées par Mustafa Kemal Atatürk, visaient à rompre avec le passé impérial et islamique de l'Empire ottoman, perçu comme un obstacle au progrès et à la modernisation. L'objectif était de créer une Turquie moderne, alignée sur les valeurs et les normes occidentales. Dans cette perspective, l'héritage ottoman et islamique était souvent dépeint de manière négative, associé à l'arriération et à l'obscurantisme. Le tournant vers l'Occident se manifestait dans les domaines de la politique, de la culture, du droit, de l'éducation, et même dans le mode de vie quotidien.

Le Multipartisme et les Tensions entre Modernisation et Tradition (Post-1950)

Toutefois, avec l'arrivée du multipartisme dans les années 1950, le paysage politique turc a commencé à changer. La Turquie, qui avait fonctionné comme un État à parti unique sous le régime du Parti républicain du peuple (CHP), a commencé à s'ouvrir au pluralisme politique. Cette transition n'a pas été sans tensions. Les conservateurs, qui avaient souvent été marginalisés pendant la période kémaliste, ont commencé à remettre en question certaines des réformes kémalistes, en particulier celles concernant la laïcité et l'occidentalisation. Le débat entre laïcité et valeurs traditionnelles, entre occidentalisation et identité turque et islamique, est devenu un thème récurrent dans la politique turque. Les partis conservateurs et islamistes ont gagné du terrain, remettant en question l'héritage kémaliste et plaidant pour un retour à certaines valeurs traditionnelles et religieuses.

Cette dynamique politique a parfois conduit à des répressions et à des tensions, les différents gouvernements cherchant à consolider leur pouvoir tout en naviguant dans un environnement politique de plus en plus diversifié. Les périodes de tensions politiques et de répressions, notamment lors des coups d'État militaires de 1960, 1971, 1980 et de la tentative de 2016, témoignent des défis auxquels la Turquie a été confrontée dans sa quête d'équilibre entre modernisation et tradition, laïcité et religiosité, occidentalisation et identité turque. Ainsi, la période post-1950 en Turquie a vu un rééquilibrage complexe et parfois conflictuel entre l'héritage kémaliste et les aspirations d'une partie de la population à un retour aux valeurs traditionnelles, reflétant les tensions continues entre modernité et tradition dans la société turque contemporaine.

La Turquie et ses Défis Internes : Gestion de la Diversité Ethnique et Religieuse

La Turquie, en tant qu'alliée stratégique de l'Occident, notamment depuis son adhésion à l'OTAN en 1952, a dû concilier ses relations avec l'Occident et ses propres dynamiques politiques internes. Le multipartisme, introduit dans les années 1950, a été un élément clé de cette conciliation, reflétant une transition vers une forme plus démocratique de gouvernance. Cependant, cette transition a été marquée par des périodes d'instabilité et d'intervention militaire. En effet, la Turquie a connu plusieurs coups d'État militaires, environ tous les dix ans, notamment en 1960, 1971, 1980, et une tentative en 2016. Ces coups d'État étaient souvent justifiés par les militaires comme étant nécessaires pour restaurer l'ordre et protéger les principes de la République turque, notamment le kémalisme et la laïcité. Après chaque coup d'État, l'armée a généralement convoqué de nouvelles élections pour revenir à un régime civil, bien que l'armée ait continué à jouer un rôle de gardien de l'idéologie kémaliste.

Cependant, depuis les années 2000, le paysage politique turc a connu un changement significatif avec l'ascension des partis conservateurs et islamistes, en particulier le Parti de la justice et du développement (AKP). Sous la direction de Recep Tayyip Erdoğan, l'AKP a remporté plusieurs élections et a conservé le pouvoir pendant une période prolongée. Le gouvernement de l'AKP, bien qu'il prône des valeurs plus conservatrices et islamiques, n'a pas été renversé par l'armée. Cela représente un changement par rapport aux décennies précédentes où les gouvernements perçus comme s'écartant des principes kémalistes étaient souvent ciblés par des interventions militaires. Cette stabilité relative du gouvernement conservateur en Turquie suggère un rééquilibrage des forces entre l'armée et les partis politiques civils. Cela peut être attribué à une série de réformes visant à réduire le pouvoir politique de l'armée, ainsi qu'à un changement dans l'attitude de la population turque, qui est devenue de plus en plus réceptive à une gouvernance reflétant des valeurs conservatrices et islamiques. La dynamique politique de la Turquie contemporaine reflète les défis d'un pays naviguant entre son héritage kémaliste laïque et les tendances conservatrices et islamistes croissantes, tout en maintenant son engagement envers le multipartisme et les alliances occidentales.

La Turquie moderne a été confrontée à divers défis internes, y compris la gestion de sa diversité ethnique et religieuse. Les politiques d'assimilation, en particulier envers les populations kurdes, ont joué un rôle significatif dans le renforcement du nationalisme turc. Cette situation a engendré des tensions et des conflits, notamment avec la minorité kurde, qui n'a pas bénéficié du statut de millet (communauté autonome) qui était accordé à certaines minorités religieuses sous l'Empire ottoman. L'influence de l'antisémitisme et du racisme européens au cours du 20ème siècle a également eu un impact sur la Turquie. Dans les années 1930, des idées discriminatoires et xénophobes, influencées par les courants politiques et sociaux en Europe, ont commencé à se manifester en Turquie. Cela a abouti à des événements tragiques tels que les pogroms contre les Juifs en Thrace en 1934, où des communautés juives ont été ciblées, attaquées et contraintes de fuir leurs domiciles.

En outre, la loi d'imposition sur la richesse (Varlık Vergisi) introduite en 1942 a été une autre mesure discriminatoire qui a affecté principalement les minorités non turques et non musulmanes, y compris les Juifs, les Arméniens et les Grecs. Cette loi imposait des taxes exorbitantes sur la richesse, disproportionnellement élevées pour les non-musulmans, et ceux qui ne pouvaient pas payer étaient envoyés dans des camps de travail, notamment à Aşkale, dans l'est de la Turquie. Ces politiques et événements ont été le reflet de tensions ethniques et religieuses au sein de la société turque et d'une période où le nationalisme turc a parfois été interprété de manière exclusive et discriminatoire. Ils ont également souligné la complexité du processus de formation d'un État-nation dans une région aussi diverse que l'Anatolie, où une multitude de groupes ethniques et religieux coexistaient. Le traitement des minorités en Turquie pendant cette période reste un sujet sensible et controversé, reflétant les défis auxquels le pays a été confronté dans sa quête d'une identité nationale unifiée tout en gérant sa diversité interne. Ces événements ont également eu des répercussions à long terme sur les relations entre différents groupes ethniques et religieux en Turquie.

Séparation entre Sécularisation et Laïcité : L'Héritage de la Période Kémaliste

La distinction entre sécularisation et laïcité est importante pour comprendre les dynamiques sociales et politiques dans divers contextes historiques et géographiques. La sécularisation se réfère à un processus historique et culturel au cours duquel les sociétés, les institutions et les individus commencent à se détacher de l'influence et des normes religieuses. Dans une société sécularisée, la religion perd progressivement son influence sur la vie publique, les lois, l'éducation, la politique, et d'autres domaines. Ce processus ne signifie pas nécessairement que les individus deviennent moins religieux sur le plan personnel, mais plutôt que la religion devient une affaire privée, distincte des affaires publiques et de l'État. La sécularisation est souvent associée à la modernisation, au développement scientifique et technologique, et à l'évolution des normes sociales. La laïcité, en revanche, est une politique institutionnelle et légale par laquelle un État se déclare neutre en matière de religion. Il s'agit d'une décision de séparer l'État des institutions religieuses, garantissant que les décisions gouvernementales et les politiques publiques ne sont pas influencées par des doctrines religieuses spécifiques. La laïcité peut coexister avec une société profondément religieuse; elle concerne surtout la manière dont l'État gère sa relation avec les différentes religions. En théorie, la laïcité vise à garantir la liberté de religion, en traitant toutes les religions de manière égale et en évitant le favoritisme envers une religion spécifique.

Les exemples historiques et contemporains montrent différentes combinaisons de ces deux concepts. Par exemple, certains pays européens ont connu une sécularisation importante tout en maintenant des liens officiels entre l'État et certaines églises (comme le Royaume-Uni avec l'Église d'Angleterre). D'autre part, des pays comme la France ont adopté une politique stricte de laïcité (laïcité), tout en étant historiquement des sociétés fortement imprégnées de traditions religieuses. En Turquie, la période kémaliste a vu l'introduction d'une forme stricte de laïcité avec la séparation de la mosquée et de l'État, tout en vivant dans une société où la religion musulmane a continué à jouer un rôle significatif dans la vie privée des individus. La politique de laïcité kémaliste visait à moderniser et à unifier la Turquie, s'inspirant des modèles occidentaux, tout en naviguant dans le contexte complexe d'une société qui avait une longue histoire d'organisation sociale et politique autour de l'islam.

La période postérieure à la Seconde Guerre mondiale en Turquie a été marquée par plusieurs incidents qui ont exacerbé les tensions ethniques et religieuses dans le pays, affectant notamment les minorités. Parmi ces incidents, l'attentat à la bombe dans la maison natale de Mustafa Kemal Atatürk à Thessalonique en 1955 (alors en Grèce) a servi de catalyseur à un des événements les plus tragiques de l'histoire moderne turque : les pogroms d'Istanbul. Les pogroms d'Istanbul, également connus sous le nom d'événements du 6-7 septembre 1955, ont été une série de violentes attaques principalement dirigées contre la communauté grecque de la ville, mais aussi contre d'autres minorités, notamment arméniennes et juives. Ces attaques ont été déclenchées par des rumeurs sur l'attentat à la bombe contre la maison natale d'Atatürk et ont été exacerbées par des sentiments nationalistes et anti-minoritaires. Les émeutes se sont traduites par des destructions massives de propriétés, des violences et le déplacement de nombreuses personnes.

Cet événement a marqué un tournant dans l'histoire des minorités en Turquie, entraînant une diminution significative de la population grecque d'Istanbul et un sentiment général d'insécurité parmi les autres minorités. Les pogroms d'Istanbul ont également révélé les tensions sous-jacentes au sein de la société turque concernant les questions d'identité nationale, de diversité ethnique et religieuse, et les défis de maintenir l'harmonie dans un État-nation diversifié. Depuis lors, la proportion de minorités ethniques et religieuses en Turquie a considérablement diminué en raison de divers facteurs, notamment l'émigration, les politiques d'assimilation, et parfois les tensions et conflits intercommunautaires. Bien que la Turquie moderne se soit efforcée de promouvoir une image de société tolérante et diversifiée, l'héritage de ces événements historiques continue d'influencer les relations entre les différentes communautés et la politique de l'État envers les minorités. La situation des minorités en Turquie reste un sujet sensible, illustrant les défis auxquels sont confrontés de nombreux États dans la gestion de la diversité et dans la préservation des droits et de la sécurité de toutes les communautés au sein de leurs frontières.

Les Alévis

L'Impact de la Fondation de la République de Turquie sur les Alévis (1923)

La création de la République de Turquie en 1923 et les réformes laïques et sécularisatrices initiées par Mustafa Kemal Atatürk ont eu un impact significatif sur divers groupes religieux et ethniques en Turquie, y compris la communauté alévie. Les Alévis, un groupe religieux et culturel distinct au sein de l'Islam, pratiquant une forme de croyance qui diffère du sunnisme majoritaire, ont accueilli avec un certain optimisme la fondation de la République turque. La promesse de laïcité et de sécularisation offrait l'espoir d'une plus grande égalité et d'une liberté religieuse accrue, comparativement à la période de l'Empire ottoman où ils avaient souvent été l'objet de discriminations et parfois de violences.

Cependant, avec la création de la Direction des Affaires Religieuses (Diyanet) après l'abolition du califat en 1924, le gouvernement turc a cherché à réguler et à contrôler les affaires religieuses. Bien que la Diyanet ait été conçue pour exercer un contrôle étatique sur la religion et promouvoir un islam compatible avec les valeurs républicaines et laïques, en pratique, elle a souvent favorisé l'islam sunnite, qui est la branche majoritaire en Turquie. Cette politique a posé des problèmes pour la communauté alévie, qui s'est sentie marginalisée par la promotion étatique d'une forme d'islam qui ne correspondait pas à leurs croyances et pratiques religieuses. Bien que la situation des Alévis sous la République turque fût nettement meilleure que sous l'Empire ottoman, où ils étaient fréquemment persécutés, ils ont continué à faire face à des défis concernant leur reconnaissance et leurs droits religieux.

Au fil des ans, les Alévis ont lutté pour une reconnaissance officielle de leurs lieux de culte (cemevis) et pour une représentation équitable dans les affaires religieuses. Malgré les progrès réalisés en termes de laïcité et de droits civils en Turquie, la question alévie reste un enjeu important, reflétant les défis plus larges de la Turquie dans la gestion de sa diversité religieuse et ethnique dans un cadre laïc. La situation des Alévis en Turquie est donc un exemple de la complexité des relations entre l'État, la religion et les minorités dans un contexte de modernisation et de laïcisation, illustrant comment les politiques d'état peuvent influencer la dynamique sociale et religieuse au sein d'une nation.

L'Engagement Politique des Alévis dans les Années 1960

Dans les années 1960, la Turquie a connu une période de changements politiques et sociaux significatifs, avec l'émergence de divers mouvements et partis politiques représentant une gamme de vues et d'intérêts. C'était une époque de dynamisme politique, marquée par une plus grande expression des identités et des revendications politiques, y compris celles des groupes minoritaires comme les Alévis. La création du premier parti politique alévi durant cette période a été un développement important, reflétant une volonté croissante de la part de cette communauté de s'engager dans le processus politique et de défendre ses intérêts spécifiques. Les Alévis, avec leurs croyances et pratiques distinctes, ont souvent cherché à promouvoir une plus grande reconnaissance et respect de leurs droits religieux et culturels. Cependant, il est également vrai que d'autres partis politiques, notamment ceux de gauche ou communistes, ont répondu aux demandes de l'électorat kurde et alévi. Ces partis, en promouvant des idées de justice sociale, d'égalité et de droits des minorités, ont attiré un soutien significatif de ces communautés. Les questions de droits des minorités, de justice sociale, et de laïcité étaient souvent au cœur de leurs plateformes politiques, ce qui résonnait avec les préoccupations des Alévis et des Kurdes.

Dans le contexte de la Turquie des années 1960, marquée par une tension politique croissante et des clivages idéologiques, les partis de gauche ont souvent été perçus comme des champions des classes défavorisées, des minorités et des groupes marginalisés. Cela a conduit à une situation où les partis politiques alévis, bien que représentant directement cette communauté, ont parfois été éclipsés par des partis plus larges et plus établis qui abordaient des questions plus générales de justice sociale et d'égalité. Ainsi, la politique turque de cette période a reflété une diversité croissante et une complexité des identités et des affiliations politiques, illustrant comment les questions de droits des minorités, de justice sociale et d'identité ont joué un rôle central dans le paysage politique émergent de la Turquie.

Les Alévis face à l'Extrémisme et la Violence dans les Années 1970 et 1980

Les années 1970 ont été une période de forte tension sociale et politique en Turquie, marquée par une polarisation croissante et l'émergence de groupes extrémistes. Durant cette période, l'extrême droite en Turquie, représentée en partie par des groupes nationalistes et ultranationalistes, a gagné en visibilité et en influence. Cette montée de l'extrémisme a eu des conséquences tragiques, en particulier pour les communautés minoritaires comme les Alévis. Les Alévis, en raison de leurs croyances et pratiques distinctes de l'islam sunnite majoritaire, ont souvent été ciblés par des groupes ultranationalistes et conservateurs. Ces groupes, alimentés par des idéologies nationalistes et parfois sectaires, ont mené des attaques violentes contre les communautés alévies, y compris des massacres et des pogroms. Les incidents les plus notoires comprennent les massacres de Maraş en 1978 et de Çorum en 1980. Ces événements ont été caractérisés par des violences extrêmes, des meurtres de masse, et d'autres atrocités, y compris des scènes de décapitation et de mutilation. Ces attaques n'étaient pas des incidents isolés, mais faisaient partie d'une tendance plus large de violence et de discrimination à l'encontre des Alévis, qui a exacerbé les divisions et les tensions sociales en Turquie.

La violence des années 1970 et le début des années 1980 a contribué à l'instabilité qui a mené au coup d'État militaire de 1980. Après le coup d'État, l'armée a mis en place un régime qui a réprimé de nombreux groupes politiques, y compris l'extrême droite et l'extrême gauche, dans une tentative de restaurer l'ordre et la stabilité. Cependant, les problèmes sous-jacents de discrimination et de tension entre différentes communautés sont restés, posant des défis continus pour la cohésion sociale et politique de la Turquie. La situation des Alévis en Turquie est donc un exemple poignant des difficultés rencontrées par les minorités religieuses et ethniques dans un contexte de polarisation politique et de montée de l'extrémisme. Elle souligne également la nécessité d'une approche inclusive et respectueuse des droits de toutes les communautés pour maintenir la paix sociale et l'unité nationale.

Les Tragédies de Sivas et de Gazi dans les Années 1990

Les années 1990 en Turquie ont continué à être témoins de tensions et de violences, en particulier à l'encontre de la communauté alévie, qui a été la cible de plusieurs attaques tragiques. En 1993, un événement particulièrement choquant s'est produit à Sivas, une ville du centre de la Turquie. Le 2 juillet 1993, lors du festival culturel Pir Sultan Abdal, un groupe d'intellectuels alévis, artistes et écrivains, ainsi que des spectateurs, ont été attaqués par une foule extrémiste. L'hôtel Madımak, où ils se trouvaient, a été incendié, entraînant la mort de 37 personnes. Cet incident, connu sous le nom de massacre de Sivas ou tragédie de Madımak, a été l'un des événements les plus sombres de l'histoire moderne turque et a souligné la vulnérabilité des Alévis face à l'extrémisme et à l'intolérance religieuse. Deux ans plus tard, en 1995, un autre incident violent a eu lieu dans le quartier de Gazi à Istanbul, une zone à forte population alévie. Des affrontements violents ont éclaté après qu'un inconnu a tiré sur des cafés fréquentés par des Alévis, tuant une personne et en blessant plusieurs autres. Les jours suivants ont été marqués par des émeutes et des affrontements avec la police, qui ont conduit à de nombreuses autres victimes.

Ces incidents ont exacerbé les tensions entre la communauté alévie et l'État turc, et ont mis en évidence la persistance des préjugés et de la discrimination à l'encontre des Alévis. Ils ont également soulevé des questions sur la protection des minorités en Turquie et sur la capacité de l'État à assurer la sécurité et la justice pour tous ses citoyens. Les violences de Sivas et de Gazi ont marqué un tournant dans la prise de conscience de la situation des Alévis en Turquie, menant à des appels plus forts pour la reconnaissance de leurs droits et pour une meilleure compréhension et respect de leur identité culturelle et religieuse unique. Ces événements tragiques restent gravés dans la mémoire collective en Turquie, symbolisant les défis auxquels le pays est confronté en matière de diversité religieuse et de coexistence pacifique.

Les Alévis sous l'Ère AKP : Défis et Conflits Identitaires

Depuis l'arrivée au pouvoir du Parti de la justice et du développement (AKP) en 2002, dirigé par Recep Tayyip Erdoğan, la Turquie a connu des changements notables dans sa politique vis-à-vis de l'islam et des minorités religieuses, y compris la communauté alévie. L'AKP, souvent perçu comme un parti à tendance islamiste ou conservatrice, a été critiqué pour favoriser l'islam sunnite, ce qui a soulevé des inquiétudes parmi les minorités religieuses, en particulier les Alévis. Sous l'AKP, le gouvernement a renforcé le rôle de la Diyanet (Présidence des Affaires Religieuses), qui a été accusée de promouvoir une version sunnite de l'islam. Cette situation a posé des problèmes pour la communauté alévie, qui pratique une forme de l'islam nettement différente du sunnisme dominant. Les Alévis ne se rendent pas dans les mosquées traditionnelles pour leur culte; ils utilisent plutôt des "cemevi" pour leurs cérémonies et rassemblements religieux. Cependant, la Diyanet ne reconnaît pas officiellement les cemevi comme des lieux de culte, ce qui a été source de frustration et de conflit pour les Alévis. La question de l'assimilation est également préoccupante pour les Alévis, car le gouvernement a été perçu comme cherchant à intégrer toutes les communautés religieuses et ethniques dans une identité turque sunnite homogène. Cette politique rappelle les efforts d'assimilation de l'ère kémaliste, bien que les motivations et les contextes soient différents.

Les Alévis sont un groupe ethniquement et linguistiquement diversifié, avec des membres turcophones et kurdophones. Bien que leur identité soit en grande partie définie par leur foi distincte, ils partagent également des aspects culturels et linguistiques avec d'autres Turcs et Kurdes. Cependant, leur pratique religieuse unique et leur histoire de marginalisation les distinguent au sein de la société turque. La situation des Alévis en Turquie depuis 2002 reflète les tensions continues entre l'État et les minorités religieuses. Elle soulève des questions importantes sur la liberté religieuse, les droits des minorités et la capacité de l'État à accommoder la diversité dans un cadre laïc et démocratique. La manière dont la Turquie gère ces enjeux reste un aspect crucial de sa politique intérieure et de son image sur la scène internationale.

L'Iran

Défis et Influences Extérieures au Début du 20ème Siècle

L'histoire de la modernisation en Iran est un cas fascinant qui illustre comment les influences externes et les dynamiques internes peuvent façonner le parcours d'un pays. Au début du 20ème siècle, l'Iran (alors connu sous le nom de Perse) faisait face à de multiples défis qui ont culminé dans un processus de modernisation autoritaire. Dans les années précédant la Première Guerre mondiale, notamment en 1907, l'Iran était au bord de l'implosion. Le pays avait subi des pertes territoriales significatives et luttait contre une faiblesse administrative et militaire. L'armée iranienne, en particulier, n'était pas en mesure de gérer efficacement l'influence de l'État ou de protéger ses frontières contre les incursions étrangères. Ce contexte difficile a été exacerbé par les intérêts concurrents des puissances impérialistes, en particulier la Grande-Bretagne et la Russie. En 1907, la Grande-Bretagne et la Russie, malgré leurs rivalités historiques, ont conclu l'Entente anglo-russe. Dans cet accord, elles se sont partagé des sphères d'influence en Iran, la Russie dominant le nord et la Grande-Bretagne le sud. Cette entente était une reconnaissance tacite de leurs intérêts impérialistes respectifs dans la région et a eu un impact profond sur la politique iranienne.

L'Entente anglo-russe a non seulement limité la souveraineté de l'Iran, mais a également entravé le développement d'un pouvoir central fort. La Grande-Bretagne, en particulier, était réticente à l'idée d'un Iran centralisé et puissant qui pourrait menacer ses intérêts, notamment en ce qui concerne l'accès au pétrole et le contrôle des routes commerciales. Ce cadre international a posé des défis majeurs à l'Iran et a influencé son parcours vers la modernisation. La nécessité de naviguer entre les intérêts impérialistes étrangers et les besoins internes de réforme et de renforcement de l'État a conduit à une série de tentatives de modernisation, certaines plus autoritaires que d'autres, au cours du 20ème siècle. Ces efforts ont culminé avec la période du règne de Reza Shah Pahlavi, qui a entrepris un programme ambitieux de modernisation et de centralisation, souvent par des moyens autoritaires, dans le but de transformer l'Iran en un État-nation moderne.

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Le Coup d'État de 1921 et l'Ascension de Reza Khan

Le coup d'État de 1921 en Iran, mené par Reza Khan (qui deviendra plus tard Reza Shah Pahlavi), a été un tournant décisif dans l'histoire moderne du pays. Reza Khan, un officier militaire, a pris le contrôle du gouvernement dans un contexte de faiblesse politique et d'instabilité, avec l'ambition de centraliser le pouvoir et de moderniser l'Iran. Après le coup d'État, Reza Khan a entrepris une série de réformes visant à renforcer l'État et à consolider son pouvoir. Il a créé un gouvernement centralisé, réorganisé l'administration et modernisé l'armée. Ces réformes étaient essentielles pour établir une structure étatique forte et efficace capable de promouvoir le développement et la modernisation du pays. Un aspect clé de la consolidation du pouvoir de Reza Khan a été la négociation d'accords avec des puissances étrangères, notamment la Grande-Bretagne, qui avait des intérêts économiques et stratégiques importants en Iran. La question du pétrole était particulièrement cruciale, car l'Iran avait un potentiel pétrolier considérable, et le contrôle et l'exploitation de cette ressource étaient au cœur des enjeux géopolitiques.

Reza Khan a réussi à naviguer dans ces eaux complexes, trouvant un équilibre entre la coopération avec les puissances étrangères et la protection de la souveraineté iranienne. Bien qu'il ait dû faire des concessions, notamment en matière d'exploitation pétrolière, son gouvernement a travaillé à garantir que l'Iran bénéficie d'une part plus juste des revenus du pétrole et à limiter l'influence étrangère directe dans les affaires internes du pays. En 1925, Reza Khan a été couronné Reza Shah Pahlavi, devenant ainsi le premier Shah de la dynastie Pahlavi. Sous son règne, l'Iran a connu des transformations radicales, y compris la modernisation de l'économie, la réforme de l'éducation, l'occidentalisation des normes sociales et culturelles, et une politique d'industrialisation. Ces réformes, bien que souvent menées de manière autoritaire, ont marqué l'entrée de l'Iran dans l'ère moderne et ont jeté les bases du développement ultérieur du pays.

L'Ère de Reza Shah Pahlavi : Modernisation et Centralisation

L'avènement de Reza Shah Pahlavi en Iran en 1925 a marqué un changement radical dans le paysage politique et social du pays. Après la chute de la dynastie Kadjar, Reza Shah, s'inspirant des réformes de Mustafa Kemal Atatürk en Turquie, a initié une série de transformations profondes visant à moderniser l'Iran et à le forger en un État-nation puissant et centralisé. Son règne a été caractérisé par une modernisation autoritaire, où le pouvoir était fortement concentré et les réformes imposées de manière top-down. La centralisation du pouvoir a été une étape cruciale, avec Reza Shah cherchant à éliminer les pouvoirs intermédiaires traditionnels tels que les chefs tribaux et les notables locaux. Cette consolidation de l'autorité visait à renforcer le gouvernement central et à assurer un contrôle plus strict sur l'ensemble du pays. Dans le cadre de ses efforts de modernisation, il a également introduit le système métrique, modernisé les réseaux de transport avec la construction de nouvelles routes et chemins de fer, et mis en œuvre des réformes culturelles et vestimentaires pour aligner l'Iran sur les standards occidentaux.

Reza Shah a également promu un nationalisme fort, glorifiant le passé impérial perse et la langue persane. Cette exaltation du passé iranien avait pour but de créer un sentiment d'unité nationale et d'identité commune parmi la population diversifiée de l'Iran. Cependant, ces réformes ont eu un coût élevé en termes de libertés individuelles. Le régime de Reza Shah était marqué par la censure, la répression des libertés d'expression et de la dissidence politique, et un contrôle strict des appareils politiques. Dans le domaine législatif, des codes civils et pénaux modernes ont été introduits, et des réformes vestimentaires ont été imposées pour moderniser l'apparence de la population. Ces réformes, bien que contribuant à la modernisation de l'Iran, ont été mises en œuvre de manière autoritaire, sans participation démocratique significative, ce qui a semé les graines de tensions futures. La période de Reza Shah a donc été une ère de contradictions en Iran. D'un côté, elle a représenté un bond en avant significatif dans la modernisation et la centralisation du pays. De l'autre, elle a posé des fondations pour des conflits futurs en raison de son approche autoritaire et de l'absence de canaux pour l'expression politique libre. Cette période a donc été déterminante dans l'histoire moderne de l'Iran, façonnant sa trajectoire politique, sociale et économique pour les décennies à venir.

Changement de Nom : De la Perse à l'Iran

Le changement de nom de la Perse en Iran en décembre 1934 est un exemple fascinant de la façon dont la politique internationale et les influences idéologiques peuvent façonner l'identité nationale d'un pays. Sous le règne de Reza Shah Pahlavi, la Perse, qui était le nom historique et occidental du pays, est officiellement devenue l'Iran, un terme qui avait été utilisé au sein du pays depuis longtemps et qui signifie "terre des Aryens". Ce changement de nom était en partie un effort pour renforcer les liens avec l'Occident et pour souligner l'héritage aryen de la nation, dans le contexte de l'émergence des idéologies nationalistes et raciales en Europe. À cette époque, la propagande nazie avait un certain écho dans plusieurs pays du Moyen-Orient, y compris en Iran. Reza Shah, cherchant à contrebalancer l'influence britannique et soviétique en Iran, a vu dans l'Allemagne nazie un potentiel allié stratégique. Cependant, sa politique de rapprochement avec l'Allemagne a suscité l'inquiétude des Alliés, notamment de la Grande-Bretagne et de l'Union Soviétique, qui craignaient une collaboration iranienne avec l'Allemagne nazie pendant la Seconde Guerre mondiale.

En raison de ces inquiétudes, et du rôle stratégique de l'Iran en tant que voie de transit pour le ravitaillement des forces soviétiques, le pays est devenu un point focal dans la guerre. En 1941, les forces britanniques et soviétiques ont envahi l'Iran, forçant Reza Shah à abdiquer en faveur de son fils, Mohammed Reza Pahlavi. Mohammed Reza, encore jeune et inexpérimenté, a accédé au trône dans un contexte de tensions internationales et de présence militaire étrangère. L'invasion et l'occupation de l'Iran par les forces alliées ont eu un impact profond sur le pays, accélérant la fin de la politique de neutralité de Reza Shah et ouvrant une nouvelle ère dans l'histoire iranienne. Sous Mohammed Reza Shah, l'Iran deviendrait un allié clé de l'Occident pendant la Guerre froide, bien que cela soit accompagné de défis internes et de tensions politiques qui culmineraient finalement avec la Révolution iranienne de 1979.

La Nationalisation du Pétrole et la Chute de Mossadegh

L'épisode de la nationalisation du pétrole en Iran et la chute de Mohammad Mossadegh en 1953 constituent un chapitre crucial dans l'histoire du Moyen-Orient et sont révélateurs des dynamiques de pouvoir et des intérêts géopolitiques pendant la Guerre froide. En 1951, Mohammad Mossadegh, un politicien nationaliste élu Premier Ministre, a pris une mesure audacieuse en nationalisant l'industrie pétrolière iranienne, qui était alors contrôlée par la compagnie britannique Anglo-Iranian Oil Company (AIOC, aujourd'hui BP). Mossadegh considérait que la maîtrise des ressources naturelles du pays, en particulier le pétrole, était essentielle pour l'indépendance économique et politique de l'Iran. Cette décision de nationalisation a été extrêmement populaire en Iran, mais elle a provoqué une crise internationale. Le Royaume-Uni, perdant son accès privilégié aux ressources pétrolières iraniennes, a cherché à contrecarrer cette initiative par des moyens diplomatiques et économiques, y compris en imposant un embargo pétrolier. Face à l'impasse avec l'Iran et incapable de résoudre la situation par des moyens conventionnels, le gouvernement britannique a sollicité l'aide des États-Unis. Initialement réticents, les États-Unis ont finalement été persuadés, en partie en raison de la montée des tensions de la Guerre froide et des craintes d'une influence communiste en Iran.

En 1953, la CIA, avec le soutien du MI6 britannique, a lancé l'opération Ajax, un coup d'État qui a abouti à la destitution de Mossadegh et au renforcement du pouvoir du Shah, Mohammad Reza Pahlavi. Ce coup d'État a marqué un tournant décisif dans l'histoire iranienne, renforçant la monarchie et augmentant l'influence occidentale, en particulier celle des États-Unis, en Iran. Cependant, l'intervention étrangère et la suppression des aspirations nationalistes et démocratiques ont également engendré un profond ressentiment en Iran, qui contribuerait à alimenter les tensions politiques internes et, finalement, à la Révolution iranienne de 1979. L'opération Ajax est souvent citée comme un exemple classique de l'interventionnisme de la Guerre froide et de ses conséquences à long terme, non seulement pour l'Iran, mais aussi pour la région du Moyen-Orient dans son ensemble.

L'événement de 1953 en Iran, marqué par la destitution du Premier ministre Mohammad Mossadegh, est une période charnière qui a eu un impact profond sur l'évolution politique du pays. Mossadegh, bien qu'élu démocratiquement et extrêmement populaire pour ses politiques nationalistes, notamment la nationalisation de l'industrie pétrolière iranienne, a été renversé à la suite d'un coup d'État orchestré par la CIA américaine et le MI6 britannique, connu sous le nom d'opération Ajax.

La "Révolution Blanche" du Shah Mohammad Reza Pahlavi

Après le départ de Mossadegh, le Shah Mohammad Reza Pahlavi a consolidé son pouvoir et est devenu de plus en plus autoritaire. Le Shah, soutenu par les États-Unis et d'autres puissances occidentales, a lancé un programme ambitieux de modernisation et de développement en Iran. Ce programme, connu sous le nom de "Révolution Blanche", lancé en 1963, visait à transformer rapidement l'Iran en une nation moderne et industrialisée. Les réformes du Shah comprenaient la redistribution des terres, une campagne d'alphabétisation massive, la modernisation de l'économie, l'industrialisation, et l'octroi de droits de vote aux femmes. Ces réformes étaient censées renforcer l'économie iranienne, réduire la dépendance à l'égard du pétrole, et améliorer les conditions de vie des citoyens iraniens. Cependant, le règne du Shah était également caractérisé par un contrôle politique strict et une répression de la dissidence. La police secrète du Shah, la SAVAK, créée avec l'aide des États-Unis et d'Israël, était notoire pour sa brutalité et ses tactiques répressives. Le manque de libertés politiques, la corruption, et les inégalités sociales croissantes ont suscité un mécontentement généralisé parmi la population iranienne. Bien que le Shah ait réussi à réaliser certains progrès en matière de modernisation et de développement, l'absence de réformes politiques démocratiques et la répression des voix d'opposition ont finalement contribué à l'aliénation de larges segments de la société iranienne. Cette situation a préparé le terrain pour la Révolution iranienne de 1979, qui a renversé la monarchie et a établi la République islamique d'Iran.

Renforcement des Liens avec l'Occident et Impact Social

Depuis 1955, l'Iran, sous la direction du Shah Mohammad Reza Pahlavi, a cherché à renforcer ses liens avec l'Occident, en particulier avec les États-Unis, dans le contexte de la Guerre froide. L'adhésion de l'Iran au Pacte de Bagdad en 1955 était un élément clé de cette orientation stratégique. Ce pacte, qui incluait également l'Irak, la Turquie, le Pakistan et le Royaume-Uni, était une alliance militaire visant à contenir l'expansion du communisme soviétique au Moyen-Orient. Dans le cadre de son rapprochement avec l'Occident, le Shah a lancé la "Révolution Blanche", un ensemble de réformes visant à moderniser l'Iran. Ces réformes, largement influencées par le modèle américain, comprenaient des changements dans les modes de production et de consommation, une réforme agraire, une campagne d'alphabétisation et des initiatives visant à promouvoir l'industrialisation et le développement économique. L'implication étroite des États-Unis dans le processus de modernisation de l'Iran a également été symbolisée par la présence d'experts et de conseillers américains sur le sol iranien. Ces experts bénéficiaient souvent de privilèges et d'immunités, ce qui a suscité des tensions au sein de divers secteurs de la société iranienne, notamment parmi les milieux religieux et les nationalistes.

Les réformes du Shah, bien qu'ayant entraîné une modernisation économique et sociale, ont également été perçues par beaucoup comme une forme d'américanisation et d'érosion des valeurs et traditions iraniennes. Cette perception a été exacerbée par la nature autoritaire du régime du Shah et par l'absence de libertés politiques et de participation populaire. La présence et l'influence américaines en Iran, ainsi que les réformes de la "Révolution Blanche", ont alimenté un ressentiment croissant, en particulier dans les milieux religieux. Les chefs religieux, avec à leur tête l'Ayatollah Khomeini, ont commencé à articuler une opposition de plus en plus forte au Shah, le critiquant pour sa dépendance vis-à-vis des États-Unis et pour son éloignement des valeurs islamiques. Cette opposition a finalement joué un rôle clé dans la mobilisation qui a conduit à la Révolution iranienne de 1979.

Les réformes de la "Révolution Blanche" en Iran, initiées par le Shah Mohammad Reza Pahlavi dans les années 1960, comprenaient une réforme agraire importante qui a eu des répercussions profondes sur la structure sociale et économique du pays. Cette réforme visait à moderniser l'agriculture iranienne et à réduire la dépendance du pays à l'égard des exportations de pétrole, tout en améliorant les conditions de vie des paysans. La réforme agraire a rompu avec les pratiques traditionnelles, en particulier celles qui étaient liées à l'islam, comme les offrandes des imams. Elle a plutôt favorisé une approche axée sur l'économie de marché, avec pour objectif d'augmenter la productivité et de stimuler le développement économique. Les terres ont été redistribuées, réduisant le pouvoir des grands propriétaires terriens et des élites religieuses qui contrôlaient de vastes étendues de terres agricoles. Cependant, cette réforme, ainsi que d'autres initiatives de modernisation, ont été réalisées de manière autoritaire et top-down, sans consultation ni participation significative de la population. La répression de l'opposition, y compris des groupes de gauche et communistes, a également été une caractéristique du régime du Shah. La SAVAK, la police secrète du Shah, était tristement célèbre pour ses méthodes brutales et sa surveillance étendue.

L'approche autoritaire du Shah, combinée à l'impact économique et social des réformes, a créé des mécontentements croissants au sein de divers segments de la société iranienne. Les religieux chiites, les nationalistes, les communistes, les intellectuels et d'autres groupes ont trouvé un terrain d'entente dans leur opposition au régime. Au fil du temps, cette opposition disparate s'est consolidée en un mouvement de plus en plus coordonné. La Révolution iranienne de 1979 peut être vue comme le résultat de cette convergence des oppositions. La répression du Shah, l'influence étrangère perçue, les réformes économiques perturbatrices et la marginalisation des valeurs traditionnelles et religieuses ont créé un terreau fertile pour une révolte populaire. Cette révolution a finalement renversé la monarchie et a établi la République islamique d'Iran, marquant un tournant radical dans l'histoire du pays.

La célébration du 2 500e anniversaire de l'Empire perse en 1971, organisée par le Shah Mohammad Reza Pahlavi, a été un événement monumental conçu pour souligner la grandeur et la continuité historique de l'Iran. Cette célébration fastueuse, qui a eu lieu à Persépolis, l'ancienne capitale de l'Empire achéménide, était destinée à établir un lien entre le régime du Shah et la glorieuse histoire impériale de la Perse. Dans le cadre de son effort pour renforcer l'identité nationale iranienne et pour mettre en avant les racines historiques de l'Iran, Mohammad Reza Shah a effectué un changement significatif dans le calendrier iranien. Ce changement a vu le calendrier islamique, qui était basé sur l'Hégire (la migration du prophète Mahomet de La Mecque à Médine), être remplacé par un calendrier impérial qui débutait avec la fondation de l'Empire achéménide par Cyrus le Grand en 559 avant J-C.

Cependant, ce changement de calendrier a été controversé et a été perçu par beaucoup comme une tentative du Shah de minimiser l'importance de l'islam dans l'histoire et la culture iraniennes au profit d'une glorification du passé impérial préislamique. Cette démarche s'inscrivait dans le cadre des politiques de modernisation et de sécularisation du Shah, mais elle a également alimenté le mécontentement parmi les groupes religieux et les personnes attachées aux traditions islamiques. Quelques années plus tard, à la suite de la Révolution iranienne de 1979, l'Iran est revenu à l'usage du calendrier islamique. La révolution, menée par l'Ayatollah Khomeini, a renversé la monarchie Pahlavi et a établi la République islamique d'Iran, marquant un rejet profond des politiques et du style de gouvernance du Shah, y compris ses tentatives de promouvoir un nationalisme basé sur l'histoire préislamique de l'Iran. La question du calendrier et la célébration du 2 500e anniversaire de l'Empire perse sont des exemples de la façon dont l'histoire et la culture peuvent être mobilisées dans la politique, et comment de telles actions peuvent avoir des répercussions importantes sur la dynamique sociale et politique d'un pays.

La Révolution Iranienne de 1979 et ses Impacts

La Révolution iranienne de 1979 est un événement marquant dans l'histoire contemporaine, non seulement pour l'Iran mais aussi pour la géopolitique mondiale. Cette révolution a vu l'effondrement de la monarchie sous le Shah Mohammad Reza Pahlavi et l'établissement d'une République islamique sous la direction de l'Ayatollah Rouhollah Khomeini. Dans les années précédant la révolution, l'Iran a été secoué par des manifestations massives et des troubles populaires. Ces manifestations étaient motivées par une multitude de griefs contre le Shah, y compris sa politique autoritaire, la perception de corruption et de dépendance vis-à-vis de l'Occident, la répression politique, et les inégalités sociales et économiques exacerbées par les politiques de modernisation rapide. De plus, la maladie du Shah et son incapacité à répondre efficacement aux demandes croissantes de réformes politiques et sociales ont contribué à un sentiment général de mécontentement et de désillusion.

En janvier 1979, face à l'intensification des troubles, le Shah a quitté l'Iran pour s'exiler. Peu de temps après, l'Ayatollah Khomeini, le chef spirituel et politique de la révolution, est revenu en Iran après 15 ans d'exil. Khomeini était une figure charismatique et respectée, dont l'opposition à la monarchie Pahlavi et l'appel à un État islamique avaient gagné un large soutien parmi divers segments de la société iranienne. Lorsque Khomeini est arrivé en Iran, il a été accueilli par des millions de partisans. Peu après, les forces armées iraniennes ont déclaré leur neutralité, un signe clair que le régime du Shah était irrémédiablement affaibli. Khomeini a rapidement pris les rênes du pouvoir, déclarant la fin de la monarchie et établissant un gouvernement provisoire.

La Révolution iranienne a abouti à la création de la République islamique d'Iran, un État théocratique basé sur les principes de l'islam chiite et dirigé par les clercs religieux. Khomeini est devenu le Guide suprême de l'Iran, un poste qui lui conférait un pouvoir considérable sur les aspects politiques et religieux de l'État. La révolution a non seulement transformé l'Iran, mais a également eu un impact significatif sur la politique régionale et internationale, notamment en intensifiant les tensions entre l'Iran et les États-Unis, et en influençant les mouvements islamistes dans d'autres parties du monde musulman.

La Révolution iranienne de 1979 a attiré l'attention mondiale et a été soutenue par divers groupes, y compris par certains intellectuels occidentaux qui y voyaient un mouvement de libération ou un renouveau spirituel et politique. Parmi eux, le philosophe français Michel Foucault a été particulièrement remarqué pour ses écrits et ses commentaires sur la révolution. Foucault, connu pour ses analyses critiques des structures de pouvoir et de la gouvernance, s'est intéressé à la Révolution iranienne en tant qu'événement significatif qui remettait en question les normes politiques et sociales contemporaines. Il a été fasciné par l'aspect populaire et spirituel de la révolution, voyant en elle une forme de résistance politique qui dépassait les catégories occidentales traditionnelles de gauche et de droite. Cependant, sa position a été source de controverses et de débats, en particulier en raison de la nature de la République islamique qui a émergé après la révolution.

La Révolution iranienne a conduit à l'établissement d'une théocratie chiite, où les principes de la gouvernance islamique, basés sur la loi chiite (la Charia), ont été intégrés dans les structures politiques et juridiques de l'État. Sous la direction de l'Ayatollah Khomeini, le nouveau régime a mis en place une structure politique unique connue sous le nom de "Velayat-e Faqih" (la tutelle du juriste islamique), dans laquelle une autorité religieuse suprême, le Guide suprême, détient un pouvoir considérable. La transition de l'Iran vers une théocratie a entraîné des changements profonds dans tous les aspects de la société iranienne. Bien que la révolution ait initialement bénéficié du soutien de divers groupes, y compris des nationalistes, des gauchistes et des libéraux, en plus des religieux, les années qui ont suivi ont vu une consolidation du pouvoir entre les mains des clercs chiites et une répression croissante des autres groupes politiques. La nature de la République islamique, avec son mélange de théocratie et de démocratie, a continué à être un sujet de débat et d'analyse, tant au sein de l'Iran qu'à l'échelle internationale. La révolution a profondément transformé l'Iran et a eu un impact durable sur la politique régionale et mondiale, en redéfinissant les relations entre la religion, la politique et le pouvoir.

La Guerre Iran-Irak et ses Effets sur la République Islamique

L'invasion de l'Iran par l'Irak en 1980, sous le régime de Saddam Hussein, a joué un rôle paradoxal dans la consolidation de la République islamique d'Iran. Ce conflit, connu sous le nom de guerre Iran-Irak, a duré de septembre 1980 à août 1988 et a été l'un des conflits les plus longs et les plus sanglants du 20ème siècle. Au moment de l'attaque de l'Irak, la République islamique d'Iran était encore dans ses premières années d'existence, après la révolution de 1979 qui avait renversé la monarchie Pahlavi. Le régime iranien, dirigé par l'Ayatollah Khomeini, était en train de consolider son pouvoir, mais faisait face à des tensions internes et à des défis significatifs. L'invasion irakienne a eu un effet unificateur en Iran, renforçant le sentiment national et le soutien au régime islamique. Confronté à une menace extérieure, le peuple iranien, y compris de nombreux groupes qui étaient auparavant en désaccord avec le gouvernement, s'est rallié autour de la défense nationale. La guerre a également permis au régime de Khomeini de renforcer son emprise sur le pays, en mobilisant la population sous la bannière de la défense de la République islamique et de l'islam chiite. La guerre Iran-Irak a également renforcé l'importance du pouvoir religieux en Iran. Le régime a utilisé la rhétorique religieuse pour mobiliser la population et légitimer ses actions, s'appuyant sur le concept de "défense de l'islam" pour unir les Iraniens de différentes tendances politiques et sociales.

La République islamique d'Iran n'a pas été proclamée de manière formelle, mais a émergé de la révolution islamique de 1979. La nouvelle constitution de l'Iran, adoptée après la révolution, a établi une structure politique théocratique unique, où les principes et les valeurs islamiques chiites sont au cœur du système de gouvernement. La laïcité n'est pas une caractéristique de la constitution iranienne, qui fusionne plutôt la gouvernance religieuse et politique sous la doctrine du "Velayat-e Faqih" (la tutelle du juriste islamique).

L'Égypte

L'Égypte Antique et ses Successions

L'Égypte, avec son histoire riche et complexe, est un berceau de civilisations anciennes et a connu une succession de dominations au fil des siècles. La région qui constitue aujourd'hui l'Égypte a été le centre de l'une des premières et des plus grandes civilisations de l'histoire, avec des racines remontant à l'ancienne Égypte pharaonique. Au fil du temps, l'Égypte a été sous l'influence de divers empires et puissances. Après l'époque pharaonique, elle a été successivement sous domination perse, grecque (après la conquête d'Alexandre le Grand), et romaine. Chacune de ces périodes a laissé une empreinte durable sur l'histoire et la culture de l'Égypte. La conquête arabe de l'Égypte, qui a débuté en 639, a marqué un tournant dans l'histoire du pays. L'invasion arabe a conduit à l'islamisation et à l'arabisation de l'Égypte, transformant profondément la société et la culture égyptiennes. L'Égypte est devenue une partie intégrante du monde islamique, un statut qu'elle conserve jusqu'à aujourd'hui.

En 1517, l'Égypte est tombée sous le contrôle de l'Empire ottoman après la prise du Caire. Sous la domination ottomane, l'Égypte a conservé une certaine autonomie locale, mais elle était également liée aux fortunes politiques et économiques de l'Empire ottoman. Cette période a duré jusqu'au début du 19ème siècle, lorsque l'Égypte a commencé à s'orienter vers une modernisation et une indépendance accrues sous des leaders comme Muhammad Ali Pacha, souvent considéré comme le fondateur de l'Égypte moderne. L'histoire de l'Égypte est donc celle d'un carrefour de civilisations, de cultures et d'influences, ce qui a façonné le pays en une nation unique avec une identité riche et diversifiée. Chaque période de son histoire a contribué à la construction de l'Égypte contemporaine, un État qui joue un rôle clé dans le monde arabe et dans la politique internationale.

Au 18ème siècle, l'Égypte est devenue un territoire d'intérêt stratégique pour les puissances européennes, en particulier la Grande-Bretagne, en raison de son emplacement géographique crucial et de son contrôle sur la route vers l'Inde. L'intérêt britannique pour l'Égypte s'est accru avec l'importance croissante du commerce maritime et la nécessité de routes commerciales sécurisées.

Mehmet Ali et les Réformes Modernisatrices

La Nahda, ou la Renaissance arabe, a été un mouvement culturel, intellectuel et politique majeur qui a pris racine en Égypte au 19ème siècle, notamment sous le règne de Mehmet Ali, souvent considéré comme le fondateur de l'Égypte moderne. Mehmet Ali, d'origine albanaise, a été nommé gouverneur de l'Égypte par les Ottomans en 1805 et a rapidement entrepris de moderniser le pays. Ses réformes comprenaient la modernisation de l'armée, l'introduction de nouvelles méthodes agricoles, l'expansion de l'industrie, et l'établissement d'un système éducatif moderne. La Nahda en Égypte a coïncidé avec un mouvement culturel et intellectuel plus large dans le monde arabe, caractérisé par un renouveau littéraire, scientifique et intellectuel. En Égypte, ce mouvement a été stimulé par les réformes de Mehmet Ali et par l'ouverture du pays aux influences européennes.

Ibrahim Pacha, le fils de Mehmet Ali, a également joué un rôle important dans l'histoire égyptienne. Sous son commandement, les forces égyptiennes ont réalisé plusieurs campagnes militaires réussies, étendant l'influence égyptienne bien au-delà de ses frontières traditionnelles. Dans les années 1830, les troupes égyptiennes ont même contesté l'Empire ottoman, ce qui a conduit à une crise internationale impliquant les grandes puissances européennes. L'expansionnisme de Mehmet Ali et d'Ibrahim Pacha a été un défi direct à l'autorité ottomane et a marqué l'Égypte comme un acteur politique et militaire significatif dans la région. Cependant, l'intervention des puissances européennes, en particulier la Grande-Bretagne et la France, a finalement limité les ambitions égyptiennes, préfigurant le rôle accru que ces puissances joueraient dans la région au 19ème et au début du 20ème siècle.

L'ouverture du canal de Suez en 1869 a marqué un moment décisif dans l'histoire de l'Égypte, augmentant de manière significative son importance stratégique sur la scène internationale. Ce canal, reliant la mer Méditerranée à la mer Rouge, a révolutionné le commerce maritime en réduisant considérablement la distance entre l'Europe et l'Asie. L'Égypte s'est ainsi retrouvée au centre des routes commerciales mondiales, attirant l'attention des grandes puissances impérialistes, en particulier la Grande-Bretagne. Cependant, en parallèle à cette avancée, l'Égypte a fait face à des défis économiques considérables. Les coûts de construction du canal de Suez et d'autres projets de modernisation ont conduit le gouvernement égyptien à contracter de lourdes dettes auprès de pays européens, principalement la France et la Grande-Bretagne. L'incapacité de l'Égypte à rembourser ces emprunts a eu des conséquences politiques et économiques majeures.

Le Protectorat Britannique et les Luttes pour l'Indépendance

Dès 1876, en raison de la crise de la dette, une commission de contrôle franco-britannique a été mise en place pour superviser les finances de l'Égypte. Cette commission a pris une part importante dans l'administration du pays, réduisant de fait l'autonomie et la souveraineté de l'Égypte. Cette ingérence étrangère a provoqué un mécontentement croissant parmi la population égyptienne, en particulier dans les classes populaires, qui souffraient des effets économiques des réformes et du remboursement de la dette. La situation s'est encore aggravée dans les années 1880. En 1882, après plusieurs années de tension croissante et de désordre intérieur, notamment la révolte nationaliste d'Ahmed Urabi, la Grande-Bretagne a effectué une intervention militaire et a établi un protectorat de facto sur l'Égypte. Bien que l'Égypte soit officiellement restée une partie de l'Empire ottoman jusqu'à la fin de la Première Guerre mondiale, elle était en réalité sous contrôle britannique. La présence britannique en Égypte a été justifiée par la nécessité de protéger les intérêts britanniques, notamment le canal de Suez, crucial pour la route maritime vers l'Inde, la "jewel in the crown" de l'Empire britannique. Cette période de domination britannique a eu un impact profond sur l'Égypte, façonnant son développement politique, économique et social, et semant les graines du nationalisme égyptien qui mènerait finalement à la révolution de 1952 et à l'indépendance formelle du pays.

La Première Guerre mondiale a accentué l'importance stratégique du canal de Suez pour les puissances belligérantes, en particulier pour la Grande-Bretagne. Le canal était vital pour les intérêts britanniques, car il constituait la route maritime la plus rapide vers ses colonies en Asie, notamment l'Inde, qui était alors un élément crucial de l'Empire britannique. Avec le déclenchement de la Première Guerre mondiale en 1914, la nécessité de sécuriser le canal de Suez contre d'éventuelles attaques ou interférences de la part des Puissances centrales (notamment l'Empire ottoman, allié à l'Allemagne) est devenue une priorité pour la Grande-Bretagne. En réponse à ces préoccupations stratégiques, les Britanniques ont décidé de renforcer leur emprise sur l'Égypte. En 1914, la Grande-Bretagne a officiellement proclamé un protectorat sur l'Égypte, remplaçant ainsi nominalement la suzeraineté de l'Empire ottoman par un contrôle britannique direct. Cette proclamation a marqué la fin de la domination nominale ottomane sur l'Égypte, qui avait existé depuis 1517, et a établi une administration coloniale britannique dans le pays.

Le protectorat britannique a impliqué une ingérence directe dans les affaires intérieures de l'Égypte et a renforcé le contrôle militaire et politique britannique sur le pays. Bien que les Britanniques aient justifié cette mesure comme nécessaire pour la défense de l'Égypte et du canal de Suez, elle a été largement perçue par les Égyptiens comme une violation de leur souveraineté et a alimenté le sentiment nationaliste en Égypte. La période de la Première Guerre mondiale a été marquée par des difficultés économiques et sociales en Égypte, exacerbées par les exigences de l'effort de guerre britannique et par les restrictions imposées par l'administration coloniale. Ces conditions ont contribué à l'émergence d'un mouvement nationaliste égyptien plus fort, qui a finalement mené à des révoltes et à la lutte pour l'indépendance dans les années suivant la guerre.

Le Mouvement Nationaliste et la Quête de l'Indépendance

L'après-Première Guerre mondiale en Égypte a été une période de tensions croissantes et de revendications nationalistes. Les Égyptiens, qui avaient subi les rigueurs de la guerre, notamment les corvées et les famines dues à la réquisition des ressources par les Britanniques, ont commencé à exiger leur indépendance et une reconnaissance de leurs efforts de guerre.

La fin de la Première Guerre mondiale avait créé un climat mondial où les idées d'autodétermination et de fin des empires coloniaux gagnaient du terrain, en partie grâce aux Quatorze Points du président américain Woodrow Wilson, qui appelaient à de nouveaux principes de gouvernance internationale et au droit des peuples à l'autodétermination. En Égypte, ce climat a conduit à la formation d'un mouvement nationaliste, incarné par le Wafd (qui signifie "délégation" en arabe). Le Wafd était dirigé par Saad Zaghloul, qui est devenu le porte-parole des aspirations nationalistes égyptiennes. En 1919, Zaghloul et d'autres membres du Wafd ont cherché à se rendre à la Conférence de paix de Paris pour présenter le cas de l'indépendance égyptienne. Cependant, la tentative de la délégation égyptienne de se rendre à Paris a été entravée par les autorités britanniques. Zaghloul et ses compagnons ont été arrêtés et exilés à Malte par les Britanniques, ce qui a déclenché des manifestations et des émeutes massives en Égypte, connues sous le nom de Révolution de 1919. Cette révolution a été un soulèvement populaire majeur, avec une participation massive des Égyptiens de tous les milieux, et elle a marqué un tournant décisif dans la lutte pour l'indépendance égyptienne.

L'exil forcé de Zaghloul et la réponse répressive des Britanniques ont galvanisé le mouvement nationaliste en Égypte et ont accru la pression sur la Grande-Bretagne pour qu'elle reconnaisse l'indépendance égyptienne. En fin de compte, la crise a conduit à la reconnaissance partielle de l'indépendance de l'Égypte en 1922 et à la fin formelle du protectorat britannique en 1936, bien que l'influence britannique en Égypte soit restée significative jusqu'à la révolution de 1952. Le Wafd est devenu un acteur politique majeur en Égypte, jouant un rôle crucial dans la vie politique égyptienne dans les décennies suivantes, et Saad Zaghloul est resté une figure emblématique du nationalisme égyptien.

Le mouvement révolutionnaire nationaliste en Égypte, renforcé par la Révolution de 1919 et le leadership du Wafd sous Saad Zaghloul, a exercé une pression croissante sur la Grande-Bretagne pour qu'elle reconsidère sa position en Égypte. En réponse à cette pression et aux réalités politiques changeantes après la Première Guerre mondiale, la Grande-Bretagne a proclamé en 1922 la fin de son protectorat sur l'Égypte. Cependant, cette "indépendance" était fortement conditionnée et limitée. En effet, bien que la déclaration d'indépendance ait marqué un pas vers la souveraineté égyptienne, elle comportait plusieurs réserves importantes qui maintenaient l'influence britannique en Égypte. Parmi ces réserves figuraient le maintien de la présence militaire britannique autour du canal de Suez, crucial pour les intérêts stratégiques et commerciaux britanniques, et le contrôle du Soudan, source vitale du Nil et enjeu géopolitique majeur.

Dans ce contexte, le sultan Fouad, qui était sultan d'Égypte depuis 1917, a profité de la fin du protectorat pour se proclamer roi Fouad Ier en 1922, établissant ainsi la monarchie égyptienne indépendante. Cependant, sa règne a été caractérisé par des liens étroits avec la Grande-Bretagne. Fouad Ier, tout en acceptant formellement l'indépendance, a souvent agi en collaboration étroite avec les autorités britanniques, ce qui a suscité des critiques parmi les nationalistes égyptiens qui le percevaient comme un monarque soumis aux intérêts britanniques. La période suivant la déclaration d'indépendance en 1922 a donc été une période de transition et de tension en Égypte, avec des luttes politiques internes sur la direction du pays et le degré réel d'indépendance par rapport à la Grande-Bretagne. Cette situation a posé les bases des conflits politiques futurs en Égypte, y compris la révolution de 1952 qui a renversé la monarchie et a établi la République arabe d'Égypte.

La fondation des Frères Musulmans en Égypte en 1928 par Hassan al-Banna est un événement majeur dans l'histoire sociale et politique du pays. Ce mouvement a été créé dans un contexte d'insatisfaction croissante face à la modernisation rapide et à l'influence occidentale en Égypte, ainsi que face à la perception d'une dégradation des valeurs et des traditions islamiques. Les Frères Musulmans se sont positionnés comme un mouvement islamiste cherchant à promouvoir un retour aux principes islamiques dans tous les aspects de la vie. Ils prônaient une société régie par les lois et les principes islamiques, en opposition à ce qu'ils percevaient comme une occidentalisation excessive et une perte d'identité culturelle islamique. Le mouvement a rapidement gagné en popularité, devenant une force sociale et politique influente en Égypte. Parallèlement à l'émergence de mouvements comme les Frères Musulmans, l'Égypte a connu une période d'instabilité politique dans les années 1920 et 1930. Cette instabilité, combinée à la montée des puissances fascistes en Europe, a créé un contexte international préoccupant pour la Grande-Bretagne.

Dans ce contexte, la Grande-Bretagne a cherché à consolider son influence en Égypte tout en reconnaissant la nécessité de faire des concessions en matière d'indépendance égyptienne. En 1936, la Grande-Bretagne et l'Égypte ont signé le Traité anglo-égyptien, qui a renforcé formellement l'indépendance de l'Égypte tout en permettant la présence militaire britannique dans le pays, en particulier autour du canal de Suez. Ce traité a également reconnu le rôle de l'Égypte dans la défense du Soudan, alors sous domination anglo-égyptienne. Le Traité de 1936 a été un pas vers une indépendance accrue pour l'Égypte, mais il a également maintenu des aspects clés de l'influence britannique. La signature de ce traité a été une tentative de la part de la Grande-Bretagne de stabiliser la situation en Égypte et de s'assurer que le pays ne tomberait pas sous l'influence des puissances de l'Axe pendant la Seconde Guerre mondiale. Il a également reflété la reconnaissance par la Grande-Bretagne de la nécessité de s'adapter aux réalités politiques changeantes en Égypte et dans la région.

L'Ère de Nasser et la Révolution de 1952

Le 23 juillet 1952, un coup d'État mené par un groupe d'officiers militaires égyptiens, connus sous le nom d'Officiers Libres, a marqué un tournant majeur dans l'histoire de l'Égypte. Cette révolution a renversé la monarchie du roi Farouk et a conduit à l'établissement d'une république. Parmi les leaders des Officiers Libres, Gamal Abdel Nasser est rapidement devenu la figure dominante et le visage du nouveau régime. Nasser, devenu président en 1954, a adopté une politique fortement nationaliste et tiers-mondiste, influencée par des idées de panarabisme et de socialisme. Son panarabisme visait à unir les pays arabes autour de valeurs communes et d'intérêts politiques, économiques et culturels. Cette idéologie était en partie une réponse aux influences et interventions occidentales dans la région. La nationalisation du canal de Suez en 1956 a été l'une des décisions les plus audacieuses et emblématiques de Nasser. Cette action a été motivée par le désir de contrôler une ressource vitale pour l'économie égyptienne et de s'affranchir de l'influence occidentale, mais elle a également déclenché la crise du canal de Suez, une confrontation militaire majeure avec la France, le Royaume-Uni et Israël.

Le socialisme de Nasser était développementaliste, visant à moderniser et à industrialiser l'économie égyptienne tout en promouvant la justice sociale. Sous sa direction, l'Égypte a lancé d'importants projets d'infrastructure, dont le plus notable est le barrage d'Assouan. Pour réaliser ce projet d'envergure, Nasser s'est tourné vers l'Union soviétique pour obtenir un soutien financier et technique, marquant ainsi un rapprochement entre l'Égypte et les Soviétiques durant la Guerre froide. Nasser a également cherché à développer une bourgeoisie égyptienne tout en mettant en œuvre des politiques socialistes, telles que la réforme agraire et la nationalisation de certaines industries. Ces politiques visaient à réduire les inégalités et à établir une économie plus équitable et indépendante. Le leadership de Nasser a eu un impact significatif non seulement sur l'Égypte mais aussi sur l'ensemble du monde arabe et du tiers-monde. Il est devenu une figure emblématique du nationalisme arabe et du mouvement des non-alignés, cherchant à établir une voie indépendante pour l'Égypte en dehors des blocs de puissance de la Guerre froide.

De Sadate à l'Égypte Contemporaine

La guerre des Six Jours en 1967, perdue par l'Égypte ainsi que par la Jordanie et la Syrie contre Israël, a été un moment dévastateur pour le panarabisme de Nasser. Cette défaite a non seulement entraîné une perte territoriale significative pour ces pays arabes, mais a également marqué un coup dur pour l'idée d'unité et de puissance arabe. Nasser, profondément affecté par cet échec, est resté au pouvoir jusqu'à sa mort en 1970. Anwar Sadate, succédant à Nasser, a pris une direction différente. Il a lancé des réformes économiques, connues sous le nom d'Infitah, visant à ouvrir l'économie égyptienne à l'investissement étranger et à stimuler la croissance économique. Sadate a également remis en question l'engagement de l'Égypte envers le panarabisme et a cherché à établir des relations avec Israël. Les accords de Camp David de 1978, négociés avec l'aide des États-Unis, ont abouti à un traité de paix entre l'Égypte et Israël, un tournant majeur dans l'histoire du Moyen-Orient.

Cependant, le rapprochement de Sadate avec Israël a été extrêmement controversé dans le monde arabe et a conduit à l'exclusion de l'Égypte de la Ligue arabe. Cette décision a été perçue par beaucoup comme une trahison des principes panarabes et a contribué à une réévaluation de l'idéologie panarabe dans la région. Sadate a été assassiné en 1981 par des membres des Frères Musulmans, un groupe islamiste qui s'était opposé à ses politiques, en particulier à sa politique étrangère. Son vice-président, Hosni Moubarak, lui a succédé, instaurant un régime qui allait durer près de trois décennies.

Sous Moubarak, l'Égypte a connu une stabilité relative, mais aussi une répression politique croissante, notamment à l'encontre des Frères Musulmans et d'autres groupes d'opposition. Cependant, en 2011, lors du Printemps arabe, Moubarak a été renversé par un soulèvement populaire, illustrant le mécontentement généralisé face à la corruption, au chômage et à la répression politique. Mohamed Morsi, issu des Frères Musulmans, a été élu président en 2012, mais son mandat a été de courte durée. En 2013, il a été renversé par un coup d'État militaire mené par le général Abdel Fattah al-Sissi, qui a ensuite été élu président en 2014. Le régime de Sissi a été marqué par une répression accrue des dissidents politiques, y compris des membres des Frères Musulmans, et par des efforts pour stabiliser l'économie et renforcer la sécurité du pays. La période récente de l'histoire égyptienne est donc caractérisée par des changements politiques majeurs, reflétant la dynamique complexe et souvent turbulente de la politique égyptienne et arabe.

L'Arabie Saoudite

L'Alliance Fondatrice : Ibn Saud et Ibn Abd al-Wahhab

L'Arabie Saoudite se distingue par sa relative jeunesse en tant qu'État-nation moderne et par les fondements idéologiques uniques qui ont façonné sa formation et son évolution. Un élément clé pour comprendre l'histoire et la société saoudienne est l'idéologie du wahhabisme.

Le wahhabisme est une forme de l'islam sunnite, caractérisée par une interprétation stricte et puritaine de l'islam. Il tire son nom de Muhammad ibn Abd al-Wahhab, un théologien et réformateur religieux du 18ème siècle de la région de Najd, dans ce qui est aujourd'hui l'Arabie Saoudite. Ibn Abd al-Wahhab a prôné un retour à ce qu'il considérait comme les principes originaux de l'islam, en rejetant de nombreuses pratiques qu'il jugeait être des innovations (bid'ah) ou des idolâtries. L'influence du wahhabisme sur la formation de l'Arabie Saoudite est inextricablement liée à l'alliance entre Muhammad ibn Abd al-Wahhab et Muhammad ibn Saud, le fondateur de la première dynastie saoudienne, au 18ème siècle. Cette alliance a uni les objectifs religieux d'Ibn Abd al-Wahhab avec les ambitions politiques et territoriales d'Ibn Saud, créant une fondation idéologique et politique pour le premier État saoudien.

L'Établissement de l'État Saoudien Moderne

Au cours du 20ème siècle, sous le règne d'Abdelaziz ibn Saoud, le fondateur du royaume d'Arabie Saoudite moderne, cette alliance s'est renforcée. L'Arabie Saoudite a été officiellement fondée en 1932, unifiant diverses tribus et régions sous une seule autorité nationale. Le wahhabisme est devenu la doctrine religieuse officielle de l'État, imprégnant la gouvernance, l'éducation, la législation et la vie sociale en Arabie Saoudite. Le wahhabisme a influencé non seulement la structure sociale et politique interne de l'Arabie Saoudite, mais a également eu un impact sur ses relations extérieures, notamment en matière de politique étrangère et de soutien à divers mouvements islamiques à travers le monde. La richesse pétrolière de l'Arabie Saoudite a permis au royaume de promouvoir sa version de l'islam à l'échelle internationale, contribuant à la propagation du wahhabisme au-delà de ses frontières.

Le pacte de 1744 entre Muhammad ibn Saud, le chef de la tribu Al Saud, et Muhammad ibn Abd al-Wahhab, un réformateur religieux, est un événement fondateur dans l'histoire de l'Arabie Saoudite. Ce pacte a uni les objectifs politiques d'Ibn Saud avec les idéaux religieux d'Ibn Abd al-Wahhab, jetant les bases de ce qui deviendra l'État saoudien. Ibn Abd al-Wahhab prônait une interprétation puritaine de l'islam, cherchant à purger la pratique religieuse de ce qu'il considérait comme des innovations, des superstitions et des déviations par rapport aux enseignements du prophète Mahomet et du Coran. Son mouvement, qui allait devenir connu sous le nom de wahhabisme, appelait à un retour à une forme plus "pure" de l'islam. D'un autre côté, Ibn Saud voyait dans le mouvement d'Ibn Abd al-Wahhab une opportunité de légitimer et d'étendre son pouvoir politique. Le pacte entre eux était donc à la fois une alliance religieuse et politique, avec Ibn Saud s'engageant à défendre et à promouvoir les enseignements d'Ibn Abd al-Wahhab, tandis qu'Ibn Abd al-Wahhab soutenait l'autorité politique d'Ibn Saud. Dans les années qui ont suivi, les Al Saud, avec le soutien des adeptes wahhabites, ont entrepris des campagnes militaires pour étendre leur influence et imposer leur interprétation de l'islam. Ces campagnes ont conduit à la création du premier État saoudien au 18ème siècle, couvrant une grande partie de la péninsule arabique.

Cependant, la formation de l'État saoudien n'a pas été un processus linéaire. Au cours du 19ème siècle et au début du 20ème siècle, l'entité politique des Al Saud a connu plusieurs revers, y compris la destruction du premier État saoudien par les Ottomans et leurs alliés égyptiens. Ce n'est qu'avec Abdelaziz ibn Saoud, au début du 20ème siècle, que les Al Saud ont finalement réussi à établir un royaume stable et durable, l'Arabie Saoudite moderne, proclamée en 1932. L'histoire de l'Arabie Saoudite est donc intimement liée à l'alliance entre les Al Saud et le mouvement wahhabite, une alliance qui a façonné non seulement la structure politique et sociale du royaume, mais aussi son identité religieuse et culturelle.

La Reconquête d'Ibn Saoud et la Fondation du Royaume

L'attaque de La Mecque par les forces saoudiennes en 1803 est un événement significatif dans l'histoire de la péninsule arabique et reflète les tensions religieuses et politiques de l'époque. Le wahhabisme, l'interprétation stricte de l'islam sunnite promue par Muhammad ibn Abd al-Wahhab et adoptée par la maison des Saoud, considérait certaines pratiques, notamment celles du chiisme, comme étant étrangères, voire hérétiques par rapport à l'islam. En 1803, les forces saoudiennes wahhabites ont pris le contrôle de La Mecque, un des lieux les plus sacrés de l'islam, ce qui a été perçu comme un acte provocateur par d'autres musulmans, en particulier par les Ottomans qui étaient les gardiens traditionnels des lieux saints islamiques. Cette prise de contrôle a été vue non seulement comme une expansion territoriale des Saoud, mais aussi comme une tentative d'imposer leur interprétation particulière de l'islam.

En réponse à cette avancée saoudienne, l'Empire ottoman, qui cherchait à maintenir son influence sur la région, a envoyé des forces sous le commandement de Mehmet Ali Pacha, le gouverneur ottoman de l'Égypte. Mehmet Ali Pacha, reconnu pour ses talents militaires et ses efforts de modernisation en Égypte, a mené une campagne efficace contre les forces saoudiennes. En 1818, après une série de confrontations militaires, les troupes de Mehmet Ali Pacha ont réussi à vaincre les forces saoudiennes et à capturer leur chef, Abdullah bin Saud, qui a été envoyé à Constantinople (aujourd'hui Istanbul) où il a été exécuté. Cette défaite a marqué la fin du premier État saoudien. Cet épisode illustre la complexité des dynamiques politiques et religieuses dans la région à cette époque. Il met en évidence non seulement les conflits entre différentes interprétations de l'islam, mais aussi la lutte pour le pouvoir et l'influence parmi les puissances régionales de l'époque, notamment l'Empire ottoman et les émergents Saoud.

La deuxième tentative de création d'un État saoudien, qui a eu lieu entre 1820 et 1840, a également rencontré des difficultés et a finalement échoué. Cette période a été marquée par une série de conflits et de confrontations entre les Saoud et divers adversaires, y compris l'Empire ottoman et ses alliés locaux. Ces luttes ont entraîné la perte de territoires et d'influence pour la maison des Saoud. Cependant, l'aspiration à établir un État saoudien n'a pas disparu. Au tournant du 20ème siècle, particulièrement autour de 1900-1901, une nouvelle phase de l'histoire saoudienne a commencé avec le retour de membres de la famille Al Saud de leur exil. Parmi eux, Abdelaziz ibn Saoud, souvent appelé Ibn Saoud, a joué un rôle crucial dans la renaissance et l'expansion de l'influence saoudienne. Ibn Saoud, un leader charismatique et stratégique, a entrepris de reconquérir et d'unifier les territoires de la péninsule arabique sous la bannière de la maison des Saoud. Sa campagne a débuté par la capture de Riyad en 1902, qui est devenue un point de départ pour d'autres conquêtes et l'expansion de son royaume.

Au cours des décennies suivantes, Ibn Saoud a mené une série de campagnes militaires et de manœuvres politiques, étendant progressivement son contrôle sur une grande partie de la péninsule arabique. Ces efforts ont été facilités par son habileté à négocier des alliances, à gérer les rivalités tribales et à intégrer les enseignements wahhabites comme base idéologique de son État. Le succès d'Ibn Saoud a culminé avec la fondation du Royaume d'Arabie Saoudite en 1932, unifiant les différentes régions et tribus sous une seule autorité nationale. Le nouveau royaume a consolidé les divers territoires conquis par Ibn Saoud, établissant ainsi un État saoudien durable, avec le wahhabisme comme fondement religieux et idéologique. La création de l'Arabie Saoudite a marqué une étape significative dans l'histoire moderne du Moyen-Orient, avec des implications profondes tant pour la région que pour la politique internationale, en particulier après la découverte et l'exploitation du pétrole dans le royaume.

Les Relations avec l'Empire Britannique et la Révolte Arabe

En 1915, durant la Première Guerre mondiale, les Britanniques, cherchant à affaiblir l'Empire ottoman, ont noué des contacts avec divers leaders arabes, y compris le Chérif Hussein de La Mecque, qui était un membre éminent de la famille hachémite. Parallèlement, les Britanniques entretenaient des relations avec les Saoudiens, menés par Abdelaziz ibn Saoud, bien que ces relations aient été moins directes et impliquées que celles avec les Hachémites. Le Chérif Hussein, encouragé par les promesses britanniques d'appui pour l'indépendance arabe, a lancé la Révolte arabe en 1916 contre l'Empire ottoman. Cette révolte était motivée par le désir d'indépendance arabe et par l'opposition à la domination ottomane. Cependant, les Saoudiens, sous la direction d'Ibn Saoud, n'ont pas participé activement à cette révolte. Ils étaient engagés dans leur propre campagne pour consolider et étendre leur contrôle sur la péninsule arabique. Bien que les Saoudiens et les Hachémites aient eu des intérêts communs contre les Ottomans, ils étaient également rivaux pour le contrôle de la région.

Après la guerre, avec l'échec des promesses britanniques et françaises de créer un royaume arabe indépendant (comme le prévoyaient les accords secrets Sykes-Picot), le Chérif Hussein s'est retrouvé isolé. En 1924, il s'est proclamé Calife, un acte qui a été perçu comme provocateur par de nombreux musulmans, y compris les Saoudiens. La proclamation de Hussein en tant que Calife a fourni un prétexte aux Saoudiens pour l'attaquer, car ils cherchaient à étendre leur influence. Les forces saoudiennes ont finalement pris le contrôle de La Mecque en 1924, mettant fin à la domination hachémite dans la région et consolidant le pouvoir d'Ibn Saoud. Cette conquête a été une étape clé dans la formation du royaume d'Arabie Saoudite et a marqué la fin des ambitions du Chérif Hussein de créer un royaume arabe unifié sous la dynastie hachémite.

L'Ascension de l'Arabie Saoudite et la Découverte du Pétrole

En 1926, Abdelaziz ibn Saoud, ayant consolidé son contrôle sur une grande partie de la péninsule arabique, s'est proclamé roi du Hedjaz. Le Hedjaz, une région d'une importance religieuse considérable en raison de la présence des villes saintes de La Mecque et Médine, était auparavant sous le contrôle de la dynastie hachémite. La prise du Hedjaz par Ibn Saoud a marqué une étape significative dans l'établissement de l'Arabie Saoudite comme une entité politique puissante dans la région. La reconnaissance d'Ibn Saoud en tant que roi du Hedjaz par des puissances telles que la Russie, la France et la Grande-Bretagne a été un moment clé dans la légitimation internationale de son règne. Ces reconnaissances ont indiqué un changement significatif dans les relations internationales et une acceptation du nouvel équilibre des pouvoirs dans la région. La prise de contrôle du Hedjaz par Ibn Saoud a non seulement renforcé sa position en tant que leader politique dans la péninsule arabique, mais a également accru son prestige dans le monde musulman, en le plaçant en tant que gardien des lieux saints de l'islam. Cela a également signifié la fin de la présence hachémite dans le Hedjaz, avec les membres restants de la dynastie hachémite fuyant vers d'autres parties du Moyen-Orient, où ils établiraient de nouveaux royaumes, en particulier en Jordanie et en Irak. La proclamation d'Ibn Saoud en tant que roi du Hedjaz a donc été un jalon important dans la formation de l'Arabie Saoudite moderne et a contribué à façonner l'architecture politique du Moyen-Orient dans la période suivant la Première Guerre mondiale.

En 1932, Abdelaziz ibn Saoud a achevé un processus de consolidation territorial et politique qui a mené à la création du Royaume d'Arabie Saoudite. Le royaume a uni les régions du Nedj (ou Nejd) et du Hedjaz sous une seule autorité nationale, marquant la naissance de l'État saoudien moderne. Cette unification a représenté l'aboutissement des efforts d'Ibn Saoud pour établir un royaume stable et unifié dans la péninsule arabique, consolidant les différentes conquêtes et alliances qu'il avait réalisées au fil des années. La découverte du pétrole en 1938 en Arabie Saoudite a été un tournant majeur non seulement pour le royaume, mais aussi pour l'économie mondiale. La Compagnie pétrolière américaine California Arabian Standard Oil Company (plus tard ARAMCO) a été la première à découvrir du pétrole en quantité commerciale. Cette découverte a transformé l'Arabie Saoudite d'un État principalement désertique et agraire en l'un des plus grands producteurs de pétrole au monde.

La Seconde Guerre mondiale a accentué l'importance stratégique du pétrole saoudien. Bien que l'Arabie Saoudite soit restée officiellement neutre pendant la guerre, la demande croissante de pétrole pour alimenter les efforts de guerre a fait du royaume un partenaire économique important pour les Alliés, notamment la Grande-Bretagne et les États-Unis. La relation entre l'Arabie Saoudite et les États-Unis, en particulier, s'est renforcée pendant et après la guerre, établissant les bases d'une alliance durable centrée sur la sécurité et le pétrole. Cette période a également vu le début de l'influence significative de l'Arabie Saoudite dans les affaires mondiales, en grande partie grâce à ses vastes réserves de pétrole. Le royaume est devenu un acteur clé dans l'économie mondiale et la politique du Moyen-Orient, une position qu'il continue d'occuper aujourd'hui. La richesse pétrolière a permis à l'Arabie Saoudite d'investir massivement dans le développement national et de jouer un rôle influent dans la politique régionale et internationale.

Défis Modernes : Islamisme, Pétrole, et Politique Internationale

La révolution islamique en Iran en 1979 a eu un impact profond sur l'équilibre géopolitique dans le Moyen-Orient, y compris en Arabie Saoudite. La montée au pouvoir de l'Ayatollah Khomeini et l'établissement d'une République islamique en Iran ont soulevé des inquiétudes dans de nombreux pays de la région, notamment en Arabie Saoudite, où l'on craignait que l'idéologie révolutionnaire chiite ne s'exporte et ne déstabilise les monarchies du Golfe, majoritairement sunnites. En Arabie Saoudite, ces craintes ont renforcé la position du royaume en tant qu'allié des États-Unis et d'autres puissances occidentales. Dans le contexte de la Guerre froide et de l'hostilité croissante entre les États-Unis et l'Iran après la révolution, l'Arabie Saoudite a été perçue comme un contrepoids vital à l'influence iranienne dans la région. Le wahhabisme, l'interprétation stricte et conservatrice de l'islam sunnite pratiquée en Arabie Saoudite, est devenu un élément central de l'identité du royaume et a été utilisé pour contrer l'influence chiite iranienne.

L'Arabie Saoudite a également joué un rôle clé dans les efforts anti-soviétiques, en particulier pendant la guerre d'Afghanistan (1979-1989). Le royaume a soutenu les moudjahidines afghans luttant contre l'invasion soviétique, à la fois financièrement et idéologiquement, en promouvant le wahhabisme comme un élément de la résistance islamique contre l'athéisme soviétique. En 1981, dans le cadre de sa stratégie pour renforcer la coopération régionale et contrer l'influence iranienne, l'Arabie Saoudite a été un acteur clé dans la création du Conseil de Coopération du Golfe (CCG). Le CCG, une alliance politique et économique, comprend l'Arabie Saoudite, le Koweït, les Émirats Arabes Unis, le Qatar, le Bahreïn et Oman. L'organisation a été conçue pour favoriser la collaboration entre les monarchies du Golfe dans divers domaines, notamment la défense, l'économie et la politique étrangère. La position de l'Arabie Saoudite au sein du CCG a reflété et renforcé son rôle de leader régional. Le royaume a utilisé le CCG comme plateforme pour promouvoir ses intérêts stratégiques et pour stabiliser la région face aux défis sécuritaires et politiques, notamment les tensions avec l'Iran et les turbulences liées aux mouvements islamistes et aux conflits régionaux.

L'invasion du Koweït par l'Irak sous Saddam Hussein en août 1990 a déclenché une série d'événements cruciaux dans la région du Golfe, ayant des répercussions majeures sur l'Arabie Saoudite et la politique mondiale. Cette invasion a mené à la Guerre du Golfe de 1991, lors de laquelle une coalition internationale dirigée par les États-Unis a été formée pour libérer le Koweït. Face à la menace irakienne, l'Arabie Saoudite, craignant une possible invasion de son propre territoire, a accepté la présence de forces militaires américaines et d'autres troupes de la coalition sur son sol. Des bases militaires temporaires ont été établies en Arabie Saoudite pour lancer des opérations contre l'Irak. Cette décision a été historique et controversée, car elle impliquait la station de troupes non musulmanes dans le pays qui abrite les deux villes les plus saintes de l'islam, La Mecque et Médine.

La présence militaire américaine en Arabie Saoudite a été fortement critiquée par divers groupes islamistes, dont Al-Qaïda, dirigée par Oussama ben Laden. Ben Laden, lui-même d'origine saoudienne, a interprété la présence militaire américaine en Arabie Saoudite comme une profanation des terres saintes de l'islam. Cela a constitué l'un des principaux griefs d'Al-Qaïda contre les États-Unis et a été utilisé comme une justification pour ses attaques terroristes, y compris les attentats du 11 septembre 2001. La réaction d'Al-Qaïda à la Guerre du Golfe et à la présence militaire américaine en Arabie Saoudite a mis en lumière les tensions croissantes entre les valeurs occidentales et certains groupes islamistes radicaux. Cela a également souligné les défis auxquels l'Arabie Saoudite était confrontée en équilibrant ses relations stratégiques avec les États-Unis et en gérant les sentiments islamiques conservateurs au sein de sa propre population. La période post-Guerre du Golfe a été une époque de changement et d'instabilité dans la région, marquée par des conflits politiques et idéologiques, qui continuent d'influencer la dynamique régionale et internationale.

L'incident de la Grande Mosquée de La Mecque en 1979 est un événement marquant dans l'histoire contemporaine de l'Arabie Saoudite et illustre les tensions internes liées aux questions d'identité religieuse et politique. Le 20 novembre 1979, un groupe de fondamentalistes islamistes dirigé par Juhayman al-Otaybi a pris d'assaut la Grande Mosquée de La Mecque, l'un des lieux les plus sacrés de l'islam. Juhayman al-Otaybi et ses partisans, issus principalement de milieux conservateurs et religieux, ont critiqué la famille royale saoudienne pour sa corruption, son luxe et son ouverture à l'influence occidentale. Ils considéraient que ces facteurs étaient en contradiction avec les principes wahhabites sur lesquels le royaume avait été fondé. Al-Otaybi a proclamé son beau-frère, Mohammed Abdullah al-Qahtani, comme le Mahdi, une figure messianique dans l'islam.

Le siège de la Grande Mosquée a duré deux semaines, durant lesquelles les insurgés ont retenu des milliers de pèlerins en otage. La situation a posé un défi considérable pour le gouvernement saoudien, non seulement en termes de sécurité, mais aussi en termes de légitimité religieuse et politique. L'Arabie Saoudite a dû demander une fatwa (décret religieux) pour permettre l'intervention militaire dans la mosquée, normalement un sanctuaire de paix où la violence est interdite. L'assaut final pour reprendre la mosquée a commencé le 4 décembre 1979 et a été mené par les forces de sécurité saoudiennes avec l'aide de conseillers français. La bataille a été intense et meurtrière, faisant des centaines de morts parmi les insurgés, les forces de sécurité et les otages.

L'incident a eu des répercussions profondes en Arabie Saoudite et dans le monde musulman. Il a révélé des fissures dans la société saoudienne et a mis en évidence les défis auxquels le royaume était confronté en termes de gestion de l'extrémisme religieux. En réponse à cette crise, le gouvernement saoudien a renforcé ses politiques conservatrices en matière religieuse et a augmenté son contrôle sur les institutions religieuses, tout en continuant à réprimer l'opposition islamiste. L'incident a également souligné la complexité de la relation entre religion, politique et pouvoir en Arabie Saoudite.

Les pays créés par décrets

À la fin de la Première Guerre mondiale, les États-Unis, sous la présidence de Woodrow Wilson, avaient une vision différente de celle des puissances européennes concernant l'avenir des territoires conquis pendant la guerre. Wilson, avec ses Quatorze Points, prônait le droit des peuples à l'autodétermination et s'opposait à l'acquisition de territoires par conquête, une position qui contrastait avec les objectifs coloniaux traditionnels des puissances européennes, notamment la Grande-Bretagne et la France. Les États-Unis étaient également favorables à un système de commerce ouvert et équitable, ce qui signifiait que les territoires ne devaient pas être exclusivement sous le contrôle d'une seule puissance, afin de permettre un accès commercial plus large, bénéficiant ainsi aux intérêts américains. Cependant, dans la pratique, les intérêts britanniques et français ont prévalu, ces derniers ayant obtenu des gains territoriaux significatifs à la suite de l'effondrement de l'Empire ottoman et de la défaite de l'Allemagne.

Pour concilier ces différentes perspectives, un compromis a été trouvé à travers le système de mandats de la Société des Nations. Ce système était censé être une forme de gouvernance internationale pour les territoires conquis, en préparation de leur éventuelle indépendance. La mise en place de ce système a nécessité un processus complexe de négociations et de traités. La Conférence de San Remo en 1920 a été un moment clé dans ce processus, au cours duquel les mandats pour les territoires de l'ancien Empire ottoman ont été attribués, principalement à la Grande-Bretagne et à la France. Par la suite, la Conférence du Caire en 1921 a davantage défini les termes et les limites de ces mandats. Les Traités de Sèvres en 1920 et de Lausanne en 1923 ont redessiné la carte du Moyen-Orient et ont formalisé la fin de l'Empire ottoman. Le Traité de Sèvres, en particulier, a démantelé l'Empire ottoman et a prévu la création d'un certain nombre d'États-nations indépendants. Cependant, en raison de l'opposition turque et de changements ultérieurs dans la situation géopolitique, le Traité de Sèvres a été remplacé par le Traité de Lausanne, qui a redéfini les frontières de la Turquie moderne et a annulé certaines des dispositions du Traité de Sèvres. Ce long processus de négociation a reflété les complexités et les tensions de l'ordre mondial d'après-guerre, avec des puissances établies cherchant à maintenir leur influence tout en faisant face à de nouveaux idéaux internationaux et à l'émergence des États-Unis en tant que puissance mondiale.

Après la Première Guerre mondiale, le démantèlement des empires ottoman et allemand a conduit à la création du système de mandats de la Société des Nations, une tentative de gérer les territoires de ces anciens empires dans un contexte postcolonial. Ce système, établi par les traités de paix de l'après-guerre, notamment le Traité de Versailles en 1919, était divisé en trois catégories - A, B et C - reflétant le degré perçu de développement et de préparation à l'autonomie des territoires concernés.

Les mandats de type A, attribués aux territoires de l'ancien Empire ottoman dans le Moyen-Orient, étaient considérés comme les plus avancés vers l'autodétermination. Ces territoires, jugés relativement « civilisés » par les normes de l'époque, comprenaient la Syrie et le Liban, placés sous mandat français, ainsi que la Palestine (incluant la Jordanie actuelle) et l'Irak, sous mandat britannique. La notion de "civilisation" employée à cette époque reflétait les préjugés et les attitudes paternalistes des puissances coloniales, supposant que ces régions étaient plus proches de la gouvernance autonome que d'autres. Le traitement des mandats de type A reflétait les intérêts géopolitiques des puissances mandataires, notamment la Grande-Bretagne et la France, qui cherchaient à étendre leur influence dans la région. Leurs actions ont souvent été motivées par des considérations stratégiques et économiques, telles que le contrôle des routes commerciales et l'accès aux ressources pétrolières, plutôt que par un engagement envers l'autonomie des populations locales. Cela a été illustré par la déclaration Balfour de 1917, dans laquelle la Grande-Bretagne a exprimé son soutien à la création d'un "foyer national juif" en Palestine, une décision qui a eu des conséquences durables et conflictuelles pour la région. Les mandats de type B et C, concernant principalement l'Afrique et certaines îles du Pacifique, étaient considérés comme nécessitant un niveau de supervision plus élevé. Ces territoires, souvent sous-développés et avec peu d'infrastructures, étaient gérés de manière plus directe par les puissances mandataires. Le système de mandats, bien que présenté comme une forme de tutelle bienveillante, était en réalité très proche du colonialisme et a été largement perçu comme tel par les populations autochtones.

En résumé, le système de mandats de la Société des Nations, malgré son intention déclarée de préparer les territoires à l'indépendance, a souvent servi à perpétuer l'influence et le contrôle des puissances européennes dans les régions concernées. Il a également jeté les bases de nombreux conflits politiques et territoriaux futurs, en particulier au Moyen-Orient, où les frontières et les politiques établies pendant cette période continuent d'avoir un impact significatif sur les dynamiques régionales et internationales.

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Cette carte présente la répartition des territoires autrefois sous contrôle de l'Empire ottoman dans le Moyen-Orient et l'Afrique du Nord après leur perte par l'Empire, principalement à la suite de la Première Guerre mondiale. On y distingue les différentes zones d'influence et les territoires contrôlés par les puissances européennes grâce à un code couleur. Les territoires sont divisés selon la puissance qui les contrôlait ou exerçait une influence sur eux. Les territoires contrôlés par les Britanniques sont en mauve, les Français en jaune, les Italiens en rose et les Espagnols en bleu. Les territoires indépendants sont marqués en jaune pale, l'Empire ottoman est en verre avec ses frontières à leur apogée en surbrillance, et les zones d'influence russe et britannique sont également indiquées.

La carte montre également les dates de l'occupation initiale ou du contrôle de certains territoires par les puissances coloniales, indiquant ainsi la période de l'expansion impérialiste en Afrique du Nord et au Moyen-Orient. Par exemple, l'Algérie est marquée comme territoire français depuis 1830, la Tunisie depuis 1881 et le Maroc est divisé entre le contrôle français (depuis 1912) et espagnol (depuis 1912). La Libye, quant à elle, était sous contrôle italien de 1911 à 1932. L'Égypte est marquée comme sous contrôle britannique depuis 1882, bien qu'elle ait été techniquement un protectorat britannique. Le Soudan anglo-égyptien est également indiqué, reflétant le contrôle conjoint de l'Égypte et de la Grande-Bretagne depuis 1899. En ce qui concerne le Moyen-Orient, la carte montre clairement les mandats de la Société des Nations, avec la Syrie et le Liban sous mandat français et l'Irak et la Palestine (y compris la Transjordanie actuelle) sous mandat britannique. Le Hedjaz, la région autour de La Mecque et Médine, est également indiqué, reflétant le contrôle de la famille Saoud, tandis que le Yémen et Oman sont marqués comme des protectorats britanniques. Cette carte est un outil utile pour comprendre les changements géopolitiques qui ont eu lieu après le déclin de l'Empire ottoman et comment le Moyen-Orient et l'Afrique du Nord ont été remodelés par les intérêts coloniaux européens. Elle montre également la complexité des relations de pouvoir dans la région, qui continuent d'affecter la politique régionale et internationale aujourd'hui.

En 1919, à la suite de la Première Guerre mondiale, le partage des territoires de l'ancien Empire ottoman entre les puissances européennes a été un processus controversé et conflictuel. Les populations locales de ces régions, ayant nourri des aspirations à l'autodétermination et à l'indépendance, ont souvent accueilli avec hostilité l'établissement de mandats sous contrôle européen. Cette hostilité s'inscrivait dans un contexte plus large de mécontentement face à l'influence et à l'intervention occidentales dans la région. Le mouvement nationaliste arabe, qui avait pris de l'ampleur pendant la guerre, aspirait à la création d'un État arabe unifié ou de plusieurs États arabes indépendants. Ces aspirations avaient été encouragées par les promesses britanniques de soutien à l'indépendance arabe en échange du soutien contre les Ottomans, notamment à travers la correspondance Hussein-McMahon et la Révolte arabe dirigée par le Chérif Hussein de La Mecque. Cependant, les accords Sykes-Picot de 1916, un arrangement secret entre la Grande-Bretagne et la France, prévoyaient le partage de la région en zones d'influence, trahissant ainsi les promesses faites aux Arabes.

Les sentiments anti-occidentaux étaient particulièrement forts en raison de la perception que les puissances européennes ne respectaient pas leurs engagements envers les populations arabes et manipulaient la région pour leurs propres intérêts impérialistes. En revanche, les États-Unis étaient souvent vus d'un œil moins critique par les populations locales. La politique américaine, sous la présidence de Woodrow Wilson, était perçue comme plus favorable à l'autodétermination et moins encline à l'impérialisme traditionnel. De plus, les États-Unis n'avaient pas le même historique colonial que les puissances européennes dans la région, ce qui les rendait moins susceptibles de susciter l'hostilité des populations locales. L'immédiat après-guerre a donc été une période de profonde incertitude et de tension dans le Moyen-Orient, les populations locales luttant pour leur indépendance et leur autonomie face à des puissances étrangères cherchant à façonner la région selon leurs propres intérêts stratégiques et économiques. Les répercussions de ces événements ont façonné l'histoire politique et sociale du Moyen-Orient tout au long du 20e siècle et continuent d'influencer les relations internationales dans la région.

La Syrie

L'Aube du Nationalisme Arabe: Le Rôle de Fayçal

Fayçal, fils du Chérif Hussein ben Ali de La Mecque, a joué un rôle de premier plan dans la Révolte arabe contre l'Empire ottoman pendant la Première Guerre mondiale et dans les tentatives ultérieures de former un royaume arabe indépendant. Après la guerre, il s'est rendu à la Conférence de paix de Paris en 1919, armé des promesses britanniques d'indépendance pour les Arabes en échange de leur soutien durant le conflit. Cependant, une fois à Paris, Fayçal a rapidement constaté les réalités politiques complexes et les intrigues de la diplomatie post-guerre. Les intérêts français au Moyen-Orient, en particulier en Syrie et au Liban, étaient en contradiction directe avec les aspirations à l'indépendance arabe. Les Français étaient résolument opposés à la création d'un royaume arabe unifié sous la direction de Fayçal, envisageant plutôt de placer ces territoires sous leur contrôle dans le cadre du système de mandats de la Société des Nations. Face à cette opposition, et conscient de la nécessité de renforcer sa position politique, Fayçal a négocié un accord avec le Premier ministre français Georges Clemenceau. Cet accord visait à établir un protectorat français sur la Syrie, ce qui était en désaccord avec les aspirations des nationalistes arabes. Fayçal a gardé cet accord secret de ses partisans, qui continuaient à lutter pour l'indépendance complète.

Entre-temps, un État syrien était en cours de formation. Sous la direction de Fayçal, des efforts ont été entrepris pour établir les fondations d'un État moderne, avec des réformes dans l'éducation, la création d'une administration publique, la mise en place d'une armée et l'élaboration de politiques visant à renforcer l'identité et la souveraineté nationales. Malgré ces développements, la situation en Syrie restait précaire. L'accord secret avec Clemenceau et le manque de soutien britannique ont placé Fayçal dans une position difficile. Finalement, la France a pris le contrôle direct de la Syrie en 1920 après la bataille de Maysaloun, mettant fin aux espoirs de Fayçal d'établir un royaume arabe indépendant. Fayçal a été expulsé de Syrie par les Français, mais il deviendra plus tard le roi de l'Irak, un autre État nouvellement formé sous mandat britannique.

La Syrie Sous le Mandat Français: Les Accords Sykes-Picot

Les accords Sykes-Picot, conclus en 1916 entre la Grande-Bretagne et la France, avaient établi un partage d'influence et de contrôle sur les territoires de l'ancien Empire ottoman après la Première Guerre mondiale. Selon ces accords, la France devait obtenir le contrôle de ce qui est aujourd'hui la Syrie et le Liban, tandis que la Grande-Bretagne devait contrôler l'Irak et la Palestine. En juillet 1920, la France a cherché à consolider son contrôle sur les territoires qui lui avaient été promis par les accords Sykes-Picot. La bataille de Maysaloun s'est déroulée entre les forces françaises et les troupes de l'éphémère royaume arabe syrien sous le commandement du roi Fayçal. Les forces de Fayçal, mal équipées et mal préparées, ont été largement dépassées par l'armée française mieux équipée et entraînée. La défaite à la bataille de Maysaloun a été un coup dévastateur pour les aspirations arabes à l'indépendance et a mis fin au règne de Fayçal en Syrie. Suite à cette défaite, il a été forcé à l'exil. Cet événement a marqué l'établissement du mandat français sur la Syrie, qui a été officiellement reconnu par la Société des Nations malgré les aspirations à l'autodétermination des peuples syriens. La mise en place des mandats était censée préparer les territoires à l'autonomie et à l'indépendance éventuelles, mais dans la pratique, elle a souvent fonctionné comme une conquête et une administration coloniale. Les populations locales ont largement considéré les mandats comme une continuation du colonialisme européen, et la période du mandat français en Syrie a été marquée par des rébellions et une résistance significatives. Cette période a façonné de nombreuses dynamiques politiques, sociales et nationales en Syrie, influençant l'histoire et l'identité du pays jusqu'à ce jour.

La Fragmentation et l'Administration Française en Syrie

Après avoir établi le contrôle sur les territoires syriens suite à la bataille de Maysaloun, la France, sous l'autorité du mandat conféré par la Société des Nations, a entrepris de restructurer la région selon ses propres conceptions administratives et politiques. Cette restructuration impliquait souvent la division des territoires en fonction de critères confessionnels ou ethniques, une pratique courante de la politique coloniale qui visait à fragmenter et à affaiblir les mouvements nationalistes locaux.

En Syrie, les autorités mandataires françaises ont divisé le territoire en plusieurs entités, y compris l'État des Alépins, l'État des Damascènes, l'État alaouite et le Grand Liban, ce dernier devenant la République libanaise moderne. Ces divisions reflétaient en partie les réalités socioculturelles complexes de la région, mais elles ont également été conçues pour empêcher l'émergence d'une unité arabe qui pourrait contester la domination française, incarnant la stratégie de "diviser pour mieux régner". Le Liban, en particulier, a été créé avec une identité distincte, en grande partie pour servir les intérêts des communautés chrétiennes maronites, qui entretenaient des liens historiques avec la France. La création de ces différents États au sein de la Syrie mandataire a provoqué une fragmentation politique qui a compliqué les efforts pour un mouvement national unifié.

La France a administré ces territoires d'une manière similaire à ses départements métropolitains, en imposant une structure centralisée et en plaçant des hauts-commissaires pour gouverner les territoires au nom du gouvernement français. Cette administration directe s'est accompagnée de la mise en place rapide d'institutions administratives et éducatives dans le but d'assimiler les populations locales à la culture française et de renforcer la présence française dans la région. Cependant, cette politique a exacerbé les frustrations arabes, car de nombreux Syriens et Libanais aspiraient à l'indépendance et au droit de déterminer leur propre avenir politique. Les politiques de la France ont souvent été perçues comme une continuation de l'ingérence occidentale et ont alimenté le sentiment nationaliste et anti-colonialiste. Des soulèvements et des révoltes ont éclaté en réponse à ces mesures, notamment la Grande Révolte syrienne de 1925-1927, qui a été violemment réprimée par les Français. L'héritage de cette période a laissé des marques durables sur la Syrie et le Liban, façonnant leurs frontières, leurs structures politiques et leurs identités nationales. Les tensions et les divisions établies sous le mandat français ont continué à influencer les dynamiques politiques et communautaires de ces pays bien après leur indépendance.

La Révolte de 1925-1927 et la Répression Française

La Grande Révolte syrienne, qui a éclaté en 1925, est un épisode marquant de la résistance contre le mandat français en Syrie. Elle a commencé parmi la population druze du Jabal al-Druze (Montagne des Druzes) dans le sud de la Syrie et s'est rapidement étendue à d'autres régions, y compris à la capitale, Damas. Les Druzes, qui avaient joui d'une certaine autonomie et de privilèges sous l'administration ottomane, se sont retrouvés marginalisés et leurs pouvoirs réduits sous le mandat français. Leur mécontentement face à la perte d'autonomie et aux politiques imposées par les Français, qui cherchaient à centraliser l'administration et à affaiblir les pouvoirs locaux traditionnels, a été l'étincelle qui a déclenché la révolte. La révolte s'est étendue et a pris de l'ampleur, gagnant le soutien de divers segments de la société syrienne, y compris des nationalistes arabes qui s'opposaient à la domination étrangère et aux divisions administratives imposées par la France. La réaction des autorités mandataires françaises a été extrêmement sévère. Elles ont eu recours à des bombardements aériens, des exécutions de masse et des expositions publiques des corps des insurgés pour dissuader d'autres résistances.

Les actions répressives des Français, qui comprenaient la destruction de villages et la brutalité à l'égard des civils, ont été largement condamnées et ont terni la réputation de la France tant au niveau international que parmi les populations locales. Bien que la révolte ait été éventuellement écrasée, elle est restée gravée dans la mémoire collective syrienne comme un symbole de la lutte pour l'indépendance et la dignité nationale. La Grande Révolte syrienne a aussi eu des implications à long terme pour la politique syrienne, renforçant le sentiment anti-colonial et contribuant à forger une identité nationale syrienne. Elle a également contribué à des changements dans la politique française, qui a dû ajuster son approche du mandat en Syrie, conduisant finalement à l'accroissement de l'autonomie syrienne dans les années qui ont suivi.

Le Chemin Vers l'Indépendance de la Syrie

La gestion du mandat français en Syrie a été marquée par des politiques qui s'apparentaient davantage à une administration coloniale qu'à une tutelle bienveillante menant à l'autodépendance, contrairement à ce que prévoyait théoriquement le système de mandats de la Société des Nations. La répression de la Grande Révolte syrienne et la centralisation administrative ont renforcé les sentiments nationalistes et anticolonialistes en Syrie, qui ont continué à croître malgré l'oppression.

La montée du nationalisme syrien, ainsi que les changements géopolitiques mondiaux, ont finalement conduit à l'indépendance du pays. Après la Seconde Guerre mondiale, dans un monde qui s'orientait de plus en plus contre le colonialisme, la France a été forcée de reconnaître l'indépendance de la Syrie en 1946. Cependant, cette transition vers l'indépendance a été compliquée par les manœuvres politiques régionales et les alliances internationales, notamment concernant la Turquie. Durant la Seconde Guerre mondiale, la Turquie a maintenu une position neutre pendant la majeure partie du conflit, mais ses relations avec l'Allemagne nazie ont suscité des inquiétudes chez les Alliés. Dans un effort pour sécuriser la neutralité turque ou pour éviter que la Turquie ne s'allie avec les puissances de l'Axe, la France a effectué un geste diplomatique en cédant la région de Hatay (historiquement connue sous le nom d'Antioche et Alexandrette) à la Turquie.

La région de Hatay avait une importance stratégique et une population mixte, avec des communautés turques, arabes et arméniennes. La question de son appartenance a été un sujet de tension entre la Syrie et la Turquie depuis le démembrement de l'Empire ottoman. En 1939, un plébiscite, dont la légitimité a été contestée par les Syriens, a eu lieu et a conduit à l'annexion formelle de la région à la Turquie. La cession de Hatay a été un coup dur pour le sentiment national syrien et a laissé une cicatrice dans les relations turco-syriennes qui perdure. Pour la Syrie, la perte de Hatay est souvent perçue comme un acte de trahison de la part de la France et un exemple douloureux des manipulations territoriales des puissances coloniales. Pour la Turquie, l'annexion de Hatay a été vue comme la rectification d'une division injuste du peuple turc et la récupération d'un territoire historiquement lié à l'Empire ottoman..

Au cours de la Seconde Guerre mondiale, lorsque la France a été vaincue et occupée par l'Allemagne nazie en 1940, le gouvernement de Vichy, un régime collaborationniste dirigé par le maréchal Philippe Pétain, a été établi. Ce régime a également pris le contrôle des territoires français outre-mer, y compris le mandat français au Liban. Le gouvernement de Vichy, aligné sur les puissances de l'Axe, a permis aux forces allemandes d'utiliser les infrastructures militaires au Liban, ce qui posait un risque sécuritaire pour les Alliés, notamment les Britanniques, qui étaient engagés dans une campagne militaire au Moyen-Orient. La présence de l'Axe au Liban était perçue comme une menace directe aux intérêts britanniques, particulièrement avec la proximité des champs pétrolifères et des routes de transport stratégiques. Les Britanniques et les Forces françaises libres, dirigées par le général Charles de Gaulle et opposées au régime de Vichy, ont lancé l'Opération Exporter en 1941. Cette campagne militaire avait pour objectif de prendre le contrôle du Liban et de la Syrie et d'éliminer la présence des forces de l'Axe dans la région. Après de durs combats, les troupes britanniques et les Forces françaises libres ont réussi à prendre le contrôle du Liban et de la Syrie, et le régime de Vichy a été expulsé.

À la fin de la guerre, la pression britannique et l'évolution des attitudes internationales envers le colonialisme ont contraint la France à reconsidérer sa position au Liban. En 1943, les leaders libanais ont négocié avec les autorités françaises pour obtenir l'indépendance du pays. Bien que la France ait initialement tenté de maintenir son influence et a même brièvement arrêté le nouveau gouvernement libanais, des pressions internationales et des soulèvements populaires ont finalement conduit la France à reconnaître l'indépendance du Liban. Le 22 novembre 1943 est célébré comme le jour de l'indépendance du Liban, marquant la fin officielle du mandat français et la naissance du Liban en tant qu'État souverain. Cette transition vers l'indépendance a été un moment clé pour le Liban et a posé les fondations pour l'avenir du pays en tant que nation indépendante.

Après avoir acquis son indépendance, la Syrie s'est orientée vers une politique panarabe et nationaliste, en partie en réaction à l'ère du mandat et aux défis posés par la formation de l'État d'Israël et le conflit israélo-arabe. Le sentiment nationaliste était exacerbé par la frustration face aux divisions internes, à l'ingérence étrangère et au sentiment d'humiliation suite aux expériences coloniales.

La participation de la Syrie à la guerre arabo-israélienne de 1948 contre l'État nouvellement formé d'Israël a été motivée par ces sentiments nationalistes et panarabes, ainsi que par la pression de la solidarité arabe. Cependant, la défaite des armées arabes dans cette guerre a eu des conséquences profondes pour la région, y compris pour la Syrie. Elle a engendré une période d'instabilité politique interne, marquée par une série de coups d'État militaires qui ont caractérisé la politique syrienne dans les années suivantes. La défaite en 1948 et les problèmes internes qui ont suivi ont exacerbé la méfiance du public syrien envers les dirigeants civils et les politiciens, qui étaient souvent perçus comme corrompus ou inefficaces. L'armée est devenue l'institution la plus stable et la plus puissante de l'État, et a été le principal acteur dans les fréquents changements de gouvernance. Les coups d'État militaires sont devenus une méthode courante pour changer de gouvernement, reflétant les profondes divisions politiques, idéologiques et sociales du pays.

Ce cycle d'instabilité a préparé le terrain pour l'ascension du parti Baas, qui a finalement pris le pouvoir en 1963. Le parti Baas, avec son idéologie panarabe socialiste, a cherché à réformer la société syrienne et à renforcer l'État, mais a également conduit à un gouvernement plus autoritaire et centralisé, dominé par l'appareil militaire et sécuritaire. Les tensions internes de la Syrie, combinées à ses relations complexes avec ses voisins et aux dynamiques régionales, ont fait de l'histoire contemporaine du pays une période de turbulences politiques, qui ont finalement culminé avec la guerre civile syrienne débutée en 2011.

L'Instabilité Politique et la Montée du Parti Baas

Le Baasisme, une idéologie politique arabe qui prône le socialisme, le panarabisme et le laïcisme, a commencé à gagner du terrain dans le monde arabe au cours des années 1950. En Syrie, où les sentiments panarabes étaient particulièrement forts après l'indépendance, l'idée de l'unité arabe a trouvé un écho favorable, particulièrement à la suite des instabilités politiques internes. Les aspirations panarabes de la Syrie l'ont amenée à chercher une union plus étroite avec l'Égypte, alors dirigée par Gamal Abdel Nasser, un leader charismatique dont la popularité s'étendait bien au-delà des frontières égyptiennes, notamment grâce à sa nationalisation du canal de Suez et à son opposition à l'impérialisme. Nasser était considéré comme le champion du panarabisme et avait réussi à promouvoir une vision d'unité et de coopération entre les États arabes. En 1958, cette aspiration à l'unité a abouti à la formation de la République arabe unie (RAU), une union politique entre l'Égypte et la Syrie. Ce développement a été salué comme une étape majeure vers l'unité arabe et a suscité de grands espoirs pour l'avenir politique du monde arabe.

Cependant, l'union a rapidement montré des signes de tension. Bien que la RAU ait été présentée comme une union d'égaux, dans la pratique, le leadership politique de l'Égypte et de Nasser est devenu prédominant. Les institutions politiques et économiques de la RAU étaient largement centralisées au Caire, et la Syrie a commencé à ressentir qu'elle était réduite au statut de province égyptienne plutôt que de partenaire égal dans l'union. Ces tensions ont été exacerbées par les différences dans les structures politiques, économiques et sociales des deux pays. La domination égyptienne et les frustrations croissantes en Syrie ont finalement conduit à la dissolution de la RAU en 1961, lorsque des officiers militaires syriens ont mené un coup d'État qui a séparé la Syrie de l'union. L'expérience de la RAU a laissé un héritage ambivalent : d'un côté, elle a montré le potentiel de l'unité arabe, mais de l'autre, elle a révélé les défis pratiques et idéologiques à surmonter pour réaliser une véritable intégration politique entre les États arabes.

Le 28 septembre 1961, un groupe d'officiers militaires syriens, mécontents de la centralisation excessive du pouvoir au Caire et de la domination égyptienne au sein de la République arabe unie (RAU), a mené un coup d'État qui a marqué la fin de l'union entre la Syrie et l'Égypte. Ce soulèvement était principalement motivé par des sentiments nationalistes et régionalistes en Syrie, où de nombreux citoyens et politiciens se sentaient marginalisés et négligés par le gouvernement de la RAU dirigé par Nasser. La dissolution de la RAU a exacerbé l'instabilité politique déjà présente en Syrie, qui avait connu une série de coups d'État depuis son indépendance en 1946. La séparation de l'Égypte a été accueillie avec soulagement par de nombreux Syriens qui s'inquiétaient de la perte de souveraineté et d'autonomie de leur pays. Cependant, elle a également créé un vide politique que divers groupes et factions, y compris le parti Baas, chercheraient à exploiter. Le coup d'État de 1961 a donc préparé le terrain pour une période de conflit politique intense en Syrie, qui verrait le parti Baas se frayer un chemin vers le pouvoir en 1963. Sous la direction du Baas, la Syrie adopterait une série de réformes socialistes et panarabes, tout en établissant un régime autoritaire qui allait dominer la vie politique syrienne pendant plusieurs décennies. La période qui a suivi le coup d'État de 1961 a été marquée par des tensions entre les factions baasistes et autres groupes politiques, chacun cherchant à imposer sa vision pour l'avenir de la Syrie.

La Syrie, après une période d'instabilité politique et de coups d'État successifs, a connu un tournant décisif en 1963 avec l'arrivée au pouvoir du parti Baas. Ce mouvement, fondé sur les principes du panarabisme et du socialisme, visait à transformer la société syrienne en promouvant une identité arabe unifiée et en mettant en œuvre des réformes sociales et économiques profondes. Le parti Baas, sous la direction de Michel Aflaq et Salah al-Din al-Bitar, avait émergé comme une force politique majeure, prônant une vision du socialisme adaptée aux spécificités du monde arabe. Leur idéologie combinait la promotion d'un État laïc avec des politiques socialistes, telles que la nationalisation des industries clés et la réforme agraire, visant à redistribuer les terres aux paysans et à moderniser l'agriculture.

Dans le domaine de l'éducation, le gouvernement baasiste a initié des réformes visant à augmenter l'alphabétisation et à inculquer des valeurs socialistes et panarabes. Ces réformes visaient à forger une nouvelle identité nationale, en se concentrant sur l'histoire et la culture arabes, tout en promouvant la science et la technologie comme moyens de modernisation. En parallèle, la Syrie a connu une période de sécularisation accélérée. Le parti Baas a œuvré pour réduire le rôle de la religion dans les affaires de l'État, s'efforçant de créer une société plus homogène sur le plan idéologique, tout en gérant la diversité religieuse et ethnique du pays.

Cependant, ces réformes ont également été accompagnées d'une augmentation de l'autoritarisme. Le parti Baas a consolidé son emprise sur le pouvoir, limitant les libertés politiques et réprimant toute forme d'opposition. Les tensions internes au sein du parti et au sein de la société syrienne ont continué à se manifester, culminant avec l'ascension de Hafez al-Assad au pouvoir en 1970. Sous Assad, la Syrie a poursuivi sa trajectoire de socialisme arabe, mais avec une emprise encore plus forte du régime sur la société et la politique. La période baasiste en Syrie a ainsi été caractérisée par un mélange de modernisation et d'autoritarisme, reflétant les complexités de la mise en œuvre d'une idéologie socialiste et panarabe dans un contexte de diversité culturelle et de défis politiques internes et externes. Cette époque a posé les bases du développement politique et social syrien pour les décennies suivantes, influençant profondément l'histoire contemporaine du pays.

L'Ère d'Hafez al-Assad: Consolidation du Pouvoir

L'évolution du parti Baas en Syrie a été marquée par des luttes de pouvoir internes et des divisions idéologiques, culminant dans un coup d'État en 1966. Ce coup d'État a été orchestré par une faction plus radicalement socialiste au sein du parti, qui cherchait à imposer une ligne politique plus stricte et plus alignée sur les principes socialistes et panarabes. Ce changement a conduit à une période de gouvernance plus dogmatique et idéologiquement rigide. Les nouveaux dirigeants du parti Baas ont poursuivi la mise en œuvre de réformes socialistes, tout en renforçant le contrôle étatique sur l'économie et en accentuant la rhétorique panarabe. Cependant, la défaite de la Syrie et d'autres pays arabes face à Israël lors de la guerre des Six Jours en 1967 a porté un coup sévère à la légitimité du parti Baas et à la vision panarabe en général. La perte du plateau du Golan au profit d'Israël et l'échec à atteindre les objectifs de la guerre ont entraîné une désillusion et un questionnement sur la direction politique du pays. Cette période a été marquée par le chaos et une instabilité accrue, exacerbant les tensions internes en Syrie.

Dans ce contexte, Hafez al-Assad, alors ministre de la Défense, a saisi l'opportunité pour consolider son pouvoir. En 1970, il a mené un coup d'État militaire réussi, écartant les dirigeants baasistes radicaux et prenant le contrôle du gouvernement. Assad a modifié la direction du parti Baas et de l'État syrien, en se concentrant davantage sur la stabilisation du pays et sur le nationalisme syrien plutôt que sur le panarabisme. Sous la direction d'Assad, la Syrie a connu une période de stabilisation relative et de consolidation du pouvoir. Assad a mis en place un régime autoritaire, contrôlant étroitement tous les aspects de la vie politique et sociale. Il a également cherché à renforcer l'armée et les services de sécurité, établissant un régime centré sur la sécurité et la survie du pouvoir. La prise de pouvoir par Hafez al-Assad en 1970 a donc marqué un tournant dans l'histoire moderne de la Syrie, inaugurant une ère de gouvernance plus centralisée et autoritaire, qui allait façonner l'avenir du pays pour les décennies à venir.

Hafez al-Assad, après avoir pris le pouvoir en Syrie en 1970, a rapidement compris la nécessité d'une base sociale solide et d'une certaine légitimité pour maintenir son régime. Pour consolider son pouvoir, il s'est appuyé sur sa communauté d'origine, les Alawites, une secte minoritaire du chiisme. Assad a stratégiquement placé des membres de la communauté alawite dans des postes clés au sein de l'armée, des services de sécurité et de l'administration gouvernementale. Cette approche a permis d'assurer la loyauté des institutions les plus importantes à son régime. Tout en conservant une rhétorique panarabe dans le discours officiel, Assad a centré le pouvoir autour de la nation syrienne, éloignant ainsi la politique syrienne de l'ambition plus large du panarabisme. Il a adopté une approche pragmatique en matière de politique intérieure et extérieure, cherchant à stabiliser le pays et à renforcer son pouvoir.

Le régime d'Assad a utilisé des tactiques de division et de cooptation, similaires à celles employées par les Français pendant le mandat, pour gérer la diversité ethnique et religieuse de la Syrie. En fragmentant et en manipulant les différentes communautés, le régime a cherché à empêcher l'émergence d'une opposition unifiée. La répression politique est devenue une caractéristique du régime, avec la mise en place d'un appareil sécuritaire étendu et efficace pour surveiller et contrôler la société. Malgré la purge de nombreuses factions de l'opposition, le régime d'Assad a dû faire face à un défi significatif de la part des groupes islamistes. Ces groupes, bénéficiant d'une base sociale solide, en particulier parmi les populations sunnites plus conservatrices, ont représenté une opposition persistante au régime laïc et alawite d'Assad. La tension entre le gouvernement et les groupes islamistes a culminé dans le soulèvement de la ville de Hama en 1982, qui a été brutalement réprimé par le régime. Ainsi, le règne d'Hafez al-Assad en Syrie a été caractérisé par une centralisation du pouvoir, une politique de répression et une certaine stabilisation du pays, mais aussi par une gestion complexe et souvent conflictuelle de la diversité sociopolitique du pays.

Le massacre de Hama en 1982 est l'un des épisodes les plus sombres et les plus sanglants de l'histoire moderne de la Syrie. Cette répression brutale a été ordonnée par Hafez al-Assad en réponse à une insurrection menée par les Frères musulmans dans la ville de Hama. Hama, une ville avec une forte présence islamiste et un bastion de l'opposition aux politiques laïques et alaouites du régime d'Assad, est devenue le centre d'une révolte armée contre le gouvernement. En février 1982, les forces de sécurité syriennes, dirigées par le frère d'Assad, Rifaat al-Assad, ont encerclé la ville et lancé une offensive militaire massive pour écraser la rébellion. La répression a été impitoyable et disproportionnée. Les forces gouvernementales ont utilisé des bombardements aériens, de l'artillerie lourde, et des troupes au sol pour détruire de larges parties de la ville et éliminer les insurgés. Le nombre exact de victimes reste incertain, mais les estimations suggèrent que des milliers de personnes, peut-être jusqu'à 20 000 ou plus, ont été tuées. De nombreux civils ont perdu la vie dans ce qui a été décrit comme un acte de punition collective. Le massacre de Hama n'était pas seulement une opération militaire ; il avait également une forte dimension symbolique. Il visait à envoyer un message clair à toute opposition potentielle au régime d'Assad : la rébellion serait rencontrée avec une force écrasante et impitoyable. La destruction de Hama a servi d'avertissement brutal et a réprimé la dissidence en Syrie pendant des années. Cette répression a également laissé des cicatrices profondes dans la société syrienne et a été un tournant dans la manière dont le régime d'Assad était perçu, tant au niveau national qu'international. Le massacre de Hama est devenu un symbole de l'oppression brutale en Syrie et a contribué à l'image du régime d'Assad comme étant l'un des plus répressifs du Moyen-Orient.

La gouvernance d'Hafez al-Assad en Syrie a dû naviguer dans les eaux complexes de la légitimité religieuse, en particulier en raison de sa propre appartenance à la communauté alaouite, une branche du chiisme souvent perçue avec suspicion par la majorité sunnite en Syrie. Pour asseoir sa légitimité et celle de son régime aux yeux de la majorité sunnite, Assad a dû s'appuyer sur des personnalités religieuses sunnites pour des rôles de fatwa et d'autres positions clés dans le domaine religieux. Ces personnalités étaient chargées d'interpréter la loi islamique et de fournir des justifications religieuses pour les actions du régime. La position des Alawites en tant que minorité religieuse dans un pays majoritairement sunnite a toujours été un défi pour Assad, qui a dû équilibrer les intérêts et les perceptions des différentes communautés pour maintenir son pouvoir. Bien que les Alawites aient été placés dans des postes clés du gouvernement et de l'armée, Assad a également cherché à se présenter comme un leader de tous les Syriens, indépendamment de leur affiliation religieuse.

La Syrie Contemporaine: De Hafez à Bachar al-Assad

À la mort de Hafez al-Assad en 2000, son fils, Bachar al-Assad, lui a succédé. Bachar, initialement perçu comme un réformateur potentiel et un agent possible de changement, a hérité d'un système de gouvernance complexe et autoritaire. Sous sa direction, la Syrie a continué de naviguer dans les défis posés par sa diversité religieuse et ethnique, ainsi que dans les pressions internes et externes. Le règne de Bachar al-Assad a été marqué par des tentatives de réforme et de modernisation, mais également par une continuité dans la consolidation du pouvoir et le maintien de la structure autoritaire héritée de son père. La situation en Syrie s'est radicalement transformée avec le début du soulèvement populaire en 2011, qui a évolué en une guerre civile complexe et dévastatrice, impliquant de multiples acteurs internes et externes et ayant des répercussions profondes sur la région et au-delà.

Le Liban

Domination Ottomane et Mosaïque Culturelle (16ème Siècle - Première Guerre Mondiale)

Le Liban, avec son histoire riche et complexe, a été influencé par diverses puissances et cultures au fil des siècles. Depuis le 16ème siècle jusqu'à la fin de la Première Guerre mondiale, le territoire qui est aujourd'hui le Liban était sous le contrôle de l'Empire ottoman. Cette période a vu le développement d'une mosaïque culturelle et religieuse distincte, caractérisée par une diversité ethnique et confessionnelle.

Deux groupes en particulier, les Druzes et les Maronites (une communauté chrétienne orientale), ont joué un rôle central dans l'histoire du Liban. Ces deux communautés ont souvent été en opposition l'une avec l'autre, en partie à cause de leurs différences religieuses et de leur lutte pour le pouvoir politique et social dans la région. Les Druzes, une minorité religieuse qui s'est développée à partir de l'Islam chiite ismaélien, se sont établis principalement dans les montagnes du Liban et de la Syrie. Ils ont maintenu une identité distincte et ont souvent exercé un pouvoir politique et militaire significatif dans leurs régions. Les Maronites, d'autre part, sont une communauté chrétienne orientale en communion avec l'Église catholique romaine. Ils se sont principalement établis dans les montagnes du Liban, où ils ont développé une forte identité culturelle et religieuse. Les Maronites ont également établi des liens étroits avec les puissances européennes, en particulier la France, ce qui a eu une influence significative sur l'histoire et la politique libanaises. La coexistence et parfois la confrontation entre ces communautés, ainsi qu'avec d'autres groupes tels que les sunnites, les chiites et les orthodoxes, ont façonné l'histoire sociopolitique du Liban. Ces dynamiques ont joué un rôle clé dans la formation de l'identité libanaise et ont influencé la structure politique du Liban moderne, notamment le système de partage du pouvoir confessionnel, qui cherche à équilibrer la représentation de ses divers groupes religieux.

Mandat Français et Restructuration Administrative (Après la Première Guerre Mondiale - 1943)

Durant le mandat français au Liban, la France a tenté de jouer un rôle de médiateur entre les différentes communautés religieuses et ethniques du pays, tout en mettant en place une structure administrative qui reflétait et renforçait la diversité du Liban. Avant l'établissement du mandat français, le Mont Liban avait déjà une certaine autonomie sous l'Empire ottoman, particulièrement après l'instauration de la Mutasarrifiyyah en 1861. La Mutasarrifiyyah du Mont Liban était une région autonome avec son propre gouverneur chrétien, créée en réponse aux conflits entre les Maronites chrétiens et les Druzes musulmans qui avaient éclaté dans les années 1840 et 1860. Cette structure visait à apaiser les tensions en assurant une gouvernance plus équilibrée et en offrant une certaine autonomie à la région.

Lorsque la France a pris le contrôle du Liban après la Première Guerre mondiale, elle a hérité de cette structure complexe et a cherché à maintenir l'équilibre entre les différentes communautés. Le mandat français a élargi les frontières du Mont Liban pour inclure des régions avec des populations musulmanes importantes, formant ainsi le Grand Liban en 1920. Cette expansion visait à créer un État libanais plus viable économiquement, mais elle a également introduit de nouvelles dynamiques démographiques et politiques. Le système politique au Liban sous le mandat français était basé sur un modèle de consociationalisme, où le pouvoir était partagé entre les différentes communautés religieuses. Ce système visait à garantir une représentation équitable des principaux groupes religieux du Liban dans l'administration et la politique, et il a jeté les bases du système politique confessionnel qui caractérise le Liban moderne. Cependant, le mandat français n'était pas sans controverse. Les politiques françaises ont parfois été perçues comme favorisant certaines communautés au détriment d'autres, et il y avait une résistance à la domination étrangère. Néanmoins, le mandat a joué un rôle significatif dans la formation de l'État libanais et dans la définition de son identité nationale.

Durant la Conférence de paix de Paris en 1919, qui a suivi la fin de la Première Guerre mondiale, la France a joué un rôle stratégique en influençant le processus de décision concernant l'avenir des territoires du Moyen-Orient, notamment le Liban. La présence de deux délégations libanaises à cette conférence était une manœuvre de la France pour contrer les revendications de Fayçal, le leader du Royaume arabe de Syrie, qui cherchait à établir un État arabe indépendant incluant le Liban.

Fayçal, soutenu par les nationalistes arabes, revendiquait un grand État arabe indépendant qui s'étendrait sur une grande partie du Levant, y compris le Liban. Ces revendications étaient en contradiction directe avec les intérêts français dans la région, qui incluaient l'établissement d'un mandat sur le Liban et la Syrie. Pour contrer l'influence de Fayçal et justifier leur propre mandat sur la région, les Français ont encouragé la formation de délégations libanaises composées de représentants chrétiens maronites et d'autres groupes qui étaient favorables à l'idée d'un Liban sous mandat français. Ces délégations ont été envoyées à Paris pour plaider en faveur de la protection française et pour souligner l'identité distincte du Liban par rapport à la Syrie et aux aspirations panarabes de Fayçal. En présentant ces délégations comme représentatives des aspirations du peuple libanais, la France a cherché à légitimer ses revendications de mandat sur le Liban et à démontrer qu'une partie significative de la population libanaise préférait la protection française à l'intégration dans un État arabe unifié sous la direction de Fayçal. Cette manœuvre a contribué à façonner l'issue de la conférence et a joué un rôle important dans l'établissement des mandats français et britannique au Moyen-Orient, conformément aux accords Sykes-Picot.

Lutte pour l'Indépendance et le Confessionnalisme (1919 - 1943)

La création de l'État libanais moderne en 1921, sous le mandat français, a été marquée par l'adoption d'un système politique communautaire unique, connu sous le nom de "confessionnalisme politique". Ce système visait à gérer la diversité religieuse et ethnique du Liban en allouant le pouvoir politique et les postes gouvernementaux en fonction de la répartition démographique des différentes communautés confessionnelles. Le confessionnalisme libanais a été conçu pour assurer une représentation équitable de toutes les principales communautés religieuses du pays. Selon ce système, les principaux postes de l'État, y compris le Président, le Premier ministre et le Président de l'Assemblée nationale, étaient réservés à des membres de communautés spécifiques : le Président devait être un Maronite chrétien, le Premier ministre un musulman sunnite, et le Président de l'Assemblée un musulman chiite. Cette répartition des postes était basée sur un recensement de la population effectué en 1932.

Bien que conçu pour promouvoir la coexistence pacifique et l'équilibre entre les différentes communautés, ce système a été critiqué pour avoir institutionnalisé les divisions confessionnelles et pour avoir encouragé la politique basée sur l'identité communautaire plutôt que sur les programmes ou les idéologies politiques. De plus, le système était fragile, car il dépendait des données démographiques qui pouvaient changer au fil du temps. Les élites politiques et les dirigeants communautaires, bien qu'initialement favorables à ce système qui leur garantissait une représentation et une influence, ont été de plus en plus frustrés par ses limitations et ses faiblesses. Le système a également été mis sous pression par des facteurs externes, notamment l'afflux de réfugiés palestiniens après la création de l'État d'Israël en 1948 et les idéaux du panarabisme, qui remettaient en question l'ordre politique confessionnel du Liban. Ces facteurs ont contribué à des déséquilibres démographiques et ont accentué les tensions politiques et confessionnelles au sein du pays. Le système confessionnel, bien qu'il ait été une tentative de gérer la diversité du Liban, a finalement été un facteur clé dans l'instabilité politique qui a conduit à la guerre civile libanaise de 1975-1990. Cette guerre a profondément marqué le Liban et a révélé les limites et les défis du système confessionnel dans la gestion de la diversité et de la cohésion nationale.

Guerre Civile Libanaise : Causes et Impact International (1975 - 1990)

La guerre civile libanaise, qui a débuté en 1975, a été influencée par de nombreux facteurs internes et externes, notamment les tensions croissantes liées à la présence palestinienne au Liban. L'arrivée massive de réfugiés et de combattants palestiniens au Liban, particulièrement après les événements de "Septembre Noir" en 1970 en Jordanie, a été un élément déclencheur majeur de la guerre civile. En septembre 1970, le roi Hussein de Jordanie a lancé une campagne militaire pour expulser l'Organisation de libération de la Palestine (OLP) et d'autres groupes armés palestiniens de Jordanie, à la suite de tentatives croissantes de ces groupes de s'immiscer dans les affaires intérieures jordaniennes. Cette campagne, connue sous le nom de "Septembre Noir", a conduit à un afflux important de Palestiniens au Liban, exacerbant les tensions existantes dans le pays. La présence croissante de Palestiniens armés et l'activisme de l'OLP contre Israël à partir du sol libanais ont ajouté une nouvelle dimension au conflit libanais, compliquant davantage la situation politique déjà fragile. Les groupes palestiniens, en particulier dans le sud du Liban, ont souvent été en conflit avec les communautés libanaises locales et ont été impliqués dans des attaques transfrontalières contre Israël.

En réponse à ces attaques et à la présence de l'OLP, Israël a lancé plusieurs opérations militaires au Liban, culminant avec l'invasion du Liban en 1982. L'occupation israélienne du sud du Liban a été motivée par le désir d'Israël de sécuriser ses frontières nord et de démanteler la base d'opérations de l'OLP. La guerre civile libanaise a donc été alimentée par un mélange de tensions internes, de conflits confessionnels, de déséquilibres démographiques et de facteurs externes, y compris les interventions israéliennes et les dynamiques régionales liées au conflit israélo-arabe. Cette guerre, qui a duré jusqu'en 1990, a été dévastatrice pour le Liban, entraînant d'énormes pertes humaines, des déplacements massifs de populations et des destructions généralisées. Elle a profondément transformé la société et la politique libanaises et a laissé des cicatrices qui continuent d'affecter le pays.

Influence Syrienne et Accords de Taëf (1976 - 2005)

La guerre civile libanaise et l'intervention syrienne dans le conflit sont des éléments clés pour comprendre l'histoire récente du Liban. La Syrie, sous la direction de Hafez al-Assad, a joué un rôle complexe et parfois contradictoire dans la guerre civile libanaise. La Syrie, ayant ses propres intérêts géopolitiques au Liban, est intervenue dans le conflit dès 1976. Officiellement, cette intervention était justifiée comme un effort pour stabiliser le Liban et prévenir une escalade du conflit. Cependant, de nombreux observateurs ont noté que la Syrie avait également des ambitions d'expansion et de contrôle sur le Liban, qui était historiquement et culturellement lié à la Syrie. Durant la guerre, la Syrie a soutenu diverses factions et communautés libanaises, souvent en fonction de ses intérêts stratégiques du moment. Cette implication a parfois été perçue comme une tentative de la part de la Syrie d'exercer son influence et de renforcer sa position au Liban. La guerre civile a finalement pris fin avec les Accords de Taëf en 1989, un accord de paix négocié avec le soutien de la Ligue arabe et sous la supervision de la Syrie. Les Accords de Taëf ont redéfini l'équilibre politique confessionnel au Liban, en modifiant le système de partage du pouvoir pour mieux refléter la démographie actuelle du pays. Ils ont également prévu la fin de la guerre civile et l'établissement d'un gouvernement de réconciliation nationale.

Cependant, les accords ont également consolidé l'influence syrienne au Liban. La Syrie a maintenu une présence militaire et une influence politique considérable dans le pays après la guerre, ce qui a été source de tension et de controverse au Liban et dans la région. La présence syrienne au Liban n'a pris fin qu'en 2005, suite à l'assassinat de l'ancien Premier ministre libanais Rafic Hariri, un événement qui a déclenché des protestations massives au Liban et une pression internationale accrue sur la Syrie. La décision de ne pas réaliser de recensement de la population au Liban après la guerre civile reflète les sensibilités autour de la question démographique dans le contexte politique confessionnel libanais. Un recensement pourrait potentiellement perturber l'équilibre délicat sur lequel le système politique libanais est construit, en révélant des changements démographiques susceptibles de remettre en question la répartition actuelle du pouvoir entre les différentes communautés.

Assassinat de Rafiq Hariri et la Révolution du Cèdre (2005)

L'assassinat de Rafiq Hariri, Premier ministre libanais, le 14 février 2005, a été un moment décisif dans l'histoire récente du Liban. Hariri était une figure populaire, connue pour sa politique de reconstruction post-guerre civile et ses efforts pour rétablir Beyrouth en tant que centre financier et culturel. Son assassinat a provoqué une onde de choc à travers le pays et a déclenché des accusations contre la Syrie, soupçonnée d'être impliquée dans cet acte. L'assassinat a déclenché la "Révolution du Cèdre", une série de vastes manifestations pacifiques exigeant la fin de l'influence syrienne au Liban et la vérité sur l'assassinat de Hariri. Ces manifestations, auxquelles ont participé des centaines de milliers de Libanais de toutes confessions, ont mis une pression considérable sur la Syrie. Sous le poids de cette pression populaire et de la condamnation internationale, la Syrie a finalement retiré ses troupes du Liban en avril 2005, mettant fin à près de 30 ans de présence militaire et politique dans le pays.

Le Liban Contemporain : Défis Politiques et Sociaux (2005 - Présent)

Parallèlement, le Hezbollah, un groupe islamiste chiite et une organisation militaire fondée en 1982, est devenu un acteur clé dans la politique libanaise. Le Hezbollah a été fondé avec le soutien de l'Iran dans le contexte de l'invasion israélienne du Liban en 1982 et a grandi pour devenir à la fois un mouvement politique et une milice puissante. Le parti a refusé de se désarmer après la guerre civile, invoquant la nécessité de défendre le Liban contre Israël. Le conflit de 2006 entre Israël et le Hezbollah a davantage renforcé la position du Hezbollah en tant que force majeure dans la résistance arabe contre Israël. Le conflit a commencé lorsque le Hezbollah a capturé deux soldats israéliens, déclenchant une réponse militaire intense d'Israël au Liban. Malgré les destructions massives et les pertes humaines au Liban, le Hezbollah est sorti du conflit avec une image renforcée de résistance contre Israël, gagnant un soutien considérable parmi certaines parties de la population libanaise et dans le monde arabe en général. Ces événements ont considérablement influencé la dynamique politique libanaise, révélant les divisions profondes au sein du pays et les défis persistants pour la stabilité et la souveraineté du Liban. La période post-2005 a été marquée par des tensions politiques continues, des crises économiques et des défis sécuritaires, reflétant la complexité du paysage politique et confessionnel du Liban.

Jordanie

Mandat Britannique et Division Territoriale (Début 20ème siècle - 1922)

Pour comprendre la formation de la Jordanie, il est essentiel de remonter à la période du mandat britannique sur la Palestine après la Première Guerre mondiale. La Grande-Bretagne, en obtenant le mandat sur la Palestine à la suite de la Conférence de San Remo en 1920, s'est retrouvée à la tête d'un territoire complexe et conflictuel. Une des premières actions des Britanniques fut de diviser ce mandat en deux zones distinctes lors de la conférence du Caire en 1922 : d'une part, la Palestine, et d'autre part, les émirats de Transjordanie. Cette division reflétait à la fois des considérations géopolitiques et le désir de répondre aux aspirations des populations locales. Abdallah, l'un des fils du Chérif Hussein de La Mecque, jouait un rôle important dans la région, notamment en menant des révoltes contre les Ottomans. Pour apaiser et contenir son influence, les Britanniques ont décidé de le nommer émir de Transjordanie. Cette décision a été en partie motivée par le désir de stabiliser la région et de créer un allié fiable pour les Britanniques.

La question de l'immigration juive en Palestine était une source majeure de tension durant cette période. Les sionistes, qui aspiraient à la création d'un foyer national juif en Palestine, ont protesté contre la politique britannique interdisant l'immigration juive en Transjordanie, considérant que cela restreignait les possibilités de colonisation juive dans une partie du territoire du mandat.

Indépendance et Formation de l'État Jordanien (1946 - 1948)

Le fleuve Jourdain a joué un rôle déterminant dans la distinction entre la Transjordanie (à l'est du Jourdain) et la Cisjordanie (à l'ouest). Ces termes géographiques ont été utilisés pour décrire les régions situées de part et d'autre du fleuve Jourdain. La formation de la Jordanie en tant qu'État indépendant a été un processus graduel. En 1946, la Transjordanie a obtenu son indépendance de la Grande-Bretagne, et Abdallah est devenu le premier roi du royaume hachémite de Jordanie. La Jordanie, comme la Palestine, a été profondément affectée par les développements régionaux, notamment la création de l'État d'Israël en 1948 et les conflits arabes-israéliens qui ont suivi. Ces événements ont eu un impact considérable sur la politique et la société jordaniennes dans les décennies suivantes.

La Légion arabe a joué un rôle significatif dans l'histoire de la Jordanie et dans le conflit israélo-arabe. Fondée dans les années 1920 sous le mandat britannique, la Légion arabe était une force militaire jordanienne qui a opéré sous la supervision de conseillers militaires britanniques. Cette force a été cruciale pour maintenir l'ordre dans le territoire de la Transjordanie et a servi de base à l'armée jordanienne moderne. À la fin du mandat britannique en 1946, la Transjordanie, sous le règne du roi Abdallah, a obtenu son indépendance, devenant le Royaume hachémite de Jordanie. L'indépendance de la Jordanie a marqué un tournant dans l'histoire du Moyen-Orient, en faisant du pays un acteur clé de la région.

Conflits Israélo-Arabes et Impact sur la Jordanie (1948 - 1950)

En 1948, la déclaration d'indépendance d'Israël a déclenché la première guerre israélo-arabe. Les États arabes voisins, dont la Jordanie, ont refusé de reconnaître la légitimité d'Israël et ont engagé des forces militaires pour s'opposer à l'État nouvellement formé. La Légion arabe jordanienne, considérée comme l'une des forces armées les plus efficaces parmi les pays arabes à cette époque, a joué un rôle majeur dans ce conflit. Durant la guerre de 1948, la Jordanie, sous le commandement du roi Abdallah, a occupé la Cisjordanie, une région à l'ouest du Jourdain qui faisait partie du mandat britannique sur la Palestine. À la fin de la guerre, la Jordanie a annexé officiellement la Cisjordanie, une décision qui a été largement reconnue dans le monde arabe mais pas par la communauté internationale. Cette annexion a inclus Jérusalem-Est, qui a été proclamée capitale de la Jordanie aux côtés d'Amman. L'annexion de la Cisjordanie par la Jordanie a eu d'importantes implications pour les relations israélo-arabes et le conflit palestinien. Elle a également façonné la politique intérieure jordanienne, car la population palestinienne de la Cisjordanie est devenue une partie importante de la société jordanienne. Cette période de l'histoire jordanienne a continué à influencer la politique et les relations internationales du pays dans les décennies suivantes.

La période suivant l'annexion de la Cisjordanie par la Jordanie en 1948 a été marquée par des évolutions politiques et sociales importantes. En 1950, la Jordanie a officiellement annexé la Cisjordanie, une décision qui a eu des conséquences durables sur la composition démographique et politique du pays. Suite à cette annexion, la moitié des sièges du parlement jordanien a été allouée à des députés palestiniens, reflétant la nouvelle réalité démographique de la Jordanie unifiée, qui comprenait désormais une importante population palestinienne. Cette intégration politique des Palestiniens en Jordanie a souligné l'ampleur de l'annexion de la Cisjordanie et a été vue par certains comme un effort pour légitimer le contrôle jordanien sur le territoire. Cependant, ce mouvement a également suscité des tensions, tant au sein de la population palestinienne que parmi les nationalistes palestiniens, qui aspiraient à l'indépendance et à la création d'un État palestinien distinct.

Des rumeurs d'accords secrets entre la Jordanie et Israël concernant des questions de souveraineté et de territoire ont alimenté le mécontentement parmi les nationalistes palestiniens. En 1951, le roi Abdallah, qui avait été un acteur clé de l'annexion de la Cisjordanie et avait cherché à maintenir de bonnes relations avec les Israéliens, a été assassiné à Jérusalem par un nationaliste palestinien. Cet assassinat a souligné les divisions profondes et les tensions politiques relatives à la question palestinienne. La guerre des Six Jours en 1967 a été un autre tournant majeur pour la Jordanie et la région. Israël a capturé la Cisjordanie, Jérusalem-Est, et d'autres territoires lors de ce conflit, mettant fin au contrôle jordanien sur ces régions. Cette perte a eu un impact profond sur la Jordanie, tant sur le plan politique que démographique, et a exacerbé la question palestinienne, qui est restée un enjeu central dans les affaires intérieures et la politique étrangère de la Jordanie. La guerre de 1967 a également contribué à l'émergence de l'Organisation de libération de la Palestine (OLP) comme le principal représentant des Palestiniens et a influencé la trajectoire du conflit israélo-arabe dans les années suivantes.

Règne du Roi Hussein et Défis Internes (1952 - 1999)

Le roi Hussein de Jordanie, petit-fils du roi Abdallah, a régné sur le pays de 1952 jusqu'à sa mort en 1999. Son règne a été marqué par des défis majeurs, dont la question de la population palestinienne en Jordanie et les ambitions panarabes du roi.

Le roi Hussein a hérité d'une situation complexe avec une population palestinienne importante en Jordanie, résultant de l'annexion de la Cisjordanie en 1948 et de l'afflux de réfugiés palestiniens après la création d'Israël et la guerre des Six Jours en 1967. La gestion de cette question palestinienne est restée un défi majeur tout au long de son règne, avec des tensions politiques et sociales internes croissantes. L'un des moments les plus critiques de son règne a été la crise de "Septembre Noir" en 1970. Face à une montée en puissance des combattants palestiniens de l'OLP en Jordanie, qui menaçait la souveraineté et la stabilité du royaume, le roi Hussein a ordonné une intervention militaire brutale pour reprendre le contrôle des camps de réfugiés et des villes où l'OLP était fortement présente. Cette intervention a abouti à l'expulsion de l'OLP et de ses combattants du territoire jordanien, qui ont ensuite établi leur quartier général au Liban.

Malgré sa participation aux guerres israélo-arabes, notamment la guerre du Kippour en 1973, le roi Hussein a maintenu des relations discrètes mais significatives avec Israël. Ces relations, souvent en désaccord avec les positions d'autres États arabes, étaient motivées par des considérations stratégiques et sécuritaires. La Jordanie et Israël partageaient des préoccupations communes, notamment en ce qui concerne la stabilité régionale et la question palestinienne. Le roi Hussein a finalement joué un rôle clé dans les efforts de paix au Moyen-Orient. En 1994, la Jordanie a signé un traité de paix avec Israël, devenant le deuxième pays arabe, après l'Égypte, à normaliser officiellement les relations avec Israël. Ce traité a marqué une étape importante dans les relations israélo-arabes et a reflété la volonté du roi Hussein de rechercher une résolution pacifique au conflit israélo-arabe, malgré les défis et les controverses que cela impliquait.

Le Roi Abdallah II et la Jordanie Moderne (1999 - Présent)

À la mort du roi Hussein de Jordanie en 1999, son fils, Abdallah II, lui a succédé sur le trône. L'accession d'Abdallah II au pouvoir a marqué le début d'une nouvelle ère pour la Jordanie, bien que le nouveau roi ait hérité de nombreux défis politiques, économiques et sociaux de son père. Abdallah II, éduqué à l'étranger et ayant une expérience militaire, a pris la tête d'un pays confronté à des défis internes complexes, notamment la gestion des relations avec la population palestinienne, l'équilibre entre les pressions démocratiques et la stabilité du royaume, et les problèmes économiques persistants. Sur le plan international, la Jordanie, sous son règne, a continué à jouer un rôle important dans les questions régionales, notamment le conflit israélo-arabe et les crises dans les pays voisins. Le roi Abdallah II a poursuivi les efforts de son père pour moderniser le pays et améliorer l'économie. Il a également cherché à promouvoir la Jordanie en tant qu'intermédiaire et médiateur dans les conflits régionaux, tout en maintenant des relations étroites avec les pays occidentaux, en particulier les États-Unis.

La politique extérieure d'Abdallah II a été marquée par un équilibre entre le maintien de relations solides avec les pays occidentaux et la navigation dans les dynamiques complexes du Moyen-Orient. La Jordanie, sous son règne, a continué de jouer un rôle actif dans les efforts de paix au Moyen-Orient et a été confrontée à l'impact des crises dans les pays voisins, notamment l'Irak et la Syrie. Sur le plan interne, Abdallah II a fait face à des appels à des réformes politiques et économiques plus importantes. Les soulèvements du Printemps arabe en 2011 ont également eu un impact sur la Jordanie, bien que le pays ait réussi à éviter l'instabilité à grande échelle observée dans d'autres parties de la région. Le roi a répondu à certains de ces défis par des réformes politiques progressives et des efforts pour améliorer l'économie du pays.

La trajectoire historique des Hachémites, qui ont joué un rôle crucial dans les événements du Moyen-Orient au début du 20ème siècle, est marquée par des promesses non tenues et des ajustements politiques majeurs. La famille hachémite, originaire de la région du Hedjaz en Arabie, a été au cœur des ambitions arabes pour l'indépendance et l'unité durant et après la Première Guerre mondiale. Leurs aspirations à un grand État arabe unifié ont été encouragées, puis déçues par les puissances européennes, en particulier la Grande-Bretagne.

Le roi Hussein bin Ali, le patriarche des Hachémites, avait aspiré à la création d'un grand royaume arabe s'étendant sur une grande partie du Moyen-Orient. Cependant, les accords Sykes-Picot de 1916 et la Déclaration Balfour de 1917, ainsi que d'autres développements politiques, ont progressivement réduit ces aspirations. Finalement, les Hachémites n'ont régné que sur la Transjordanie (la Jordanie moderne) et l'Irak, où un autre fils de Hussein, Fayçal, est devenu roi. En ce qui concerne la Palestine, la Jordanie, sous le règne du roi Hussein, a eu une implication importante jusqu'aux Accords d'Oslo dans les années 1990. Après la guerre des Six Jours en 1967 et la perte de la Cisjordanie par la Jordanie au profit d'Israël, le roi Hussein a continué à revendiquer la souveraineté sur le territoire palestinien, malgré l'absence de contrôle effectif.

Cependant, avec les Accords d'Oslo en 1993, qui ont établi une reconnaissance mutuelle entre Israël et l'Organisation de libération de la Palestine (OLP) et ont jeté les bases de l'autonomie palestinienne, la Jordanie a dû réévaluer sa position. En 1988, le roi Hussein avait déjà renoncé officiellement à toutes les revendications jordaniennes sur la Cisjordanie en faveur de l'OLP, reconnaissant le droit du peuple palestinien à l'autodétermination. Les Accords d'Oslo ont consolidé cette réalité, confirmant l'OLP comme représentant légitime du peuple palestinien et marginalisant davantage le rôle de la Jordanie dans les affaires palestiniennes. Les Accords d'Oslo ont donc marqué la fin des ambitions jordaniennes sur la Palestine, orientant le processus de paix vers une négociation directe entre Israéliens et Palestiniens, avec la Jordanie et d'autres acteurs régionaux jouant un rôle de soutien plutôt que de protagonistes principaux.

Jordanie et Relations Internationales : Alliance Stratégique avec les États-Unis

La Jordanie, depuis sa création en tant qu'État indépendant en 1946, a joué un rôle stratégique dans la politique du Moyen-Orient, équilibrant habilement les relations internationales, notamment avec les États-Unis. Cette relation privilégiée avec Washington a été essentielle pour la Jordanie, non seulement en termes d'aide économique et militaire, mais aussi en tant que soutien diplomatique dans une région souvent marquée par l'instabilité et les conflits. L'aide économique et militaire américaine a été un pilier du développement et de la sécurité de la Jordanie. Les États-Unis ont fourni une assistance substantielle pour renforcer les capacités défensives de la Jordanie, soutenir son développement économique et l'aider à gérer les crises humanitaires, comme l'afflux massif de réfugiés syriens et irakiens. Cette aide a permis à la Jordanie de maintenir sa stabilité intérieure et de jouer un rôle actif dans la promotion de la paix et de la sécurité régionales. Sur le plan militaire, la coopération entre la Jordanie et les États-Unis a été étroite et fructueuse. Les exercices militaires conjoints et les programmes de formation ont renforcé les liens entre les deux pays et ont amélioré la capacité de la Jordanie à contribuer à la sécurité régionale. Cette coopération militaire est également un élément crucial pour la Jordanie dans le contexte de la lutte contre le terrorisme et l'extrémisme. Diplomatiquement, la Jordanie a souvent agi en tant qu'intermédiaire dans les conflits régionaux, un rôle qui correspond aux intérêts des États-Unis dans la région. La Jordanie a été impliquée dans les efforts de paix israélo-palestiniens et a joué un rôle de modérateur dans les crises en Syrie et en Irak. La position géographique de la Jordanie, sa stabilité relative et ses relations avec les États-Unis en font un acteur clé dans les efforts de médiation et de résolution des conflits dans la région.

La relation entre la Jordanie et les États-Unis n'est pas seulement une alliance stratégique; elle est aussi le reflet d'une compréhension partagée des enjeux de la région. Les deux pays partagent des objectifs communs en matière de lutte contre le terrorisme, de promotion de la stabilité régionale et de recherche de solutions diplomatiques aux conflits. Cette relation est donc essentielle pour la Jordanie, lui permettant de naviguer dans les défis complexes du Moyen-Orient tout en bénéficiant du soutien d'une puissance mondiale majeure.

Irak

Formation de l'État Irakien (Post-Première Guerre mondiale)

La formation de l'Irak en tant qu'État moderne est une conséquence directe de la dissolution de l'Empire ottoman à la suite de la Première Guerre mondiale. L'Irak, tel que nous le connaissons aujourd'hui, est né de la fusion de trois provinces ottomanes historiques : Mossoul, Bagdad et Bassora. Cette fusion, orchestrée par les puissances coloniales, en particulier la Grande-Bretagne, a façonné non seulement les frontières de l'Irak mais aussi sa dynamique interne complexe.

La province de Mossoul, située dans le nord de l'Irak actuel, était une région stratégique, notamment en raison de ses riches réserves pétrolières. La composition ethnique de Mossoul, avec une présence significative de Kurdes, a ajouté une dimension supplémentaire à la complexité politique de l'Irak. Après la guerre, le statut de Mossoul a fait l'objet d'un débat international, les Turcs et les Britanniques revendiquant chacun la région. Finalement, la Société des Nations a tranché en faveur de l'Irak, intégrant ainsi Mossoul dans le nouvel État. Le vilayet de Bagdad, au centre, était le cœur historique et culturel de la région. Bagdad, une ville avec une riche histoire remontant à l'ère des califats, a continué à jouer un rôle central dans la vie politique et culturelle de l'Irak. La diversité ethnique et religieuse de la province de Bagdad a été un facteur clé dans les dynamiques politiques de l'Irak moderne. Quant à la province de Bassora, dans le sud, cette région majoritairement peuplée d'Arabes chiites, a été un important centre commercial et portuaire. Les liens de Bassora avec le Golfe Persique et le monde arabe ont été cruciaux pour l'économie irakienne et ont influencé les relations extérieures de l'Irak.

La fusion de ces trois provinces distinctes en un seul État sous le mandat britannique n'a pas été sans difficultés. La gestion des tensions ethniques, religieuses et tribales a été un défi constant pour les dirigeants irakiens. L'importance stratégique de l'Irak a été renforcée par la découverte de pétrole, attirant l'attention des puissances occidentales et influençant profondément le développement politique et économique du pays. Les décisions prises pendant et après la période du mandat britannique ont posé les bases des complexités politiques et sociales de l'Irak, qui ont continué à se manifester tout au long de son histoire moderne, y compris pendant le règne de Saddam Hussein et au-delà. La formation de l'Irak, un mélange de diverses régions et groupes, a été un facteur clé dans les nombreux défis auxquels le pays a été confronté dans le siècle suivant.

Influence Britannique et Intérêts Pétroliers (Début 20ème siècle)

La fascination de la Grande-Bretagne pour l'Irak dans la première moitié du 20ème siècle s'inscrit dans le cadre plus large de la politique impériale britannique, où la géostratégie et les ressources naturelles jouaient un rôle prépondérant. L'Irak, avec son accès direct au Golfe Persique et sa proximité avec la Perse riche en pétrole, est rapidement devenu un territoire d'intérêt majeur pour la Grande-Bretagne, qui cherchait à étendre son influence au Moyen-Orient. L'importance stratégique de l'Irak était liée à sa position géographique, offrant un accès au Golfe Persique, une voie d'eau cruciale pour le commerce et les communications maritimes. Ce contrôle offrait à la Grande-Bretagne un avantage dans la sécurisation des routes commerciales et maritimes vitales, en particulier en lien avec son empire colonial en Inde et au-delà. Le pétrole, devenu une ressource stratégiquement vitale au début du 20ème siècle, a accentué l'intérêt britannique pour l'Irak et la région environnante. La découverte de pétrole en Perse (Iran actuel) par la Anglo-Persian Oil Company (qui deviendra plus tard British Petroleum, ou BP) a mis en lumière le potentiel pétrolier de la région. La Grande-Bretagne, soucieuse de sécuriser ses approvisionnements en pétrole pour sa marine et son industrie, a vu dans l'Irak un territoire clé pour ses intérêts énergétiques.

Le mandat britannique en Irak, établi par la Société des Nations après la Première Guerre mondiale, a donné à la Grande-Bretagne un contrôle considérable sur la formation de l'État irakien. Cependant, cette période a été marquée par des tensions et des résistances, comme en témoigne la révolte irakienne de 1920, une réaction significative à la domination britannique et aux tentatives d'implanter des structures administratives et politiques étrangères. Les actions britanniques en Irak étaient guidées par une combinaison d'objectifs impériaux et de nécessités pratiques. Alors que le 20ème siècle progressait, l'Irak est devenu un enjeu de plus en plus complexe dans la politique britannique, surtout avec l'émergence du nationalisme arabe et la montée des revendications pour l'indépendance. Le rôle de la Grande-Bretagne en Irak, et plus largement au Moyen-Orient, a donc été un mélange de stratégie impériale, de gestion des ressources naturelles et de réponse aux dynamiques politiques en constante évolution de la région.

Rôle de Mossoul et Diversité Ethnique (Début 20ème siècle)

La région de Mossoul, dans le nord de l'Irak, a toujours été d'une importance cruciale dans le contexte historique et politique du Moyen-Orient. Sa signification est due à plusieurs facteurs clés qui en ont fait un territoire convoité au fil des siècles, notamment par la Grande-Bretagne durant l'ère coloniale. La découverte de pétrole dans la région de Mossoul a été un tournant majeur. Au début du 20ème siècle, alors que l'importance du pétrole comme ressource stratégique mondiale devenait de plus en plus évidente, Mossoul est apparue comme un territoire d'une immense valeur économique. Les réserves pétrolières substantielles de la région ont attiré l'attention des puissances impériales, particulièrement de la Grande-Bretagne, qui cherchait à sécuriser les sources de pétrole pour ses besoins industriels et militaires. Cette richesse en hydrocarbures a non seulement stimulé l'intérêt international pour Mossoul, mais a également joué un rôle déterminant dans la formation de la politique et de l'économie irakiennes au cours du siècle suivant. En outre, la position géographique de Mossoul, à proximité des sources des fleuves Tigre et Euphrate, lui confère une importance stratégique particulière. Le contrôle des sources d'eau dans cette région aride est vital pour l'agriculture, l'économie et la vie quotidienne. Cette importance géographique a fait de Mossoul un enjeu dans les relations internationales et les dynamiques régionales, en particulier dans le contexte des tensions liées à la répartition de l'eau dans la région. Le contrôle de Mossoul était également perçu comme essentiel pour la stabilité de l'ensemble de l'Irak. En raison de sa diversité ethnique et culturelle, avec une population composée de Kurdes, d'Arabes, de Turkmènes, d'Assyriens et d'autres groupes, la région a été un carrefour culturel et politique important. La gestion de cette diversité et l'intégration de Mossoul dans l'État irakien ont été des défis constants pour les gouvernements irakiens successifs. Le maintien de la stabilité dans la région du nord était crucial pour la cohésion et l'unité nationales de l'Irak.

Contribution de Gertrude Bell et Fondations de l'Irak Moderne (Début 20ème siècle)

La contribution de Gertrude Bell à la formation de l'Irak moderne est un exemple éloquent de l'influence occidentale dans la redéfinition des frontières et des identités nationales au Moyen-Orient au début du 20ème siècle. Bell, une archéologue et administratrice coloniale britannique, a joué un rôle crucial dans la création de l'État irakien, notamment en préconisant l'utilisation du terme « Irak », un nom d'origine arabe, au lieu de « Mésopotamie », d'origine grecque. Ce choix symbolisait une reconnaissance de l'identité arabe de la région, par opposition à une désignation imposée par des puissances étrangères. Cependant, comme l'a souligné Pierre-Jean Luisard dans son analyse de la question irakienne, les fondations de l'Irak moderne ont également été le berceau de problèmes futurs. La structure de l'Irak, conçue et mise en œuvre par des puissances coloniales, a réuni sous un même état des groupes ethniques et religieux divers, créant ainsi un terrain propice à des tensions et des conflits persistants. La domination des sunnites, souvent minoritaires, sur les chiites, majoritaires, a engendré des tensions sectaires et des conflits, exacerbés par des politiques discriminatoires et des différences idéologiques. De plus, la marginalisation des Kurdes, un groupe ethnique important dans le nord de l'Irak, a alimenté des revendications d'autonomie et de reconnaissance, souvent réprimées par le gouvernement central.

Ces tensions internes ont été exacerbées sous le régime de Saddam Hussein, qui a régi l'Irak d'une main de fer, exacerbant les divisions sectaires et ethniques. La guerre Iran-Irak (1980-1988), la campagne d'Anfal contre les Kurdes, et l'invasion du Koweït en 1990 sont des exemples de la façon dont les politiques internes et externes de l'Irak ont été influencées par ces dynamiques de pouvoir. L'invasion de l'Irak en 2003 par une coalition menée par les États-Unis et la chute de Saddam Hussein ont ouvert une nouvelle période de conflit et d'instabilité, révélant la fragilité des fondations sur lesquelles l'État irakien avait été construit. Les années qui ont suivi ont été marquées par une violence sectaire accrue, des luttes de pouvoir internes et l'émergence de groupes extrémistes comme l'État islamique, qui ont profité du vide politique et de la désintégration de l'ordre étatique. L'histoire de l'Irak est celle d'un État façonné par des influences étrangères et confronté à des défis internes complexes. La contribution de Gertrude Bell, bien que significative dans la formation de l'Irak, s'inscrit dans un contexte plus vaste de construction nationale et de conflits qui ont continué à façonner le pays bien au-delà de sa fondation.

Stratégie de 'Diviser pour Régner' et Domination Sunnite (Début 20ème siècle)

La méthode coloniale adoptée par la Grande-Bretagne dans la création et la gestion de l'Irak est un exemple classique de la stratégie de "diviser pour régner", qui a eu des répercussions profondes sur la structure politique et sociale de l'Irak. Selon cette approche, les puissances coloniales favorisaient souvent une minorité au sein de la société pour la maintenir au pouvoir, assurant ainsi sa dépendance et sa loyauté envers la métropole, tout en affaiblissant l'unité nationale. Dans le cas de l'Irak, les Britanniques ont installé la minorité sunnite au pouvoir, malgré le fait que les chiites constituaient la majorité de la population. En 1920, Fayçal Ier, un membre de la famille royale hachémite, a été installé comme le souverain de l'Irak nouvellement formé. Fayçal, bien qu'ayant des racines dans la Péninsule Arabique, a été choisi par les Britanniques pour sa légitimité panarabe et sa capacité présumée à unifier les divers groupes ethniques et religieux sous son règne. Cependant, cette décision a exacerbé les tensions sectaires et ethniques dans le pays. Les chiites et les Kurdes, se sentant marginalisés et exclus du pouvoir politique, ont rapidement manifesté leur mécontentement. Dès 1925, des soulèvements chiites et kurdes ont éclaté en réponse à cette marginalisation et aux politiques mises en œuvre par le gouvernement dominé par les sunnites. Ces contestations ont été violemment réprimées, parfois avec l'aide de la Royal Air Force britannique, dans le but de stabiliser l'État et de maintenir le contrôle colonial. L'utilisation de la force pour mater les révoltes chiites et kurdes a posé les bases d'une instabilité persistante en Irak. La domination sunnite, soutenue par les Britanniques, a engendré un ressentiment durable parmi les populations chiites et kurdes, contribuant à des cycles de rébellion et de répression qui ont marqué l'histoire irakienne tout au long du 20ème siècle. Cette dynamique a également alimenté un sentiment nationaliste parmi les chiites et les Kurdes, renforçant leur aspiration à une plus grande autonomie, voire à l'indépendance, en particulier dans la région kurde du nord de l'Irak.

Indépendance et Influence Britannique Continuée (1932)

L'accession de l'Irak à l'indépendance en 1932 représente un moment charnière dans l'histoire du Moyen-Orient, soulignant la complexité de la décolonisation et l'influence continue des puissances coloniales. L'Irak est devenu le premier État, créé de toutes pièces par un mandat de la Société des Nations à la suite de la Première Guerre mondiale, à obtenir formellement son indépendance. Cet événement a marqué une étape importante dans l'évolution de l'Irak de protectorat britannique à État souverain. L'adhésion de l'Irak à la Société des Nations en 1932 a été saluée comme un signe de son statut de nation indépendante et souveraine. Cependant, cette indépendance était en pratique entravée par le maintien d'une influence britannique considérable sur les affaires intérieures irakiennes. Bien que l'Irak ait officiellement obtenu sa souveraineté, les Britanniques ont continué à exercer un contrôle indirect sur le pays.

Ce contrôle s'exprimait notamment dans l'administration gouvernementale irakienne, où chaque ministre irakien avait un assistant britannique. Ces assistants, souvent des administrateurs expérimentés, avaient un rôle de conseil, mais leur présence symbolisait aussi la mainmise britannique sur la politique irakienne. Cette situation a créé un environnement où la souveraineté irakienne était en partie entravée par l'influence et les intérêts britanniques. Cette période de l'histoire irakienne a également été marquée par des tensions internes et des défis politiques. Le gouvernement irakien, bien que souverain, devait naviguer dans un paysage complexe de divisions ethniques et religieuses, tout en gérant les attentes et les pressions des anciennes puissances coloniales. Cette dynamique a contribué à des périodes d'instabilité et à des conflits internes, reflétant les difficultés inhérentes à la transition de l'Irak de mandat à nation indépendante. L'indépendance de l'Irak en 1932, bien qu'étant un jalon important, n'a donc pas mis fin à l'influence étrangère dans le pays. Au contraire, elle a marqué le début d'une nouvelle phase de relations internationales et de défis intérieurs pour l'Irak, façonnant son développement politique et social dans les décennies suivantes.

Coup d'État de 1941 et Intervention Britannique (1941)

En 1941, l'Irak a été le théâtre d'un événement critique qui a illustré la fragilité de son indépendance et la persistance de l'influence britannique dans le pays. Ce fut l'année du coup d'État mené par Rashid Ali al-Gaylani, qui a déclenché une série d'événements aboutissant à une intervention militaire britannique. Rashid Ali, qui avait déjà occupé le poste de Premier ministre, a mené un coup d'État contre le gouvernement pro-britannique en place. Ce coup d'État a été motivé par divers facteurs, notamment le nationalisme arabe, l'opposition à la présence et à l'influence britanniques en Irak, et les sentiments anti-coloniaux croissants parmi certaines factions de l'élite politique et militaire irakienne.

La prise de pouvoir par Rashid Ali a été perçue comme une menace directe par la Grande-Bretagne, notamment en raison de la position stratégique de l'Irak pendant la Seconde Guerre mondiale. L'Irak, avec son accès au pétrole et sa position géographique, était crucial pour les intérêts britanniques dans la région, en particulier dans le contexte de la guerre contre les puissances de l'Axe. En réponse au coup d'État, la Grande-Bretagne est rapidement intervenue militairement. Les forces britanniques, craignant que l'Irak ne tombe sous l'influence de l'Axe ou ne perturbe les voies de ravitaillement et d'accès au pétrole, ont lancé une campagne pour renverser Rashid Ali et restaurer un gouvernement favorable aux Britanniques. L'opération a été rapide et décisive, mettant fin au bref règne de Rashid Ali. À la suite de cette intervention, la Grande-Bretagne a placé un nouveau roi au pouvoir, réaffirmant ainsi son influence sur la politique irakienne. Cette période a souligné la vulnérabilité de l'Irak aux interventions étrangères et a mis en évidence les limites de son indépendance souveraine. L'intervention britannique de 1941 a également eu des répercussions durables sur la politique irakienne, alimentant un sentiment anti-britannique et anti-colonial qui a continué à influencer les événements politiques futurs dans le pays.

Irak pendant la Guerre Froide et Pacte de Bagdad (1955)

L'histoire de l'Irak pendant la Guerre froide est un exemple de la manière dont les intérêts géopolitiques des superpuissances ont continué à influencer et façonner la politique interne et externe des pays de la région. Durant cette période, l'Irak est devenu un acteur clé dans le cadre des stratégies de "containment" menées par les États-Unis contre l'Union Soviétique.

En 1955, l'Irak a joué un rôle majeur dans la formation du Pacte de Bagdad, une alliance militaire et politique initiée par les États-Unis. Ce pacte, aussi connu sous le nom de Pacte du Moyen-Orient, visait à établir un cordon de sécurité dans la région pour contrer l'influence et l'expansion de l'Union Soviétique. Outre l'Irak, le pacte incluait la Turquie, l'Iran, le Pakistan et le Royaume-Uni, formant ainsi un front uni contre le communisme dans une région stratégiquement importante. Le Pacte de Bagdad était en accord avec la politique de "containment" des États-Unis, qui cherchait à limiter l'expansion soviétique à travers le monde. Cette politique était motivée par la perception d'une menace soviétique croissante et la volonté d'empêcher la propagation du communisme, en particulier dans des zones stratégiques comme le Moyen-Orient, riche en ressources pétrolières.

L'implication de l'Irak dans le Pacte de Bagdad a cependant eu des implications internes. Cette alliance avec les puissances occidentales a été controversée au sein de la population irakienne et a exacerbé les tensions politiques internes. Le pacte était perçu par beaucoup comme une continuation de l'ingérence étrangère dans les affaires irakiennes et a alimenté le sentiment nationaliste et anti-occidental parmi certaines factions. En 1958, l'Irak a connu un coup d'État qui a renversé la monarchie et a établi la République d'Irak. Ce coup d'État a été largement motivé par des sentiments anti-occidentaux et par l'opposition à la politique étrangère pro-occidentale de la monarchie. Après le coup d'État, l'Irak s'est retiré du Pacte de Bagdad, marquant un changement significatif dans sa politique étrangère et soulignant la complexité de sa position géopolitique pendant la Guerre froide.

Révolution de 1958 et Montée du Baasisme (1958)

La révolution de 1958 en Irak a été un tournant décisif dans l'histoire moderne du pays, marquant la fin de la monarchie et l'établissement de la République. Cette période de changement politique et social profond en Irak coïncidait avec des développements politiques majeurs dans d'autres parties du monde arabe, en particulier la formation de la République arabe unie (RAU) par l'Égypte et la Syrie. Abdel Karim Kassem, un officier de l'armée irakienne, a joué un rôle clé dans le coup d'État de 1958 qui a renversé la monarchie hachémite en Irak. Après la révolution, Kassem est devenu le premier Premier ministre de la République d'Irak. Sa prise de pouvoir a été accueillie par un large soutien populaire, car beaucoup voyaient en lui un leader capable de mener l'Irak vers une ère de réformes et d'indépendance accrue vis-à-vis des influences étrangères. En parallèle, en 1958, l'Égypte et la Syrie ont fusionné pour former la République arabe unie, un effort d'unification panarabe sous la direction du président égyptien Gamal Abdel Nasser. La RAU représentait une tentative d'unité politique entre les nations arabes, fondée sur le nationalisme arabe et l'anti-impérialisme. Cependant, Abdel Karim Kassem a choisi de ne pas rejoindre la RAU. Il avait ses propres visions pour l'Irak, qui différaient du modèle de Nasser.

Kassem s'est concentré sur la consolidation du pouvoir en Irak et a cherché à renforcer son soutien interne en se rapprochant de groupes souvent marginalisés dans la société irakienne, notamment les Kurdes et les chiites. Sous son régime, l'Irak a connu une période de réformes sociales et économiques. Kassem a notamment promulgué des réformes agraires et a travaillé à la modernisation de l'économie irakienne. Cependant, son gouvernement a également été marqué par des tensions politiques et des conflits. La politique de Kassem envers les Kurdes et les chiites, bien que visant à l'inclusion, a également suscité des tensions avec d'autres groupes et puissances régionales. De plus, son régime a été confronté à des défis de stabilité et à des oppositions internes, y compris des tentatives de coup d'État et des conflits avec des factions politiques rivales.

La période post-révolutionnaire en Irak, au début des années 1960, a été marquée par des changements politiques rapides et souvent violents, avec l'émergence du baasisme comme force politique significative. Abdel Karim Kassem, après avoir dirigé l'Irak depuis la révolution de 1958, a été renversé et tué en 1963 lors d'un coup d'État. Ce coup d'État a été orchestré par un groupe de nationalistes arabes et de membres du parti Baas, une organisation politique panarabe socialiste. Le parti Baas, fondé en Syrie, avait gagné en influence dans plusieurs pays arabes, y compris en Irak, et prônait l'unité arabe, le socialisme et la laïcité. Abdel Salam Aref, qui a remplacé Kassem à la tête de l'Irak, était un membre du parti Baas et avait des opinions politiques différentes de celles de son prédécesseur. Contrairement à Kassem, Aref était favorable à l'idée de la République arabe unie et soutenait le concept d'unité panarabe. Son accession au pouvoir a marqué un changement significatif dans la politique irakienne, avec un mouvement vers des politiques plus alignées sur les idéaux baasistes.

La mort d'Abdel Salam Aref dans un accident d'hélicoptère en 1966 a conduit à une autre transition de pouvoir. Son frère, Abdul Rahman Aref, lui a succédé en tant que président. La période de gouvernance des frères Aref a été une époque où le baasisme a commencé à prendre pied en Irak, bien que leur régime ait également été marqué par des instabilités et des luttes de pouvoir internes. Le baasisme en Irak, bien qu'ayant des origines communes avec le baasisme syrien, a développé ses propres caractéristiques et dynamiques. Les gouvernements d'Abdel Salam Aref et d'Abdul Rahman Aref ont été confrontés à divers défis, y compris des tensions internes au sein du parti Baas et des oppositions de différents groupes sociaux et politiques. Ces tensions ont finalement conduit à un autre coup d'État en 1968, mené par le secteur irakien du parti Baas, qui a vu l'ascension de figures telles que Saddam Hussein dans les rangs du leadership irakien.

Règne de Saddam Hussein et Guerre Iran-Irak (1979 - 1988)

L'ascension de Saddam Hussein au pouvoir en 1979 a marqué une nouvelle ère dans l'histoire politique et sociale de l'Irak. En tant que figure dominante du parti Baas, Saddam Hussein a entrepris une série de réformes et de politiques visant à renforcer le contrôle de l'État et à moderniser la société irakienne, tout en consolidant son propre pouvoir. L'un des aspects clés de la gouvernance de Saddam Hussein a été le processus d'étatisation de la tribu, une stratégie qui visait à intégrer les structures tribales traditionnelles dans l'appareil étatique. Cette approche avait pour objectif de gagner le soutien des tribus, notamment des Tiplit, en les impliquant dans les structures gouvernementales et en leur accordant certains privilèges. En échange, ces tribus fournissaient un soutien crucial à Saddam Hussein, renforçant ainsi son régime.

Parallèlement à cette politique tribale, Saddam Hussein a lancé des programmes ambitieux de modernisation dans divers secteurs tels que l'éducation, l'économie et le logement. Ces programmes visaient à transformer l'Irak en une nation moderne et développée. Un élément majeur de cette modernisation a été la nationalisation de l'industrie pétrolière irakienne, ce qui a permis au gouvernement de contrôler une ressource vitale et de financer ses initiatives de développement. Cependant, malgré ces efforts de modernisation, l'économie irakienne sous Saddam Hussein a été largement basée sur un système clientéliste. Ce système clientéliste impliquait la distribution de faveurs, de ressources et de postes gouvernementaux à des individus et des groupes en échange de leur soutien politique. Cette approche a créé une dépendance envers le régime et a contribué à l'entretien d'un réseau de loyauté envers Saddam Hussein. Bien que les initiatives de Saddam Hussein aient entraîné certains développements économiques et sociaux, elles ont également été accompagnées de répression politique et de violations des droits humains. La consolidation du pouvoir de Saddam Hussein s'est souvent faite au détriment de la liberté politique et de l'opposition, ce qui a conduit à des tensions internes et à des conflits.

La guerre Iran-Irak, qui a débuté en 1980 et s'est poursuivie jusqu'en 1988, est l'un des conflits les plus sanglants et les plus destructeurs du 20ème siècle. Déclenchée par Saddam Hussein, cette guerre a eu des conséquences profondes tant pour l'Irak que pour l'Iran, ainsi que pour la région dans son ensemble. Saddam Hussein, cherchant à exploiter la vulnérabilité apparente de l'Iran dans le sillage de la Révolution islamique de 1979, a lancé une offensive contre l'Iran. Il craignait que la révolution dirigée par l'Ayatollah Khomeini ne se propage à l'Irak, en particulier parmi la majorité chiite du pays, et ne déstabilise son régime baasiste à dominante sunnite. De plus, Saddam Hussein visait à établir la dominance régionale de l'Irak et à contrôler des territoires riches en pétrole, en particulier dans la région frontalière de Shatt al-Arab. La guerre a rapidement escaladé en un conflit prolongé et coûteux, caractérisé par des combats de tranchées, des attaques chimiques et des souffrances humaines massives. Plus d’un demi-million de soldats ont été tués des deux côtés, et des millions de personnes ont été affectées par les destructions et les déplacements.

Sur le plan régional, la guerre a conduit à des alliances complexes. La Syrie, dirigée par Hafez al-Assad, a choisi de soutenir l'Iran, malgré les différences idéologiques, en partie à cause de la rivalité syro-irakienne. L'Iran a également reçu le soutien du Hezbollah, une organisation militante chiite basée au Liban. Ces alliances ont reflété les divisions politiques et sectaires croissantes dans la région. La guerre s'est finalement terminée en 1988, sans vainqueur clair. Le cessez-le-feu, négocié sous les auspices des Nations Unies, a laissé les frontières largement inchangées et aucune réparation significative n'a été accordée. Le conflit a laissé les deux pays gravement affaiblis et endettés, et a posé les bases de futurs conflits dans la région, notamment l'invasion du Koweït par l'Irak en 1990 et les interventions ultérieures des États-Unis et de leurs alliés dans la région.

La fin de la guerre Iran-Irak en 1988 a été un moment crucial, marquant la fin de huit années de conflit acharné et de souffrances humaines considérables. L'Iran, sous la direction de l'Ayatollah Khomeini, a finalement accepté la résolution 598 du Conseil de sécurité des Nations Unies, qui appelait à un cessez-le-feu immédiat et à une fin des hostilités entre les deux pays. La décision de l'Iran d'accepter le cessez-le-feu a été prise dans un contexte de difficultés croissantes sur le front intérieur et d'une situation militaire de plus en plus défavorable. Malgré les efforts initiaux pour résister à l'agression irakienne et faire des gains territoriaux, l'Iran a été soumis à des pressions économiques et militaires énormes, exacerbées par l'isolement international et les coûts humains et matériels du conflit prolongé.

Un élément particulièrement troublant de la guerre a été l'utilisation par l'Irak d'armes chimiques, une tactique qui a marqué une escalade dramatique dans la violence du conflit. Les forces irakiennes ont utilisé des armes chimiques à plusieurs reprises contre les forces iraniennes et même contre leur propre population kurde, comme lors du tristement célèbre massacre d'Halabja en 1988, où des milliers de civils kurdes ont été tués par des gaz toxiques. L'utilisation d'armes chimiques par l'Irak a été largement condamnée sur la scène internationale et a contribué à l'isolement diplomatique du régime de Saddam Hussein. Le cessez-le-feu de 1988 a mis fin à l'un des conflits les plus sanglants de la seconde moitié du 20ème siècle, mais il a laissé derrière lui des pays dévastés et une région profondément marquée par les séquelles de la guerre. Ni l'Iran ni l'Irak n'ont réussi à atteindre les objectifs ambitieux qu'ils s'étaient fixés au début du conflit, et la guerre a finalement été caractérisée par son inutilité tragique et ses coûts humains énormes.

Invasion du Koweït et Guerre du Golfe (1990 - 1991)

L'invasion du Koweït par l'Irak en 1990, sous le commandement de Saddam Hussein, a déclenché une série d'événements majeurs sur la scène internationale, conduisant à la Guerre du Golfe de 1991. Cette invasion a été motivée par plusieurs facteurs, dont des revendications territoriales, des disputes sur la production de pétrole et des tensions économiques. Saddam Hussein a justifié l'invasion en revendiquant le Koweït comme faisant historiquement partie de l'Irak. Il a également exprimé des griefs concernant la production de pétrole du Koweït, qu'il accusait de dépasser les quotas de l'OPEP, contribuant ainsi à la baisse des prix du pétrole et affectant l'économie irakienne, déjà affaiblie par la longue guerre avec l'Iran. La réponse internationale à l'invasion a été rapide et ferme. Le Conseil de sécurité des Nations Unies a condamné l'invasion et a imposé un embargo économique strict contre l'Irak. Par la suite, une coalition de forces internationales, dirigée par les États-Unis, s'est formée pour libérer le Koweït. Bien que l'opération ait été sanctionnée par l'ONU, elle a été largement perçue comme étant dominée par les États-Unis, en raison de leur rôle de leader et de leur contribution militaire significative.

La Guerre du Golfe, qui a débuté en janvier 1991, a été brève mais intense. La campagne aérienne massive et l'opération terrestre subséquente ont rapidement expulsé les forces irakiennes du Koweït. Cependant, l'embargo imposé à l'Irak a eu des conséquences dévastatrices pour la population civile irakienne. Les sanctions économiques, combinées à la destruction des infrastructures lors de la guerre, ont entraîné une grave crise humanitaire en Irak, avec des pénuries de nourriture, de médicaments et d'autres fournitures essentielles. L'invasion du Koweït par l'Irak et la Guerre du Golfe qui a suivi ont eu des répercussions importantes sur la région et sur les relations internationales. L'Irak s'est retrouvé isolé sur la scène internationale, et Saddam Hussein a été confronté à des défis internes et externes accrus. Cette période a également marqué un tournant dans la politique des États-Unis au Moyen-Orient, renforçant leur présence militaire et politique dans la région.

Impact de l'Attaque du 11 Septembre et Invasion Américaine (2003)

La période post-11 septembre 2001 a marqué un tournant significatif dans la politique étrangère des États-Unis, en particulier en ce qui concerne l'Irak. Sous la présidence de George W. Bush, l'Irak a été de plus en plus perçu comme faisant partie de ce que Bush a décrit comme "l'axe du Mal", une expression qui a alimenté l'imaginaire public et politique américain dans le contexte de la lutte contre le terrorisme international. Bien que l'Irak n'ait pas été directement impliqué dans les attentats du 11 septembre, l'administration Bush a mis en avant la théorie selon laquelle l'Irak de Saddam Hussein possédait des armes de destruction massive (ADM) et représentait une menace pour la sécurité mondiale. Cette perception a été utilisée pour justifier l'invasion de l'Irak en 2003, une décision qui a été largement controversée, en particulier après qu'il a été révélé que l'Irak ne possédait pas d'armes de destruction massive.

L'invasion et l'occupation subséquente de l'Irak par les forces dirigées par les États-Unis ont entraîné le renversement de Saddam Hussein, mais ont également conduit à des conséquences imprévues et à une instabilité à long terme. Une des politiques les plus critiquées de l'administration américaine en Irak a été la "débaasification", qui visait à éradiquer l'influence du parti Baas de Saddam Hussein. Cette politique a inclus la dissolution de l'armée irakienne et le démantèlement de nombreuses structures administratives et gouvernementales. Cependant, la débaasification a créé un vide de pouvoir et a exacerbé les tensions sectaires et ethniques en Irak. De nombreux anciens membres de l'armée et du parti Baas, soudainement privés de leur emploi et de leur statut, se sont retrouvés marginalisés et ont parfois rejoint des groupes insurgés. Cette situation a contribué à l'émergence et à la montée en puissance de groupes djihadistes comme Al-Qaïda en Irak, qui deviendra plus tard l'État islamique en Irak et au Levant (EIIL), connu sous le nom de Daesh. Le chaos et l'instabilité qui ont suivi l'invasion américaine ont été des facteurs clés dans la montée du nouveau djihadisme représenté par Daesh, qui a exploité le vide politique, les tensions sectaires et l'insécurité pour étendre son influence. L'intervention américaine en Irak, bien qu'initialement présentée comme un effort pour apporter la démocratie et la stabilité, a eu des conséquences profondes et durables, plongeant le pays dans une période de conflit, de violence et d'instabilité qui a persisté pendant de nombreuses années.

Le retrait des troupes américaines d'Irak en 2009 a marqué une nouvelle phase dans l'histoire politique du pays, caractérisée par une montée en puissance des groupes chiites et des changements dans la dynamique du pouvoir. Après des décennies de marginalisation sous le régime baasiste dominé par les sunnites, la majorité chiite d'Irak a gagné en influence politique suite à la chute de Saddam Hussein et au processus de reconstruction politique qui a suivi l'invasion américaine de 2003. Avec l'établissement d'un gouvernement plus représentatif et l'organisation d'élections démocratiques, les partis politiques chiites, qui avaient été réprimés sous le régime de Saddam Hussein, ont gagné un rôle prépondérant dans le nouveau paysage politique irakien. Des figures politiques chiites, souvent soutenues par l'Iran, ont commencé à occuper des postes clés au sein du gouvernement, reflétant ainsi le changement démographique et politique du pays.

Cependant, ce changement de pouvoir a également conduit à des tensions et des conflits. Les communautés sunnites et kurdes, qui avaient occupé des positions de pouvoir sous le régime de Saddam Hussein ou avaient cherché l'autonomie, comme dans le cas du Kurdistan irakien, se sont retrouvées marginalisées dans le nouvel ordre politique. Cette marginalisation, combinée à la dissolution de l'armée irakienne et à d'autres politiques mises en œuvre après l'invasion, a créé un sentiment d'aliénation et de frustration parmi ces groupes. La marginalisation des sunnites, en particulier, a contribué à un climat d'insécurité et de mécontentement, créant un terrain fertile pour l'insurrection et le terrorisme. Des groupes comme Al-Qaïda en Irak, et plus tard l'État islamique (Daesh), ont tiré parti de ces divisions pour recruter des membres et étendre leur influence, menant à une période de violence et de conflit sectaire intense.

Israël

Débuts du Sionisme et la Déclaration Balfour

La création de l'État d'Israël en 1948 est un événement historique majeur qui a été interprété de différentes manières, reflétant les complexités et les tensions inhérentes à cette période de l'histoire. D'un côté, cette création peut être vue comme une consécration des efforts diplomatiques et politiques, marquée par des décisions clés au niveau international. D'un autre côté, elle est perçue comme l'aboutissement d'une lutte nationale, portée par le mouvement sioniste et les aspirations à l'autodétermination du peuple juif.

La Déclaration Balfour de 1917, dans laquelle le gouvernement britannique soutenait l'établissement en Palestine d'un foyer national pour le peuple juif, a jeté les bases de la création d'Israël. Cette déclaration, bien qu'elle fût une promesse plutôt qu'un engagement juridiquement contraignant, a été un moment clé dans la reconnaissance internationale des aspirations sionistes. Le mandat britannique sur la Palestine, établi après la Première Guerre mondiale, a ensuite servi de cadre administratif pour la région, bien que les tensions entre les communautés juives et arabes aient augmenté pendant cette période. Le plan de partage de la Palestine proposé par l'ONU en 1947, qui envisageait la création de deux États indépendants, juif et arabe, avec Jérusalem sous contrôle international, a été un autre moment décisif. Bien que ce plan ait été accepté par les dirigeants juifs, il a été rejeté par les parties arabes, menant à un conflit ouvert après le retrait britannique de la région.

La guerre d'indépendance d'Israël, qui a suivi la proclamation de l'État d'Israël en mai 1948 par David Ben-Gourion, premier Premier ministre d'Israël, a été marquée par des combats acharnés contre les armées de plusieurs pays arabes voisins. Cette guerre a été une lutte pour l'existence et la souveraineté pour les Israéliens et un moment tragique de perte et de déplacement pour les Palestiniens, un événement connu sous le nom de Nakba (la catastrophe). La fondation d'Israël a ainsi été accueillie avec jubilation par de nombreux Juifs à travers le monde, en particulier dans le contexte de la persécution subie pendant la Seconde Guerre mondiale et l'Holocauste. Pour les Palestiniens et beaucoup dans le monde arabe, cependant, 1948 est synonyme de perte et de début d'un long conflit. La création d'Israël a donc été un événement pivot, non seulement pour les habitants de la région, mais aussi dans le contexte plus large des relations internationales, influençant profondément la politique du Moyen-Orient dans les décennies suivantes.

La Déclaration Balfour, rédigée le 2 novembre 1917, est un document crucial pour comprendre les origines de l'État d'Israël et du conflit israélo-palestinien. Rédigée par Arthur James Balfour, le ministre des Affaires étrangères britannique de l'époque, cette déclaration a été adressée à Lord Rothschild, un leader de la communauté juive britannique, pour transmission à la Fédération sioniste de Grande-Bretagne et d'Irlande. Le texte de la Déclaration Balfour promettait le soutien du gouvernement britannique à l'établissement en Palestine d'un "foyer national pour le peuple juif", tout en stipulant que cela ne devrait pas porter préjudice aux droits civils et religieux des communautés non juives existantes dans le pays, ni aux droits et au statut politique dont jouissent les Juifs dans tout autre pays. Cependant, les populations non-juives de Palestine n'étaient pas explicitement nommées dans le document, ce qui a été interprété comme une omission significative. Les raisons derrière la Déclaration Balfour étaient multiples et complexes, impliquant à la fois des considérations diplomatiques et stratégiques britanniques durant la Première Guerre mondiale. Parmi ces motivations figuraient le désir de gagner le soutien juif pour les efforts de guerre alliés, particulièrement en Russie où la Révolution bolchevique avait créé des incertitudes, et l'intérêt stratégique pour la Palestine en tant que région clé proche du Canal de Suez, vital pour l'Empire britannique. L'émission de la Déclaration Balfour a marqué un tournant dans l'histoire de la région, car elle a été interprétée par les sionistes comme un soutien international à leur aspiration à un foyer national en Palestine. Pour les Palestiniens arabes, en revanche, elle a été vue comme une trahison et une menace à leurs revendications territoriales et nationales. Cette dichotomie de perceptions a jeté les bases des tensions et du conflit qui ont suivi dans la région.

Le contexte historique du conflit israélo-palestinien est complexe et s'étend bien avant la Déclaration Balfour de 1917. La présence juive à Jérusalem et dans d'autres parties de la Palestine historique remonte à des millénaires, bien que la démographie et la composition de la population aient fluctué au fil du temps en raison de divers événements historiques, y compris des périodes d'exil et de diaspora. Au cours des années 1800 et plus particulièrement dans les années 1830, un mouvement migratoire significatif de Juifs vers la Palestine a commencé, en partie en réponse aux persécutions et aux pogroms dans l'Empire russe et d'autres parties de l'Europe. Cette migration, souvent considérée comme faisant partie des premières Aliyahs (montées) dans le cadre du mouvement sioniste naissant, était motivée par le désir de retourner à la terre ancestrale juive et de reconstruire une présence juive en Palestine.

Un aspect important de ce renouveau juif était l'Askala ou la Haskala (la Renaissance juive), un mouvement parmi les Juifs européens, en particulier les Ashkénazes, visant à moderniser la culture juive et à s'intégrer dans la société européenne. Ce mouvement a encouragé l'éducation, l'adoption de langues et de coutumes locales, tout en promouvant une identité juive renouvelée et dynamique. Eliezer Ben-Yehuda, souvent cité comme le père de l'hébreu moderne, a joué un rôle crucial dans la renaissance de l'hébreu comme langue vivante. Son travail a été essentiel pour le renouveau culturel et national juif, donnant à la communauté juive en Palestine un moyen unificateur de communication et renforçant leur identité culturelle distincte.

Ces développements culturels et migratoires ont contribué à poser les bases du sionisme politique, un mouvement nationaliste visant à établir un foyer national juif en Palestine. Le sionisme a gagné en popularité à la fin du 19ème siècle, en partie en réponse aux persécutions antisémites en Europe et à l'aspiration à l'autodétermination. La migration juive vers la Palestine au 19ème et au début du 20ème siècle a coïncidé avec la présence de longue date des communautés arabes palestiniennes, conduisant à des changements démographiques et à des tensions croissantes dans la région. Ces tensions, exacerbées par les politiques du mandat britannique et les événements internationaux, ont finalement conduit au conflit israélo-palestinien que nous connaissons aujourd'hui.

L'histoire du mouvement sioniste et de l'émergence de l'idée d'un foyer national juif est étroitement liée à la diaspora juive en Europe et aux États-Unis à la fin du 19ème et au début du 20ème siècle. Cette période a été marquée par un renouveau de la pensée juive et une prise de conscience croissante des défis auxquels faisait face la communauté juive en Europe, notamment l'antisémitisme. Léon Pinsker, un médecin et intellectuel juif russe, a été une figure clé dans les premiers stades du sionisme. Influencé par les pogroms et les persécutions antisémites en Russie, Pinsker a écrit "Auto-Émancipation" en 1882, un pamphlet qui plaidait pour la nécessité d'une patrie nationale pour les Juifs. Pinsker croyait que l'antisémitisme était un phénomène permanent et inévitable en Europe et que la seule solution pour le peuple juif était l'autonomie dans leur propre territoire. Théodore Herzl, un journaliste et écrivain austro-hongrois, est souvent considéré comme le père du sionisme politique moderne. Profondément affecté par l'affaire Dreyfus en France, où un officier juif, Alfred Dreyfus, a été faussement accusé d'espionnage dans un climat d'antisémitisme flagrant, Herzl en est venu à la conclusion que l'assimilation ne protégerait pas les Juifs de la discrimination et de la persécution. Cette affaire a été un catalyseur pour Herzl, le conduisant à écrire "L'État des Juifs" en 1896, dans lequel il argumentait en faveur de la création d'un État juif. Contrairement à l'idée reçue, Herzl n'a pas spécifiquement envisagé de fonder le foyer national juif en France, mais plutôt en Palestine ou, à défaut, dans un autre territoire offert par une puissance coloniale. L'idée de Herzl était de trouver un lieu où les Juifs pourraient s'établir en tant que nation souveraine et vivre librement, loin de l'antisémitisme européen. Herzl a été le moteur derrière le Premier Congrès sioniste à Bâle en 1897, qui a jeté les bases du mouvement sioniste en tant qu'organisation politique. Ce congrès a rassemblé des délégués juifs de diverses origines pour discuter de la création d'un foyer national juif en Palestine.

L'Antisémitisme et les Migrations Juives

L'histoire de l'antisémitisme est longue et complexe, et elle est profondément enracinée dans les croyances religieuses et socio-économiques européennes, en particulier durant le Moyen Âge. Un des aspects les plus marquants de l'antisémitisme historique est la notion de "peuple déicide", une accusation selon laquelle les Juifs seraient collectivement responsables de la mort de Jésus-Christ. Cette idée a été largement promulguée dans la chrétienté européenne et a servi de justification à diverses formes de persécution et de discrimination envers les Juifs au cours des siècles. Cette croyance a contribué à la marginalisation des Juifs et à leur représentation comme "autres" ou étrangers au sein de la société chrétienne.

Au Moyen Âge, les restrictions imposées aux Juifs dans le domaine professionnel et social ont eu un impact significatif sur leur place dans la société. En raison des lois et des restrictions de l'Église, les Juifs étaient souvent empêchés de posséder des terres ou d'exercer certaines professions. Par exemple, dans de nombreuses régions, ils ne pouvaient pas être membres de guildes, ce qui limitait leurs opportunités dans le commerce et l'artisanat. Ces restrictions ont conduit beaucoup de Juifs à se tourner vers des métiers comme le prêt d'argent, une activité souvent interdite aux chrétiens en raison de l'interdiction de l'usure par l'Église. Bien que cette activité ait fourni une niche économique nécessaire, elle a également renforcé certains stéréotypes négatifs et a contribué à l'antisémitisme économique. Les Juifs étaient parfois perçus comme des usuriers et associés à l'avarice, ce qui exacerbait la méfiance et l'hostilité à leur égard. En outre, les Juifs étaient souvent confinés dans des quartiers spécifiques, connus sous le nom de ghettos, ce qui limitait leur interaction avec la population chrétienne et renforçait leur isolement. Cette ségrégation, combinée à l'antisémitisme religieux et économique, a créé un environnement dans lequel les persécutions, telles que les pogroms, pouvaient se produire. L'antisémitisme médiéval, enraciné dans des croyances religieuses et renforcé par des structures socio-économiques, a donc jeté les bases de siècles de discrimination et de persécution envers les Juifs en Europe. Cette histoire douloureuse a été l'un des facteurs qui ont alimenté les aspirations sionistes pour un foyer national sûr et souverain.

L'évolution de l'antisémitisme au 19ème siècle représente un tournant significatif, où les préjugés et la discrimination à l'encontre des Juifs ont commencé à se fonder davantage sur des notions raciales que sur des différences religieuses ou culturelles. Ce changement a marqué la naissance de ce que l'on appelle l'antisémitisme "moderne", qui a posé les bases idéologiques de l'antisémitisme du 20ème siècle, y compris l'Holocauste. Dans la période pré-moderne, l'antisémitisme était principalement ancré dans des différences religieuses, avec des accusations de déicide et des stéréotypes négatifs associés aux Juifs en tant que groupe religieux. Cependant, avec les Lumières et l'émancipation des Juifs dans de nombreux pays européens au 19ème siècle, l'antisémitisme a commencé à prendre une nouvelle forme. Cette forme "moderne" d'antisémitisme était caractérisée par la croyance en l'existence de races distinctes avec des caractéristiques biologiques et morales inhérentes. Les Juifs étaient ainsi perçus non seulement comme une communauté religieuse distincte, mais aussi comme une "race" à part, avec des traits héréditaires et des comportements présumés qui les rendaient différents et, aux yeux des antisémites, inférieurs ou dangereux pour la société.

Cette idéologie raciale a été renforcée par divers écrits et théories pseudoscientifiques, y compris ceux de personnalités comme Houston Stewart Chamberlain, un théoricien racial influent dont les idées ont contribué à la théorie raciale nazie. L'antisémitisme racial a trouvé son expression la plus extrême dans l'idéologie nazie, qui a utilisé des théories racistes pour justifier la persécution et l'extermination systématique des Juifs pendant l'Holocauste. La transition de l'antisémitisme religieux vers un antisémitisme racial au 19ème siècle a donc été un développement crucial, alimentant des formes de discrimination et de persécution plus intenses et systématiques contre les Juifs. Cette évolution a également contribué à l'urgence ressentie par le mouvement sioniste pour la création d'un État-nation juif où les Juifs pourraient vivre en sécurité et être libres de telles persécutions.

Le Mouvement Sioniste et l'Établissement en Palestine

La fin du 19ème siècle a été une période cruciale pour le peuple juif et a marqué un tournant décisif dans l'histoire du sionisme, un mouvement qui allait finalement conduire à la création de l'État d'Israël. Cette époque a été caractérisée par une combinaison de réponse aux persécutions antisémites en Europe et d'un désir croissant d'autodétermination et de retour à la terre ancestrale. Le mouvement Hovevei Zion (Les Amants de Sion) a joué un rôle fondamental dans les premières étapes du sionisme. Formé par des Juifs principalement d'Europe de l'Est, ce mouvement visait à encourager l'immigration juive en Palestine et à établir une base pour la communauté juive dans la région. Inspirés par les pogroms et les discriminations en Russie et ailleurs, les membres de Hovevei Zion ont mis en œuvre des projets d'agriculture et d'établissement, jetant ainsi les bases d'un renouveau juif en Palestine. Cependant, c'est le premier Congrès sioniste, organisé par Theodor Herzl en 1897 à Bâle, en Suisse, qui a marqué un jalon historique. Herzl, un journaliste austro-hongrois profondément affecté par l'antisémitisme qu'il avait observé, notamment lors de l'affaire Dreyfus en France, a compris la nécessité d'un foyer national juif. Le Congrès de Bâle a rassemblé des délégués juifs de divers pays et a servi de plateforme pour articuler et propager l'idée sioniste. Le résultat le plus notable de ce congrès a été la formulation du Programme de Bâle, qui appelait à l'établissement d'un foyer national pour le peuple juif en Palestine. Ce congrès a également abouti à la création de l'Organisation sioniste mondiale, chargée de promouvoir l'objectif sioniste. Sous la direction de Herzl, le mouvement sioniste a gagné en légitimité et en soutien international, malgré les défis et les controverses. La vision de Herzl, bien que largement symbolique à l'époque, a fourni un cadre et une direction pour les aspirations juives, transformant une idée en un mouvement politique tangible. La période de la fin du 19ème siècle a été essentielle dans la formation du mouvement sioniste et a posé les jalons pour les événements futurs qui mèneraient à la création de l'État d'Israël. Elle reflète une période où les défis historiques rencontrés par les Juifs en Europe ont convergé avec un désir renouvelé d'autodétermination, façonnant ainsi le cours de l'histoire juive et du Moyen-Orient.

Le début du 20ème siècle a été une période significative de développement et de transformation pour la communauté juive en Palestine, marquée par une augmentation de l'immigration juive et la création de nouvelles structures sociales et urbaines. Entre 1903 et 1914, une période connue sous le nom de "Seconde Aliyah", environ 30 000 Juifs, principalement originaires de l'Empire russe, ont immigré en Palestine. Cette vague d'immigration a été motivée par une combinaison de facteurs, notamment les persécutions antisémites dans l'Empire russe et l'aspiration sioniste à établir un foyer national juif. Cette période a vu la création de la ville de Tel-Aviv en 1909, qui est devenue un symbole du renouveau juif et du sionisme. Tel-Aviv a été conçue comme une ville moderne, planifiée dès le départ pour être un centre urbain pour la communauté juive en croissance. L'un des développements les plus innovants de cette période a été la création des Kibboutzim. Les Kibboutzim étaient des collectivités agricoles basées sur des principes de propriété collective et de travail communautaire. Ils ont joué un rôle crucial dans l'établissement des Juifs en Palestine, en fournissant non seulement des moyens de subsistance, mais aussi en contribuant à la défense et à la sécurité des communautés juives. Leur importance allait au-delà de l'agriculture, car ils ont servi de centres pour la culture, l'éducation et le sionisme social.

La période entre 1921 et 1931 a vu une nouvelle vague d'immigration, connue sous le nom de "Troisième Aliyah", au cours de laquelle environ 150 000 Juifs sont arrivés en Palestine. Cette augmentation significative de la population juive a été en partie stimulée par la montée de l'antisémitisme en Europe, notamment en Pologne et en Russie, ainsi que par les politiques britanniques en Palestine. Ces immigrants ont apporté avec eux des compétences variées, contribuant ainsi au développement économique et social de la région. L'immigration juive pendant cette période a été un facteur clé dans la configuration démographique de la Palestine, menant à des changements sociaux et économiques substantiels. Elle a également exacerbé les tensions avec les communautés arabes palestiniennes, qui voyaient cette immigration croissante comme une menace pour leurs revendications territoriales et démographiques. Ces tensions se sont finalement intensifiées, conduisant à des conflits et des troubles dans les années et décennies suivantes.

La période suivant la Déclaration Balfour en 1917 a été marquée par une augmentation significative des tensions et des conflits entre les communautés juives et arabes en Palestine. La déclaration, qui exprimait le soutien du gouvernement britannique à l'établissement en Palestine d'un foyer national pour le peuple juif, a été accueillie avec enthousiasme par de nombreux Juifs mais a suscité de l'opposition et de l'animosité parmi la population arabe palestinienne. Ces tensions se sont manifestées dans une série de confrontations et de violences entre les deux communautés. Les années 1920 et 1930 ont été témoins de plusieurs épisodes de violence, y compris des émeutes et des massacres, où les deux côtés ont subi des pertes. Ces incidents reflétaient la montée des tensions nationalistes des deux côtés et la lutte pour le contrôle et l'avenir de la Palestine.

En réponse à ces tensions croissantes et à la nécessité perçue de se défendre contre les attaques, la communauté juive en Palestine a formé la Haganah en 1920. La Haganah, qui signifie "défense" en hébreu, était initialement une organisation de défense clandestine destinée à protéger les communautés juives des attaques arabes. Elle a été fondée par un groupe de représentants des colonies juives et des organisations sionistes en réponse aux émeutes de Jérusalem de 1920. La Haganah a évolué au fil du temps, passant d'une force de défense locale à une organisation militaire plus structurée. Bien qu'elle ait été principalement défensive dans ses premières années, la Haganah a développé une capacité militaire plus robuste, y compris la formation de forces d'élite et l'acquisition d'armes, en prévision d'un conflit plus large avec les communautés arabes et les pays voisins. La formation de la Haganah a été un développement crucial dans l'histoire du mouvement sioniste et a joué un rôle important dans les événements qui ont conduit à la création de l'État d'Israël en 1948. La Haganah a constitué le noyau de ce qui allait devenir plus tard les Forces de défense israéliennes (FDI), l'armée officielle de l'État d'Israël.

La collaboration des milieux sionistes avec les puissances mandataires, en particulier la Grande-Bretagne, qui avait reçu le mandat de la Société des Nations pour gouverner la Palestine après la Première Guerre mondiale, a joué un rôle important dans l'évolution du conflit israélo-palestinien. Cette coopération a été cruciale pour les progrès du mouvement sioniste, mais elle a également alimenté les tensions et la colère parmi la population arabe palestinienne. La relation entre les sionistes et les autorités mandataires britanniques était complexe et parfois conflictuelle, mais les sionistes ont cherché à utiliser cette relation pour promouvoir leurs objectifs en Palestine. Les efforts sionistes pour établir un foyer national juif étaient souvent vus par les Arabes palestiniens comme étant soutenus, ou du moins tolérés, par les Britanniques, ce qui a exacerbé les tensions et la méfiance.

Un aspect important de la stratégie sioniste pendant la période mandataire a été l'achat de terres en Palestine. L'Agence Juive, établie en 1929, a joué un rôle clé dans cette stratégie. L'Agence Juive était une organisation qui représentait la communauté juive auprès des autorités britanniques et coordonnait les divers aspects du projet sioniste en Palestine, notamment l'immigration, l'établissement de colonies, l'éducation et, de manière cruciale, l'achat de terres. L'acquisition de terres par des Juifs en Palestine a été une source majeure de conflit, car elle a souvent entraîné le déplacement de populations arabes locales. Les Arabes palestiniens voyaient l'achat de terres et l'immigration juive comme une menace pour leur présence et leur avenir dans la région. Ces transactions foncières ont non seulement changé la composition démographique et le paysage de la Palestine, mais ont également contribué à l'intensification du sentiment nationaliste parmi les Arabes palestiniens.

L'année 1937 a marqué un tournant dans la gestion britannique du mandat de la Palestine et a révélé les premiers signes d'un désengagement britannique face à l'escalade des tensions et des violences entre les communautés juive et arabe. La complexité et l'intensité du conflit israélo-palestinien ont défié les efforts britanniques pour maintenir la paix et l'ordre, conduisant à une reconnaissance croissante de l'impossibilité de satisfaire à la fois les aspirations sionistes et les revendications arabes palestiniennes.

En 1937, la Commission Peel, une commission d'enquête britannique, a publié son rapport recommandant pour la première fois la partition de la Palestine en deux États distincts, un juif et un arabe, avec Jérusalem sous contrôle international. Cette proposition était une réponse à l'escalade de la violence, en particulier pendant la Grande Révolte Arabe de 1936-1939, une insurrection massive des Arabes palestiniens contre la domination britannique et l'immigration juive. Le plan de partage proposé par la Commission Peel a été rejeté par les deux côtés pour différentes raisons. Les leaders arabes palestiniens ont refusé le plan car il impliquait la reconnaissance d'un État juif en Palestine. D'autre part, bien que certains dirigeants sionistes aient envisagé le plan comme une étape vers un État juif plus vaste, d'autres l'ont rejeté parce qu'il ne répondait pas à leurs attentes territoriales.

Cette période a également été marquée par l'émergence de groupes extrémistes des deux côtés. Du côté juif, des groupes tels que l'Irgoun et le Lehi (aussi connu sous le nom de Stern Gang) ont commencé à mener des opérations militaires contre les Arabes palestiniens et les Britanniques, y compris des attentats. Ces groupes ont adopté une approche plus militante que la Haganah, l'organisation de défense principale de la communauté juive, dans la poursuite de l'objectif sioniste. Du côté arabe, la violence s'est également intensifiée, avec des attaques contre des Juifs et des intérêts britanniques. La révolte arabe a été un signe de l'opposition croissante à la fois à la politique britannique et à l'immigration juive. L'incapacité de la Grande-Bretagne à résoudre le conflit et les réponses extrémistes des deux côtés ont créé un climat de plus en plus instable et violent, posant les bases pour les conflits futurs et compliquant davantage les efforts pour trouver une solution pacifique et durable à la question de la Palestine.

Plan de Partage de l'ONU et la Guerre d'Indépendance

En 1947, face à l'escalade continue des tensions et des violences en Palestine mandataire, les Nations Unies ont proposé un nouveau plan de partage, dans une tentative de résoudre le conflit israélo-palestinien. Ce plan, recommandé par la résolution 181 de l'Assemblée générale des Nations Unies, envisageait la division de la Palestine en deux États indépendants, l'un juif et l'autre arabe, avec Jérusalem placée sous un régime international spécial. Selon le plan de partage de l'ONU, la Palestine serait divisée de manière à donner à chaque État une majorité de sa population respective. La région de Jérusalem, comprenant également Bethléem, serait établie comme un corpus separatum sous administration internationale, en raison de son importance religieuse et historique pour les Juifs, les Chrétiens et les Musulmans. Cependant, le plan de partage de l'ONU a été rejeté par la majorité des dirigeants et des peuples arabes. Les Arabes palestiniens et les États arabes voisins ont estimé que le plan ne respectait pas leurs revendications nationales et territoriales, et qu'il était injuste en termes de répartition des terres, étant donné que la population juive était alors une minorité en Palestine. Ils ont vu le plan comme une continuation de la politique pro-sioniste des puissances occidentales et comme une violation de leur droit à l'autodétermination.

La communauté juive en Palestine, représentée par l'Agence juive, a accepté le plan, le considérant comme une opportunité historique pour la création d'un État juif. Pour les Juifs, le plan représentait une reconnaissance internationale de leurs aspirations nationales et un pas crucial vers l'indépendance. Le rejet du plan de partage par les Arabes a mené à une intensification des conflits et des affrontements dans la région. La période qui a suivi a été marquée par une escalade de la violence, aboutissant à la guerre de 1948, également connue sous le nom de guerre d'indépendance d'Israël ou de Nakba (catastrophe) pour les Palestiniens. Cette guerre a abouti à la création de l'État d'Israël en mai 1948 et au déplacement de centaines de milliers de Palestiniens, marquant le début d'un conflit prolongé qui persiste jusqu'à aujourd'hui.

La déclaration d'indépendance de l'État d'Israël en mai 1948 et les événements qui ont suivi représentent un chapitre crucial dans l'histoire du Moyen-Orient, ayant des répercussions majeures sur le plan politique, social et militaire. L'expiration du mandat britannique en Palestine a créé un vide politique que les dirigeants juifs, sous la houlette de David Ben-Gourion, ont cherché à combler en proclamant l'indépendance d'Israël. Cette déclaration, faite en réponse au plan de partage des Nations Unies de 1947, a marqué la concrétisation des aspirations sionistes mais a également été le catalyseur d'un conflit armé majeur dans la région. L'intervention militaire des pays arabes voisins, dont la Transjordanie, l'Égypte et la Syrie, visait à contrecarrer la création de l'État juif et à soutenir les revendications des Palestiniens arabes. Ces pays, unis par leur opposition à la création d'Israël, envisageaient d'éliminer l'État naissant et de redéfinir la géographie politique de la Palestine. Cependant, malgré leur supériorité numérique initiale, les forces arabes ont été progressivement repoussées par une armée israélienne de plus en plus organisée et efficace.

Le soutien indirect de l'Union soviétique à Israël, principalement sous la forme de livraisons d'armes via les pays satellites d'Europe de l'Est, a joué un rôle dans le renversement des rapports de force sur le terrain. Ce soutien soviétique était motivé moins par une affection pour Israël que par un désir de diminuer l'influence britannique dans la région, dans le contexte de la rivalité croissante de la Guerre froide. La série d'accords de cessez-le-feu qui ont mis fin à la guerre en 1949 a laissé Israël avec un territoire substantiellement plus grand que celui alloué par le plan de partage de l'ONU. La guerre a eu des conséquences profondément tragiques, notamment le déplacement massif de Palestiniens arabes, qui a engendré des questions de réfugiés et de droits qui continuent de hanter le processus de paix. La guerre d'indépendance a également solidifié la position d'Israël en tant qu'acteur central dans la région, marquant le début d'un conflit israélo-arabe qui persiste jusqu'à aujourd'hui.

La Guerre des Six Jours, qui a eu lieu en juin 1967, est un autre moment décisif dans l'histoire du conflit israélo-arabe. Ce conflit, qui a opposé Israël à l'Égypte, la Jordanie, la Syrie et, dans une moindre mesure, le Liban, a abouti à des changements géopolitiques majeurs dans la région. La guerre a débuté le 5 juin 1967 lorsque Israël, face à ce qu'il percevait comme une menace imminente de la part des armées arabes alignées à ses frontières, a lancé une série de frappes aériennes préventives contre l'Égypte. Ces frappes ont rapidement détruit la majorité de l'armée de l'air égyptienne au sol, donnant à Israël un avantage aérien crucial. Dans les jours suivants, Israël a étendu ses opérations militaires contre la Jordanie et la Syrie. Le conflit s'est déroulé rapidement, avec des victoires israéliennes sur plusieurs fronts. En six jours de combats intenses, Israël a réussi à capturer la bande de Gaza et la péninsule du Sinaï de l'Égypte, la Cisjordanie (y compris Jérusalem-Est) de la Jordanie, et le plateau du Golan de la Syrie. Ces gains territoriaux ont triplé la taille du territoire sous contrôle israélien. La Guerre des Six Jours a eu des conséquences profondes et durables pour la région. Elle a marqué un tournant dans le conflit israélo-arabe, renforçant la position militaire et stratégique d'Israël tout en exacerbant les tensions avec ses voisins arabes. La guerre a également eu des implications importantes pour la population palestinienne, car l'occupation israélienne de la Cisjordanie et de Gaza a posé de nouvelles dynamiques et défis pour la question palestinienne. En outre, la perte de la bande de Gaza, de la Cisjordanie et du plateau du Golan a été un coup dur pour les pays arabes concernés, en particulier l'Égypte et la Syrie, et a contribué à une atmosphère de désillusion et de désespoir parmi les Arabes. La guerre a également jeté les bases de futurs conflits et négociations, y compris les efforts pour un processus de paix durable entre Israël et ses voisins.

La Guerre du Kippour et les Accords de Camp David

La Guerre du Kippour, qui a éclaté en octobre 1973, constitue un jalon crucial dans l'histoire des conflits israélo-arabes. Cette guerre, déclenchée par une attaque surprise conjointe de l'Égypte et de la Syrie contre Israël, a eu lieu le jour du Yom Kippour, le jour le plus sacré du calendrier juif, ce qui a accentué son impact psychologique sur la population israélienne. L'attaque égyptienne et syrienne était une tentative de reprendre les territoires perdus lors de la Guerre des Six Jours en 1967, notamment la péninsule du Sinaï et le plateau du Golan. La guerre a débuté par des succès significatifs pour les forces égyptiennes et syriennes, remettant en cause la perception de la suprématie militaire israélienne. Cependant, Israël, sous la direction de la Première ministre Golda Meir et du ministre de la Défense Moshe Dayan, a rapidement mobilisé ses forces pour une contre-offensive efficace.

Cette guerre a eu des répercussions majeures. La Guerre du Kippour a obligé Israël à réévaluer ses stratégies militaires et de sécurité. La surprise initiale de l'attaque a mis en évidence des lacunes dans les renseignements militaires israéliens et a conduit à des changements significatifs dans la préparation et la doctrine de défense d'Israël. Sur le plan diplomatique, la guerre a agi comme un catalyseur pour les futures négociations de paix. Les pertes subies par les deux côtés ont ouvert la voie aux Accords de Camp David en 1978, sous l'égide du président américain Jimmy Carter, aboutissant au premier traité de paix israélo-égyptien en 1979. Ce traité a été un tournant, marquant la première reconnaissance d'Israël par un pays arabe voisin. La guerre a également eu un impact international, notamment en provoquant la crise pétrolière de 1973. Les pays arabes producteurs de pétrole ont utilisé le pétrole comme arme économique pour protester contre le soutien des États-Unis à Israël, ce qui a conduit à des augmentations significatives des prix du pétrole et à des répercussions économiques mondiales. La Guerre du Kippour a donc non seulement redéfini les relations israélo-arabes, mais a également eu des conséquences mondiales, influençant les politiques énergétiques, les relations internationales et le processus de paix au Moyen-Orient. Cette guerre a marqué une étape importante dans la reconnaissance de la complexité du conflit israélo-arabe et de la nécessité d'une approche équilibrée pour sa résolution.

En 1979, un événement historique a marqué une étape majeure dans le processus de paix au Moyen-Orient avec la signature des Accords de Camp David, qui ont débouché sur le premier traité de paix entre Israël et un de ses voisins arabes, l'Égypte. Ces accords, négociés sous l'égide du président américain Jimmy Carter, ont été le fruit de négociations difficiles et audacieuses entre le Premier ministre israélien Menachem Begin et le président égyptien Anwar Sadate. L'initiative de ces négociations a été prise dans le sillage de la Guerre du Kippour de 1973, qui avait mis en évidence la nécessité pressante d'une résolution pacifique au conflit israélo-arabe prolongé. La décision courageuse d'Anwar Sadate de se rendre à Jérusalem en 1977 a brisé de nombreuses barrières politiques et psychologiques, ouvrant ainsi la voie à un dialogue direct entre Israël et l'Égypte.

Les pourparlers de paix, qui se sont tenus à Camp David, la retraite présidentielle dans le Maryland, ont été marqués par des périodes de négociations intenses, reflétant les profondes divisions historiques entre Israël et l'Égypte. L'intervention personnelle de Jimmy Carter a été déterminante pour maintenir les deux parties engagées dans le processus et pour surmonter les impasses. Les accords qui en ont résulté comprenaient deux cadres distincts. Le premier accord posait les bases d'une autonomie palestinienne dans les territoires occupés de Cisjordanie et de la bande de Gaza, tandis que le second accord menait directement à un traité de paix entre l'Égypte et Israël. Signé en mars 1979, ce traité a conduit Israël à se retirer de la péninsule du Sinaï, qu'il occupait depuis 1967, en échange de la reconnaissance par l'Égypte de l'État d'Israël et l'établissement de relations diplomatiques normales.

Le traité de paix israélo-égyptien a été une percée révolutionnaire, modifiant le paysage politique du Moyen-Orient. Il a signifié la fin de l'état de guerre entre les deux nations et a établi un précédent pour les futurs efforts de paix dans la région. Cependant, le traité a également suscité une vive opposition dans le monde arabe, et Sadate a été assassiné en 1981, un acte largement perçu comme une réponse directe à sa politique de rapprochement avec Israël. En définitive, les Accords de Camp David et le traité de paix qui a suivi ont démontré la possibilité de négociations pacifiques dans une région marquée par des conflits prolongés, tout en soulignant les défis inhérents à la réalisation d'une paix durable au Moyen-Orient. Ces événements ont eu un impact profond non seulement sur les relations israélo-égyptiennes, mais aussi sur la dynamique régionale et internationale.

Le Droit de Retour des Réfugiés Palestiniens

Le droit de retour des réfugiés palestiniens demeure un sujet complexe et controversé dans le cadre du conflit israélo-palestinien. Ce droit fait référence à la possibilité pour les réfugiés palestiniens et leurs descendants de retourner dans les terres qu'ils ont quittées ou dont ils ont été déplacés en 1948 lors de la création de l'État d'Israël. La résolution 194 de l'Assemblée générale des Nations-Unies, adoptée le 11 décembre 1948, mentionne que les réfugiés souhaitant rentrer chez eux devraient être autorisés à le faire et vivre en paix avec leurs voisins. Cependant, cette résolution, comme d'autres résolutions de l'Assemblée générale, ne possède pas la capacité de déterminer des lois ou d’établir des droits. Elle est plutôt de nature recommandative. Par conséquent, bien qu'elle ait été confirmée à plusieurs reprises par les Nations-Unies, elle n'a pas été mise en œuvre jusqu'à aujourd'hui.

L'Office de secours et de travaux des Nations Unies pour les réfugiés palestiniens au Proche-Orient (UNRWA), créé en 1949, soutient plus de cinq millions de réfugiés palestiniens enregistrés. Contrairement à la Convention de 1951 sur les réfugiés en général, l'UNRWA inclut également les descendants des réfugiés de 1948, ce qui augmente significativement le nombre de personnes concernées. Les accords de paix tels que ceux négociés à Camp David en 1978 ou les Accords d'Oslo de 1993 reconnaissent la question des réfugiés palestiniens comme un sujet de négociation dans le cadre du processus de paix. Toutefois, ils ne mentionnent pas explicitement un "droit au retour" pour les réfugiés palestiniens. La résolution du problème des réfugiés est généralement considérée comme une question devant être réglée par des accords bilatéraux entre Israël et ses voisins.

Annexes

Références