« Mecanismos estructurales de la revolución industrial » : différence entre les versions
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Las elevadas tasas de beneficios registradas durante la Primera Revolución Industrial, a menudo entre el 20% y el 30% según los sectores, fueron decisivas para la acumulación de capital y el crecimiento económico de la época. Estos elevados márgenes de beneficio proporcionaron a las empresas los medios para reinvertir y sostener la expansión industrial, permitiendo un crecimiento sostenido y el desarrollo de infraestructuras industriales cada vez más sofisticadas. Si comparamos estas tasas de beneficios con las de los años 50, que cayeron hasta alrededor del 10%, y aún más bajas en los años 70, hasta alrededor del 5%, queda claro que los primeros empresarios industriales tenían una ventaja considerable. Esta ventaja les permitió reinvertir importantes sumas en sus empresas, explorar nuevas oportunidades industriales e innovar constantemente. Este espíritu de acumulación de capital y reinversión fue un motor clave de la industrialización. Fue posible no sólo por los beneficios económicos, sino también por una cierta ética que prevaleció en Inglaterra durante este período. La idea de que el dinero debía utilizarse de forma productiva, para estimular el empleo y la creación de riqueza, fue un principio rector que dio forma a la sociedad británica. El capital inicial relativamente modesto que podían reunir los particulares o pequeños grupos de inversores permitió una primera oleada de actividad industrial. Sin embargo, fueron los beneficios de estas primeras empresas los que impulsaron inversiones más sustanciales y condujeron a una rápida expansión de la capacidad industrial y del desarrollo económico en su conjunto. Este círculo virtuoso de inversión e innovación aceleró el proceso de industrialización, dando lugar a avances tecnológicos, un aumento de la producción y, en última instancia, una profunda transformación de la sociedad y la economía. | |||
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La | La comparación de la dinámica empresarial entre el periodo de la Revolución Industrial y la actualidad pone de relieve la evolución de las economías y los contextos en los que operan las empresas. Durante la Revolución Industrial, el bajo coste de entrada en el sector industrial permitió la aparición de muchas pequeñas empresas. El bajo coste de las tecnologías de la época, principalmente mecánicas y a menudo impulsadas por agua o vapor, combinado con la abundancia de mano de obra barata, creó un entorno en el que incluso las empresas con poco capital podían crearse y prosperar. La creciente demanda, impulsada por la urbanización y el crecimiento demográfico, así como la ausencia de normativas estrictas, también favorecieron la aparición y el crecimiento de estas pequeñas empresas. Por otra parte, en el mundo actual, el tamaño de una empresa puede ser un factor determinante de su resistencia a las crisis. Los elevados costes fijos, las tecnologías avanzadas, las estrictas normas reguladoras y la intensa competencia internacional exigen una inversión sustancial y una capacidad de adaptación que las pequeñas empresas pueden tener dificultades para desplegar. La mano de obra, que se ha encarecido como consecuencia del aumento del nivel de vida y de las normativas sociales, también representa un coste mucho más importante para las empresas actuales. En consecuencia, la tendencia actual es hacia la concentración empresarial, donde las empresas más grandes pueden beneficiarse de economías de escala, un acceso más fácil a la financiación y una capacidad para influir en el mercado y resistir períodos de recesión económica. Sin embargo, es importante señalar que el ecosistema empresarial actual también es muy dinámico, con empresas tecnológicas de nueva creación y empresas innovadoras que, a pesar de su tamaño a veces modesto, pueden perturbar mercados enteros gracias a innovaciones radicales y a la agilidad de su estructura. | ||
== | == El ejemplo de Krupp == | ||
[[Image:Alfred Krupp.jpg|thumb|180px|right|Alfred Krupp.]] | [[Image:Alfred Krupp.jpg|thumb|180px|right|Alfred Krupp.]] | ||
El caso de Krupp ilustra a la perfección la transición que se ha producido en el panorama industrial desde la Revolución Industrial. Fundada en 1811, Krupp comenzó siendo una pequeña empresa y creció hasta convertirse en un conglomerado industrial internacional, símbolo del potencial de crecimiento que caracterizó esta época de transformación económica. Al comienzo de la Revolución Industrial, la flexibilidad de las pequeñas empresas constituía una ventaja en un mercado en rápida evolución, en el que las innovaciones técnicas podían adoptarse y aplicarse con rapidez. Además, el marco normativo, a menudo laxo, permitía a las pequeñas entidades prosperar sin las cargas administrativas y financieras que pueden acompañar a las grandes empresas en las economías modernas. Sin embargo, a medida que avanzaba la era industrial, factores como el desarrollo de los sistemas de transporte (ferroviario, marítimo, por carretera) y la globalización del comercio empezaron a favorecer a las empresas capaces de producir a gran escala y distribuir sus productos más ampliamente. Estas empresas, como Krupp, pudieron invertir en infraestructuras pesadas, adoptar tecnologías punteras, ampliar su control sobre las cadenas de suministro y acceder a los mercados internacionales, lo que les proporcionó una ventaja competitiva sobre las empresas más pequeñas. El ascenso de Krupp refleja esta dinámica. La empresa supo adaptarse a los tiempos, pasando de ser una fundición de hierro a una multinacional del acero y el armamento, aprovechando las guerras, la creciente demanda de acero para la construcción y la industrialización general, así como las innovaciones tecnológicas. En este contexto, las pequeñas empresas se enfrentaron a grandes retos. Sin acceso al mismo nivel de recursos, les ha resultado difícil competir en términos de precio, eficacia y alcance del mercado. Muchas han sido absorbidas por entidades mayores o han tenido que especializarse en nichos para sobrevivir. La capacidad de resistir a las crisis se convirtió en un atributo asociado al tamaño, y las grandes empresas como Krupp estaban mejor equipadas para hacer frente a la volatilidad económica, las guerras, las crisis financieras y los cambios políticos. Su tamaño les permitía absorber los choques, diversificar los riesgos y planificar a largo plazo, una capacidad menos accesible para las empresas más pequeñas. La trayectoria de Krupp se inscribe, pues, en la lógica más amplia del desarrollo industrial y económico, en la que las estructuras empresariales han tenido que adaptarse a las nuevas realidades de un mundo en rápida transformación. | |||
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== | == Costes elevados: una ventaja en las primeras fases de industrialización == | ||
Avant la généralisation des bateaux à vapeur et le développement des chemins de fer, le coût élevé du transport avait un impact significatif sur la structure industrielle et commerciale. Les usines avaient tendance à produire pour les marchés locaux car il était souvent trop onéreux de transporter des marchandises sur de longues distances. Cette période a vu la prolifération de petites usines disséminées, qui répondaient aux besoins immédiats de la population locale, chaque région développant souvent ses propres spécialités en fonction des ressources et compétences disponibles. La production industrielle se faisait à proximité des sources de matières premières comme le charbon et le minerai de fer pour minimiser les frais de transport. Cette contrainte a également stimulé des investissements significatifs dans les infrastructures de transport, comme les canaux et les chemins de fer, et a encouragé l'amélioration des routes existantes. Quand les chemins de fer sont devenus communs et que les bateaux à vapeur se sont répandus, la dynamique a radicalement changé. Le transport devenait moins coûteux et plus rapide, permettant aux usines plus grandes et centralisées de produire en masse et de vendre leurs produits dans des marchés élargis, profitant ainsi d'économies d'échelle. Cela a commencé à mettre en difficulté les petites usines locales qui ne pouvaient pas rivaliser avec la production à grande échelle et la distribution étendue des grandes entreprises, transformant en profondeur l'économie industrielle. | Avant la généralisation des bateaux à vapeur et le développement des chemins de fer, le coût élevé du transport avait un impact significatif sur la structure industrielle et commerciale. Les usines avaient tendance à produire pour les marchés locaux car il était souvent trop onéreux de transporter des marchandises sur de longues distances. Cette période a vu la prolifération de petites usines disséminées, qui répondaient aux besoins immédiats de la population locale, chaque région développant souvent ses propres spécialités en fonction des ressources et compétences disponibles. La production industrielle se faisait à proximité des sources de matières premières comme le charbon et le minerai de fer pour minimiser les frais de transport. Cette contrainte a également stimulé des investissements significatifs dans les infrastructures de transport, comme les canaux et les chemins de fer, et a encouragé l'amélioration des routes existantes. Quand les chemins de fer sont devenus communs et que les bateaux à vapeur se sont répandus, la dynamique a radicalement changé. Le transport devenait moins coûteux et plus rapide, permettant aux usines plus grandes et centralisées de produire en masse et de vendre leurs produits dans des marchés élargis, profitant ainsi d'économies d'échelle. Cela a commencé à mettre en difficulté les petites usines locales qui ne pouvaient pas rivaliser avec la production à grande échelle et la distribution étendue des grandes entreprises, transformant en profondeur l'économie industrielle. | ||
Version du 30 novembre 2023 à 09:49
Basado en un curso de Michel Oris[1][2]
Estructuras agrarias y sociedad rural: análisis del campesinado europeo preindustrial ● El régimen demográfico del Antiguo Régimen: la homeostasis ● Evolución de las estructuras socioeconómicas en el siglo XVIII: del Antiguo Régimen a la Modernidad ● Orígenes y causas de la revolución industrial inglesa ● Mecanismos estructurales de la revolución industrial ● La difusión de la revolución industrial en la Europa continental ● La revolución industrial más allá de Europa: Estados Unidos y Japón ● Los costes sociales de la Revolución Industrial ● Análisis histórico de las fases cíclicas de la primera globalización ● Dinámica de los mercados nacionales y globalización del comercio de productos ● La formación de sistemas migratorios globales ● Dinámica e impactos de la globalización de los mercados monetarios : El papel central de Gran Bretaña y Francia ● La transformación de las estructuras y relaciones sociales durante la Revolución Industrial ● Los orígenes del Tercer Mundo y el impacto de la colonización ● Fracasos y obstáculos en el Tercer Mundo ● Cambios en los métodos de trabajo: evolución de las relaciones de producción desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX ● La edad de oro de la economía occidental: los treinta gloriosos años (1945-1973) ● La evolución de la economía mundial: 1973-2007 ● Los desafíos del Estado del bienestar ● En torno a la colonización: temores y esperanzas de desarrollo ● Tiempo de rupturas: retos y oportunidades en la economía internacional ● Globalización y modos de desarrollo en el "tercer mundo"
Este curso pretende ofrecer un análisis detallado y estructurado de los mecanismos estructurales que permitieron el auge de la Revolución Industrial, a partir de finales del siglo XVIII. Examinaremos el desarrollo temprano de la industria centrándonos en cómo los modestos avances tecnológicos y la accesible inversión inicial sentaron las bases para la transformación de la sociedad. Comenzaremos con un examen en profundidad de las pequeñas empresas manufactureras de Inglaterra, destacando cómo se beneficiaron de un bajo coste de entrada, lo que facilitó la aparición de una nueva clase de empresarios. Examinaremos las variables pero a menudo elevadas tasas de beneficios de estas primeras empresas y su papel en el fomento de la reinversión y la innovación continuas. A continuación exploraremos la evolución de las infraestructuras de transporte y su impacto en el tamaño y el alcance de las empresas, desde el aislamiento protector de los mercados locales hasta el aumento de la competencia provocado por la reducción de los costes de transporte. Se prestará especial atención a las consecuencias sociales de la industrialización, como la precariedad de las condiciones de trabajo, la utilización de mano de obra femenina e infantil y la movilidad social derivada de la industrialización. Un examen de las pautas de desarrollo industrial y su propagación por Europa completará nuestro análisis, permitiéndonos comprender la influencia de la Revolución Industrial en la economía mundial. En resumen, el objetivo de este curso es examinar las múltiples facetas de la Revolución Industrial de forma descriptiva y metódica, destacando las dinámicas económicas, tecnológicas, sociales y humanas que marcaron este periodo fundamental.
Bajos costes de inversión
El inicio de la Primera Revolución Industrial, que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XVIII, comenzó con un nivel tecnológico relativamente limitado y una baja intensidad de capital en comparación con lo que fue más tarde. Al principio, las empresas solían ser pequeñas y las tecnologías, aunque innovadoras para la época, no requerían inversiones tan masivas como las necesarias para las fábricas de finales de la era victoriana. Las industrias textiles, por ejemplo, fueron de las primeras en mecanizarse, pero las primeras máquinas, como la hiladora o el telar mecánico, podían manejarse en pequeños talleres o incluso en los hogares (como se hacía en el "putting-out" o "sistema doméstico"). La máquina de vapor de James Watt, pese a ser un avance significativo, se adoptó inicialmente a una escala relativamente modesta antes de convertirse en la fuerza motriz de las grandes fábricas y del transporte. Esto se debió en parte a que los sistemas de producción estaban aún en transición. La fabricación era a menudo todavía una actividad a pequeña escala y, aunque el uso de máquinas permitió aumentar la producción, no requería inicialmente las enormes instalaciones que asociamos con la posterior revolución industrial. Además, la primera fase de la Revolución Industrial se caracterizó por innovaciones incrementales, que permitían aumentos graduales de la productividad sin requerir grandes desembolsos de capital. A menudo, las empresas podían autofinanciar su crecimiento o recurrir a redes de financiación familiares o locales, sin necesidad de recurrir a mercados financieros desarrollados o a préstamos a gran escala. Sin embargo, a medida que avanzaba la revolución, aumentaron la complejidad y el coste de la maquinaria, así como el tamaño de las plantas industriales. Esto condujo a una intensificación de la necesidad de capital, al desarrollo de instituciones financieras especializadas y a la aparición de prácticas como la captación de capital mediante acciones u obligaciones para financiar proyectos industriales de mayor envergadura.
La capacidad de autofinanciación a finales del siglo XVIII reflejaba las singulares condiciones económicas de la época. El coste relativamente bajo de la inversión inicial en las primeras fábricas permitió a individuos de las clases artesana o pequeñoburguesa convertirse en empresarios industriales. Estos empresarios a menudo eran capaces de reunir el capital necesario sin recurrir a grandes préstamos ni a inversiones externas significativas. El bajo coste de la tecnología de la época, que se basaba principalmente en la madera y el metal sencillo, hacía que las inversiones iniciales fueran relativamente asequibles. Además, los conocimientos necesarios para construir y manejar las primeras máquinas procedían a menudo de oficios tradicionales. Por consiguiente, aunque se necesitaba mano de obra especializada, no se requería el nivel de formación que exigieron las tecnologías posteriores. Esto significaba que los costes laborales se mantenían relativamente bajos, especialmente si se comparaban con los niveles salariales y de cualificación necesarios para operar las tecnologías industriales avanzadas de mediados del siglo XX. Esto contrastaba fuertemente con la situación de los países del Tercer Mundo a mediados del siglo XX, donde la introducción de tecnologías industriales requería un nivel mucho más alto de capital y cualificación, fuera del alcance de la mayoría de los trabajadores locales e incluso de los empresarios locales sin ayuda externa. La inversión necesaria para poner en marcha una actividad industrial en estos países en desarrollo era a menudo tan grande que sólo podía cubrirse con financiación estatal, préstamos internacionales o inversión extranjera directa. Así pues, el éxito inicial de los empresarios durante la Revolución Industrial británica se vio facilitado por esta combinación de bajo coste de entrada y conocimientos artesanales adaptados, que creó un entorno propicio para la innovación y el crecimiento industrial. Esto condujo a la formación de una nueva clase social de industriales, que desempeñaron un papel destacado en el impulso de la industrialización.
En las primeras fases de la Revolución Industrial, las necesidades de instalaciones para las fábricas eran relativamente modestas. Los edificios existentes, como graneros o cobertizos, podían convertirse fácilmente en espacios de producción sin necesidad de grandes inversiones en construcción o acondicionamiento. Esto contrasta con las instalaciones industriales posteriores, que a menudo eran enormes fábricas especialmente diseñadas para albergar complejas líneas de producción y grandes equipos de trabajadores. En cuanto al capital circulante, es decir, los fondos necesarios para cubrir los gastos corrientes como las materias primas, los salarios y los costes de explotación, era a menudo superior a la inversión en capital fijo (maquinaria e instalaciones). Las empresas podían recurrir a préstamos bancarios para financiar estos gastos de explotación. Por lo general, los bancos de la época estaban dispuestos a conceder créditos sobre la base de la titularidad de materias primas, productos semiacabados o acabados, que podían utilizarse como garantía. El sistema crediticio ya estaba bastante desarrollado en Inglaterra en aquella época, con instituciones financieras establecidas capaces de proporcionar el capital circulante que necesitaban los empresarios industriales. Además, las condiciones de pago en la cadena de suministro -por ejemplo, comprando materias primas a crédito y pagando a los proveedores después de vender el producto acabado- también ayudaban a financiar el capital circulante. Es importante señalar que el acceso al crédito desempeñó un papel crucial en el desarrollo de la industria. Permitió a las empresas ampliar rápidamente la producción y aprovechar las oportunidades del mercado sin tener que acumular grandes cantidades de capital inicial. Esto facilitó el crecimiento económico rápido y sostenido que se hizo característico del periodo industrial.
La reinversión de los beneficios generados por la Revolución Industrial fue uno de los motores de su expansión más allá de las fronteras británicas. Estos beneficios, que a menudo eran sustanciales debido a la mejora de la eficiencia y la productividad propiciada por las nuevas tecnologías y la expansión de los mercados, se destinaron a diversos fines. Por un lado, los fabricantes inyectaron parte de estas sumas en la innovación tecnológica, adquiriendo nuevas máquinas y perfeccionando los procesos de producción. Esto condujo a una espiral virtuosa de mejora continua, en la que cada avance generaba más beneficios para reinvertir. Al mismo tiempo, la búsqueda de nuevos mercados y de fuentes de materias primas más baratas animó a las empresas británicas a expandirse internacionalmente. Este expansionismo adoptó a menudo la forma de inversiones en las colonias o en otras regiones, donde establecieron industrias o financiaron proyectos industriales, trasplantando así las prácticas y el capital británicos. Las infraestructuras, esenciales para la industrialización, también se beneficiaron de estos beneficios. Se desarrollaron o mejoraron las redes ferroviarias, los canales y los puertos, no sólo en el Reino Unido sino también en el extranjero, haciendo más eficaces el comercio y la producción industrial. Además de estas inversiones directas, la influencia colonial británica sirvió de vehículo para la difusión de la tecnología y los métodos industriales. Esto creó un ecosistema favorable para la expansión de la industrialización en las colonias, que a su vez proporcionaron las materias primas esenciales para abastecer a las fábricas británicas. En el ámbito del comercio internacional, el excedente de capital permitió a las empresas británicas aumentar su presencia mundial, exportando productos manufacturados en grandes cantidades e importando al mismo tiempo los recursos necesarios para producirlos. Por último, la movilidad de ingenieros, empresarios y trabajadores cualificados, a menudo financiada por los beneficios industriales, facilitó el intercambio de competencias y conocimientos técnicos entre naciones. Estas transferencias de tecnología han desempeñado un papel clave en la generalización de las prácticas industriales en todo el mundo. Todos estos factores se combinaron para hacer de la Revolución Industrial un fenómeno global, que transformó no sólo las economías nacionales, sino también las relaciones internacionales y la estructura económica mundial.
Altos beneficios
Las elevadas tasas de beneficios registradas durante la Primera Revolución Industrial, a menudo entre el 20% y el 30% según los sectores, fueron decisivas para la acumulación de capital y el crecimiento económico de la época. Estos elevados márgenes de beneficio proporcionaron a las empresas los medios para reinvertir y sostener la expansión industrial, permitiendo un crecimiento sostenido y el desarrollo de infraestructuras industriales cada vez más sofisticadas. Si comparamos estas tasas de beneficios con las de los años 50, que cayeron hasta alrededor del 10%, y aún más bajas en los años 70, hasta alrededor del 5%, queda claro que los primeros empresarios industriales tenían una ventaja considerable. Esta ventaja les permitió reinvertir importantes sumas en sus empresas, explorar nuevas oportunidades industriales e innovar constantemente. Este espíritu de acumulación de capital y reinversión fue un motor clave de la industrialización. Fue posible no sólo por los beneficios económicos, sino también por una cierta ética que prevaleció en Inglaterra durante este período. La idea de que el dinero debía utilizarse de forma productiva, para estimular el empleo y la creación de riqueza, fue un principio rector que dio forma a la sociedad británica. El capital inicial relativamente modesto que podían reunir los particulares o pequeños grupos de inversores permitió una primera oleada de actividad industrial. Sin embargo, fueron los beneficios de estas primeras empresas los que impulsaron inversiones más sustanciales y condujeron a una rápida expansión de la capacidad industrial y del desarrollo económico en su conjunto. Este círculo virtuoso de inversión e innovación aceleró el proceso de industrialización, dando lugar a avances tecnológicos, un aumento de la producción y, en última instancia, una profunda transformación de la sociedad y la economía.
Tamaño de la empresa
La ausencia de un tamaño óptimo o mínimo
La comparación de la dinámica empresarial entre el periodo de la Revolución Industrial y la actualidad pone de relieve la evolución de las economías y los contextos en los que operan las empresas. Durante la Revolución Industrial, el bajo coste de entrada en el sector industrial permitió la aparición de muchas pequeñas empresas. El bajo coste de las tecnologías de la época, principalmente mecánicas y a menudo impulsadas por agua o vapor, combinado con la abundancia de mano de obra barata, creó un entorno en el que incluso las empresas con poco capital podían crearse y prosperar. La creciente demanda, impulsada por la urbanización y el crecimiento demográfico, así como la ausencia de normativas estrictas, también favorecieron la aparición y el crecimiento de estas pequeñas empresas. Por otra parte, en el mundo actual, el tamaño de una empresa puede ser un factor determinante de su resistencia a las crisis. Los elevados costes fijos, las tecnologías avanzadas, las estrictas normas reguladoras y la intensa competencia internacional exigen una inversión sustancial y una capacidad de adaptación que las pequeñas empresas pueden tener dificultades para desplegar. La mano de obra, que se ha encarecido como consecuencia del aumento del nivel de vida y de las normativas sociales, también representa un coste mucho más importante para las empresas actuales. En consecuencia, la tendencia actual es hacia la concentración empresarial, donde las empresas más grandes pueden beneficiarse de economías de escala, un acceso más fácil a la financiación y una capacidad para influir en el mercado y resistir períodos de recesión económica. Sin embargo, es importante señalar que el ecosistema empresarial actual también es muy dinámico, con empresas tecnológicas de nueva creación y empresas innovadoras que, a pesar de su tamaño a veces modesto, pueden perturbar mercados enteros gracias a innovaciones radicales y a la agilidad de su estructura.
El ejemplo de Krupp
El caso de Krupp ilustra a la perfección la transición que se ha producido en el panorama industrial desde la Revolución Industrial. Fundada en 1811, Krupp comenzó siendo una pequeña empresa y creció hasta convertirse en un conglomerado industrial internacional, símbolo del potencial de crecimiento que caracterizó esta época de transformación económica. Al comienzo de la Revolución Industrial, la flexibilidad de las pequeñas empresas constituía una ventaja en un mercado en rápida evolución, en el que las innovaciones técnicas podían adoptarse y aplicarse con rapidez. Además, el marco normativo, a menudo laxo, permitía a las pequeñas entidades prosperar sin las cargas administrativas y financieras que pueden acompañar a las grandes empresas en las economías modernas. Sin embargo, a medida que avanzaba la era industrial, factores como el desarrollo de los sistemas de transporte (ferroviario, marítimo, por carretera) y la globalización del comercio empezaron a favorecer a las empresas capaces de producir a gran escala y distribuir sus productos más ampliamente. Estas empresas, como Krupp, pudieron invertir en infraestructuras pesadas, adoptar tecnologías punteras, ampliar su control sobre las cadenas de suministro y acceder a los mercados internacionales, lo que les proporcionó una ventaja competitiva sobre las empresas más pequeñas. El ascenso de Krupp refleja esta dinámica. La empresa supo adaptarse a los tiempos, pasando de ser una fundición de hierro a una multinacional del acero y el armamento, aprovechando las guerras, la creciente demanda de acero para la construcción y la industrialización general, así como las innovaciones tecnológicas. En este contexto, las pequeñas empresas se enfrentaron a grandes retos. Sin acceso al mismo nivel de recursos, les ha resultado difícil competir en términos de precio, eficacia y alcance del mercado. Muchas han sido absorbidas por entidades mayores o han tenido que especializarse en nichos para sobrevivir. La capacidad de resistir a las crisis se convirtió en un atributo asociado al tamaño, y las grandes empresas como Krupp estaban mejor equipadas para hacer frente a la volatilidad económica, las guerras, las crisis financieras y los cambios políticos. Su tamaño les permitía absorber los choques, diversificar los riesgos y planificar a largo plazo, una capacidad menos accesible para las empresas más pequeñas. La trayectoria de Krupp se inscribe, pues, en la lógica más amplia del desarrollo industrial y económico, en la que las estructuras empresariales han tenido que adaptarse a las nuevas realidades de un mundo en rápida transformación.
Costes de transporte
Costes elevados: una ventaja en las primeras fases de industrialización
Avant la généralisation des bateaux à vapeur et le développement des chemins de fer, le coût élevé du transport avait un impact significatif sur la structure industrielle et commerciale. Les usines avaient tendance à produire pour les marchés locaux car il était souvent trop onéreux de transporter des marchandises sur de longues distances. Cette période a vu la prolifération de petites usines disséminées, qui répondaient aux besoins immédiats de la population locale, chaque région développant souvent ses propres spécialités en fonction des ressources et compétences disponibles. La production industrielle se faisait à proximité des sources de matières premières comme le charbon et le minerai de fer pour minimiser les frais de transport. Cette contrainte a également stimulé des investissements significatifs dans les infrastructures de transport, comme les canaux et les chemins de fer, et a encouragé l'amélioration des routes existantes. Quand les chemins de fer sont devenus communs et que les bateaux à vapeur se sont répandus, la dynamique a radicalement changé. Le transport devenait moins coûteux et plus rapide, permettant aux usines plus grandes et centralisées de produire en masse et de vendre leurs produits dans des marchés élargis, profitant ainsi d'économies d'échelle. Cela a commencé à mettre en difficulté les petites usines locales qui ne pouvaient pas rivaliser avec la production à grande échelle et la distribution étendue des grandes entreprises, transformant en profondeur l'économie industrielle.
Les coûts élevés de transport au début de la Révolution industrielle ont effectivement créé une forme de protectionnisme naturel, préservant les industries naissantes locales de la concurrence des firmes plus grandes et plus établies. Ces frais de transport agissaient comme des barrières non officielles, isolant les marchés et permettant aux entreprises de se concentrer sur l'approvisionnement de la demande à proximité immédiate. À cette époque, la compétition était essentiellement locale ; une entreprise n'avait besoin que d'être compétitive dans un périmètre restreint, où les coûts prohibitifs du transport faisaient barrage à la concurrence lointaine. La Révolution industrielle, dans ses débuts, était fortement marquée par son caractère local et régional. En Angleterre, par exemple, c'est la région du Lancashire, autour de Manchester, qui a été le berceau de nombreuses innovations et développements industriels. De même, en France, le Nord et l'Alsace sont devenus des centres industriels clés, tout comme la Catalogne en Espagne et la Nouvelle-Angleterre aux États-Unis. Ces régions bénéficiaient de leurs propres conditions favorables à l'industrialisation, telles que l'accès à des matières premières, des compétences artisanales ou des capitaux. À une échelle internationale, ces mêmes coûts de transport ont joué un rôle crucial dans la protection des industries continentales européennes contre la suprématie industrielle britannique. L'Angleterre, pionnière de l'industrialisation avec une avance technique significative, ne pouvait pas inonder facilement le reste de l'Europe de ses produits en raison de ces frais de transport élevés. Cela a offert un répit aux industries sur le continent, leur permettant de se développer et de progresser technologiquement, sans être submergées par la concurrence britannique. Dans ce contexte, les frais de transport élevés ont eu un impact paradoxal : ils ont restreint le commerce et la diffusion des innovations, mais en même temps, ils ont favorisé la diversification industrielle et le développement de capacités locales. C'est ce qui a permis à de nombreuses régions d'Europe et d'Amérique du Nord de poser les bases de leur propre essor industriel avant l'ère de la globalisation des échanges et de la distribution à grande échelle.
Le développement des infrastructures de transport, en particulier des chemins de fer, dans la seconde moitié du XIXe siècle a considérablement réduit les coûts et les temps de déplacement. Le train, en particulier, a révolutionné le transport des marchandises et des personnes, rendant possible le commerce à plus longue distance et avec des frais nettement réduits par rapport aux méthodes traditionnelles comme le transport par charrettes, à cheval ou par voie navigable. Cette réduction des coûts de transport a eu des conséquences majeures sur l'organisation industrielle. Les petites industries, qui avaient prospéré dans un contexte de coûts de transport élevés et qui étaient de ce fait protégées de la concurrence extérieure, ont commencé à ressentir la pression des entreprises plus grandes et technologiquement avancées capables de produire en masse. Ces grandes entreprises pouvaient désormais étendre leur portée commerciale, distribuant leurs produits sur des marchés bien plus étendus. Avec le chemin de fer, les grandes entreprises pouvaient non seulement atteindre des marchés éloignés, mais également profiter des économies d'échelle en centralisant leur production dans des usines de plus grande taille, ce qui réduisait leurs coûts unitaires. Elles pouvaient ainsi offrir leurs produits à des prix que les petites industries locales, avec des structures de coûts plus élevés, ne pouvaient pas concurrencer. C'est dans ce contexte que beaucoup de petites entreprises ont été contraintes de fermer leurs portes ou de se transformer, alors que les régions industrielles précédemment isolées se sont intégrées dans une économie nationale et même internationale. Le paysage industriel a été remodelé, favorisant les zones avec un accès privilégié aux nouvelles infrastructures de transport, et a jeté les bases de la mondialisation des marchés que nous connaissons aujourd'hui.
Les conditions sociales en matière d’emploi
La Révolution industrielle a apporté des changements profonds dans la structure sociale, notamment à travers le mouvement de la population des campagnes vers les villes. Ce déplacement massif était en grande partie dû aux enclosures en Angleterre, par exemple, qui ont poussé de nombreux paysans hors de leurs terres traditionnelles, ainsi qu'aux transformations agricoles qui ont réduit le besoin de main-d'œuvre. Les paysans sans terre et ceux qui avaient perdu leur moyen de subsistance en raison de l'introduction de nouvelles méthodes agricoles ou de la mécanisation se sont retrouvés à chercher du travail dans les villes, où les usines industrielles émergentes avaient besoin de main-d'œuvre. Cette migration n'était pas motivée par l'attrait d'une amélioration sociale, mais par la nécessité. Les emplois dans l'industrie offraient des salaires souvent bas et des conditions de travail difficiles. L'absence de législation sociale à cette époque signifiait que les travailleurs étaient très peu protégés : ils travaillaient de longues heures dans des conditions dangereuses et insalubres, sans sécurité d'emploi, sans assurance contre les accidents du travail, et sans droit à la retraite. Les historiens parlent souvent de la "fluidité sociale négative" pendant cette période pour décrire le phénomène où les individus, loin de gravir l'échelle sociale, étaient plutôt entraînés dans un milieu de travail précaire et souvent exploiteur. Malgré cela, pour beaucoup, le travail en usine représentait l'unique opportunité de gagner leur vie, même si cela signifiait endurer des conditions difficiles. Ce n'est que progressivement, souvent à la suite de crises, de luttes syndicales et de pressions politiques, que les gouvernements ont commencé à mettre en place des lois pour protéger les travailleurs. Les premières lois sur le travail des enfants, les conditions de travail, les heures de travail et la sécurité ont jeté les bases des systèmes de protection sociale que nous connaissons aujourd'hui. Mais ces changements ont pris du temps et beaucoup ont souffert avant que ces protections ne soient instaurées.
Les conditions de travail pendant la Révolution industrielle reflétaient la dynamique du marché de l'époque où l'offre excédentaire de main-d'œuvre permettait aux employeurs d'imposer des salaires très bas. Les femmes et les enfants étaient souvent employés parce qu'ils constituaient une main-d'œuvre encore moins chère que les hommes adultes et parce qu'ils étaient généralement moins enclins à se syndiquer et à revendiquer de meilleures conditions de travail. Ces groupes étaient souvent payés à une fraction du salaire des hommes adultes, ce qui augmentait encore la marge de profit des entreprises. Dans ce contexte, le salaire versé aux ouvriers n'était souvent que le minimum vital, calculé selon ce qui était strictement nécessaire pour la survie du travailleur et de sa famille. Cette approche, parfois décrite comme un "salaire de subsistance", ne laissait guère de place à l'épargne personnelle ou à l'amélioration du niveau de vie. L'absence de régulations et de protections sociales a eu pour conséquence directe la mise en place d'un système où la baisse des salaires pouvait être utilisée comme un levier pour augmenter les marges de profit. Les entrepreneurs de la Révolution industrielle, souvent loués pour leur ingéniosité et leur esprit d'entreprise, ont également profité d'un système où les coûts de production pouvaient être compressés au détriment du bien-être des travailleurs. Le fait que les profits ne devaient pas être partagés signifiait que les propriétaires d'usines pouvaient réinvestir une plus grande partie de leurs bénéfices dans l'expansion de leurs entreprises, l'achat de nouvelles machines et l'amélioration des processus de production. Cela a sans doute contribué à l'accélération de l'industrialisation et à la croissance économique globale, mais cette croissance est venue à un coût social élevé. Il a fallu des décennies de lutte des travailleurs, de militantisme social et de réformes législatives pour commencer à créer un environnement de travail plus équilibré et juste, où les travailleurs bénéficiaient de protections et d'une part plus équitable des fruits de la croissance économique.
L'industrialisation, spécialement durant ses premières phases, a bénéficié de manière significative de la participation de la main-d'œuvre féminine et enfantine, souvent dans des conditions qui seraient considérées comme inacceptables aujourd'hui. Le secteur du textile, par exemple, a massivement recruté des femmes et des enfants, en partie parce que les machines nouvellement inventées nécessitaient moins de force physique que les précédentes méthodes de production manuelles. La dextérité et la précision devenaient plus importantes que la brute force, et ces qualités étaient souvent associées aux travailleuses féminines. En outre, les employeurs pouvaient payer les femmes et les enfants moins cher que les hommes, augmentant ainsi leurs profits. Dans le contexte de l'époque, le travail des enfants n'était pas réglementé au début de la Révolution industrielle. Les enfants étaient souvent employés pour des tâches dangereuses ou dans des espaces confinés où les adultes ne pouvaient pas facilement travailler. Leurs salaires étaient dérisoires par rapport à ceux des hommes adultes, souvent jusqu'à dix fois moins. Cela a renforcé la position avantageuse des employeurs : l'abondance de main-d'œuvre disponible faisait baisser les salaires globalement et augmentait la concurrence pour l'emploi, ce qui a contribué à la précarité de la situation des travailleurs. Les femmes recevaient environ un tiers du salaire des hommes pour le même travail, une disparité qui reflétait les normes sociales de l'époque, où le travail féminin était souvent considéré comme moins valuable. Cette exploitation de la main-d'œuvre féminine et enfantine est aujourd'hui vue comme une des périodes les plus sombres de l'histoire occidentale, et a conduit à l'émergence des premières lois sur le travail des enfants et à un examen plus critique des conditions de travail au sein des industries naissantes. Ainsi, si l'industrialisation a apporté des avancées économiques et techniques majeures, elle a également souligné la nécessité d'une réglementation pour protéger les travailleurs les plus vulnérables de l'exploitation. Les mouvements sociaux et les réformes qui ont suivi ont été motivés par la reconnaissance que le progrès économique ne devrait pas se faire au détriment de la dignité et de la santé des individus.
La diversité des pratiques de gestion parmi les employeurs de l'époque de la Révolution industrielle reflétait les différentes attitudes sociales et économiques. D'un côté, certains patrons, motivés principalement par la maximisation des profits, choisissaient d'embaucher des femmes et des enfants, qui pouvaient être payés beaucoup moins que les hommes. Cette stratégie de réduction des coûts leur permettait d'offrir des prix plus compétitifs et de réaliser des bénéfices plus importants. Les conditions de travail dans ces entreprises étaient souvent très dures, et le bien-être des employés n'était généralement pas une priorité. D'un autre côté, il y avait des patrons qui adoptaient une approche plus paternaliste. Ils pouvaient choisir d'embaucher uniquement des hommes, en partie à cause de la croyance répandue que le rôle de l'homme était de subvenir aux besoins de la famille. Ces employeurs pouvaient se considérer comme responsables du bien-être de leurs employés, souvent en fournissant des logements, des écoles ou des services médicaux. Cette approche, bien que plus humaine, était aussi une façon de s'assurer une main-d'œuvre stable et dévouée. Dans les entreprises où prévalait cette mentalité paternaliste, il pouvait y avoir un sentiment d'obligation morale ou une responsabilité sociale perçue envers les employés. Ces patrons pouvaient croire que prendre soin de leurs ouvriers était non seulement bon pour les affaires, en maintenant une main-d'œuvre productive et loyale, mais aussi un devoir envers la société. Ces deux approches reflètent les attitudes complexes et souvent contradictoires de l'époque envers le travail et la société. Alors que les conditions de travail pour les femmes et les enfants dans les usines étaient souvent difficiles et dangereuses, les premières lois sur le travail, comme la Factory Act de 1833 en Grande-Bretagne, ont commencé à mettre des limites à l'exploitation des travailleurs les plus vulnérables. Ces réformes étaient le début d'un long processus d'amélioration des conditions de travail qui continuerait bien après la fin de la Révolution industrielle.
La simplicité de la technique
L'adaptation des compétences des travailleurs durant la première phase de la Révolution industrielle a été relativement aisée pour plusieurs raisons. Tout d'abord, les premières technologies industrielles n'étaient pas radicalement différentes de celles utilisées dans la proto-industrie ou les ateliers artisanaux. Les machines comme le métier à tisser mécanique étaient plus rapides et plus efficaces que leurs prédécesseurs manuels, mais les principes de base de l'opération étaient similaires. Ainsi, les paysans et les artisans qui avaient déjà des compétences dans le travail manuel pouvaient se reconvertir sans grande difficulté dans l'industrie naissante. En outre, le design relativement simple des premières machines industrielles permettait leur reproduction par ceux qui souhaitaient entrer dans l'industrie ou élargir leur production sans nécessiter un transfert complexe de connaissances. Ce qui pouvait être vu comme un manque de protection de la propriété intellectuelle à l'époque a en fait favorisé la diffusion rapide de l'innovation technologique et la croissance de nouvelles industries. Cependant, cette facilité d'accès aux compétences industrielles initiales avait des implications sociales et éducatives. Dans une Angleterre largement illettrée en 1830, l'éducation n'était pas encore considérée comme essentielle pour la majorité de la population ouvrière. Le manque d'éducation contribuait à une main-d'œuvre qui était perçue comme plus maniable et moins susceptible de remettre en question l'autorité ou de revendiquer de meilleurs salaires ou conditions de travail. Certains industriels et lobbies d'affaires voyaient l'éducation de masse comme une menace potentielle à cet état de choses, car une population plus instruite pourrait devenir plus consciente de ses droits et plus exigeante sur le plan social et économique. Ce n'est que bien plus tard, avec la montée des technologies plus complexes comme la machine à vapeur et la mécanique de précision, que la formation de la main-d'œuvre est devenue plus nécessaire et plus spécialisée, menant à une valorisation de l'éducation technique. Cela a aussi marqué le début d'un changement dans l'attitude envers l'éducation des ouvriers, car les compétences de lecture, d'écriture et de calcul devenaient de plus en plus nécessaires pour opérer et entretenir les machines complexes de l'ère industrielle avancée. L'introduction de l'éducation primaire obligatoire en 1880 en Angleterre a été un tournant, reconnaissant finalement l'importance de l'éducation pour le développement individuel et la croissance économique. Elle a marqué le début d'une prise de conscience que l'éducation pouvait et devait jouer un rôle dans l'amélioration des conditions de vie des classes laborieuses et dans la promotion de la mobilité sociale.
La Révolution industrielle a marqué une transformation radicale de la structure socio-économique en Europe, et au-delà. En effet, après des siècles où la majorité de la population vivait dans des sociétés agraires, dépendantes des cycles naturels et de la production agricole, ce nouveau paradigme a introduit un changement drastique. Les progrès technologiques, l'essor de l'entrepreneuriat, l'accès à de nouvelles formes de capital et l'exploitation de ressources énergétiques comme le charbon et plus tard le pétrole ont été des moteurs de ce bouleversement. La machine à vapeur, l'innovation dans les procédés de fabrication comme la production de l'acier, l'automatisation de la production textile et l'avènement des chemins de fer ont tous joué un rôle crucial dans l'accélération de l'industrialisation. Cette période de changement rapide a également été alimentée par une croissance démographique soutenue, qui a fourni à la fois un marché pour les nouveaux produits et une main-d'œuvre abondante pour les usines. Le développement des villes a été spectaculaire, attirant les populations rurales par la promesse d'emploi et de meilleures conditions de vie, bien que souvent cette promesse ne soit pas tenue, entraînant des conditions de vie urbaines difficiles. L'économie a commencé à se spécialiser dans la production industrielle plutôt que dans l'agriculture, et le commerce international s'est développé pour soutenir et étendre ces nouvelles industries. Les États-nations ont commencé à investir dans l'infrastructure et à réglementer l'économie pour favoriser l'industrialisation. Le contexte social a également changé. Les anciennes hiérarchies ont été remises en question et de nouvelles classes sociales ont émergé, notamment une bourgeoisie industrielle et une classe ouvrière prolétarienne. Ces changements ont posé les bases des sociétés modernes, avec leurs enjeux politiques, économiques et sociaux propres. Cependant, la transition de sociétés agraires en sociétés industrielles n'a pas été sans défis. Elle a apporté des inégalités sociales et économiques, des conditions de travail souvent déplorables, et a eu un impact environnemental significatif qui continue de se faire ressentir aujourd'hui. Malgré cela, la dynamique mise en place par la Révolution industrielle est à l'origine de la croissance économique sans précédent et du développement technologique qui ont façonné le monde contemporain.