« Europa en el centro del mundo: de finales del siglo XIX a 1918 » : différence entre les versions

De Baripedia
Ligne 194 : Ligne 194 :
== La colonización de África ==
== La colonización de África ==


[File:Egipto Sudán bajo control británico.jpg|thumb|Egipto y Sudán británicos. En este mapa de 1912, el emplazamiento de Fachoda (''Kodok'') puede verse al sur en el Nilo]].
[[File:Egypt sudan under british control.jpg|thumb|Egipto y Sudán británicos. En este mapa de 1912, el emplazamiento de Fachoda (''Kodok'') puede verse al sur en el Nilo]].


A principios del siglo XVIII, la mayor parte de África eran entidades políticas independientes con sus propias culturas, lenguas y sistemas políticos. Los europeos habían establecido puestos comerciales y asentamientos costeros, pero la mayor parte del interior del continente permanecía fuera de su alcance. Sin embargo, con el tiempo, las potencias europeas aumentaron su presencia en África, utilizando medios militares, políticos y económicos para ampliar su influencia en el continente.
A principios del siglo XVIII, la mayor parte de África eran entidades políticas independientes con sus propias culturas, lenguas y sistemas políticos. Los europeos habían establecido puestos comerciales y asentamientos costeros, pero la mayor parte del interior del continente permanecía fuera de su alcance. Sin embargo, con el tiempo, las potencias europeas aumentaron su presencia en África, utilizando medios militares, políticos y económicos para ampliar su influencia en el continente.

Version du 16 mai 2023 à 10:12


Desde finales del siglo XIX hasta el final de la Primera Guerra Mundial en 1918, Europa ocupó un lugar central en el mundo. Este periodo se caracterizó por importantes cambios económicos, políticos, sociales y culturales que tuvieron un gran impacto en la historia mundial. A finales del siglo XIX, Europa estaba dominada por las grandes potencias coloniales, en particular Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia, que habían extendido su influencia por todo el mundo. La competencia por el control de las colonias y los mercados provocó una carrera armamentística y tensiones entre las potencias europeas.

Se puede observar que Europa desempeñó un papel central en las relaciones internacionales hasta el final de la Primera Guerra Mundial en 1918. Esto se debió a una combinación de factores como el dominio económico y colonial de Europa en el mundo, la rivalidad entre las principales potencias europeas y su influencia en los acontecimientos políticos mundiales. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial provocó un declive significativo de la influencia de Europa en los asuntos mundiales. La guerra provocó la destrucción de la economía y las infraestructuras europeas, lo que se tradujo en una pérdida de poder económico y político. Además, la guerra también provocó cambios importantes en el orden mundial, con la aparición de nuevas potencias como Estados Unidos y la Unión Soviética.

Por otra parte, las consecuencias de la Primera Guerra Mundial también provocaron el auge de movimientos nacionalistas y regímenes autoritarios en Europa, lo que repercutió negativamente en la estabilidad política de la región. El ascenso del nazismo en Alemania en la década de 1930 condujo finalmente a la Segunda Guerra Mundial y a un nuevo periodo de declive para Europa. Así, aunque Europa dominó las relaciones internacionales hasta el final de la Primera Guerra Mundial, la guerra supuso un cambio radical en el orden mundial y marcó el comienzo de un declive de la influencia europea en la escena internacional.

Sistema europeo y orden europeo

El sistema europeo, establecido en el Congreso de Viena de 1815, basaba su dominio en las grandes potencias de la época, especialmente Francia, Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia. Este sistema pretendía reorganizar Europa tras las guerras napoleónicas, restableciendo una forma de equilibrio entre las grandes potencias. Durante el siglo XIX, este sistema se caracterizó por la coexistencia de antiguos Estados-nación como Francia y Gran Bretaña, así como por la aparición de nuevos Estados-nación como Italia y Alemania. Además, imperios como el Imperio Austrohúngaro, el Imperio Ruso y el Imperio Otomano también coexistieron con estos Estados-nación. Esta coexistencia era a menudo inestable, ya que las grandes potencias trataban de ampliar su influencia y su territorio a expensas de las demás, lo que creaba tensiones diplomáticas y militares. Las rivalidades entre las grandes potencias también dieron lugar a alianzas militares, que finalmente desembocaron en la Primera Guerra Mundial.

Desde finales del siglo XIX hasta el final de la Primera Guerra Mundial en 1918, Europa fue considerada el centro del mundo. Este periodo está marcado por importantes cambios sociales, económicos y políticos, que influyeron en el orden europeo y en el sistema internacional. El sistema europeo de este periodo se caracterizó por una intensa competencia entre las potencias europeas por el control de las colonias, los mercados y los recursos naturales. Las principales potencias europeas, como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Austria-Hungría y Rusia, entablaron alianzas y acuerdos para defender sus intereses y proteger su posición en el sistema internacional. El orden europeo de este periodo se vio influido por varios acontecimientos importantes, como la guerra franco-alemana de 1870-1871 y la guerra ruso-japonesa de 1904-1905. La creación del Imperio Alemán en 1871 y la anexión de Alsacia-Lorena contribuyeron a aumentar las tensiones entre las potencias europeas, lo que llevó a la formación de alianzas y a la carrera armamentística. El sistema internacional en este periodo también estuvo marcado por cambios significativos. El ascenso de Estados Unidos y Japón como potencias económicas y militares creó una nueva dinámica en las relaciones internacionales. La Primera Guerra Mundial, que estalló en 1914, condujo finalmente al fin del orden europeo y a la transformación del sistema internacional.

Gran Bretaña fue considerada la primera potencia industrial del mundo en el siglo XIX, con industrias textiles, siderúrgicas y mineras desarrolladas. La Revolución Industrial tuvo un gran impacto en que Gran Bretaña se convirtiera en la primera potencia industrial del mundo en el siglo XIX. Permitió a Gran Bretaña desarrollar las industrias textil, siderúrgica y minera, proporcionando empleo a millones de trabajadores. La Revolución Industrial también contribuyó a la expansión territorial de Gran Bretaña, reforzando su control sobre su imperio colonial. Utilizó su poder económico para extender su influencia diplomática y política, y desarrolló una poderosa armada para proteger sus intereses económicos y sus colonias en todo el mundo. Sin embargo, la Revolución Industrial también provocó una importante transformación social en Gran Bretaña, con una urbanización masiva, el crecimiento de la población y la aparición de nuevas clases sociales. Contribuyó a mejorar las condiciones de vida de algunos sectores de la población, al tiempo que exacerbaba las desigualdades sociales y económicas.

La Revolución Industrial también repercutió en los grandes imperios asiáticos, como China e India, que empezaron a perder su dominio económico y político sobre el mundo. Esto provocó un cambio en el equilibrio de poder entre Europa y Asia, que benefició a Europa. Sin embargo, a pesar del dominio de Europa a principios del siglo XX, éste llegó a su fin con el final de la Primera Guerra Mundial en 1918. Varios factores contribuyeron a este fin de Europa. En primer lugar, la Primera Guerra Mundial agotó los recursos de las grandes potencias europeas, lo que debilitó su influencia en el mundo. Además, la guerra provocó la pérdida de vidas humanas y desencadenó movimientos sociales y políticos en los países europeos que desafiaron el orden establecido. El ascenso de Estados Unidos, Rusia y Japón como potencias económicas y militares también contribuyó al debilitamiento de Europa. Europa también se enfrentó a retos internos como la aparición de movimientos nacionalistas y las tensiones entre las principales potencias europeas. Por último, el fin de Europa se vio acelerado por las convulsiones sociales y políticas que siguieron a la guerra, como el auge del comunismo, los movimientos independentistas en las colonias y la aparición de nuevas ideologías políticas como el fascismo y el nazismo. En resumen, el dominio de Europa a principios del siglo XX llegó a su fin debido a varios factores, como la Primera Guerra Mundial, la aparición de nuevas potencias económicas y militares, los desafíos internos y la agitación social y política que siguió a la guerra.

Un sistema de Estados

Desde mediados del siglo XVII, los Estados se han considerado el marco de referencia de las relaciones internacionales. Este punto de vista se formalizó con el Tratado de Westfalia en 1648, que marcó el final de la Guerra de los Treinta Años en Europa. Este tratado estableció el principio de la soberanía estatal y puso fin a la idea medieval de un imperio universal. De hecho, durante toda la Edad Media, la idea de un imperio universal había estado en el aire como un deseo de recrear el Imperio Romano.

Con el Tratado de Westfalia, se reconoció la soberanía de los Estados como principio fundamental de las relaciones internacionales. Esto significaba que cada Estado era libre de tomar sus propias decisiones políticas y que los demás Estados no tenían derecho a interferir en sus asuntos internos. Esta idea de soberanía nacional también allanó el camino para la formación de un sistema internacional basado en el principio del equilibrio de poder, que prevaleció hasta finales del siglo XIX.

El Tratado de Westfalia también marcó el fin del poder del Sacro Imperio Romano Germánico, que había dominado Europa Central durante siglos. Este imperio se había derrumbado durante la Guerra de los Treinta Años, dejando un vacío político en Europa Central. El Tratado de Westfalia reconoció la independencia de los Estados alemanes, que comenzaron a organizarse en su propio sistema político, marcando el nacimiento del sistema de Estados-nación en Europa. Este nuevo sistema se basaba en la idea de la soberanía estatal y el equilibrio de poder. Los Estados europeos se organizaron en una serie de relaciones bilaterales y multilaterales, basadas en intereses comunes y alianzas diplomáticas. Esto ayudó a mantener un cierto equilibrio de poder en Europa, evitando así grandes conflictos entre las grandes potencias. Este sistema de Estados nación duró hasta finales del siglo XIX, pero empezó a cuestionarse a principios del siglo XX. La carrera armamentística, las rivalidades imperiales y las tensiones nacionalistas acabaron desembocando en la Primera Guerra Mundial, que marcó el fin del sistema de Estados-nación y el comienzo de un nuevo sistema internacional.

Los principales principios de las relaciones internacionales surgidos tras el Tratado de Westfalia son:

  • El primer principio, el equilibrio de poder, pretendía mantener una distribución equilibrada del poder en Europa para evitar que una potencia dominara a las demás. Esto implicaba la formación de alianzas y coaliciones entre Estados para mantener este equilibrio y evitar conflictos importantes.
  • El segundo principio, la no injerencia en los asuntos internos de otro Estado, es una consecuencia lógica de la idea de soberanía estatal. Cada Estado era libre de regular sus propios asuntos sin la intervención de otros Estados, salvo en caso de amenaza a la seguridad colectiva.
  • Por último, el principio de "Cujus regio, ejus religio" significaba que la religión del príncipe debía ser la de su pueblo, pero también implicaba el derecho de cada individuo a practicar libremente su religión. Este principio se desarrolló para poner fin a las guerras de religión que habían desgarrado Europa durante siglos. El principio de "Cujus regio, ejus religio" marcó el fin del papel político de la Iglesia en los asuntos de Estado. Durante la Edad Media, la Iglesia católica fue una gran potencia en Europa, que ejercía una influencia considerable en los asuntos políticos y sociales. La afirmación del principio de soberanía del Estado-nación puso fin a esta situación al afirmar que los dirigentes políticos debían tener la responsabilidad de decidir sobre la religión de su pueblo. Con el nacimiento de los Estados-nación, las fronteras políticas empezaron a reforzarse, dando lugar a una nueva organización del poder en Europa. Los Estados-nación surgieron como entidades políticas autónomas y soberanas con sus propios sistemas políticos, económicos y militares. La religión, aunque seguía siendo importante para muchos europeos, perdió gran parte de su influencia política, dando paso a ideologías políticas como el nacionalismo, el liberalismo o el socialismo.

Estos principios constituyeron la base del sistema europeo durante casi dos siglos, pero fueron puestos a prueba varias veces durante este periodo. Tanto las guerras napoleónicas como la Primera Guerra Mundial sacudieron el equilibrio de poder en Europa, mientras que los movimientos nacionalistas y las reivindicaciones territoriales socavaron a menudo el principio de no injerencia en los asuntos internos de otros Estados. Es, por tanto, la afirmación del Estado-nación.

El sistema internacional surgido tras el Tratado de Westfalia se caracterizaba por la ausencia de una autoridad central superior a la de los Estados. Cada Estado era soberano e independiente, y la paz y la seguridad internacionales estaban garantizadas por el equilibrio de poder y la negociación diplomática.

Sin embargo, esta relativa anarquía se puso a prueba durante el siglo XIX con la aparición de nuevas potencias y el auge de las rivalidades interestatales. Las guerras napoleónicas alteraron el orden europeo y condujeron a la reorganización de Europa en el Congreso de Viena de 1815. Las grandes potencias europeas establecieron un equilibrio de poder para mantener la paz, pero esta relativa estabilidad se vio amenazada por la carrera armamentística, las tensiones coloniales y las rivalidades nacionales.

La competencia entre Estados por extender su poder ha sido una constante en las relaciones internacionales desde el nacimiento del sistema estatal. Sin embargo, esta competencia adquirió una nueva dimensión a partir de finales del siglo XIX con la aparición de nuevas potencias como Alemania y Estados Unidos, que pretendían desafiar el equilibrio de poder establecido por las grandes potencias europeas. Esta competencia se extendió también por todo el planeta con la carrera por la colonización y la expansión imperial. Esta búsqueda de poder acabó desembocando en la Primera Guerra Mundial, en la que las grandes potencias europeas se enfrentaron en una guerra sin cuartel que provocó el colapso del orden europeo. Esto condujo finalmente a la Primera Guerra Mundial en 1914, que acabó con el equilibrio de poder y la estabilidad en Europa. Tras la guerra, se estableció un nuevo orden internacional con la creación de la Sociedad de Naciones, que pretendía mantener la paz y la seguridad internacionales mediante la cooperación y la diplomacia. Sin embargo, este sistema también fue puesto a prueba por el ascenso del nazismo en Alemania y las rivalidades entre las grandes potencias, lo que condujo a la Segunda Guerra Mundial y a la creación de las Naciones Unidas en 1945.

Aunque el sistema europeo se vio perturbado por la Primera Guerra Mundial, los Estados-nación siguen siendo hasta hoy los principales actores de las relaciones internacionales. Sin embargo, su papel ha cambiado con el tiempo. En el siglo XX, con la aparición de nuevos retos como la globalización, el terrorismo y el cambio climático, los Estados tuvieron que adaptarse e intervenir en nuevos ámbitos como la sanidad, la educación y el medio ambiente. Así, aunque el sistema europeo ha desaparecido, los Estados siguen siendo actores clave en las relaciones internacionales, al tiempo que amplían su campo de acción más allá de las cuestiones políticas y militares.

Estados nación y Estados imperio

Los Estados nación y los Estados imperio tienen características diferentes. Los Estados-nación son Estados soberanos que se definen por su territorio, lengua, cultura e historia comunes. Suelen estar compuestos por un único grupo étnico o lingüístico, y su gobierno es elegido por la población. Ejemplos de Estados-nación son Francia, Alemania y Japón. Los Estados imperio, por el contrario, son Estados compuestos por varios grupos étnicos o lingüísticos diferentes, y su territorio puede abarcar a menudo varios continentes. Ejemplos de Estados imperio son Rusia y el Imperio Otomano. Estos Estados suelen estar gobernados por una élite que las poblaciones autóctonas perciben como extranjera o colonial.

Los Estados-nación y los Estados-imperio tienen historias diferentes en Europa. Los Estados-nación surgieron en Europa en el siglo XIX, con la idea de que cada grupo étnico o lingüístico debía tener su propio Estado independiente. Esto condujo a la aparición de nuevos Estados, como Alemania e Italia, y a la redefinición de las fronteras de muchos Estados ya existentes. Los Estados imperiales, por su parte, han caracterizado a Europa desde la Edad Media, con ejemplos como el Imperio Romano Germánico y el Imperio Otomano. Estos Estados se han caracterizado a menudo por los conflictos entre diferentes grupos étnicos y religiosos, así como por las tensiones entre los centros de poder y las periferias.

A pesar de sus diferencias, tanto los Estados-nación como los Estados-imperio han desempeñado un papel importante en la historia europea. Los Estados nación se han asociado a menudo con la democracia y la liberación nacional, mientras que los Estados imperio se han asociado a menudo con el imperialismo y la dominación extranjera.

Antiguos estados-nación

El Reino Unido fue una de las grandes potencias europeas del siglo XIX debido a su posición privilegiada como primera potencia marítima y comercial. También fue uno de los principales actores del sistema europeo de la época, tratando de mantener un equilibrio de poder entre las distintas potencias europeas para evitar conflictos. El Reino Unido también estaba dotado de una poderosa industria, basada en la revolución industrial que se inició en su territorio, lo que le permitió dominar el comercio internacional y convertirse en la primera potencia financiera del mundo. Su imperio colonial era también muy extenso, lo que le proporcionaba importantes recursos económicos y un estatus de potencia mundial. Sin embargo, a pesar de su posición dominante, el Reino Unido también se enfrentó a retos internos y externos, como la cuestión irlandesa y la creciente competencia con otras potencias europeas como Alemania.

Austria era un imperio continental que desempeñó un papel importante en la derrota de Napoleón. Estaba gobernada por el emperador Francisco I, que también era rey de Hungría y Bohemia. A finales del siglo XVIII, Austria era una gran potencia en Europa y su capital, Viena, era un importante centro cultural. En el Congreso de Viena, Metternich, Ministro de Asuntos Exteriores austriaco, desempeñó un papel decisivo en la reorganización de Europa. Era partidario de un equilibrio de poder entre las grandes potencias europeas para evitar la dominación de un Estado sobre los demás. También quería restaurar los antiguos regímenes monárquicos y aplastar cualquier tendencia revolucionaria. Así, el Congreso de Viena redibujó el mapa de Europa restableciendo las monarquías depuestas por Napoleón y creando nuevos Estados nacionales como Bélgica y Noruega. A pesar de ello, Austria atravesaría dificultades durante el siglo XIX, sobre todo con los movimientos nacionalistas que surgieron en los distintos territorios del Imperio, compuesto por numerosos grupos étnicos diferentes. Esta inestabilidad interna debilitó a Austria y contribuyó a su derrota en la Primera Guerra Mundial.

Prusia fue el tercer gran actor de la coalición contra Napoleón. Entre 1815 y 1879, Prusia intentó unir bajo su dominio las regiones de habla alemana resultantes de la desintegración del Sacro Imperio Romano Germánico. Este fue el periodo de formación de Alemania como Estado nación, con la creación del Imperio Alemán en 1871 bajo el liderazgo de Prusia y su canciller Otto von Bismarck. El Imperio Alemán se convirtió en la primera potencia económica de Europa con su floreciente industria y su desarrollada red ferroviaria. Sin embargo, la unificación de Alemania se produjo en un contexto de tensiones con otras potencias europeas, en particular Francia, que perdió Alsacia-Lorena en favor de Alemania en la guerra franco-alemana de 1870-1871. Esta situación contribuyó al aumento de las tensiones en Europa que desembocaron en la Primera Guerra Mundial en 1914.

Tras la caída de Napoleón, Francia renunció a cualquier ambición hegemónica en Europa, pero continuó expandiendo su imperio colonial. Sin embargo, conservó una importante influencia cultural en Europa, sobre todo en las artes y la literatura. Durante el siglo XIX, Francia vivió también un periodo de modernización y prosperidad económica, con el desarrollo de la industria y el ferrocarril. Sin embargo, la derrota ante Prusia en 1870 y la pérdida de Alsacia-Lorena marcaron un punto de inflexión en la historia de Francia y debilitaron su influencia en Europa.

Los Estados-nación de reciente creación

Alemania se reafirmó apoyándose en el nacionalismo. La unidad alemana se logra bajo la égida de Prusia en enero de 1871. Por otra parte, esta unidad se logrará gracias a la guerra contra Austria en particular, en 1866, y contra Francia en 1870. Estos conflictos debían unificar internamente a la nación movilizándola contra los enemigos exteriores. Austria quería crear ella misma Alemania integrando a todos los pueblos de habla alemana en su imperio, oponiéndose a la idea prusiana de un Imperio alemán independiente de Austria. Alemania es un Estado-nación incompleto, ya que no incluye a Austria, donde viven los pueblos de habla alemana.

Italia está fragmentada hasta 1861. La unidad nacional se consigue mediante la guerra contra el Imperio Austrohúngaro, que incluía a las poblaciones de habla italiana. La unidad italiana fue incompleta: Trentino e Istria, que constituían las Tierras Irredentas, eran regiones que formaban parte del Imperio Austrohúngaro. Italia la consideró incompleta e intentó recuperar Trentino e Istria durante la Primera Guerra Mundial. Francia apoyó a Italia y ésta le cedió Saboya. En estos intercambios, las voluntades populares desempeñan un escaso papel.

Los Estados del Imperio

La Europa de la época estaba formada por numerosos imperios multinacionales, que agrupaban poblaciones de lenguas, culturas y religiones diferentes. El Imperio ruso era el mayor de estos imperios, con una gran diversidad de grupos étnicos y religiosos. El Imperio Otomano incluía grupos étnicos turcos, árabes, kurdos, armenios, griegos, búlgaros y rumanos, entre otros. Austria-Hungría estaba compuesta por muchos grupos étnicos, como alemanes, húngaros, checos, eslovacos, polacos, rutenos, croatas, eslovenos y rumanos. Todos estos imperios multinacionales experimentaron tensiones internas debido a la diversidad de sus poblaciones.

El sistema dinástico y monárquico se restableció en Europa tras la caída de Napoleón en 1815, con el fin de preservar la estabilidad y contrarrestar las ambiciones hegemónicas francesas. El orden europeo posterior a Napoleón se basó en la restauración de monarquías y dinastías, en oposición a los ideales revolucionarios y nacionalistas. Las grandes potencias europeas trataron de preservar el equilibrio de poder evitando los conflictos, y para ello intentaron mantener los imperios multinacionales existentes y frenar las aspiraciones nacionales de los pueblos que los integraban. Sin embargo, esta política de represión de las nacionalidades también contribuyó a los resentimientos y tensiones que provocaron las convulsiones de la Europa del siglo XIX. Sin embargo, este sistema se vio socavado por el auge del nacionalismo, que cuestionó la legitimidad de imperios multinacionales como Rusia, Austria-Hungría o el Imperio Otomano, basados en la dominación política y cultural de un grupo sobre otros. Los movimientos nacionalistas pretendían afirmar la identidad nacional de cada pueblo y reivindicar su derecho a la autodeterminación, es decir, el derecho a elegir su propio destino político y a formar un Estado nación independiente. Esta reivindicación fue una de las principales causas de la Primera Guerra Mundial.

El Imperio Austrohúngaro era uno de los principales pilares del orden europeo surgido del Congreso de Viena de 1815. Sin embargo, este imperio multicultural y multilingüe se enfrentó a numerosos desafíos internos, como las reivindicaciones nacionalistas de los diferentes pueblos que lo componían, así como las tensiones entre las distintas provincias y regiones; todo ello acabó provocando su desintegración en 1918-1919. La rivalidad entre Austria-Hungría y Prusia por la reagrupación de las poblaciones alemanas contribuyó al debilitamiento del Imperio austrohúngaro. Tras la derrota de Prusia en 1866, Austria tuvo que abandonar sus ambiciones hegemónicas en Alemania y se vio obligada a reconocer la superioridad de Prusia. Esta derrota minó la credibilidad de la monarquía austriaca y aumentó las demandas de independencia de los diferentes grupos nacionales que la integraban.

Las tensiones entre las distintas comunidades nacionales del Imperio austrohúngaro también contribuyeron a su debilitamiento. Las demandas de independencia de las distintas nacionalidades, en particular de checos, eslovacos, croatas, eslovenos y polacos, crearon divisiones internas en el imperio. Esta situación se vio agravada por la oposición entre austriacos y húngaros, que obtuvieron el compromiso austrohúngaro de 1867, por el que se concedía a Hungría cierta autonomía dentro del imperio. Estos problemas se agravaron durante el siglo XIX, y la desintegración del Imperio austrohúngaro acabó provocando el colapso del orden europeo. La Primera Guerra Mundial, desencadenada en gran parte por el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro, fue el detonante de esta desintegración. Tras la guerra, el Imperio austrohúngaro fue desmantelado, lo que dio lugar a la creación de nuevos Estados nacionales como Checoslovaquia y Yugoslavia.

El Imperio austrohúngaro rivalizaba con Alemania y, por tanto, con Prusia por la reagrupación de las poblaciones alemanas. La derrota de 1866 frente a Prusia supuso la sentencia de muerte de este sueño, la monarquía austriaca se debilitó, las poblaciones internas reclamaron progresivamente su autonomía, lo que culminó con la disolución del imperio en 1919. Tras la derrota de Austria frente a Prusia en 1866, a menudo se hablaba del Imperio austriaco, que también incluía a Hungría como parte del Imperio. Sin embargo, tras la derrota, el emperador austriaco Francisco José se vio obligado a negociar un compromiso con los dirigentes húngaros para mantener unido el imperio. El compromiso de 1867 creó así el Imperio Austrohúngaro, en el que Hungría gozaba de mayor autonomía política y creaba una dualidad en el Imperio. A partir de este momento, el Imperio se denomina a menudo Imperio Austrohúngaro, lo que refleja la mayor participación de los húngaros en el gobierno del Imperio. El Compromiso Austrohúngaro de 1867 condujo a la transformación del Imperio austriaco en un imperio bicéfalo, el Imperio Austrohúngaro, en el que los húngaros gozaban de una gran autonomía. Esta dualidad y oposición entre austriacos y húngaros creó tensiones internas que debilitaron el imperio. Además, el auge del nacionalismo en los Balcanes, sobre todo entre los eslavos, creó reivindicaciones territoriales e independentistas que minaron la cohesión del imperio. Esta situación contribuyó a la desintegración del Imperio austrohúngaro tras la Primera Guerra Mundial.

El Imperio ruso era un imperio multinacional que comprendía poblaciones como rusos, ucranianos, bielorrusos, caucásicos, centroasiáticos, polacos, bálticos y finlandeses, entre otros. Rusia experimentó varios levantamientos nacionalistas y revoluciones internas, sobre todo en 1905 y 1917, que debilitaron el poder zarista y contribuyeron al colapso del imperio en 1918. Los movimientos de liberación nacional también fueron un factor importante en la desintegración del Imperio ruso.

El Imperio Otomano, el "viejo enfermo de Europa", se vio sometido a una gran presión por parte de las grandes potencias europeas durante el siglo XIX, especialmente a causa de la Cuestión Oriental, es decir, la cuestión de quién asumiría el control de los territorios del Imperio Otomano en los Balcanes y Oriente Próximo. Las grandes potencias competían por la hegemonía de la región, cada una tratando de ampliar su influencia política y económica. Rusia estaba interesada en desmantelar el Imperio Otomano para extender su influencia a los Balcanes, el Mar Negro y el Estrecho. Sin embargo, las otras grandes potencias europeas también estaban implicadas en rivalidades políticas y económicas por la riqueza y los territorios del Imperio Otomano. Gran Bretaña, por ejemplo, estaba interesada en las rutas comerciales hacia India y Asia, mientras que Francia trataba de proteger sus intereses en la región mediterránea. Estas rivalidades contribuyeron a la fragmentación del Imperio Otomano a partir del siglo XIX, dando lugar a guerras, crisis diplomáticas y tratados internacionales que socavaron la soberanía del Imperio Otomano. Además, el auge del nacionalismo entre las poblaciones árabes y balcánicas también socavó la autoridad del Imperio Otomano, ya que estas poblaciones buscaban cada vez más la independencia y la formación de Estados nacionales separados. Todo ello condujo finalmente al colapso del Imperio Otomano tras la Primera Guerra Mundial. Algunas potencias europeas se opusieron a la desintegración del Imperio Otomano porque temían la inestabilidad y los conflictos que podría provocar. En particular, el Reino Unido tenía interés en mantener el Imperio Otomano como amortiguador entre las posesiones británicas en la India y las ambiciones rusas en la región. Sin embargo, a medida que la situación del Imperio Otomano se deterioraba con el tiempo, las potencias europeas acabaron participando en su desmembramiento, sobre todo después de la Primera Guerra Mundial. Este fue particularmente el caso del Reino Unido que, tras la apertura del Canal de Suez en 1869, comenzó a implicarse más en el desmembramiento del Imperio Otomano. El canal era una importante ruta marítima que unía Europa y Asia, y su control era estratégico para el comercio y el dominio imperial. El Reino Unido apoyó a Grecia en su guerra de independencia contra el Imperio Otomano en 1821, y ocupó Egipto en 1882 antes de participar en la Primera Guerra Mundial junto a los Aliados contra los Imperios Centrales, de los que formaba parte el Imperio Otomano.

Equilibrio europeo

[Image:Congress of Vienna.PNG|derecha|thumb|200px|El Congreso de Viena por Jean Godefroy.]]

El equilibrio europeo fue un concepto central en las relaciones internacionales del siglo XIX. Era un sistema de mantenimiento de la paz que pretendía preservar la estabilidad política en Europa impidiendo que una potencia dominara a las demás. Las grandes potencias debían comprometerse a no intentar ampliar su territorio a expensas de las demás y a resolver sus disputas pacíficamente. Este sistema se puso en marcha tras las guerras napoleónicas y se mantuvo hasta la Primera Guerra Mundial, aunque fue puesto a prueba por las rivalidades y conflictos entre las grandes potencias europeas.

El Congreso de Viena de 1815 pretendía restablecer el equilibrio europeo limitando la influencia de Francia y reorganizando el continente tras las guerras napoleónicas. Las grandes potencias europeas se reunieron para redefinir fronteras y alianzas, y establecieron la importancia de mantener un equilibrio de poder en Europa para evitar que una potencia dominara a las demás. Gran Bretaña, con su imperio marítimo y comercial, se consideraba un elemento clave de este equilibrio.

Los Congresos y Conferencias Diplomáticas fueron un medio para que las principales potencias europeas mantuvieran cierto equilibrio y resolvieran los conflictos internacionales a lo largo del siglo XIX.

  • El Congreso de París de 1856 se organizó al término de la Guerra de Crimea, que enfrentó a Rusia con una coalición formada por Francia, Gran Bretaña, el Imperio Otomano y el Reino de Cerdeña. El conflicto giraba en torno al control de los estrechos que permitían a Rusia acceder a los mares cálidos. Las potencias europeas temían que Rusia se hiciera demasiado poderosa y amenazara su equilibrio. El objetivo del Congreso de París era resolver los problemas causados por la guerra y restablecer la paz. Las negociaciones desembocaron en la firma del Tratado de París, que puso fin a la guerra de Crimea. Rusia se vio obligada a renunciar a sus reivindicaciones sobre el estrecho y sobre Moldavia y Valaquia (actual Rumanía). El tratado también establecía garantías para la protección de los cristianos en el Imperio Otomano y reconocía la neutralidad del Mar Negro.
  • El Congreso de Berlín de 1878 fue convocado por las principales potencias europeas para resolver los problemas derivados de la guerra ruso-turca de 1877-1878 y revisar los términos del Tratado de San Stefano, impuesto por Rusia al Imperio Otomano. El Congreso estuvo presidido por el canciller alemán Otto von Bismarck y las potencias europeas decidieron redibujar las fronteras de los Balcanes, concediendo más autonomía a algunos Estados balcánicos, sobre todo Serbia y Rumania, y reforzando al mismo tiempo la influencia de Austria-Hungría en la región. El Congreso de Berlín también reconoció la independencia de Rumanía, Serbia y Montenegro, al tiempo que impuso limitaciones a la soberanía de la recién creada Bulgaria.
  • El Congreso de Algeciras de 1906 pretendía resolver una disputa colonial entre Francia y Alemania sobre Marruecos, que era entonces un Estado independiente pero también objeto de codicia por parte de las grandes potencias europeas. Alemania pretendía desafiar la influencia de Francia sobre Marruecos, lo que había provocado una crisis diplomática entre ambos países. El congreso se celebró en Algeciras (España) y reunió a las principales potencias europeas y a Estados Unidos. Finalmente se decidió dejar que Francia gestionara los asuntos de Marruecos, garantizando al mismo tiempo los derechos de otras naciones europeas en el país. Sin embargo, esta decisión también reforzó la animosidad entre Francia y Alemania, lo que contribuyó a la escalada de tensiones en Europa antes de la Primera Guerra Mundial.

El equilibrio europeo se rompió a principios del siglo XX. Varios factores contribuyeron a esta situación, como el auge de los nacionalismos y las reivindicaciones territoriales, la carrera armamentística y el aumento de las tensiones entre las grandes potencias. Las rivalidades entre Alemania, Francia y Gran Bretaña, en particular, se acentuaron, lo que contribuyó a debilitar el equilibrio que se había establecido en el Congreso de Viena de 1815.

Las nuevas potencias fuera de Europa

Desde finales del siglo XIX, nuevas potencias surgieron fuera de Europa, alterando el equilibrio de poder. Estados Unidos, tras su victoria en la guerra hispano-estadounidense de 1898, afirmó su influencia sobre el Caribe y América Latina. Japón, por su parte, se consolidó como la principal potencia asiática tras su victoria sobre Rusia en 1905. Estas nuevas potencias desafiaron el dominio europeo sobre el mundo y contribuyeron al aumento de las tensiones internacionales que desembocaron en la Primera Guerra Mundial.

Estados Unidos, originalmente un país neutral limitado por sus trece colonias a la costa atlántica, se desarrolló rápidamente desde finales del siglo XIX. En 50 años se extendió sobre 9,5 millones de km2 , un territorio rico en recursos naturales, y se pobló con extrema rapidez gracias a la inmigración masiva, pasando de 50 a 100 millones de habitantes a principios del siglo XX. Este crecimiento económico y demográfico exponencial iba a convertir a Estados Unidos en una gran potencia mundial.

Desde principios del siglo XX, Estados Unidos se convirtió en la primera potencia industrial del mundo. En 1900, la producción industrial estadounidense representaba el 23% de la producción mundial, mientras que la de Gran Bretaña, primera potencia industrial en el siglo XIX, sólo representaba el 14%. Estados Unidos experimentó un fuerte crecimiento económico gracias a la explotación de sus recursos naturales (carbón, petróleo, hierro, cobre, etc.), a su abundante y barata mano de obra y a sus innovaciones tecnológicas y organizativas. Este crecimiento también se refleja en su influencia política y su papel en la escena internacional.

La expansión territorial de Estados Unidos a partir de finales del siglo XIX contribuyó a su emergencia como potencia mundial. Además de la conquista colonial de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, Estados Unidos adquirió nuevos territorios como Hawai y Alaska. La política exterior de Theodore Roosevelt, inspirada en la máxima "Habla suavemente y lleva un gran garrote", también contribuyó a la proyección del poder estadounidense en la escena internacional. Por ejemplo, su política de "diplomacia de la cañonera" tenía como objetivo proteger los intereses estadounidenses en América Central y del Sur.

Japón adoptó una política de apertura al mundo y rápida modernización durante la era Meiji, a partir de 1868, con el objetivo de alcanzar económica y militarmente a las potencias occidentales. En concreto, el país desarrolló una industria moderna, adoptó técnicas y tecnologías occidentales y estableció un ejército moderno basado en el modelo de las potencias europeas. Japón también siguió una política imperialista en Asia, tratando de expandirse territorialmente y adquirir colonias. Conquistó Taiwán, Corea, parte de China, así como territorios en el Pacífico. Esta política imperialista y expansionista provocó conflictos con las potencias europeas y Estados Unidos, especialmente en la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 y en la Segunda Guerra Mundial.

Japón emprendió un amplio programa de modernización, denominado Restauración Meiji, que transformó su economía, su administración y su sistema militar. El país se abrió al comercio con Occidente y adoptó tecnologías y prácticas modernas, al tiempo que preservaba sus tradiciones culturales. Japón se industrializó rápidamente y se convirtió en una gran potencia económica regional en Asia. Su armada se modernizó y empezó a expandir su influencia en Asia, sobre todo conquistando Taiwán y Corea. De hecho, en 1894, China y Japón libraron una guerra por el control de Corea. Japón se impuso rápidamente gracias a su modernización y superioridad militar, y obtuvo victorias decisivas en tierra y mar. La guerra terminó con el Tratado de Shimonoseki en abril de 1895, en el que China cedía Taiwán, las islas Pescadores y la península de Liaodong a Japón, además de reconocer la independencia de Corea. Esta victoria reforzó el estatus de Japón como potencia regional y contribuyó a debilitar la influencia china en Asia Oriental. En 1905, Japón también obtuvo una victoria decisiva contra Rusia en la Guerra Ruso-Japonesa, consolidando su reputación como potencia militar. La Guerra Ruso-Japonesa de 1904-1905 fue un importante conflicto entre el Imperio Ruso y el Imperio Japonés por el control de Corea y Manchuria. Japón lanzó un ataque sorpresa contra la flota rusa en Port Arthur en febrero de 1904, lo que desencadenó el conflicto. Los japoneses obtuvieron varias victorias decisivas, como la batalla de Mukden y la batalla naval de Tsushima. En septiembre de 1905, los dos países firmaron el Tratado de Portsmouth, que ponía fin a la guerra y otorgaba a Japón la soberanía sobre Corea y parte de Manchuria. La victoria de Japón sorprendió a muchas potencias europeas, ya que demostraba que los países asiáticos podían competir con las grandes potencias europeas militar y políticamente.

A finales del siglo XIX, Estados Unidos y Japón emergieron como importantes potencias económicas y militares fuera de Europa. Estados Unidos se convirtió en la primera potencia industrial del mundo, mientras que Japón se modernizó rápidamente hasta convertirse en una importante potencia regional. Estas nuevas potencias empezaron a cuestionar el equilibrio europeo, sobre todo porque la propia Europa se enfrentaba a tensiones cada vez mayores entre las distintas potencias europeas.

Expansión colonial

El siglo XIX se caracterizó por un aumento significativo del tamaño de los imperios coloniales, en particular los de las potencias europeas. En 1800, estos imperios controlaban alrededor del 35% de la superficie terrestre, pero esta cifra había aumentado hasta el 85% en 1914. La conquista colonial fue uno de los principales fenómenos del siglo XIX. Casi todas las potencias europeas se embarcaron en esta empresa, y las consecuencias fueron considerables.

En el siglo XIX, las potencias europeas emprendieron una gran expansión colonial. Esta conquista de nuevos territorios permitió a los países europeos apropiarse de recursos naturales, extender su influencia cultural y económica y asentar su poder en la escena internacional. El Imperio Británico fue el mayor de todos, con casi 33 millones de km² en su apogeo, incluyendo India, Sudáfrica, Australia y Canadá. Francia también expandió su imperio colonial, sobre todo en África Occidental e Indochina. Alemania estableció colonias en África y Asia, pero en menor medida que las dos potencias anteriores. Otros países europeos, como Bélgica, Países Bajos, España, Portugal, Italia y Rusia, también establecieron colonias en distintas partes del mundo. Sin embargo, a finales del siglo XIX surgieron nuevas potencias coloniales, como Estados Unidos y Japón, que también empezaron a extender su influencia fuera de su territorio nacional.

El imperialismo no es sólo una razón económica para buscar nuevos mercados y fuentes de materias primas. También está motivado por aspiraciones políticas, estratégicas y simbólicas. Los Estados europeos buscan extender su influencia en el mundo para afirmar su poder y su prestigio en la escena internacional, pero también para satisfacer a la opinión pública y reforzar su cohesión nacional. En este contexto, la posesión de colonias y la expansión territorial se percibían como signos de grandeza y superioridad, y servían para justificar las políticas imperiales ante la opinión pública. Este fue especialmente el caso de Alemania, que, como Estado reciente y tardíamente unificado, tuvo que afirmar su lugar en la escena internacional estableciéndose en zonas coloniales y construyendo una poderosa flota de guerra.

La expansión colonial se utilizó a menudo como herramienta para reforzar el nacionalismo en los países europeos. Las potencias coloniales presentaban la colonización como un medio de extender la influencia de su nación, cultura y civilización por todo el mundo, lo que generaba entusiasmo y apoyo entre los ciudadanos de sus propios países. Las conquistas coloniales también permitieron a los países europeos competir entre sí por el territorio y la riqueza, creando un sentimiento de competencia nacional que reforzó los movimientos nacionalistas.

Imperios coloniales

La colonización supuso a menudo la expansión territorial de los estados imperiales, que pretendían establecer su dominio sobre territorios lejanos a menudo poblados por pueblos indígenas. Esta dominación se expresaba mediante el establecimiento de regímenes políticos, económicos y sociales impuestos por la metrópoli, que pretendía explotar los recursos del territorio colonial en beneficio de su economía nacional. Esta situación de sometimiento tuvo importantes repercusiones en las poblaciones colonizadas, que sufrieron discriminación y privación de libertad, y que a menudo se opusieron a la dominación colonial.

Los imperios coloniales son ante todo territorios que hay que explotar en beneficio casi exclusivo de la metrópoli. En muchos imperios coloniales, las potencias colonizadoras buscaban sobre todo explotar los recursos naturales de los territorios colonizados para su propio beneficio económico. Por ejemplo, Francia explotó los recursos minerales de Indochina y África, mientras que Gran Bretaña se centró en la explotación de materias primas en India y África. El Congo fue un ejemplo de brutal explotación colonial, sobre todo bajo el gobierno personal del rey Leopoldo II de Bélgica, que lo había convertido en su propiedad privada con el nombre de Estado Independiente del Congo. El Congo fue explotado por sus recursos naturales, como el marfil y el caucho, mediante trabajos forzados, incluido el uso de la violencia y la mutilación. Esta explotación tuvo consecuencias desastrosas para la población local, con la consiguiente pérdida masiva de vidas y sufrimiento. A menudo se obligaba a los pueblos colonizados a trabajar en condiciones duras y de explotación sin una remuneración adecuada, lo que creaba desigualdades económicas y sociales entre la metrópoli y las colonias.

En el siglo XIX, siete potencias europeas se repartían el mundo, pero no a partes iguales. Las principales potencias coloniales eran Gran Bretaña, Francia, Alemania, España, Portugal, Bélgica e Italia. Gran Bretaña y Francia superan ampliamente a las demás en cuanto a superficie y población colonizada.

El mundo colonizado en 1914.

El Imperio Británico fue el mayor del mundo en su apogeo, abarcando cerca del 25% de la superficie terrestre y extendiéndose por todo el planeta, incluyendo India, África, Australia y Nueva Zelanda, así como colonias en Norteamérica y el Sudeste Asiático. El Imperio Británico era tan extenso que se decía que "el sol nunca se ponía en sus posesiones", debido a la presencia británica en casi todos los continentes del mundo. El Imperio Británico, que abarcaba casi todo el globo, estaba formado por colonias, protectorados y dominios. El Imperio Británico incluye numerosas colonias y protectorados en varios continentes, como India, Nigeria, Egipto, Sudán y Rodesia. También incluye dominios, que son asentamientos a los que han emigrado en gran número colonos ingleses e irlandeses y que gozan de cierta autonomía política interna. Los dominios del Imperio Británico incluyen Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. En estos últimos, que son asentamientos, los ingleses e irlandeses emigraron para poblar tierras escasamente pobladas. Sin embargo, en las colonias y protectorados no había tanta presencia inglesa como en los dominios. A mediados del siglo XIX, los dominios británicos se habían convertido en sistemas de autogobierno, aunque seguían perteneciendo al reino. Los dominios gozaban de una importante autonomía interna en materia de gobierno, pero en términos de política exterior y de defensa estaban vinculados a Gran Bretaña. Es lo que se conoce como el principio "un imperio, una política exterior" del Imperio Británico. Sin embargo, los dominios pueden expresarse en la escena internacional a través de su participación en conferencias imperiales, en las que las distintas colonias y dominios debaten cuestiones de interés común. Este principio se vio reforzado por la Declaración Balfour de 1926, que establecía la igualdad de estatus de Gran Bretaña y sus dominios en materia de política exterior. La posesión de pequeñas islas se consideraba importante para los imperios coloniales por su utilidad estratégica. Las islas podían utilizarse como bases navales, puntos de escala para el suministro de alimentos y combustible a los barcos, o como puntos de tránsito de mercancías. También podían proporcionar recursos naturales como minas o plantaciones. Por ello, los imperios coloniales competían por la posesión de estas islas, especialmente en los océanos Pacífico e Índico.

El Imperio francés era el segundo imperio más grande en términos de superficie, después del Imperio británico. A diferencia del Imperio Británico, el Imperio Francés se centraba principalmente en África y Asia, con colonias en Indochina, África Occidental y Oriental, Argelia y la Polinesia Francesa. Francia también ejercía influencia sobre Estados independientes como Marruecos, Túnez y Camboya. El Imperio Francés se extendía por vastos territorios de África y Asia, pero era menos extenso que el Imperio Británico. Argelia era la única colonia francesa con estatuto de departamento, lo que significaba que formaba parte integrante del territorio francés. Otras colonias y protectorados incluían territorios como Senegal, Mauritania, Túnez, Marruecos e Indochina.

El Imperio Holandés, también conocido como las Indias Orientales Holandesas, constaba de numerosas colonias y puestos comerciales en diversas partes del mundo, como Asia, África y América. Las colonias más importantes estaban en Indonesia, donde los holandeses establecieron un brutal sistema colonial que duró más de tres siglos. La Guayana Holandesa (actual Surinam) también formó parte del Imperio Holandés hasta su independencia en 1975.

El Imperio Belga se centraba principalmente en la colonia del Congo, que abarcaba una superficie de más de 2,3 millones de km² en África Central. El Congo fue intensamente explotado por sus recursos naturales, como el caucho y el marfil, lo que tuvo consecuencias desastrosas para la población congoleña, que sufrió las atrocidades cometidas por los colonizadores belgas. La colonia del Congo obtuvo finalmente su independencia en 1960.

El Imperio portugués también poseía colonias en Asia (como Macao en China y Goa en India) y en Sudamérica (Brasil). En África, Portugal poseía colonias en la región de Angola y Mozambique, así como territorios más pequeños como Santo Tomé y Príncipe y la Guinea Portuguesa.

El Imperio italiano conquistó estos tres territorios africanos durante la Lucha por África, un periodo de colonización intensiva de África por parte de las potencias europeas a finales del siglo XIX. Eritrea fue conquistada en 1890, Somalia en 1908 y Libia en 1911. Sin embargo, el Imperio italiano perdió sus colonias africanas tras la Segunda Guerra Mundial.

Rusia expandió su territorio hacia el este y el sur, anexionándose tierras en Asia Central y el Cáucaso durante el siglo XIX. Esta expansión estuvo dirigida por el ejército ruso y acercó a Rusia a la frontera china y al Mar Negro. Chechenia, anexionada en 1859, se convirtió en un punto de tensión entre las autoridades rusas y los separatistas chechenos. En 1867, Rusia vendió Alaska a Estados Unidos, una decisión criticada por algunos rusos de la época, pero que resultó beneficiosa para Estados Unidos en términos de riqueza natural.

Japón y Estados Unidos deben añadirse como imperios coloniales porque ambos países también participaron en la expansión territorial fuera de su propio territorio. Aunque Japón y Estados Unidos se encuentran fuera de Europa, también establecieron colonias y protectorados en otras partes del mundo, como Filipinas, Guam y Puerto Rico para Estados Unidos, y Corea y Taiwán para Japón. Estos territorios se adquirieron a menudo por la fuerza y se administraron como colonias, con el control político y económico ejercido por la potencia colonizadora.

Japón trató de modernizarse rápidamente para evitar la colonización de su territorio por potencias europeas que habían establecido zonas de influencia en Asia. En este contexto, Japón llevó a cabo una serie de reformas económicas, políticas y sociales conocidas como la Restauración Meiji a partir de 1868. Esta modernización permitió a Japón construir un ejército y una armada modernos, lo que facilitó la conquista de nuevos territorios. Japón inició su política imperialista con la anexión de la isla de Taiwán en 1895, tras la victoria en la guerra chino-japonesa. Posteriormente, Japón adquirió nuevas colonias en Asia, incluida Corea en 1910, así como territorios en el Pacífico y China durante la Segunda Guerra Mundial. Tras la guerra ruso-japonesa de 1905, Japón adquirió varios territorios, entre ellos la península china de Liaodong, la isla de Sajalín y parte de las islas Kuriles. En 1910, Japón se anexionó Corea, poniendo fin a la dinastía Joseon y estableciendo un gobierno colonial. En la década de 1930, Japón amplió su esfera de influencia en Asia, incluyendo China, Indochina y las islas del Pacífico, a expensas de las colonias europeas.

Los "Estados Unidos" se formaron como reacción al dominio colonial británico y lideraron una revolución anticolonial para conseguir la independencia. Sin embargo, a finales del siglo XIX surgió en Estados Unidos un fuerte debate sobre su papel en el mundo y la posibilidad de convertirse en una potencia colonial. La guerra contra España de 1898 supuso un punto de inflexión en esta cuestión, ya que condujo a la conquista de varios territorios que pasaron a formar parte del imperio estadounidense. Esta expansión territorial fue controvertida en Estados Unidos, ya que algunos la consideraban una violación de los principios democráticos y anticoloniales de la nación, mientras que otros la apoyaban como una manifestación del poder y el prestigio estadounidenses. Puerto Rico, Cuba, Filipinas y algunas islas pasaron a formar parte del nuevo imperio estadounidense. A finales de 1890, Estados Unidos poseería también Hawai y Alaska. Desde principios del siglo XX, Estados Unidos se apartó gradualmente de la expansión colonial para centrarse en su desarrollo económico y su influencia política en todo el mundo. Utilizó su poder económico para ampliar su influencia y presencia mediante acuerdos comerciales, inversiones extranjeras y alianzas internacionales. Aunque conservó algunas de sus posesiones territoriales, en particular Puerto Rico y las Islas Vírgenes estadounidenses, abandonó en gran medida su imperio colonial en favor de un papel de superpotencia económica y política.

La Gran Depresión tuvo un gran impacto económico en los imperios coloniales. De hecho, las metrópolis coloniales vieron debilitadas sus economías, lo que repercutió en su capacidad para mantener el dominio sobre sus colonias. Además, la crisis provocó un aumento del nacionalismo en los países colonizados, que empezaron a reclamar su independencia.

En un intento de reactivar sus economías, algunas metrópolis coloniales adoptaron una política de proteccionismo económico, creando "mercados preferenciales" entre las colonias y la metrópoli. El objetivo de esta política era favorecer el comercio entre la metrópoli y las colonias, en detrimento del comercio con otros países. Esta política contribuyó a reforzar la explotación económica de las colonias por parte de las metrópolis, pero no logró impedir el auge del movimiento independentista.

La noción de "misión civilizadora" se utilizó a menudo para justificar la expansión colonial, sobre todo en Europa. Las potencias coloniales pretendían llevar la civilización y el progreso a pueblos considerados "atrasados" o "primitivos". Sin embargo, esta justificación solía utilizarse para ocultar las verdaderas motivaciones de la expansión colonial, que eran la búsqueda de riqueza, poder e influencia.

Los colonizadores solían tener poca consideración por las culturas y tradiciones de los pueblos colonizados, a los que pretendían imponer su propio modelo económico, social y político. Las consecuencias de esta dominación aún se dejan sentir hoy en día, con fronteras artificiales y conflictos internos en muchos países surgidos de la descolonización.

Rivalidades entre potencias coloniales: la carrera por las colonias

La conquista de nuevas tierras creó una rivalidad entre las distintas potencias coloniales, que buscaban extender su influencia y dominio sobre los territorios más ricos y estratégicos. Esta rivalidad desembocó en una auténtica "carrera por las colonias" en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Las grandes potencias europeas, como Francia, Reino Unido, Alemania, Italia y Portugal, pero también Japón y Estados Unidos, participaron en esta carrera por las colonias, a menudo en detrimento de los pueblos indígenas que habitaban esos territorios. Esta competencia fue especialmente intensa en África, donde las potencias coloniales buscaban controlar las riquezas naturales, sobre todo materias primas como el caucho, los diamantes, el oro y el petróleo. Esta rivalidad entre potencias coloniales también alimentó tensiones y conflictos, como la guerra de los Boers en Sudáfrica (1899-1902), la guerra italo-etíope (1935-1936) y la guerra franco-tunecina (1881). La rivalidad entre las grandes potencias fue también una de las causas de la Primera Guerra Mundial, en la que las cuestiones coloniales fueron uno de los factores de tensión entre las naciones europeas.

La Conferencia de Berlín

Representación de la Conferencia de Berlín (en 1884), donde se reunieron representantes de las potencias europeas.

La Conferencia de Berlín se celebró del 15 de noviembre de 1884 al 26 de febrero de 1885 en Berlín, Alemania. Su objetivo era resolver los problemas de las rivalidades coloniales entre las distintas potencias europeas mediante el reparto de las zonas de influencia y los territorios a colonizar en África. La conferencia fue organizada por el canciller alemán Otto von Bismarck y reunió a 14 países europeos y a Estados Unidos. Las decisiones tomadas en esta conferencia condujeron a la colonización casi total de África por parte de las potencias europeas.

El principal objetivo de Bismarck era mantener la paz en Europa, evitando cualquier enfrentamiento con Francia, que había perdido Alsacia-Lorena en la guerra franco-prusiana de 1870-1871. Al promover la colonización francesa en el norte de África, esperaba aliviar las tensiones con Francia y evitar una guerra. Sin embargo, Bismarck también pretendía reforzar la posición de Alemania en la carrera por las colonias en África. Por ello, en la Conferencia de Berlín, Alemania obtuvo varios territorios en África Occidental, entre ellos Togo y Camerún.

La Conferencia de Berlín permitió organizar la colonización de África y delimitar las zonas de influencia de las potencias coloniales europeas en el continente, pero también exacerbó las rivalidades entre estas últimas. En efecto, la carrera por las colonias generó conflictos y tensiones entre las distintas potencias, que se enfrentaron por los territorios colonizados. Así, la rivalidad entre Gran Bretaña y Francia cristalizó en el norte de África, donde ambos países se disputaron el control de Egipto y Sudán. Del mismo modo, la rivalidad entre Gran Bretaña y Rusia provocó enfrentamientos en Asia Central, especialmente por Afganistán. Por último, la rivalidad entre Alemania y Francia se manifestó en África Occidental, donde ambos países lucharon por el control de Togo y Camerún. Estas rivalidades coloniales contribuyeron a crear un clima de tensión en Europa, que acabó desembocando en la Primera Guerra Mundial. De hecho, las rivalidades coloniales alimentaron las tensiones entre las potencias europeas, que libraron una guerra sin cuartel por el control de los territorios coloniales.

La colonización de África

Egipto y Sudán británicos. En este mapa de 1912, el emplazamiento de Fachoda (Kodok) puede verse al sur en el Nilo

.

A principios del siglo XVIII, la mayor parte de África eran entidades políticas independientes con sus propias culturas, lenguas y sistemas políticos. Los europeos habían establecido puestos comerciales y asentamientos costeros, pero la mayor parte del interior del continente permanecía fuera de su alcance. Sin embargo, con el tiempo, las potencias europeas aumentaron su presencia en África, utilizando medios militares, políticos y económicos para ampliar su influencia en el continente.

Las rivalidades entre las potencias coloniales también tuvieron lugar en África. La Conferencia de Berlín de 1884-1885 fue el punto de partida de la colonización de África por las potencias europeas. Los países europeos se repartieron el continente africano sin tener en cuenta las fronteras tradicionales entre las diferentes etnias y culturas africanas. Las rivalidades entre las potencias coloniales desembocaron en conflictos armados entre ellas por la posesión de ciertas regiones de África, como la Guerra de los Boers en Sudáfrica entre británicos y afrikáners, o la guerra italo-etíope de 1895-1896.

Los europeos también intentaron extender su influencia en África por medios indirectos, como la firma de tratados con los jefes locales, la creación de protectorados o de zonas de influencia. La colonización de África tuvo consecuencias dramáticas para el pueblo africano, como la pérdida de su soberanía, el despojo de sus tierras y recursos naturales, la explotación de la mano de obra africana y la supresión de sus culturas y tradiciones.

A principios del siglo XX, las potencias europeas dividieron África en zonas de influencia, lo que no impidió que surgieran rivalidades y conflictos entre ellas por el dominio de determinadas regiones.

Gran Bretaña y Francia fueron dos grandes potencias coloniales que intentaron extender su influencia en África en el siglo XIX. Gran Bretaña estableció gradualmente su dominio en Egipto, Sudán, Sudáfrica, Rodesia del Sur (actual Zimbabue) y África Oriental. Francia, por su parte, expandió su imperio en África Occidental (Senegal, Malí, Costa de Marfil, Níger, Burkina Faso, Guinea), África Central (Chad, Congo-Brazzaville) y África Oriental (Yibuti, Somalia francesa). La rivalidad entre estas dos potencias coloniales quedó ejemplificada en la crisis de Fachoda de 1898, que enfrentó a Francia y Gran Bretaña por la región del Alto Nilo, pero que finalmente se resolvió pacíficamente mediante un compromiso diplomático.

Francia, que había logrado colonizar Túnez en 1881, entró en conflicto con Italia, que también tenía esperanzas de colonizar el territorio. Esto creó una rivalidad entre Francia e Italia en el norte de África. De hecho, Italia vio en la colonización francesa de Túnez una oportunidad perdida de expandirse en la región.

A partir de la década de 1890, Alemania comenzó a adoptar una política de expansión mundial, oponiéndose a las ambiciones coloniales de Gran Bretaña y Francia en África. Esta política culminó en la crisis marroquí de 1905-1906, cuando Alemania se opuso al protectorado francés sobre Marruecos. Esta crisis puso de manifiesto las rivalidades entre las potencias europeas por el control de colonias y zonas de influencia, y condujo a negociaciones diplomáticas para resolver el conflicto.

El desmantelamiento del Imperio Otomano

El Imperio Otomano experimentó un declive económico, político y militar gradual a lo largo del siglo XIX. Las potencias europeas, en particular Gran Bretaña, Francia y Rusia, se interesaron cada vez más por las tierras y los recursos del Imperio Otomano. Esta rivalidad entre las potencias europeas se hizo especialmente patente en la Guerra de Crimea (1853-1856), que enfrentó a Rusia con los imperios británico, francés y otomano. La cuestión del Imperio Otomano también se convirtió en un tema importante en las relaciones entre Gran Bretaña y Rusia en Asia Central. Ambas potencias pretendían extender su influencia en la región y controlar las rutas comerciales estratégicas que la atravesaban, especialmente la Ruta de la Seda. Esta rivalidad desembocó en la guerra anglo-afgana de 1878-1880 y la guerra ruso-turca de 1877-1878.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el Imperio Otomano perdió su influencia y se hizo cada vez más dependiente de las grandes potencias europeas. Varios factores contribuyeron a esta situación, entre ellos el ascenso de Europa y la Revolución Industrial, que dieron a los países europeos una ventaja económica y militar sobre el Imperio Otomano. Además, los conflictos internos, las guerras y las revueltas debilitaron el poder central del Imperio Otomano, debilitando así su posición en la escena internacional. Las grandes potencias europeas intentaron entonces aprovecharse de esta situación extendiendo su influencia sobre los territorios del Imperio Otomano. Como consecuencia, el Imperio Otomano se vio cada vez más sometido a los intereses y decisiones de las grandes potencias europeas.

Las Guerras Balcánicas de 1912-1913 estuvieron marcadas por los conflictos entre las potencias europeas por la extensión de su influencia en los Balcanes. Los Balcanes eran una región estratégica para las Grandes Potencias por su situación geográfica y su importancia económica. Durante las guerras balcánicas, el Imperio Otomano perdió casi todos sus territorios en Europa, quedando sólo Constantinopla y parte de Tracia. La caída del Imperio Otomano en Europa reforzó la rivalidad entre las principales potencias europeas por el reparto de zonas de influencia en Oriente Próximo. Las potencias europeas, especialmente Gran Bretaña y Francia, empezaron a competir por el control de los territorios del Imperio Otomano, sobre todo en Siria, Palestina y Mesopotamia. Esta rivalidad fue un factor importante en el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914.

La conquista italiana de Libia en 1911 es un ejemplo de la desintegración del Imperio Otomano. Esta conquista se vio facilitada por la debilidad del Imperio Otomano y las rivalidades entre las principales potencias europeas, que trataron de aprovecharse de la situación. La posterior guerra italo-turca se saldó con la derrota del Imperio Otomano y la pérdida de Libia y otros territorios. Esta derrota contribuyó al debilitamiento del Imperio Otomano y a su aislamiento en la escena internacional.

El descubrimiento de petróleo a principios del siglo XX fue un tema importante para las potencias europeas y contribuyó a su interés por las regiones productoras. Las compañías petroleras europeas se establecieron en los países de Oriente Próximo y el norte de África, y las grandes potencias trataron de asegurar sus suministros de petróleo asegurándose el control de estas regiones. Esta carrera por el petróleo fue también un factor de tensiones y rivalidades entre las potencias europeas y contribuyó al aumento de las tensiones internacionales que desembocaron en la Primera Guerra Mundial. El declive del Imperio Otomano se debió en parte a su incapacidad para modernizar su economía y adaptarse a los cambios tecnológicos de la época, incluido el uso del petróleo como fuente de energía. Las grandes potencias europeas, por su parte, se dieron cuenta rápidamente de la importancia del petróleo y trataron de controlar el acceso al mismo para asegurar su dominio económico y político. El descubrimiento de yacimientos petrolíferos en la región del Mar Negro y Oriente Próximo exacerbó así las rivalidades entre las potencias europeas y acentuó el declive del Imperio Otomano, que luchaba por explotar sus propios recursos petrolíferos. Las compañías petroleras europeas y estadounidenses se afianzaron rápidamente en la región, aprovechando la inestabilidad política y la debilidad del Imperio Otomano para imponer sus intereses económicos.

== Extremo Oriente Extremo Oriente fue también una zona de rivalidad entre las potencias coloniales, especialmente Gran Bretaña, Rusia y Japón. Gran Bretaña estaba especialmente preocupada por el ascenso de Rusia en Asia Central y su presencia en Manchuria, que amenazaban sus intereses en la India. Los británicos también tenían importantes intereses económicos en China, que era entonces un lucrativo mercado para las exportaciones británicas.

Las rivalidades coloniales en Extremo Oriente desembocaron en varios conflictos, como la guerra ruso-japonesa de 1904-5, en la que Rusia fue derrotada por Japón, una potencia emergente en la región. Este conflicto demostró la vulnerabilidad de las potencias coloniales frente a adversarios decididos y tuvo repercusiones en las relaciones internacionales de la región y fuera de ella.

Afganistán era un país estratégico para los imperios ruso y británico por su posición geográfica entre ambas potencias. En 1878-79, Gran Bretaña libró la Segunda Guerra Anglo-Afgana, que dio lugar a la creación de un Estado tapón independiente entre el Imperio Ruso y la India británica. Rusia había intentado extender su influencia sobre Afganistán, lo que llevó a Gran Bretaña a intervenir para proteger sus intereses en la región. Esta rivalidad entre las dos potencias europeas tuvo consecuencias dramáticas para Afganistán, que se enfrentó a numerosos conflictos e inestabilidades políticas a lo largo del siglo XX.

La apertura forzosa de China por parte de potencias extranjeras entre 1840 y 1850, conocida como el "tratado desigual", provocó importantes tensiones en el país. Las potencias occidentales, encabezadas por Gran Bretaña, intentaron establecer concesiones en los puertos chinos para facilitar el comercio, pero también para extender su influencia a todo el país. Los conflictos derivados de estas ambiciones imperialistas desembocaron en varias guerras, como la Guerra del Opio (1839-1842), la Guerra Sino-Japonesa (1894-1895) y la Rebelión de los Bóxers (1899-1901). Estos acontecimientos debilitaron a la dinastía Qing y propiciaron la creación de zonas de influencia extranjera en China.

Desde finales del siglo XIX, las grandes potencias empezaron a exportar sus rivalidades y conflictos a distintas partes del mundo, como Asia, África y el Pacífico. Esto provocó enfrentamientos y guerras coloniales, en las que las potencias europeas lucharon por el dominio territorial, el acceso a los recursos y la influencia política en estas regiones. Sin embargo, América del Sur era considerada una "zona reservada" por Estados Unidos, que pretendía ampliar su influencia en la región e impedir que otras potencias se establecieran en ella. Esta política de la "Doctrina Monroe" fue enunciada por el presidente estadounidense James Monroe en 1823, y sirvió de base para la política exterior estadounidense en América Latina durante los siglos XIX y XX.

La mise en place des systèmes d’alliances

La mise en place des systèmes d'alliances a contribué à la désagrégation des conditions politiques internationales au début du XXe siècle. Les grandes puissances européennes se sont regroupées en deux blocs d'alliance principaux : la Triple Entente (France, Royaume-Uni, Russie) et la Triple Alliance (Allemagne, Autriche-Hongrie, Italie). Cette polarisation a entraîné une montée des tensions entre les deux blocs, avec des rivalités économiques, militaires et coloniales exacerbées.

Les systèmes d'alliances ont également contribué à l'élargissement et à l'internationalisation des conflits, comme cela s'est produit lors de la Première Guerre mondiale. Lorsque la guerre a éclaté, les alliances ont entraîné une mobilisation générale de nombreux pays, au-delà de la simple confrontation initiale entre l'Allemagne et la France. La guerre s'est propagée à travers l'Europe et au-delà, impliquant de nombreux pays et entraînant la mort de millions de personnes.

La Triple Alliance

La Triple Alliance entre l'Allemagne, l'Autriche-Hongrie et l'Italie

Le terme "duplice" était utilisé pour désigner l'alliance entre l'Allemagne et l'Autriche-Hongrie. Ce terme vient du latin "duplex", qui signifie "double" ou "qui se compose de deux parties". L'alliance était également connue sous le nom d' "Alliance des Trois Empereurs", car elle a été initiée par l'empereur allemand Guillaume II, l'empereur austro-hongrois François-Joseph et le tsar russe Nicolas II lors de leur rencontre à Skierniewice, en Pologne, en septembre 1884. Cependant, cette alliance a pris fin en 1890, lorsque Guillaume II a renouvelé le traité de réassurance avec la Russie.

L'alliance entre l'Allemagne et l'Autriche-Hongrie, également connue sous le nom de "duplice", a été conclue en 1879 par un traité d'amitié et d'alliance. À l'époque, les deux pays étaient en compétition pour réaliser l'unité des peuples de langue allemande en Europe centrale, mais ils ont fini par reconnaître la communauté de leurs intérêts face aux menaces communes. Cette alliance s'est renforcée au fil des ans, avec la participation de l'Italie en 1882 pour former la Triple Alliance.

Le traité de 1881 entre l'Allemagne, l'Autriche-Hongrie et la Russie ne fonctionne pas car les intérêts des trois puissances divergent. La Russie souhaite en effet protéger les Slaves dans les Balkans, ce qui est contraire aux intérêts de l'Autriche-Hongrie qui cherche à contrôler la région. En 1882, un nouveau traité est signé entre l'Allemagne, l'Autriche-Hongrie et cette fois-ci l'Italie, formant ainsi la Triple Alliance. Ce traité a pour but de contrer la Triple Entente formée par la France, la Russie et la Grande-Bretagne, et garantit l'assistance militaire en cas d'agression de l'une des puissances signataires.

L'Italie avait des ambitions coloniales en Afrique du Nord et la Tunisie était l'une des régions qu'elle convoitait. En 1882, l'Italie rejoint la Double Alliance entre l'Allemagne et l'Autriche-Hongrie, qui devient alors la Triple Alliance. Ce traité stipulait que les trois pays se porteraient assistance en cas d'attaque de la part d'une quatrième puissance et resteront neutres en cas d'attaque de l'un des membres par une puissance non signataire du traité. L'Italie avait ainsi trouvé des alliés pour l'aider à réaliser ses ambitions coloniales en Afrique du Nord.

L'Italie a en réalité signé un accord secret avec l'Allemagne et l'Autriche-Hongrie en 1882, ce qui a formé l'alliance des puissances centrales. Cependant, lors de la Première Guerre mondiale, l'Italie a changé de camp et a rejoint la Triple Entente en 1915, après avoir signé des accords secrets avec la France et la Grande-Bretagne en 1915.

Les puissances centrales comprenaient l'Allemagne, l'Autriche-Hongrie, et l'Italie. Ce bloc était principalement situé en Europe centrale et orientale, d'où son nom. Les puissances centrales étaient en opposition à la Triple Entente, qui était composée de la France, de la Grande-Bretagne, et de la Russie. La Première Guerre mondiale a ainsi été marquée par l'affrontement de ces deux blocs rivaux.

La Triple Entente

Triple Entente.jpg

il n'y avait pas de traité formel entre les pays de la Triple Entente (France, Royaume-Uni, Russie). Cependant, il y avait des accords informels et des engagements mutuels qui renforçaient leur alliance. Par exemple, la France et la Russie avaient signé un accord militaire en 1892 qui prévoyait une aide mutuelle en cas d'attaque par l'Allemagne ou l'Autriche-Hongrie. De même, le Royaume-Uni avait signé une série d'accords avec la France au début du XXe siècle, visant à renforcer leur coopération militaire et navale en Méditerranée et en Afrique. Ces accords et engagements mutuels ont conduit à une solidarité croissante entre les pays de la Triple Entente, même en l'absence d'un traité formel.

En 1892, un traité franco-russe renforce les liens économiques. En 1892, la France et la Russie signent un traité d'alliance qui renforce les liens économiques, militaires et diplomatiques entre les deux pays. Ce traité est renouvelé en 1894 pour une durée de 10 ans, puis en 1904 pour une durée illimitée. La Triple Entente est complétée par l'Entente cordiale, un accord entre la France et le Royaume-Uni en 1904, qui met fin à des décennies de méfiance entre les deux pays. Cette entente se concrétise notamment par la reconnaissance de la sphère d'influence de la France au Maroc et de celle du Royaume-Uni en Égypte. Cet accord a été conclu entre le Royaume-Uni et la Russie dans le but de résoudre leurs différends en Asie centrale et en Perse. Il prévoyait également une coopération en cas d'agression de l'Allemagne ou de l'Autriche-Hongrie contre l'un des signataires. La Triple Entente était donc composée de la France, de la Russie et du Royaume-Uni, et était dirigée contre l'Allemagne et l'Empire austro-hongrois.

L'accord anglo-russe de 1907 résolvait les différends entre les deux puissances en Extrême-Orient, y compris en ce qui concerne le Tibet. Les Britanniques acceptèrent de reconnaître l'intérêt politique et économique de la Russie dans la région, tandis que les Russes s'engagèrent à ne pas interférer dans les intérêts britanniques en Inde. Cela permit la formation de la Triple Entente avec la France, qui était déjà liée à la Russie par un traité d'alliance.

L'accord militaire entre la Grande-Bretagne et le Japon a été signé en 1902, avant la formation de la Triple Entente. Cet accord avait pour but de protéger les intérêts communs des deux pays en Asie contre la Russie et d'assurer la sécurité de leurs possessions respectives dans la région. Il a été renouvelé en 1905 et 1911, et il a contribué à renforcer l'influence de la Grande-Bretagne dans la région et à affaiblir la position de la Russie en Extrême-Orient. Le Japon a également joué un rôle clé dans la guerre russo-japonaise de 1904-1905, qui a vu la défaite de la Russie et le renforcement de la position du Japon en Asie.

L'existence des accords d'alliance a entraîné une escalade des tensions et une polarisation entre les deux blocs formés par les alliances. Les pays se sentaient obligés de se soutenir mutuellement en cas d'entrée en guerre, même si les raisons pour lesquelles un pays était en guerre n'étaient pas toujours claires ou justifiées. L'assurance d'un soutien militaire a conduit certains pays à adopter une attitude plus agressive et à prendre des risques qui ont finalement conduit à la guerre. C'est le cas, par exemple, de l'Allemagne qui a pris le risque de déclarer la guerre à la France et à la Russie en 1914, en raison de son alliance avec l'Autriche-Hongrie, alors même que les raisons de la guerre étaient floues et que l'Allemagne n'était pas directement menacée.

La Première guerre mondiale : le suicide de l’Europe

La Première Guerre mondiale, qui a duré de 1914 à 1918, a en effet été un conflit dévastateur à l'échelle mondiale qui a entraîné la mort de millions de personnes et causé des destructions massives dans de nombreuses régions du monde. Elle a été déclenchée par une série de tensions politiques, économiques et territoriales entre les grandes puissances européennes, et a finalement conduit à la formation de deux camps opposés : les Alliés (Royaume-Uni, France, Russie, États-Unis, entre autres) et les Empires centraux (Allemagne, Autriche-Hongrie, Empire ottoman, entre autres).

Le conflit a éclaté en 1914, après l'assassinat de l'archiduc François-Ferdinand d'Autriche-Hongrie à Sarajevo par un nationaliste serbe. Les alliances et les rivalités entre les grandes puissances européennes ont rapidement entraîné une escalade militaire, avec l'entrée en guerre de l'Allemagne, de l'Autriche-Hongrie, de l'Empire ottoman et de la Bulgarie contre les Alliés (Royaume-Uni, France, Russie, Italie, Japon et États-Unis).

Les conséquences de la Première Guerre mondiale ont été désastreuses pour l'Europe et le monde entier. Des millions de personnes sont mortes, tant dans les combats que dans les conséquences indirectes du conflit, comme la famine et la maladie. De vastes territoires ont été dévastés, des économies ont été ruinées et des sociétés ont été bouleversées.

La guerre a été caractérisée par des combats acharnés sur des fronts étendus, des technologies militaires de plus en plus sophistiquées, des pertes humaines massives et des conditions de vie inhumaines pour les soldats et les civils. Les batailles de Verdun, de la Somme et de Passchendaele sont des exemples de l'horreur de la guerre de tranchées qui a marqué le conflit.

La Première Guerre mondiale a également eu des conséquences géopolitiques durables. Les empires allemand, austro-hongrois et ottoman se sont effondrés, laissant place à de nouveaux États. La Russie a subi une révolution qui a mené à la création de l'Union soviétique, tandis que l'Europe a connu une période d'instabilité politique et économique qui a contribué à l'ascension des régimes autoritaires et fascistes.

La montée des tensions

La crise de l’été 1914 n’est que la dernière d’un ensemble de crises à chaque fois plus fortes. Il y a eu d’abord la crise du Maroc donnant lieu à la conférence d’Algésiras, puis l’invasion de la Libye par l’Italie en 1911 qui ébranle l’équilibre européen, car tout ce qui touche à l’Empire ottoman déclenche des tensions; ensuite les guerres balkaniques en 1912 – 1913 qui font office de prélude à la Première guerre mondiale.

À partir du XXème siècle, il y a une série de crises qui engendrent des tensions entre les puissances européennes. Les blocs sont en opposition et se lancent dans une « course à l’armement », d’autre part les alliances s’étendent à de nombreux autres pays en achevant les blocs et en cristallisant les oppositions. La Bulgarie, à la suite des guerres balkaniques qu’elle a provoquées et perdues, qui était autrefois alliée de la Serbie, va s’allier à la « tripe alliance » pendant que la Grèce se range du côté de la « triple entente ».

De la crise localisée à la guerre européenne

L'assassinat de l'archiduc François-Ferdinand

L'attentat de Sarajevo est considéré comme l'événement déclencheur de la Première Guerre mondiale. Le 28 juin 1914, l'archiduc François-Ferdinand, héritier du trône d'Autriche-Hongrie, a été assassiné à Sarajevo, la capitale de la Bosnie-Herzégovine, par un jeune nationaliste serbe nommé Gavrilo Princip. Gavrilo Princip était un nationaliste serbe né le 25 juillet 1894 à Obljaj, dans ce qui était alors la province de Bosnie-Herzégovine de l'Empire austro-hongrois (aujourd'hui en Bosnie-Herzégovine). Il est surtout connu pour avoir assassiné l'archiduc François-Ferdinand, héritier du trône d'Autriche-Hongrie, lors d'un attentat à Sarajevo, le 28 juin 1914. Princip était membre d'un groupe clandestin appelé la "Main noire", qui cherchait à promouvoir l'indépendance de la Bosnie-Herzégovine par rapport à l'Empire austro-hongrois et son rattachement à la Serbie. Il avait reçu une formation militaire en Serbie avant de retourner en Bosnie pour participer à l'attentat. Le 28 juin 1914, Princip et plusieurs autres membres de la Main noire ont attaqué la voiture de l'archiduc François-Ferdinand alors qu'il visitait Sarajevo. Princip a réussi à abattre l'archiduc et son épouse, Sophie, avec un pistolet. Cet événement a déclenché une série d'alliances et de réactions qui ont finalement conduit à l'escalade militaire et à l'éclatement de la Première Guerre mondiale. Après l'attentat, Princip a été arrêté et emprisonné. Il a été jugé et condamné à 20 ans de prison pour son rôle dans l'assassinat de l'archiduc. Il est mort en prison en 1918, à l'âge de 23 ans, de la tuberculose.

Cet événement a déclenché une série d'alliances et de réactions qui ont finalement conduit à l'escalade militaire et à l'éclatement de la guerre en Europe. L'Autriche-Hongrie a accusé la Serbie d'être derrière l'assassinat de François-Ferdinand et a exigé des réparations. la Serbie a été considérée comme une source de tensions pour l'Empire austro-hongrois depuis les années 1870-1880. À cette époque, la Serbie cherchait à unifier les populations slaves du sud des Balkans, y compris celles qui étaient sous domination austro-hongroise. Cette politique était considérée comme une menace par les dirigeants austro-hongrois, qui craignaient de perdre leur influence sur les populations slaves et de voir leur empire se disloquer.

En 1908, l'Autriche-Hongrie a annexé la Bosnie-Herzégovine, une province à majorité slave qui était sous protectorat depuis 1878. Cette décision a été mal accueillie par les Serbes, qui considéraient la Bosnie-Herzégovine comme faisant partie de leur sphère d'influence. Les tensions entre la Serbie et l'Autriche-Hongrie se sont intensifiées, en particulier après que la Serbie ait commencé à soutenir des mouvements nationalistes dans les provinces austro-hongroises peuplées de Slaves du Sud.

L'assassinat de l'archiduc François-Ferdinand en 1914, qui a été organisé par des nationalistes serbes, a été perçu comme une provocation par l'Autriche-Hongrie, qui a exigé des réparations de la part de la Serbie. Cela a conduit à une série d'alliances et de réactions qui ont finalement conduit à l'escalade militaire et à l'éclatement de la Première Guerre mondiale. La Serbie a refusé de se soumettre aux exigences autrichiennes, ce qui a entraîné une déclaration de guerre de l'Autriche-Hongrie contre la Serbie le 28 juillet 1914. Les alliances entre les grandes puissances européennes ont rapidement entraîné une escalade militaire, avec l'entrée en guerre de l'Allemagne, de l'Autriche-Hongrie, de l'Empire ottoman et de la Bulgarie contre les Alliés (Royaume-Uni, France, Russie, Italie, Japon et États-Unis).

Bien que l'assassinat de l'archiduc François-Ferdinand soit considéré comme le déclencheur de la guerre, les causes profondes du conflit étaient beaucoup plus complexes et profondes, avec des facteurs tels que le nationalisme, l'impérialisme et les tensions économiques et politiques entre les grandes puissances européennes.

Le front Ouest entre 1915 et 1916 - atlas-historique.net

Chronologie des évènements

L'assassinat de l'archiduc François-Ferdinand à Sarajevo, en Bosnie-Herzégovine, le 28 juin 1914, est considéré comme l'événement déclencheur de la Première Guerre mondiale. Ce meurtre a créé une crise internationale majeure, qui a conduit à une escalade des tensions entre les pays européens et à une série d'alliances, qui ont finalement conduit à la guerre. Gavrilo Princip, qui a assassiné l'archiduc, était un nationaliste serbe qui avait des liens avec le groupe terroriste serbe la Main noire.

Après l'attentat de Sarajevo, l'Autriche-Hongrie a présenté un ultimatum à la Serbie le 23 juillet 1914, dans lequel elle exigeait une enquête sur l'implication de la Serbie dans l'attentat et la suppression des activités anti-autrichiennes sur son territoire. La Serbie a accepté la plupart des demandes, mais pas toutes, et l'Autriche-Hongrie a finalement déclaré la guerre à la Serbie le 28 juillet 1914, entraînant une escalade des tensions et des alliances qui ont conduit à la guerre mondiale.

Après la déclaration de guerre de l'Autriche-Hongrie à la Serbie le 28 juillet 1914, les alliances se sont mises en place et les pays se sont déclarés la guerre les uns après les autres. Ainsi, l'Allemagne a déclaré la guerre à la Russie le 1er août 1914, puis à la France le lendemain, entraînant l'entrée en guerre du Royaume-Uni en soutien à la France. Par la suite, de nombreux autres pays ont rejoint le conflit, notamment l'Italie, le Japon, les États-Unis, l'Empire ottoman, etc. À la mi-août 1914, la plupart des grandes puissances européennes étaient donc engagées dans le conflit.

Après avoir déclaré la guerre à la France le 3 août 1914, l'Allemagne a lancé une offensive éclair à travers la Belgique, dans l'espoir de vaincre rapidement la France avant que les renforts ne puissent arriver. Cette avancée rapide a été stoppée par la résistance des forces françaises et britanniques, ainsi que par la bataille de la Marne, qui a eu lieu du 6 au 12 septembre 1914. Cette bataille a été l'une des plus importantes de la Première Guerre mondiale, et elle a finalement permis de repousser les forces allemandes et de sauver Paris de la capture. Cependant, la guerre n'allait pas être aussi courte que prévu, et la lutte se poursuivrait pendant quatre années supplémentaires, entraînant des pertes massives de vies humaines et de biens matériels.

Après la bataille de la Marne en septembre 1914, les forces françaises et britanniques ont cherché à poursuivre l'offensive en Allemagne. Cependant, les armées allemandes ont été en mesure de se replier et de se retrancher sur des positions défensives bien établies, qui s'étendaient de la mer du Nord à la frontière suisse, à travers la Belgique et la France. Les deux camps ont donc commencé une « course à la mer », tentant de déborder l'autre par l'ouest, ce qui a finalement abouti à la construction de tranchées pour protéger les positions occupées. Cela a marqué le début de la guerre de tranchées, qui allait durer pendant plusieurs années.

En décembre 1914, le front de la guerre était effectivement situé de la Manche jusqu'à la frontière allemande, s'étendant sur environ 700 kilomètres à travers le nord de la France et la Belgique. Les deux camps étaient profondément enfoncés dans des positions de tranchées défensives, et les opérations militaires étaient devenues des affrontements statiques et meurtriers entre les deux côtés. Cependant, il y avait encore des tentatives pour tenter de briser cette impasse, et les combats allaient se poursuivre sur ce front jusqu'à la fin de la guerre en 1918.

À partir de décembre 1914 jusqu'à la fin de la guerre en novembre 1918, les armées des deux côtés ont été enfoncées dans une guerre de position, qui consistait en une série de tranchées profondes et fortifiées, protégées par des fils de fer barbelés et des canons lourds. Les tranchées étaient souvent situées à seulement quelques dizaines de mètres de celles de l'ennemi, et les deux camps se livraient à des combats acharnés pour essayer de prendre le dessus. Les opérations militaires consistaient principalement en des attaques à petite échelle sur les tranchées ennemies, des bombardements d'artillerie massifs et des offensives planifiées de longue date pour tenter de percer les lignes ennemies. Cette guerre de position a été l'une des caractéristiques les plus marquantes de la Première Guerre mondiale, et elle a entraîné des pertes massives de vies humaines et de biens matériels des deux côtés.

La guerre de position, ou la guerre des tranchées, qui s'est installée sur le front occidental de la Première Guerre mondiale entre 1915 et 1918, a été une véritable boucherie. Les soldats des deux côtés étaient confinés dans des tranchées étroites et insalubres, exposés aux éléments et aux maladies, et soumis à des tirs d'artillerie incessants, des gaz toxiques, des raids aériens, des attaques de mitrailleuses et des assauts à la baïonnette. Les pertes humaines ont été énormes, avec des millions de morts et de blessés, tant parmi les soldats que parmi les civils qui ont été touchés par les combats et les déplacements de population. Cette guerre de tranchées a également eu des répercussions importantes sur le plan psychologique et social, avec de nombreux soldats qui ont souffert de traumatismes, de troubles psychiatriques, ou de troubles du comportement alimentaire.

1916 a été une année particulièrement meurtrière de la Première Guerre mondiale, avec deux batailles majeures qui ont eu lieu sur le front occidental: la Bataille de Verdun et l'Offensive de la Somme. La Bataille de Verdun a commencé en février 1916 lorsque les forces allemandes ont lancé une offensive massive sur la ville de Verdun, dans l'est de la France. Cette bataille a été l'une des plus longues et des plus sanglantes de la guerre, durant près de 10 mois. Elle a été marquée par des combats acharnés, des bombardements massifs, l'utilisation de gaz toxiques, et des pertes humaines considérables des deux côtés. L'Offensive de la Somme a quant à elle débuté en juillet 1916, lorsque les forces britanniques et françaises ont lancé une offensive coordonnée sur un front de 40 km, dans le nord de la France. Cette bataille a été également très meurtrière, avec des pertes humaines importantes des deux côtés, notamment à cause des tirs de mitrailleuses allemandes qui ont fauché des vagues successives de soldats alliés. Ces deux batailles ont causé des pertes humaines énormes, avec plusieurs centaines de milliers de morts et de blessés pour chaque camp.

L'Offensive du Chemin des Dames a eu lieu en avril 1917 sur le front occidental de la Première Guerre mondiale. Cette offensive a été lancée par les forces françaises sous le commandement du général Nivelle et avait pour objectif de briser les lignes allemandes dans la région de l'Aisne, en France. Cependant, l'offensive s'est avérée être un échec cuisant pour les forces françaises, qui ont subi de lourdes pertes sans réussir à percer les lignes allemandes. Les soldats français étaient mal préparés et mal équipés, et les Allemands avaient renforcé leurs défenses en prévision de l'attaque. L'Offensive du Chemin des Dames a eu des conséquences désastreuses pour la France, avec près de 200 000 soldats tués, blessés ou capturés, et une grave crise morale dans l'armée et dans la population civile. Cette défaite a également conduit à des mutineries dans l'armée française et à la démission de Nivelle.

L'entrée en guerre des États-Unis en avril 1917 a eu un impact significatif sur le rapport de force entre les puissances en guerre. Les États-Unis ont apporté un important soutien économique et militaire aux Alliés, ce qui a permis de renforcer leur capacité de combat. Les États-Unis ont également fourni des troupes fraîches et bien équipées pour combattre sur le front, ce qui a contribué à soulager la pression sur les troupes européennes épuisées. L'arrivée de l'armée américaine a également créé une nouvelle dynamique sur le front, en augmentant les effectifs et en apportant des technologies et des tactiques innovantes. Cependant, il faut noter que les troupes américaines ont mis du temps à arriver sur le front et à être opérationnelles, et leur contribution à la victoire finale de la guerre a été relativement limitée par rapport à celle des autres Alliés. Néanmoins, l'entrée en guerre des États-Unis a contribué à changer le cours de la guerre et à renforcer la position des Alliés.

En 1918, la situation sur le front évolue en faveur de la Triple Entente, composée de la France, du Royaume-Uni et de la Russie (qui se retire en 1917). Les forces alliées ont réussi à résister aux offensives allemandes de mars 1918 et à reprendre l'initiative en lançant des contre-offensives décisives en été et en automne de la même année. L'offensive alliée de la Marne en juillet 1918 a permis de briser les lignes allemandes et de forcer leur retraite, tandis que l'offensive Meuse-Argonne en septembre-novembre 1918 a contribué à isoler et à affaiblir les forces allemandes. Parallèlement, la situation intérieure de l'Allemagne se dégradait, avec des grèves, des mutineries et des troubles civils croissants. Le blocus naval des Alliés avait également commencé à affamer la population allemande. Face à cette situation, l'Allemagne a demandé l'armistice en novembre 1918, mettant fin à la guerre.

Le 11 novembre 1918, l'Allemagne signe l'armistice mettant fin aux combats de la Première Guerre mondiale. Les hostilités cessent officiellement à 11 heures du matin, mettant fin à plus de quatre ans de guerre qui ont fait des millions de morts et de blessés. Les négociations pour un traité de paix durent encore plusieurs mois et sont finalement conclues avec le traité de Versailles en juin 1919.

La Russie a été l'un des acteurs clés de la Première Guerre mondiale, entrant en guerre en août 1914 aux côtés de la France et du Royaume-Uni. Cependant, elle a subi de lourdes défaites face aux forces austro-hongroises et allemandes sur le front de l'Est, notamment à Tannenberg en août 1914. En 1917, la situation en Russie s'est détériorée en raison de la crise économique et sociale, ainsi que de l'impopularité de la guerre. Cela a conduit à la Révolution d'Octobre, qui a vu les bolcheviks prendre le pouvoir et mettre en place un gouvernement communiste. En mars 1918, le nouveau gouvernement russe a signé le Traité de Brest-Litovsk avec l'Allemagne, qui a mis fin à la participation de la Russie à la guerre. Cela a permis à l'Allemagne de transférer ses troupes vers le front occidental, ce qui a aggravé la situation pour les Alliés

Les combats dans les Balkans ont été très intenses pendant la Première Guerre mondiale. La Roumanie, qui avait signé un accord secret avec les Alliés en 1916, a rejoint la guerre du côté de la Triple Entente en août de cette année-là. Cependant, l'offensive roumaine a rapidement échoué face à l'armée allemande et austro-hongroise, et la Roumanie a subi de lourdes pertes territoriales. Quant à la Serbie, elle a été attaquée par l'Autriche-Hongrie dès le début de la guerre et a subi de lourdes défaites. Cependant, avec l'aide de la France et de la Grande-Bretagne, la Serbie a pu lancer une contre-offensive en 1918, qui a contribué à la défaite de l'Autriche-Hongrie et à la fin de la guerre.

L'Empire russe avait pour ambition de s'étendre vers le sud en direction de la Méditerranée et notamment de prendre le contrôle des détroits du Bosphore et des Dardanelles, contrôlés alors par l'Empire ottoman. Cette ambition a conduit la Russie à soutenir les mouvements nationalistes dans les Balkans et à s'engager dans la guerre contre l'Empire ottoman en 1914, dans le cadre de la Première Guerre mondiale.

Fronts de la première guerre mondiale.

La mondialisation du conflit

La Première Guerre mondiale a rapidement pris une dimension mondiale, impliquant les empires européens ainsi que leurs colonies et alliés dans le monde entier. Par exemple, les colonies britanniques, françaises et allemandes ont été mobilisées pour participer à l'effort de guerre, envoyant des soldats et des ressources vers l'Europe. Le conflit s'est également étendu aux territoires coloniaux, avec des combats en Afrique, en Asie et dans le Pacifique. Les empires européens se sont affrontés pour le contrôle de ces territoires, tandis que les mouvements nationalistes et indépendantistes ont également pris de l'ampleur dans ces régions. De plus, la guerre a également affecté les relations commerciales et économiques à travers le monde, perturbant les échanges et les flux de marchandises. La mondialisation de la guerre a ainsi amplifié les conséquences du conflit et ses répercussions ont été ressenties à travers le monde entier.

Le monde et le premier conflit mondial - atlas-historique.net

La Première Guerre mondiale a été un conflit total qui a impliqué des aspects militaires, économiques et idéologiques. Au niveau militaire, les batailles ont été menées sur tous les fronts, notamment sur terre, en mer et dans les airs. Les approvisionnements en matériel, nourriture et ressources ont été essentiels pour mener la guerre, d'où l'importance de la guerre économique et de la stratégie de blocus. En ce qui concerne la guerre idéologique, les pays impliqués ont cherché à justifier leur participation en utilisant des arguments nationalistes et impérialistes. Des idéologies telles que le darwinisme social, le patriotisme et le nationalisme ont été utilisées pour justifier les pertes humaines et les atrocités commises. La notion de "civilisation" a également été invoquée pour justifier les guerres coloniales et les conquêtes territoriales.

Les colonies des puissances européennes

La Première Guerre mondiale a également eu des conséquences importantes dans les colonies des puissances européennes. Les colonies allemandes, notamment en Afrique, ont été le théâtre de combats entre les forces des différents empires coloniaux. Les troupes britanniques et françaises ont ainsi conquis les colonies allemandes et se sont emparées de leurs richesses, comme les plantations, les mines ou les ressources naturelles. Les colonies ont également été mises à contribution dans l'effort de guerre, avec l'envoi de troupes coloniales pour combattre sur les fronts européens. Plusieurs centaines de milliers de soldats africains, asiatiques ou américains ont ainsi été mobilisés, souvent dans des conditions très difficiles. Les colonies ont aussi fourni des ressources et des matières premières indispensables à l'effort de guerre, comme le caoutchouc, l'huile de palme ou le coton. Cela a entraîné une exploitation accrue des colonies et une aggravation des conditions de travail pour les populations locales.

Les États-Unis

L'opinion publique américaine était effectivement divisée sur l'entrée en guerre. D'un côté, les partisans de l'intervention étaient convaincus que les États-Unis devaient défendre les valeurs démocratiques et aider leurs alliés européens. De l'autre côté, les isolationnistes prônaient la neutralité et craignaient que la guerre ne nuise à l'économie américaine. Cependant, l'entrée en guerre des États-Unis en 1917 a finalement été motivée par plusieurs facteurs, notamment l'attaque du paquebot Lusitania par un sous-marin allemand en 1915, qui avait causé la mort de nombreux Américains, ainsi que la découverte d'un complot allemand visant à inciter le Mexique à déclarer la guerre aux États-Unis. De plus, l'entrée en guerre était également vue comme une occasion pour les États-Unis de renforcer leur position en tant que puissance mondiale et de promouvoir leurs valeurs démocratiques à l'étranger.

Zimmermann-telegramm-offen.jpg

Le torpillage du paquebot Lusitania en 1915 par les Allemands est en effet un événement clé qui a contribué à l'entrée en guerre des États-Unis en 1917. Le Lusitania était un navire de passagers britannique qui naviguait de New York à Liverpool. Le 7 mai 1915, il a été torpillé par un sous-marin allemand au large de la côte irlandaise, causant la mort de près de 1 200 passagers, dont 128 Américains. Cet acte de guerre a choqué l'opinion publique américaine et a incité le président Woodrow Wilson à demander des comptes à l'Allemagne. Bien que les Allemands aient justifié l'attaque en affirmant que le navire transportait des munitions, l'opinion publique américaine a considéré cet acte comme une agression injustifiée contre des civils innocents. Cela a contribué à la décision des États-Unis d'entrer en guerre aux côtés de la Triple Entente en 1917.

En effet, en 1917, les Allemands ont décidé de déclencher la guerre sous-marine à outrance, c'est-à-dire de couler tous les navires marchands, y compris ceux des pays neutres, qui approcheraient les côtes de l'Europe. Cette stratégie était destinée à affaiblir l'effort de guerre des Alliés en les privant des approvisionnements en armes et en nourriture en provenance des États-Unis et d'autres pays neutres. En réponse à la guerre sous-marine à outrance, les États-Unis ont rompu leur neutralité et sont entrés en guerre aux côtés de l'Entente en avril 1917. La participation américaine a joué un rôle important dans l'issue de la guerre, contribuant à renforcer l'offensive de l'Entente sur le front occidental. Les États-Unis ont également fourni un soutien financier et matériel crucial aux Alliés, qui ont contribué à accélérer la fin de la guerre.

Le télégramme Zimmerman est un événement important de la Première Guerre mondiale survenu en janvier 1917. Il s'agit d'un message envoyé par le ministre allemand des Affaires étrangères, Arthur Zimmerman, à l'ambassadeur allemand au Mexique, proposant une alliance entre le Mexique et l'Allemagne contre les États-Unis. En échange de cette alliance, l'Allemagne promettait de soutenir le Mexique dans sa reconquête des territoires texans, californiens et du Nouveau-Mexique, perdus lors de la guerre américano-mexicaine en 1848. Le télégramme Zimmerman a été intercepté et décodé par les services secrets britanniques, qui l'ont transmis aux États-Unis. Cet événement a provoqué l'indignation de l'opinion publique américaine et a contribué à la décision des États-Unis d'entrer en guerre contre l'Allemagne en avril 1917.

Le Japon

Le Japon a profité de l'entrée en guerre de l'Allemagne pour étendre son influence en Asie et dans le Pacifique. Il a envoyé des troupes en Chine et en Corée pour consolider sa présence dans la région. Le Japon a également envoyé des navires de guerre pour aider les Alliés à patrouiller dans l'océan Pacifique et à intercepter les navires allemands. La participation du Japon à la guerre a renforcé son statut de puissance mondiale et a ouvert la voie à son expansion territoriale dans les années suivantes.

Le Japon a rejoint la guerre du côté de l'Entente en raison de son alliance avec la Grande-Bretagne. Cependant, sa participation a été principalement limitée à des opérations militaires dans le Pacifique et en Asie. Les troupes japonaises ont notamment occupé les colonies allemandes de la région du Pacifique, y compris les îles Marshall et les îles Mariannes. Le Japon a également fourni des navires de guerre et des troupes pour aider les forces alliées dans les opérations navales en mer Méditerranée et dans l'océan Atlantique. Le rôle du Japon dans la Première Guerre mondiale a contribué à renforcer son statut de puissance émergente sur la scène internationale.

L'Empire ottoman

L'Empire ottoman a joué un rôle important dans la Première Guerre mondiale. L'Empire a été l'un des principaux alliés de l'Allemagne et de l'Autriche-Hongrie. Les Ottomans ont combattu sur plusieurs fronts, notamment en Mésopotamie (Irak) contre les Britanniques, en Palestine contre les Britanniques et les Français, et dans le Caucase contre les Russes.

Le contrôle des détroits des Dardanelles, qui relie la mer Noire à la mer Méditerranée, était un enjeu stratégique majeur pour les Alliés. En 1915, les Alliés ont lancé une offensive amphibie pour prendre le contrôle des détroits. Cette campagne a été un échec coûteux pour les Alliés et a contribué à la consolidation du pouvoir des Jeunes-Turcs, le parti au pouvoir dans l'Empire ottoman, qui a mené une politique de génocide contre les Arméniens et d'autres minorités chrétiennes de l'Empire.

Finalement, l'Empire ottoman a été défait par les forces britanniques et arabes en 1918, et le traité de Sèvres a été signé en 1920, mettant fin à la guerre pour l'Empire ottoman et entraînant la partition de l'Empire.

L'Amérique du Sud

Plusieurs pays d'Amérique du Sud ont participé à la Première Guerre mondiale, principalement en tant que fournisseurs de matières premières et de soutien logistique. Le Brésil est entré en guerre en 1917 aux côtés de la Triple Entente, principalement en raison de la destruction de navires brésiliens par des sous-marins allemands. L'Argentine, le Chili, l'Uruguay et le Pérou ont également fourni des approvisionnements et des matériaux de guerre à la Triple Entente, tandis que le Paraguay et l'Équateur sont restés neutres. Ces pays ont cherché à se positionner sur la scène internationale et à renforcer leur influence politique et économique.

L'engagement de certains pays d'Amérique du Sud, comme le Brésil, dans la Première Guerre mondiale leur a permis de participer à la Conférence de la Paix de Paris en 1919, qui a redessiné la carte politique de l'Europe et du monde, et de faire partie de la Société des Nations, l'organisation internationale créée pour maintenir la paix après la guerre. Cette participation a renforcé leur rôle et leur influence dans les affaires internationales et a contribué à leur émancipation vis-à-vis des puissances européennes et des États-Unis.

Mobilisation des empires

Les Empires mobilisent également leur potentiel économique et humain pour soutenir l'effort de guerre. Les colonies et les territoires sous domination impériale fournissent une main-d'œuvre abondante pour soutenir l'effort de guerre, en fournissant des soldats, des travailleurs et des ressources. La France et la Grande-Bretagne ont ainsi mobilisé des troupes coloniales, en particulier en Afrique, tandis que les colonies britanniques comme le Canada, l'Australie et la Nouvelle-Zélande ont envoyé des troupes et fourni un soutien économique important. Les colonies ont également été sollicitées pour leur production de matières premières et leur participation à l'effort de guerre industriel. Les territoires sous domination impériale ont fourni des matières premières telles que le caoutchouc, l'huile de palme, les minéraux et les métaux précieux, tandis que les industries coloniales ont été mobilisées pour fournir des biens de consommation et de guerre tels que des vêtements, des chaussures, des armes et des munitions.

Cependant, la mobilisation économique et humaine des Empires a également eu des conséquences négatives sur les populations coloniales et indigènes, qui ont souvent subi des conditions de travail difficiles et des restrictions sévères sur leur liberté de mouvement et leur vie quotidienne. De plus, la participation des colonies à la guerre a suscité des aspirations pour l'indépendance et la libération nationale, qui ont émergé avec une nouvelle force après la fin de la guerre.

La Première Guerre mondiale est un conflit qui a impliqué de nombreux pays à travers le monde, que ce soit sur le plan militaire, économique, politique ou culturel. Les empires coloniaux ont mobilisé des populations et des ressources des colonies pour soutenir l'effort de guerre, tandis que les pays neutres ont subi des conséquences économiques importantes en raison des perturbations du commerce mondial et de la pénurie de matières premières. De plus, le conflit a également eu des répercussions sur la politique internationale et la formation de nouveaux États après la guerre, tels que la création de la Tchécoslovaquie, de la Yougoslavie et de la Pologne.

Réflexions finales sur l'Europe au centre du monde de la fin du XIXe siècle à 1918

La période allant de la fin du XIXe siècle jusqu'à la fin de la Première Guerre mondiale peut être considérée comme un temps où l'Europe était au centre du monde, tant sur le plan politique qu'économique et culturel. Les empires européens dominaient le monde et leur rivalité pour le contrôle des territoires et des ressources s'est intensifiée.

La Première Guerre mondiale a été le point culminant de cette rivalité et a entraîné des conséquences dramatiques pour l'Europe et le monde entier. Ce conflit mondial a entraîné des pertes humaines et matérielles sans précédent, des changements politiques majeurs, la montée des nationalismes, des mouvements de libération dans les colonies et l'émergence des États-Unis comme une superpuissance mondiale.

La Première Guerre mondiale a également conduit à la naissance de la Société des Nations, précurseur de l'Organisation des Nations unies, dans l'espoir de prévenir de futurs conflits mondiaux. Cependant, les conséquences de la guerre ont également contribué à la montée du nazisme en Allemagne et à la Seconde Guerre mondiale.

En fin de compte, la période allant de la fin du XIXe siècle à la fin de la Première Guerre mondiale a été marquée par une domination européenne incontestée et par des rivalités qui ont conduit à une guerre mondiale. Cela a eu des conséquences profondes pour l'Europe et le monde, qui ont perduré bien après la fin du conflit.

la Première Guerre mondiale a profondément bouleversé l'ordre mondial et a marqué le début de la fin de l'hégémonie européenne sur le monde. Les pertes humaines et matérielles considérables ont entraîné une remise en question des valeurs et des certitudes qui régissaient la société européenne. De plus, la guerre a accéléré l'émergence de nouvelles puissances telles que les États-Unis, le Japon ou encore l'Union soviétique, qui vont remettre en cause l'équilibre mondial.

La guerre a également eu des conséquences économiques importantes, avec la montée en puissance des États-Unis en tant que première puissance économique mondiale et le déclin de l'Europe. Enfin, la guerre a ouvert la voie à de nouveaux conflits, en particulier la Seconde Guerre mondiale, qui vont bouleverser encore plus profondément l'ordre mondial.

La Première Guerre mondiale marque un tournant majeur de l'histoire mondiale, qui voit l'Europe perdre peu à peu sa position de leader mondial et qui va bouleverser durablement les équilibres géopolitiques.

Annexes

Références