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Esto significa la interrupción de las formas clásicas de violencia. Esta violencia se califica de extrema porque se califica de violencia más allá de la violencia, es una violencia que ya no tendría rituales y que es una crueldad extrema.
Esto significa la interrupción de las formas clásicas de violencia. Esta violencia se califica de extrema porque se califica de violencia más allá de la violencia, es una violencia que ya no tendría rituales y que es una crueldad extrema.
*La "exponencialidad de la violencia física contra las personas" significa una escalada sin precedentes de la violencia contra los individuos. Esto puede incluir un aumento drástico de los asesinatos, la violencia sexual, la tortura, entre otros actos de violencia física.  
*La '''exponencialidad de la violencia física contra las personas''' significa una escalada sin precedentes de la violencia contra los individuos. Esto puede incluir un aumento drástico de los asesinatos, la violencia sexual, la tortura, entre otros actos de violencia física.  
*El ''proceso de regresión del proceso civilizatorio'' es un retorno a comportamientos y actitudes brutales y primitivos, en contraste con las normas y valores que sustentan una sociedad civilizada. Esto puede manifestarse en el abandono de principios como el respeto de los derechos humanos, la justicia y la equidad.  
*El '''proceso de regresión del proceso civilizatorio''' es un retorno a comportamientos y actitudes brutales y primitivos, en contraste con las normas y valores que sustentan una sociedad civilizada. Esto puede manifestarse en el abandono de principios como el respeto de los derechos humanos, la justicia y la equidad.  
*La ''desregulación de las leyes y principios de la guerra'' significa el abandono de las normas que se han establecido para limitar los efectos destructivos de la guerra. Esto incluye el desprecio de las Convenciones de Ginebra, que establecen normas mínimas para el trato de las personas atrapadas en conflictos armados.  
*La '''desregulación de las leyes y principios de la guerra''' significa el abandono de las normas que se han establecido para limitar los efectos destructivos de la guerra. Esto incluye el desprecio de las Convenciones de Ginebra, que establecen normas mínimas para el trato de las personas atrapadas en conflictos armados.  
*La ''desinstitucionalización de la violencia es la ausencia de cualquier marco institucional o legal para controlar o regular la violencia''. Esto significa que la violencia ya no está limitada ni controlada por estructuras institucionales, como el gobierno o la justicia, y puede manifestarse de forma anárquica e impredecible.  
*La '''desinstitucionalización de la violencia es la ausencia de cualquier marco institucional o legal para controlar o regular la violencia'''. Esto significa que la violencia ya no está limitada ni controlada por estructuras institucionales, como el gobierno o la justicia, y puede manifestarse de forma anárquica e impredecible.  
Todos estos elementos contribuyen a la naturaleza devastadora de la violencia extrema y a su impacto en los individuos y las sociedades.
Todos estos elementos contribuyen a la naturaleza devastadora de la violencia extrema y a su impacto en los individuos y las sociedades.



Version du 22 mai 2023 à 10:58

Teorías de la violencia en la ciencia política
Faculté Faculté des sciences de la société
Département Département de science politique et relations internationales
Professeur(s) Rémi Baudoui
Cours Introducción a la Ciencia Política

Lectures


El estudio de la violencia en la ciencia política es un campo de investigación que examina las diferentes formas de violencia, su origen, causas y consecuencias en el contexto político. La violencia puede adoptar muchas formas, como la violencia física, la violencia simbólica, la violencia estructural, la violencia política, etc. Comprender estas diferentes formas de violencia y su papel en la política es esencial para analizar los conflictos, los movimientos sociales, la gobernanza y las relaciones internacionales.

Es importante estudiar las teorías clásicas de la violencia por varias razones. En primer lugar, sientan las bases teóricas de nuestra comprensión de la violencia en las ciencias sociales. Han establecido los conceptos y marcos analíticos utilizados en el estudio contemporáneo de la violencia. Al comprender estas teorías clásicas, disponemos de una base sólida para abordar las cuestiones de la violencia en un contexto más amplio. Además, estas teorías clásicas ofrecen una perspectiva histórica de los problemas de la violencia. Surgieron en distintos momentos de la historia del pensamiento social y político y, por tanto, nos permiten comprender cómo han evolucionado las ideas sobre la violencia a lo largo del tiempo y han conformado los enfoques actuales. También es esencial estudiar los conceptos y la terminología introducidos por las teorías clásicas de la violencia. Por ejemplo, la distinción entre violencia directa y estructural propuesta por Johan Galtung es fundamental para comprender las distintas formas de violencia y sus repercusiones. El estudio de estas teorías nos permite conocer en profundidad estos conceptos y su aplicación en el análisis de la violencia contemporánea. También es importante examinar críticamente las teorías clásicas de la violencia. Al estudiarlas, podemos cuestionar sus supuestos y limitaciones. Este enfoque crítico fomenta el desarrollo de nuevas teorías y perspectivas sobre la violencia, contribuyendo así a la evolución del conocimiento en este campo. Por último, las teorías clásicas de la violencia siguen siendo pertinentes hoy en día. Aunque algunas de ellas puedan parecer anticuadas, muchos de los conceptos e ideas que desarrollaron siguen siendo útiles para comprender la dinámica de la violencia contemporánea. Al estudiar estas teorías, podemos establecer conexiones entre las ideas del pasado y las realidades del presente, lo que a su vez nos permite comprender mejor las cuestiones contemporáneas relacionadas con la violencia.

El estudio de las teorías clásicas de la violencia es esencial para comprender a fondo este complejo fenómeno. Proporcionan los fundamentos teóricos, la perspectiva histórica, los conceptos clave y los marcos analíticos necesarios para comprender la naturaleza y las implicaciones de la violencia en diferentes contextos. Además, desempeñan un papel importante en el desarrollo de nuevos conocimientos y nuevos enfoques para prevenir y resolver los problemas de la violencia.

Languages

Etimología de la palabra "violencia"

La etimología, el estudio del origen y la evolución de las palabras, puede arrojar luz sobre la reflexión politológica acerca del concepto de violencia. Al examinar las raíces etimológicas y los significados de los términos relacionados con la violencia, podemos comprender mejor las diferentes concepciones e interpretaciones de este complejo fenómeno.

Por ejemplo, la propia palabra "violencia" deriva del latín "violentia", que significa "fuerza excesiva" o "violencia". Esta raíz pone de relieve la idea de una acción violenta que va más allá de los límites aceptables. La etimología del término sugiere así una noción de fuerza excesiva o coerción. Del mismo modo, la etimología de algunas otras palabras asociadas a la violencia también puede ofrecer ideas interesantes. Por ejemplo, la palabra "agresión" procede del latín "aggressio", que significa "ataque". Esto enfatiza la idea de una acción ofensiva o ataque contra otra persona. Al estudiar la etimología de la palabra, podemos comprender mejor la naturaleza intencionada y ofensiva de algunos comportamientos violentos. La etimología también puede revelar matices en las diferentes formas de violencia. Por ejemplo, el término "violencia simbólica", popularizado por el sociólogo Pierre Bourdieu, destaca la dimensión simbólica o no física de algunas formas de violencia. La etimología de la palabra "símbolo" remite a la idea de "juntar", subrayando así la importancia de los símbolos, las representaciones y las prácticas culturales en la perpetuación de la violencia social y política. Al estudiar la etimología de las palabras relacionadas con la violencia, los politólogos pueden profundizar en su comprensión de las concepciones e implicaciones de este fenómeno. Esto puede ayudarles a analizar los discursos políticos, descifrar los significados implícitos y examinar las distintas dimensiones de la violencia, ya sean físicas, simbólicas, estructurales o políticas. En última instancia, la etimología puede contribuir a una mejor comprensión de la violencia en el ámbito de la ciencia política al arrojar luz sobre los orígenes y los significados más profundos de los términos utilizados para describirla.

La etimología de la palabra "violencia" se remonta a la palabra latina "violentia", que significa "fuerza excesiva" o "violencia". Sin embargo, también es pertinente señalar que la palabra francesa "violencia" está estrechamente relacionada con la palabra "violer", que apareció en el siglo XI y deriva del latín "violare". La palabra "violar" implica la idea de un ataque a la integridad de una persona, ya sea física, moral o en su propio ser. Esta connotación de violar la integridad refuerza la noción de violencia como un acto que transgrede los límites aceptables y perjudica a los demás. Pone de relieve la dimensión más profunda de la violencia, que va más allá de la mera noción de fuerza física excesiva para incluir aspectos morales, psicológicos y existenciales. Esto subraya la importancia de considerar la violencia como un ataque a la persona en su totalidad, que afecta a su dignidad, seguridad y bienestar. Al examinar la etimología de la palabra "violencia" y su relación con la palabra "violación", comprendemos mejor la gravedad y el profundo impacto de la violencia en las personas y las sociedades. También refuerza la importancia de analizar las distintas formas de violencia y sus consecuencias multidimensionales en el ámbito de la ciencia política.

A lo largo del tiempo, el significado del término se ha ampliado para abarcar no sólo los ataques a la integridad personal, sino también los abusos de la fuerza y las acciones contrarias a las normas y las buenas convenciones. En el siglo XIII, el término "violencia" empezó a asociarse con el abuso de la fuerza. Esto significa que la violencia ya no se limita al uso excesivo de la fuerza, sino que también incluye el uso de la fuerza con fines contrarios a las normas y las buenas convenciones. Esto pone de relieve el aspecto normativo de la violencia, haciendo hincapié en que determinadas acciones violentas se perciben como contrarias a los principios éticos, morales o jurídicos de la sociedad. Esta ampliación del significado de la palabra "violencia" para incluir acciones contrarias a las buenas convenciones pone de relieve la importancia del contexto social y cultural a la hora de entender la violencia. Las normas y convenciones varían de una sociedad a otra, y lo que puede considerarse violento en una cultura puede no serlo en otra. Esta evolución del significado de la violencia es relevante. Destaca la importancia de tener en cuenta las normas, valores y convenciones sociales en el análisis de la violencia política. Las acciones que se perciben como violentas pueden variar según las expectativas sociales y las normas políticas establecidas.

La introducción del verbo "violar" a partir de 1342 refuerza la idea de que la violencia implica una acción intencionada. El verbo "violar" indica que hay una acción en curso, subrayando así la dimensión activa de la violencia. Subraya que la violencia es el resultado de una intención deliberada de actuar brusca e inmediatamente hacia otra persona. Esta noción de intencionalidad subraya que la violencia no es simplemente el producto del azar o de circunstancias accidentales, sino que es el resultado de una intención deliberada de dañar, dominar o coaccionar a otros. Implica agresividad en la acción, con el deseo de lograr resultados inmediatos y a menudo coercitivos. La aparición del adjetivo "violentamente" y de la expresión "hacer violencia" confirma aún más que la violencia está asociada a una acción específica. El adjetivo "violentamente" califica una acción realizada con fuerza e intensidad. Subraya la idea de una acción brutal, rápida e intensa, característica de la violencia. El uso de este adjetivo refuerza el aspecto dinámico y poderoso de la violencia. La frase "hacer violencia" subraya que la violencia implica una acción deliberada e intencionada. El uso del verbo "hacer" enfatiza el aspecto activo de la violencia, indicando que es el resultado de una acción llevada a cabo de forma determinada. También subraya que la violencia es una acción que se impone a otros, una acción que va en contra de la voluntad o los intereses de la persona afectada. Así, la aparición del adjetivo "violentamente" y de la expresión "hacer violencia" en el lenguaje refuerza la idea de que la violencia es una acción intencionada y dinámica. Esto pone de relieve la dimensión activa de la violencia, caracterizada por el uso deliberado de la fuerza o la coacción.

En el ámbito de la ciencia política, esta dimensión intencional de la violencia es crucial para comprender las motivaciones y los objetivos de los actores políticos que recurren a la violencia. Nos permite distinguir la violencia de los accidentes o sucesos involuntarios, y analizarla como una estrategia deliberada utilizada para alcanzar fines políticos específicos. Esto pone de relieve la necesidad de considerar las motivaciones, intenciones y dinámicas de acción que subyacen a los comportamientos violentos en el contexto político.

La violencia es inseparable de la acción y la intencionalidad humanas. Implica la intención de actuar y causar daño o coaccionar a otros. El componente de la fuerza es fundamental en la violencia, ya sea física, moral, psicológica o de otro tipo. Es importante reconocer que la violencia no se limita a actos físicos de agresión. También puede adoptar formas no físicas, como la violencia moral o psicológica. El maltrato emocional puede adoptar la forma de intimidación, desvalorización, manipulación o abuso emocional que pretende dañar la dignidad y el bienestar psicológico de una persona. La violencia psicológica abarca formas de abuso o coacción que actúan sobre la psique del individuo, que pueden incluir actos de manipulación, chantaje emocional, amenazas, privación emocional, etc. Estas formas de violencia pueden tener profundas consecuencias para la salud mental, el bienestar emocional y las relaciones sociales de las personas. Es esencial comprender que la violencia no es sólo la manifestación física de la fuerza, sino que también puede adoptar formas sutiles e insidiosas que afectan a la integridad, la dignidad y el bienestar de las personas. En el ámbito de la ciencia política, esta comprensión de la violencia en sus diferentes dimensiones es crucial para analizar las relaciones de poder, los conflictos políticos, las dinámicas sociales y las consecuencias políticas de la violencia. Esto permite tener en cuenta las diversas formas de violencia y desarrollar estrategias más holísticas y eficaces para la prevención y resolución de conflictos.

La violencia está intrínsecamente ligada a la acción e implica intencionalidad. A menudo se manifiesta mediante el uso de la fuerza y la coacción, lo que puede provocar un cambio en la posición, la situación o el comportamiento de una persona debido al daño infligido. Cuando una persona inflige violencia a otra, trata de imponer su voluntad mediante la fuerza o la coacción, provocando así que la persona objeto de la violencia cambie su posición o su comportamiento. Esto puede ocurrir en diversos contextos, como las relaciones interpersonales, las relaciones de poder o los conflictos políticos o sociales. La coacción mediante la violencia puede ser física, por ejemplo cuando una persona es agredida físicamente o sometida a actos de fuerza. También puede ser psicológica, social o política, cuando se obliga o coacciona a la persona para que se ajuste a determinadas normas, requisitos o exigencias bajo amenaza de consecuencias negativas. Es importante señalar que el uso de la fuerza y la coacción no son las únicas formas en que se expresa la violencia. Como ya se ha mencionado, la violencia puede adoptar otras formas, como la violencia moral, psicológica, simbólica o estructural, que también pueden tener efectos negativos sobre los individuos y las sociedades.

Hannah Arendt, filósofa política del siglo XX, ha hecho una importante contribución a la reflexión sobre la violencia y el poder. Sostuvo que la violencia debe distinguirse del poder y de la fuerza, porque la violencia requiere instrumentos específicos, mientras que el poder está más directamente relacionado con la capacidad de actuar e influir. Arendt sostiene que la violencia está asociada al uso de la fuerza física o de medios coercitivos para imponer la propia voluntad. Suele caracterizarse por la destrucción, sumisión o dominación del otro. Para ejercer la violencia, uno necesita instrumentos, armas o medios tangibles para imponer su voluntad por la fuerza. En cambio, Arendt distingue entre violencia y poder, que describe como más directamente instrumental. Según ella, el poder es la capacidad de actuar colectivamente, de reunirse y tomar decisiones políticas. Se basa en la cooperación, el consentimiento y la participación activa de los individuos. A diferencia de la violencia, el poder no requiere necesariamente el uso de la fuerza física o de medios coercitivos. Arendt subraya que el poder es una fuerza más sostenible y legítima que la violencia. El poder se basa en la capacidad de los individuos para unirse y actuar de forma concertada, mientras que la violencia suele utilizarse para superar obstáculos o la resistencia al poder. También destaca los peligros inherentes al uso de la violencia para alcanzar objetivos políticos, ya que puede conducir a una espiral de violencia y a la destrucción de las relaciones políticas y sociales. En su obra, Arendt examina las distintas formas de expresión de la violencia, especialmente en el contexto del totalitarismo, donde la violencia se utiliza sistemáticamente para controlar y oprimir a los individuos. Explora las implicaciones políticas y éticas de la violencia y el poder, tratando de entender cómo los individuos pueden preservar su dignidad y libertad frente a fuerzas violentas y opresivas.

Campos científicos de reflexión

El término "cognitivista" suele referirse a un tipo de psicólogo que se centra en cómo las personas perciben, piensan, recuerdan, aprenden y resuelven problemas. Los cognitivistas se interesan sobre todo por la información entrante y cómo la procesa el cerebro. Estudian la violencia desde el punto de vista de cómo la percibe y procesa el cerebro. En los últimos treinta años, los cognitivistas han abordado la cuestión de la violencia desde un punto de vista científico. Su trabajo ha puesto de relieve ciertos procesos cognitivos que pueden conducir a la violencia. Por ejemplo, han estudiado cómo los sesgos cognitivos (como el pensamiento dicotómico, en el que todo se percibe como bueno o malo, sin matices) pueden conducir a la violencia. También han estudiado cómo los patrones de pensamiento disfuncionales (como la rumiación, en la que una persona se atasca en pensamientos negativos) pueden aumentar el riesgo de comportamiento violento. La investigación también ha demostrado que las personas con tendencia a la violencia suelen tener una capacidad reducida para reconocer y comprender las emociones de los demás, un fenómeno conocido como alexitimia. También pueden tener dificultades para regular sus propias emociones, especialmente la ira. Esta investigación tiene importantes implicaciones para la prevención y el tratamiento de la violencia. Por ejemplo, sugiere que las intervenciones dirigidas a mejorar la regulación de las emociones y a cambiar los patrones de pensamiento disfuncionales pueden ser eficaces para reducir la violencia. Además, si comprendemos los procesos cognitivos que subyacen a la violencia, podremos identificar mejor a las personas en situación de riesgo y ayudarlas antes de que se vuelvan violentas. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la violencia es un fenómeno complejo en el que influyen muchos factores, entre otros sociales, económicos y ambientales.

Konrad Lorenz fue un etólogo austriaco que contribuyó enormemente a nuestra comprensión del comportamiento animal, incluida la agresividad. En su libro de 1963 "Sobre la agresión", Lorenz presentó la teoría de que la agresión es un instinto innato en animales y humanos. Lorenz define la agresividad como una fuerza motriz que impulsa al individuo a luchar. Para él, la agresión no es necesariamente destructiva o antisocial, sino que puede ser esencial para la supervivencia y la evolución de las especies. Por ejemplo, la agresión puede fomentar la competencia, lo que a su vez puede favorecer la adaptación y la supervivencia. Lorenz también cree que la agresividad está vinculada a procesos neurobiológicos específicos y se desencadena por estímulos concretos, que él denomina "señales activadoras fijas". Estas señales pueden variar de una especie a otra, y en los humanos pueden ser muy complejas. En el caso de la humanidad, Lorenz sugiere que nuestra agresividad innata puede verse exacerbada por ciertos aspectos de la sociedad moderna. Sostiene que las sociedades tradicionales tenían formas de canalizar la agresividad de forma productiva y minimizar los conflictos violentos, pero que estos mecanismos pueden estar ausentes o ser disfuncionales en la sociedad moderna.

Algunos investigadores, entre ellos Lorenz, han sugerido que la agresividad es una característica común de todas las especies, y quizá incluso un instinto biológico básico. Esto no significa que todos los seres sean constantemente agresivos, sino que todos tienen la capacidad de expresar un comportamiento agresivo en determinadas circunstancias. En el mundo animal, la agresividad puede desempeñar un papel importante en distintas situaciones, como la defensa del territorio, el acceso a los recursos alimentarios o el establecimiento de la dominancia dentro de un grupo. Algunos de estos comportamientos también pueden observarse en la especie humana. Sin embargo, hay que señalar que la agresión humana tiene características únicas que la distinguen de la agresión en otros animales. Por ejemplo, los humanos son capaces de agresión simbólica e indirecta (como la humillación o el rechazo social), y también son capaces de violencia a gran escala, como la guerra. Además, aunque la biología y el instinto pueden desempeñar un papel en la agresividad, muchos investigadores también destacan la importancia de los factores ambientales y sociales. Por ejemplo, factores como la pobreza, el estrés, el abuso de sustancias, la exposición a la violencia en los medios de comunicación y la falta de habilidades para resolver conflictos pueden aumentar el riesgo de comportamiento agresivo. También es importante subrayar que, aunque la agresividad puede ser una característica común de todas las especies, esto no significa que sea inevitable o irreversible. Numerosas investigaciones demuestran que la agresividad puede modificarse mediante intervenciones adecuadas, como la educación, la terapia y los cambios en el entorno social y físico.

La agresión también puede entenderse como un modo de expresión y acción. Puede ser una respuesta a un entorno percibido como amenazante o estresante, y puede representar un intento de defender recursos que se perciben en peligro, ya sean recursos físicos o psicológicos. La agresión también puede ser una forma de expresar sentimientos de frustración, ira, ansiedad o miedo. Esto no justifica necesariamente la agresión, pero ayuda a comprender por qué puede producirse. Entender la agresión como un modo de expresión también puede ayudar a desarrollar formas más eficaces de gestionar y prevenir la agresión. Por ejemplo, puede ser útil aprender a expresar los sentimientos de forma más constructiva o a resolver los conflictos de forma no violenta. También es importante señalar que la agresión no es la única forma de expresar estos sentimientos o de reaccionar ante estas situaciones. Muchas personas y culturas han desarrollado formas no agresivas de afrontar los conflictos, la adversidad y las emociones negativas. Así pues, aunque la agresividad puede ser una respuesta instintiva a determinadas situaciones, no es la única respuesta posible, y a menudo puede modificarse o controlarse mediante el aprendizaje y la práctica. Sin embargo, también es crucial distinguir entre agresión y asertividad. Mientras que la agresión suele implicar intimidación, dominación o violación de los derechos de los demás, la asertividad es una forma de expresarse que respeta los derechos y sentimientos de los demás al tiempo que defiende eficazmente los propios derechos y necesidades.

Las cuestiones de la violencia y la agresión trascienden las disciplinas e implican una amplia gama de factores, desde los aspectos biológicos y cognitivos individuales hasta las influencias socioculturales y políticas. A nivel individual, la psicología cognitiva y la neurociencia han contribuido mucho a nuestra comprensión de los mecanismos cerebrales y cognitivos que pueden conducir a la violencia o la agresión. Por ejemplo, la investigación ha demostrado que ciertos tipos de sesgos cognitivos, disfunciones en el procesamiento de la información o dificultades en la regulación de las emociones pueden aumentar el riesgo de comportamiento agresivo. Sin embargo, también es esencial comprender que la violencia y la agresión están profundamente influidas por factores socioculturales y políticos. La cultura puede influir en cómo se percibe, acepta o sanciona la violencia, y puede proporcionar modelos de comportamiento violento o no violento. Por ejemplo, una cultura que valora la dominación o la agresión puede fomentar el comportamiento violento, mientras que una cultura que valora la cooperación o la resolución pacífica de conflictos puede fomentar el comportamiento no violento. Del mismo modo, la política puede influir en la violencia a todos los niveles, desde las políticas gubernamentales que pueden fomentar o disuadir la violencia (por ejemplo, mediante leyes de control de armas o políticas educativas) hasta el modo en que el conflicto político o la desigualdad pueden desembocar en violencia a gran escala, como guerras o revoluciones.

La violencia y la agresión son fenómenos multidimensionales en los que influyen multitud de factores. Por lo tanto, es necesario adoptar un enfoque interdisciplinario para comprenderlos plenamente. Estas disciplinas incluyen la biología, la psicología, la sociología, la antropología, la criminología y las ciencias políticas, entre otras.

  • La biología y la psicología suelen centrarse en los factores individuales que pueden conducir a la violencia, como los procesos neurológicos, los sesgos cognitivos, los trastornos de la personalidad, la regulación emocional, etc.
  • La sociología y la antropología suelen examinar cómo los factores sociales y culturales pueden influir en la violencia, por ejemplo, cómo la estructura social, las normas culturales, los roles de género, las desigualdades, etc., pueden promover o disuadir la violencia.
  • La criminología se centra en los factores que pueden conducir a la violencia delictiva, incluidos los factores individuales, sociales, económicos y medioambientales.
  • Las ciencias políticas examinan a menudo la violencia a un nivel más macroscópico, por ejemplo, cómo los conflictos políticos, las políticas gubernamentales, el terrorismo, la guerra, etc., pueden conducir a la violencia a gran escala.

Estas y otras disciplinas ofrecen perspectivas únicas e importantes sobre la violencia y la agresión. Por lo tanto, una comprensión global de estos fenómenos requiere un enfoque interdisciplinario que integre las perspectivas de todas estas disciplinas.

Sin duda, la agresión puede ser una forma de expresión y, en algunos casos, puede utilizarse para expresar la individualidad. Por ejemplo, una persona puede utilizar la agresión para afirmar su autonomía, para resistirse a una autoridad que percibe como opresora o para distinguirse de los demás. La expresión de la individualidad está intrínsecamente ligada a la comunicación. Ya sea a través del arte, el habla, el comportamiento, el estilo de vestir u otros medios, sirve para transmitir información sobre uno mismo a los demás. Es una forma de expresar sentimientos, pensamientos, valores, intereses y una personalidad única. Además, la expresión de la individualidad no es sólo una comunicación unidireccional: es también una forma de interactuar con los demás y participar en la vida social. Por ejemplo, cuando expresas tu individualidad, puedes inspirar a los demás, retarles, invitarles a conocerte mejor o simplemente compartir con ellos una parte de ti mismo. Este es un aspecto fundamental de la comunicación humana.

Para comprender plenamente la violencia y la agresividad, es crucial tener en cuenta varias dimensiones. Estas dimensiones incluyen factores biológicos, rasgos de la personalidad individual e interacción social.

  1. Factores biológicos: Está bien establecido que los factores biológicos pueden influir en la propensión a la violencia y la agresión. Por ejemplo, los desequilibrios químicos en el cerebro, las anomalías genéticas o los daños cerebrales pueden aumentar el riesgo de comportamiento violento o agresivo.
  2. Rasgos de personalidad: Los rasgos individuales de personalidad también pueden desempeñar un papel importante. Por ejemplo, rasgos de personalidad como la impulsividad, el escaso autocontrol o la tendencia a la irritabilidad pueden aumentar el riesgo de agresividad. Del mismo modo, ciertas condiciones psicológicas, como el trastorno de personalidad antisocial, también se asocian a una mayor propensión a la violencia.
  3. Interacción social: La socialización desempeña un papel clave en el desarrollo de comportamientos agresivos o violentos. Los niños que no están suficientemente socializados, o que crecen en entornos en los que la violencia es habitual o está aceptada, pueden ser más propensos a recurrir a la agresión. Además, las personas que tienen dificultades para gestionar las relaciones sociales o para comprender y responder a las señales sociales también pueden ser más propensas a actuar de forma agresiva.

Estas tres dimensiones están interconectadas y se refuerzan mutuamente. Por ejemplo, los factores biológicos pueden influir en los rasgos de personalidad, que a su vez pueden influir en la forma en que una persona interactúa con los demás. Del mismo modo, las experiencias sociales pueden afectar tanto a los rasgos de personalidad como a la biología de una persona. Por lo tanto, es necesario tener en cuenta las tres dimensiones para comprender plenamente la violencia y la agresión y desarrollar intervenciones eficaces para prevenir o gestionar estos comportamientos. Estas intervenciones pueden incluir estrategias biológicas (como la medicación), psicológicas (como la terapia conductual) y sociales (como la educación para la resolución pacífica de conflictos o la creación de entornos sociales más seguros e integradores).

El control del entorno es un factor clave para limitar la agresividad y la violencia. Esto puede entenderse de varias maneras. En primer lugar, la capacidad de controlar los aspectos físicos del entorno puede ayudar a reducir la agresividad. Por ejemplo, una persona que es capaz de crear un entorno vital seguro y cómodo puede ser menos propensa a experimentar el estrés y la frustración que pueden conducir a la agresión. En segundo lugar, el control del entorno social también puede ser importante. Una persona con buenas habilidades sociales y capaz de relacionarse eficazmente con los demás puede tener menos probabilidades de recurrir a la agresión como medio para resolver conflictos. En tercer lugar, el control del entorno emocional interno también es crucial. Una persona que ha desarrollado habilidades eficaces de regulación de las emociones y de resistencia al estrés puede estar mejor preparada para manejar situaciones que, de otro modo, podrían conducir a la agresión. Por último, el control del entorno también puede significar la capacidad de cambiar el propio entorno cuando sea necesario. Por ejemplo, una persona que es capaz de abandonar un entorno violento o evitar crearlo puede ser menos propensa a recurrir a la violencia por sí misma. Para desarrollar esta alfabetización ambiental, puede ser útil adoptar un enfoque holístico que incluya la promoción de la salud mental, la educación en resolución no violenta de conflictos, el desarrollo de habilidades sociales, la mejora de las condiciones de vida y otras estrategias similares.

La emoción desempeña un papel central en la agresión y la violencia. Las emociones intensas, como la ira, la frustración o el miedo, pueden desencadenar a menudo comportamientos agresivos. Además, la forma en que percibimos e interpretamos nuestras emociones también puede influir en nuestra propensión a ser agresivos. Por ejemplo, si interpretamos nuestras emociones de ira como una indicación de que nos han tratado injustamente, esto puede impulsarnos a actuar de forma agresiva para restablecer lo que percibimos como un equilibrio justo. Del mismo modo, si nos resulta difícil gestionar o expresar nuestras emociones de forma saludable, esto puede hacernos más propensos a recurrir a la agresión como medio de expresión. Por eso, la regulación emocional -la capacidad de comprender, gestionar y responder adecuadamente a nuestras emociones- suele ser un elemento clave para prevenir la agresión y la violencia. Las estrategias de regulación emocional pueden incluir cosas como tomar conciencia de las propias emociones, aprender técnicas de relajación o de reducción del estrés, practicar la comunicación asertiva, desarrollar habilidades de resolución de problemas y otras técnicas similares. También es importante señalar que nuestra percepción de lo que constituye una "agresión" puede variar mucho de una persona a otra y de una cultura a otra. Lo que una persona percibe como agresión puede ser percibido como una acción neutra o incluso positiva por otra. Esto significa que comprender y abordar estas diferencias de percepción puede ser crucial para prevenir la agresión y la violencia.

La agresividad es un término que hace referencia a la capacidad de una situación para provocar o fomentar un comportamiento agresivo, y esta capacidad suele estar determinada por las tres dimensiones mencionadas anteriormente: factores biológicos, rasgos de personalidad e interacciones sociales. La percepción desempeña un papel clave en la agresividad. Por ejemplo, si una persona percibe una situación como amenazante, injusta o frustrante, es más probable que responda de forma agresiva. Del mismo modo, si una persona tiene una propensión biológica o personal a percibir las situaciones de forma negativa, o si ha sido socializada en un entorno en el que la agresividad se considera una respuesta adecuada, es más probable que las situaciones le resulten agresivas. También es importante señalar que las situaciones agresivas no son necesariamente agresivas de por sí. Por ejemplo, una discusión acalorada o un debate intenso pueden ser percibidos como agresivos por una persona, pero no por otra. Esto significa que la forma en que interpretamos y reaccionamos ante las situaciones puede tener un gran impacto en su agresividad. Por eso es crucial desarrollar habilidades de regulación emocional, resolución de conflictos y comunicación asertiva. Estas habilidades pueden ayudarnos a navegar de forma más sana y eficaz a través de situaciones agresivas, y convertirlas en oportunidades de crecimiento y entendimiento mutuo.

La ciencia política, como disciplina, está muy interesada en la violencia. La violencia, especialmente la violencia política, es un aspecto fundamental de la organización de las sociedades humanas, y su comprensión puede ayudar a arrojar luz sobre muchos aspectos de la política, como la formación del Estado, los conflictos étnicos y religiosos, la revolución, el terrorismo, la guerra y la paz, entre otros. En ciencia política, la violencia suele considerarse una forma de acción política. Es decir, la violencia se utiliza a menudo como medio para alcanzar objetivos políticos, ya sea para ganar poder, defender derechos, resistir a la opresión, promover el cambio social u otros objetivos similares. Sin embargo, es importante señalar que, aunque la violencia es una forma de acción, no es la única, ni necesariamente la mejor, manera de alcanzar estos objetivos. Existen muchas otras formas de acción política, como el activismo, la negociación, el diálogo, la educación y otras estrategias no violentas, que a menudo pueden ser más eficaces y menos destructivas. En cuanto a la suposición de que "la violencia es acción", podría servir como punto de partida para teorizar sobre las condiciones en las que la violencia se convierte en una forma aceptable o preferida de acción política. Por ejemplo, una teoría de este tipo podría explorar cuestiones como: ¿Cuáles son los factores que llevan a individuos o grupos a elegir la violencia como medio de acción política? ¿Cómo influyen las estructuras políticas, económicas y sociales en esta decisión? ¿Cuáles son las repercusiones de la violencia en la política y la sociedad, y cómo pueden gestionarse o minimizarse?

La teoría contextual desempeña un papel esencial en la comprensión de la violencia, especialmente en el campo de la ciencia política. Al centrarnos en la relación entre lo individual y lo colectivo, podemos examinar cómo influye el contexto social, económico y político en el comportamiento violento. La dimensión colectiva de la violencia se manifiesta de varias maneras. Por ejemplo, grupos de individuos pueden ejercer la violencia juntos, como en disturbios o guerras. En estos casos, la dinámica de grupo puede reforzar la violencia, ya que los individuos suelen sentirse menos responsables de sus actos cuando actúan en grupo. Además, la violencia puede utilizarse como medio para afirmar la identidad del grupo o defender sus intereses. Por ejemplo, los grupos étnicos, religiosos o políticos pueden utilizar la violencia para luchar contra la discriminación o la opresión, o para reivindicar el poder. Sin embargo, es importante señalar que la dimensión colectiva de la violencia no es sólo una cuestión de dinámica de grupo. Las estructuras sociales, económicas y políticas más amplias también desempeñan un papel importante a la hora de facilitar o limitar la violencia. Por ejemplo, unas instituciones políticas fuertes y equitativas pueden ayudar a prevenir la violencia resolviendo los conflictos pacíficamente, mientras que la desigualdad económica o la discriminación social pueden fomentar la violencia creando frustraciones y tensiones. Por lo tanto, comprender la dimensión colectiva de la violencia requiere un análisis del contexto en el que se produce, incluidas las normas sociales, las instituciones políticas, las condiciones económicas y otros factores similares. Aquí es donde la teoría contextual puede resultar especialmente útil.

Pasar de un hecho individual a un hecho colectivo implica un análisis exhaustivo de los mecanismos de socialización y formación de grupos. Los comportamientos individuales sólo se convierten en fenómenos colectivos cuando son adoptados y repetidos por un grupo de personas. En este proceso pueden influir diversos factores, como las normas sociales, las instituciones políticas, la educación, los medios de comunicación y otras influencias culturales. En el caso de la violencia, un acto violento puede convertirse en un fenómeno colectivo cuando la violencia se percibe como un medio aceptable o necesario para resolver conflictos, afirmar la identidad del grupo, defender derechos o alcanzar otros objetivos sociales o políticos. Por ejemplo, si una sociedad está marcada por los conflictos armados, la violencia puede convertirse en un comportamiento social aceptado o incluso esperado. La violencia puede describirse como un hecho social cuando se convierte en un fenómeno generalizado y aceptado en una sociedad. Esto puede ocurrir cuando la violencia está institucionalizada, como en el caso de la violencia estatal, o cuando la violencia está culturalmente aceptada, como en el caso de algunas formas de violencia doméstica o de género. La gestión política de la violencia es una cuestión clave, ya que afecta a cómo se percibe, gestiona y previene la violencia en una sociedad. Las políticas públicas pueden ayudar a prevenir la violencia fomentando la educación, mejorando las condiciones de vida, estableciendo medidas para prevenir y castigar la violencia y promoviendo la resolución pacífica de conflictos.

= Teorías clásicas de la violencia

Hobbes (1588 - 1979) y la teoría de la violencia como utilidad social

Thomas Hobbes.

Thomas Hobbes, filósofo político inglés del siglo XVII, es muy conocido por su teoría del estado de naturaleza y el contrato social, que tiene importantes implicaciones para nuestra comprensión de la violencia. En su obra más famosa, "El Leviatán", Hobbes describe el estado de naturaleza como un estado de "guerra de todos contra todos" en el que la violencia es omnipresente. Según Hobbes, en ausencia de una autoridad central (un "Leviatán") que imponga el orden, los individuos están en constante competencia por los recursos, lo que conduce a un estado constante de miedo y violencia. Sin embargo, Hobbes considera que los individuos son racionales y tratan de evitar esta brutal condición de vida. Por ello, deciden celebrar un contrato social, renunciando a parte de su libertad a cambio de la protección que les ofrece un Estado o autoridad central. El Estado, a cambio, tiene el deber de mantener el orden y proteger a los ciudadanos de la violencia. En la perspectiva de Hobbes, por tanto, la violencia tiene una cierta "utilidad social" en la medida en que sirve de motivación para la creación del Estado y el establecimiento del contrato social. El miedo a la violencia en el estado de naturaleza motiva a los individuos a unirse y crear una sociedad organizada para garantizar su seguridad colectiva. Es importante señalar, sin embargo, que aunque Hobbes reconoce esta "utilidad" de la violencia en la creación del Estado, no promueve la violencia per se. Al contrario, el propósito del Estado es precisamente eliminar la violencia de la vida cotidiana de los individuos. Para Hobbes, por tanto, la violencia no es una característica deseable de la sociedad, sino más bien un mal que hay que evitar.

Thomas Hobbes detalló en sus escritos tres niveles de posible violencia:

  • Las relaciones interindividuales en el estado de naturaleza: Hobbes describió el estado de naturaleza como un lugar de violencia brutal, donde no existe ninguna autoridad que proteja a los individuos unos de otros. En este estado, decía Hobbes, la vida del hombre es "solitaria, pobre, embrutecida y corta". Los individuos están en constante conflicto por unos recursos limitados, lo que conduce a un estado de "guerra de todos contra todos".
  • Guerra internacional: Hobbes consideraba que las relaciones internacionales existían en un estado de naturaleza similar, en el que cada Estado es soberano y no existe una autoridad global que regule sus interacciones. Esto puede dar lugar a guerras internacionales, en las que cada Estado actúa en su propio interés y utiliza la fuerza para conseguir sus objetivos.
  • Guerra entre el gobernante y los rebeldes: Hobbes también discutió la violencia que puede ocurrir dentro de un estado, particularmente entre el gobernante y los rebeldes. Para Hobbes, cualquier rebelión contra el gobernante es ilegítima porque viola el contrato social y puede hacer que la sociedad vuelva al estado de naturaleza. Sin embargo, acepta que si el soberano incumple sus obligaciones (en particular la de proteger a los ciudadanos), éstos tienen derecho a defenderse.

Cada uno de estos niveles de violencia ilustra un aspecto diferente de la teoría política de Hobbes. Destacan su opinión de que la violencia es una consecuencia inevitable del estado de naturaleza y de que el Estado y el contrato social son necesarios para mantener la paz y el orden.

En su libro "Leviatán", Hobbes identificó tres causas principales de conflicto en el estado de naturaleza, que conducen a la violencia:

  • Rivalidad: Según Hobbes, la rivalidad está causada por la competencia por unos recursos limitados. En el estado de naturaleza, los individuos compiten constantemente por los recursos necesarios para la supervivencia, como la comida, el agua y el cobijo. Esta competencia puede desembocar en conflictos y violencia.
  • Desconfianza: La desconfianza también puede conducir a la violencia, porque en el estado de naturaleza los individuos no pueden confiar en que los demás respeten sus derechos o su propiedad. En tal estado, los individuos pueden recurrir a la violencia para protegerse a sí mismos o a su propiedad como medida de precaución, aunque no exista una amenaza inmediata.
  • Orgullo (o fama): Hobbes también consideró que el deseo de fama o reputación puede conducir a la violencia. Los individuos pueden luchar para preservar su honor, para ganarse el respeto de los demás o para asegurar su lugar en la jerarquía social.

Estas causas de conflicto y violencia retratan el estado de naturaleza como un lugar de miedo e inseguridad, donde los individuos están constantemente en guardia y dispuestos a luchar por su supervivencia. Por lo tanto, según Hobbes, los individuos tienen un interés racional en salir de este estado de naturaleza y establecer un contrato social, para crear un estado que pueda garantizar la paz y la seguridad.

Según la teoría de Hobbes, estas tres causas principales de conflicto (rivalidad, desconfianza y orgullo) pueden desembocar en guerras y conflictos. Sin una autoridad central que mantenga el orden, imponga normas y regule el comportamiento, es probable que los individuos luchen por unos recursos limitados, se protejan como medida de precaución debido a la desconfianza y traten de hacer valer su reputación o su lugar en la jerarquía social. En el estado de naturaleza descrito por Hobbes, estos conflictos no están regulados y pueden degenerar fácilmente en violencia generalizada o guerra. Por eso Hobbes apoyaba la idea de la creación de un "Leviatán", o un Estado poderoso, que pudiera controlar la violencia y mantener el orden. Además, estos conceptos pueden extrapolarse al ámbito internacional. Los Estados, al igual que los individuos en estado de naturaleza, pueden encontrarse en conflicto por los recursos, la desconfianza mutua o el orgullo nacional. Estas tensiones pueden desembocar en guerras o conflictos internacionales. Aunque Hobbes describió un estado de naturaleza potencialmente violento, su objetivo no era promover la violencia, sino subrayar la importancia de la autoridad central (el Estado) para mantener la paz y el orden.

Nivel de las relaciones interindividuales en el estado de naturaleza

En la filosofía de Hobbes, la violencia se asocia a la falta de razón y suele estar vinculada a las pasiones desenfrenadas. Para Hobbes, los individuos racionales tratarían de evitar la violencia porque conduce a la inseguridad y la inestabilidad. Este es uno de los principales argumentos de Hobbes para explicar por qué los individuos deciden formar un Estado mediante un contrato social: para escapar de la violencia y la incertidumbre del estado de naturaleza. Sin embargo, Hobbes no ve la violencia como algo totalmente irracional. Más bien, la ve como el producto inevitable de la búsqueda racional de intereses en una situación en la que no hay autoridad que regule el comportamiento de los individuos. En otras palabras, en el estado de naturaleza, puede ser racional que un individuo recurra a la violencia para asegurar su supervivencia o para proteger su propiedad.

Esta es una de las paradojas centrales de la filosofía política de Thomas Hobbes: la violencia, aunque a menudo desencadenada por pasiones irracionales, impulsa a actuar racionalmente para evitar esos conflictos en el futuro. En el estado de naturaleza, donde prevalecen la desconfianza, la rivalidad y la búsqueda de la gloria, los individuos pueden verse impulsados a actuar violentamente para garantizar su propia seguridad e intereses. Sin embargo, la vida en este estado de guerra perpetua es peligrosa e inestable y, según Hobbes, los individuos son racionales y buscan de forma natural evitar estas brutales condiciones de vida. Por tanto, es la perspectiva de esta violencia lo que impulsa a los individuos a celebrar un contrato social y crear un Estado. Este paso de la violencia irracional a la acción racional para evitarla ilustra la paradoja en el corazón de la filosofía de Hobbes. El deseo de evitar la violencia, a pesar de su naturaleza apasionada e irracional, motiva la creación de una estructura política y social racional y ordenada. Aunque Hobbes ofrece esta teoría como explicación del desarrollo de la sociedad y el Estado, no sugiere que la violencia sea un requisito previo necesario o deseable para este proceso. El objetivo último, según Hobbes, es establecer un Estado que pueda mantener la paz y la seguridad, minimizando así la posibilidad de violencia.

Es posible establecer una cadena conceptual que vincule la "oposición" con la "sinrazón", luego con la "pasión" y finalmente con la "anarquía". Esto puede interpretarse en el contexto de la filosofía política de la siguiente manera:

  1. Oposición: Podría referirse a la competencia o lucha por los recursos en el estado de naturaleza, tal y como lo describe Hobbes. Sin una autoridad que imponga el orden, los individuos se encuentran en oposición para asegurar su supervivencia.
  2. Irracionalidad: La constante oposición y lucha por la supervivencia puede llevar a comportamientos irracionales, como la violencia. Sin regulación ni protección, los individuos pueden actuar impulsiva o irracionalmente para garantizar su propia seguridad.
  3. Pasión: Hobbes veía en las pasiones humanas una de las principales causas de conflicto y violencia. En el estado de naturaleza, sin reglas que moderen estas pasiones, pueden llevar a la sinrazón y a la violencia.
  4. Anarquía: Si las pasiones humanas no están reguladas por la autoridad, el estado de naturaleza puede convertirse en anarquía. Hobbes describió este estado como una "guerra de todos contra todos", donde no hay ley ni orden, y la violencia es desenfrenada.

Hobbes consideraba que esta cadena de acontecimientos era potencial, no inevitable. Sostenía que, al reconocer la posibilidad de esta secuencia de acontecimientos, los individuos podían optar por formar un contrato social y crear un Estado, para prevenir la sinrazón, moderar las pasiones y evitar la anarquía.

La cuestión de la racionalidad de la acción es un tema central de la filosofía y las ciencias sociales. La mayoría de las teorías de la acción asumen que los individuos actúan racionalmente, es decir, que eligen los medios más eficaces para alcanzar sus objetivos, dadas sus creencias y valores. Sin embargo, la idea de que toda acción es racional puede cuestionarse. Por ejemplo, sabemos que las personas pueden actuar por emoción, impulso o limitaciones cognitivas que les impiden tomar decisiones perfectamente racionales. Además, lo que consideramos "racional" puede variar según el contexto cultural o personal. En lo que respecta a la violencia, puede resultar difícil considerar "racionales" los actos violentos. Sin embargo, desde la perspectiva del actor, la violencia puede parecer una respuesta racional a una situación de amenaza percibida. Además, en algunas circunstancias, la violencia puede utilizarse como medio estratégico para alcanzar objetivos específicos. En la teoría de Hobbes, por ejemplo, la violencia en el estado de naturaleza puede verse como una respuesta racional a una situación de inseguridad y competencia por los recursos. Sin embargo, el propio Hobbes reconoce que esta violencia es perjudicial y desestabilizadora, y sostiene que la solución más racional es crear un Estado que pueda proporcionar paz y seguridad.

Nivel de guerra internacional

El concepto de Estado de Westfalia hace referencia a cierto tipo de orden internacional surgido a raíz de los Tratados de Westfalia de 1648, que pusieron fin a la Guerra de los Treinta Años en Europa. Estos tratados establecieron la idea de soberanía estatal, según la cual cada Estado tiene autoridad exclusiva e incuestionable sobre su territorio y su población. El orden westfaliano se caracteriza, pues, por un sistema internacional de Estados soberanos que no reconocen más autoridad que la suya propia.

En un sistema así, los Estados pueden entrar en conflicto o en guerra por diversas razones, como la rivalidad por el poder o los recursos, las disputas territoriales o las diferencias ideológicas. En este contexto, la guerra puede considerarse una prolongación de la política por otros medios, por utilizar la famosa fórmula de Carl von Clausewitz.

La teoría de Hobbes sobre el estado de naturaleza y el estado de guerra puede aplicarse a escala internacional en el sistema westfaliano. En ausencia de una autoridad mundial superior que regule las relaciones entre los Estados, éstos pueden encontrarse en una situación similar al estado de naturaleza descrito por Hobbes, donde el conflicto es constante y la seguridad está siempre amenazada. Del mismo modo, al igual que los individuos en el estado de naturaleza, los Estados pueden optar por formar alianzas u organizaciones internacionales para garantizar su seguridad y promover sus intereses.

El Estado, movido por un deseo intrínseco de acumular poder, se encuentra a menudo en competencia o conflicto con otros Estados por recursos adicionales. Esto puede conducir a un estado de guerra latente, en el que cada Estado busca maximizar su poder relativo. Sin embargo, para que el Estado funcione eficazmente y garantice el bienestar de sus ciudadanos, también debe ser capaz de gestionar y regular su propia violencia, tanto interna como externa. Esta tarea suele estar a cargo del gobernante y de diversas instituciones públicas, que se encargan de mantener el orden y la paz tanto dentro como fuera de las fronteras del Estado.

Esta hipótesis se refiere a los elementos esenciales del sistema internacional de Estados y a las razones por las que éstos pueden entrar en conflicto.

  1. Deseo de acumulación: La idea de que los Estados buscan aumentar su poder es fundamental en las relaciones internacionales. El poder puede significar el control de más territorio, recursos, influencia política o económica, etc. Esta búsqueda de acumulación puede llevar al conflicto. Esta búsqueda de acumulación puede provocar tensiones o conflictos con otros Estados.
  2. Estado de guerra: Desde una perspectiva hobbesiana, la situación internacional sin una autoridad supranacional puede parecerse a un "estado de guerra" en el que los Estados deben prepararse constantemente para defenderse de posibles amenazas.
  3. El papel del soberano y de las instituciones públicas: En este contexto, el soberano y las instituciones públicas desempeñan un papel esencial para garantizar la seguridad y gestionar los recursos del Estado.
  4. La gestión de la violencia: Un aspecto crucial del poder del Estado es la capacidad de gestionar y controlar la violencia. Esto incluye no sólo la defensa contra las amenazas externas, sino también el mantenimiento del orden y la paz dentro de las fronteras del Estado. En el sistema westfaliano, la capacidad de controlar la violencia es un atributo esencial de la soberanía.

Estos elementos ponen de relieve la complejidad de las relaciones entre los Estados y la forma de entender la violencia y la guerra en un contexto internacional.

En la teoría de Hobbes, el Estado tiene una doble función. Debe defenderse de las amenazas externas, pero también de la violencia interna. Para Hobbes, el Estado es un medio de contener la violencia inherente a la naturaleza humana. En su obra "Leviatán", postula que sin una autoridad central que imponga el orden, la sociedad se encontraría en un "estado de guerra de todos contra todos". Así pues, el Estado, como "Leviatán", debe ejercer un poder absoluto para mantener la paz y evitar la violencia. Esta tarea incluye no sólo la defensa contra las amenazas externas, sino también la prevención y gestión de la violencia dentro del Estado. Debe ser capaz de hacer cumplir las leyes y normas para evitar conflictos internos y mantener la cohesión social. Para Hobbes, este poder del Estado no debe utilizarse arbitrariamente, sino que debe estar siempre dirigido al bienestar y la seguridad de los ciudadanos.

Para Hobbes, la violencia es una característica inherente al estado de naturaleza humano. Por lo tanto, aunque el Estado, como entidad soberana, puede canalizar y controlar esta violencia, nunca podrá eliminarla por completo. Una de las principales funciones del Estado, según Hobbes, es evitar la posible autodestrucción de la sociedad regulando la violencia interna. Sin embargo, también reconoce que la violencia puede emanar del conflicto entre los propios Estados, a menudo motivado por deseos contrapuestos de poder y recursos. Esta tensión entre el deseo de acumular poder (y potencialmente generar violencia) y la necesidad de mantener la paz y la estabilidad es una dinámica central en su teoría. Así, aunque el Estado sea capaz de contener en cierta medida la violencia interna, la posibilidad de violencia -ya sea a nivel individual, colectivo o interestatal- persiste en el pensamiento de Hobbes.

Nivel de guerra entre soberano y rebelde

En la teoría de Hobbes, la guerra entre el soberano y los rebeldes es una amenaza importante para la estabilidad del Estado. Esta forma de violencia es especialmente preocupante porque desestabiliza la autoridad del soberano y puede conducir potencialmente a la anarquía y a la desintegración del Estado. Según Hobbes, la sociedad se basa en un "contrato social" por el que los individuos aceptan someterse a la autoridad de un soberano a cambio de protección y seguridad. Sin embargo, si ciertos individuos o grupos (los "rebeldes") deciden rechazar la autoridad del gobernante y alzarse en armas contra él, se pone en peligro el orden social y el estado de paz que el gobernante debe mantener. La rebelión puede estar motivada por diversos factores, como el descontento con la política del soberano, las desigualdades socioeconómicas, las diferencias ideológicas o religiosas, etc. Para Hobbes, la rebelión es una forma de "retorno al estado de naturaleza" que debe evitarse a toda costa, ya que puede conducir a un estado de guerra de todos contra todos.

Hobbes no ve la violencia como algo que pueda eliminarse completamente de la sociedad o de la naturaleza humana. Al contrario, ve la violencia como una constante, un aspecto fundamental de la condición humana. Para Hobbes, la violencia es una parte inherente del estado de naturaleza humano, y aunque la creación del Estado y el establecimiento de una autoridad soberana pueden ayudar a controlar y regular esta violencia, nunca desaparece por completo.

Esta perspectiva puede interpretarse como bastante sombría, pero también tiene una dimensión realista. Hobbes reconoce que la violencia, de una forma u otra, está siempre presente en las interacciones humanas y políticas. Por lo tanto, en su teoría, el principal objetivo del Estado es controlar y minimizar esta violencia en la medida de lo posible para preservar el orden social, en lugar de intentar eliminarla por completo.

George Sorel (1847 - 1922) y la violencia de protesta

Georges Sorel.

Georges Sorel, filósofo y sociólogo francés, tiene una perspectiva de la violencia muy diferente a la de Hobbes. Para Sorel, la violencia no es sólo una amenaza para el orden social, sino que también puede ser una poderosa herramienta de transformación social y política. En su obra más famosa, "Reflexiones sobre la violencia" (1908), Sorel desarrolla una teoría de la violencia de protesta. Según Sorel, la violencia puede ser una expresión legítima de la lucha de clases y un medio necesario para que los trabajadores derroquen el orden capitalista. Rechaza la idea de que la violencia sea siempre destructiva o perjudicial, y defiende que la violencia revolucionaria puede ser creativa y liberadora. La violencia, según Sorel, es necesaria para sacudir la inercia social y provocar un cambio radical. Sostiene que las huelgas generales, un ejemplo de violencia de protesta, no son simples tácticas de negociación, sino que pueden ser actos revolucionarios que alteren el orden establecido y allanen el camino hacia una nueva sociedad. Sorel no aprueba todas las formas de violencia. Distingue entre la violencia proletaria, que sirve a un propósito revolucionario, y la violencia criminal, que considera contraproducente y antisocial.

De hecho, el pensamiento político de Georges Sorel es complejo y ha pasado por muchas fases y transformaciones a lo largo del tiempo. Al principio, Sorel era un socialista y un marxista que creía en la lucha de clases y en la necesidad de una revolución para instaurar una sociedad socialista. También era un ferviente sindicalista, pues creía que los sindicatos eran el instrumento con el que los trabajadores podían liberarse de la opresión capitalista. Sin embargo, con el tiempo, Sorel se fue alejando cada vez más del marxismo tradicional y desarrolló sus propias ideas, a veces controvertidas, sobre el papel de la violencia y la mitología en la política. Algunas de estas ideas han sido recuperadas por movimientos de extrema derecha, lo que ha llevado a algunos a asociar a Sorel con la extrema derecha. Sin embargo, es importante señalar que el propio Sorel nunca se adhirió a la ideología de extrema derecha. Hacia el final de su vida, incluso se mostró crítico con algunos de los movimientos de extrema derecha de su época. No obstante, la interpretación de sus ideas por parte de algunos grupos de extrema derecha ha contribuido a crear cierta ambigüedad en torno a su figura. Aunque Sorel comenzó su carrera como socialista y marxista, su pensamiento evolucionó de forma compleja y a veces contradictoria, y fue utilizado e interpretado de distintas maneras por diversos movimientos políticos tras su muerte.

En "Reflexiones sobre la violencia" (1906), Sorel defiende la idea de que la violencia no es sólo un acto individual, sino que también puede ser una fuerza colectiva. Para Sorel, la violencia puede ser un medio para que un grupo, especialmente la clase obrera, se afirme frente a la opresión e inicie el cambio social. Propone la noción de huelga general, que, en su opinión, es una forma de violencia colectiva de protesta. Para Sorel, la huelga general no es sólo un instrumento de negociación para mejorar las condiciones de trabajo, sino un medio por el que los trabajadores pueden demostrar su poder, perturbar el orden social y, finalmente, catalizar una transformación social revolucionaria. Así, Sorel sitúa la violencia en un contexto social y político más amplio, considerándola un acto que puede tener significado e impacto más allá del acto individual. Sostiene que la violencia puede servir para revelar y cuestionar las estructuras de poder existentes, y puede ser una herramienta eficaz para el cambio social cuando se utiliza colectivamente.

La estructura de los capítulos de "Reflexiones sobre la violencia" ilustra las ideas principales de Sorel y su concepción de la violencia como un fenómeno social y político complejo. He aquí un resumen de cada capítulo:

  1. Lucha de clases y violencia: Sorel examina el papel que desempeña la violencia en la lucha de clases. Sostiene que la violencia es una parte inevitable de esta lucha y que, lejos de ser una amenaza para el orden social, puede ser una herramienta de liberación para la clase obrera.
  2. Decadencia burguesa y violencia: Sorel critica a la burguesía y sostiene que su decadencia moral y espiritual ha contribuido a la violencia social.
  3. Prejuicios contra la violencia: Sorel examina y cuestiona algunos de los prejuicios habituales contra la violencia, en particular la idea de que siempre es destructiva o perjudicial.
  4. La huelga proletaria: Sorel defiende la idea de que la huelga puede ser un acto revolucionario y no sólo una táctica de negociación.
  5. La huelga general productiva: Sorel desarrolla su visión de la huelga general como una poderosa herramienta para el cambio social.
  6. La moralidad de la violencia: Sorel explora los aspectos morales de la violencia. Sostiene que la violencia no es necesariamente inmoral y que puede estar justificada en determinadas circunstancias.
  7. La moralidad de los productores: Sorel explora la idea de la moralidad de los productores, o la clase trabajadora, y cómo esta moralidad puede influir en su uso de la violencia.

En general, Sorel presenta una visión de la violencia que deconstruye los prejuicios comunes y examina cómo la violencia puede utilizarse de forma productiva y moral para provocar cambios sociales y políticos.

La idea de Sorel es que la violencia, cuando es utilizada por la clase obrera para luchar contra la opresión y la explotación, puede considerarse moralmente justificada. Según él, la violencia puede servir como medio para desafiar y transformar las relaciones de poder injustas y desiguales que existen en una sociedad capitalista. Ve la violencia como una herramienta que la clase obrera puede utilizar para liberarse de la explotación y la opresión burguesas. Es en este contexto en el que habla de la "moral de la violencia". Sin embargo, hay que señalar que estos puntos de vista son controvertidos y han sido criticados por su potenciación de la violencia. Aunque Sorel considera la violencia como un medio potencial para lograr el cambio social, es importante tener en cuenta las implicaciones éticas y las posibles consecuencias del uso de la violencia para estos fines.

Desde la perspectiva de Sorel, la lucha de clases es, de hecho, un medio para perturbar y desafiar las estructuras de poder existentes en la sociedad. Considera la violencia como una fuerza potencialmente emancipadora que la clase obrera puede utilizar para afirmarse y presionar a favor del cambio social y económico. Para él, la huelga general es un ejemplo clave de este tipo de violencia "positiva". Para Sorel, una huelga general no es sólo un medio de negociar mejores condiciones de trabajo, sino también una forma de que los trabajadores demuestren su poder, perturben el orden social y económico existente y obliguen a las clases dominantes a reconocer y responder a sus demandas.

En el contexto de movimientos políticos radicales o extremistas, la teorización de la violencia como herramienta legítima y moral puede conducir a abusos, escaladas de violencia e incluso actos de terrorismo. Esta lógica ha sido utilizada por algunos movimientos anarquistas, revolucionarios o extremistas para justificar acciones violentas contra quienes perciben como sus opresores. Esto subraya el peligro inherente a considerar la violencia como una herramienta legítima para el cambio social. Aunque esto pueda parecer atractivo en el contexto de la lucha contra la opresión y la injusticia, es importante tener en cuenta las consecuencias potencialmente devastadoras de la violencia. Puede agravar las tensiones y los conflictos, causar sufrimientos y daños considerables y, en casos extremos, desembocar en actos de terrorismo.

Algunos movimientos extremistas pueden justificar su uso de la violencia argumentando que es necesaria para luchar contra la opresión, lo que puede conducir a una escalada de la violencia y a situaciones extremadamente peligrosas. Esta lógica puede encontrarse en algunas corrientes del anarquismo, pero también en otros movimientos radicales o extremistas. El anarquismo, como filosofía política, es en realidad bastante diverso y no todos los anarquistas defienden el uso de la violencia. Algunas corrientes, como el anarcopacifismo, rechazan explícitamente la violencia. Otras pueden considerar la violencia un mal necesario o una herramienta de autodefensa contra la opresión. Sin embargo, cuando individuos o grupos adoptan la violencia como estrategia principal de resistencia o revuelta, esto puede desembocar en actos de terrorismo o situaciones de conflicto violento y prolongado. Estas situaciones son a menudo contraproducentes, causando sufrimiento y destrucción masivos, sin aportar necesariamente un progreso real hacia la justicia o la igualdad.

El debate sobre la moralidad y la violencia es inseparable de las discusiones políticas y de nuestra comprensión de lo que es la política. La política suele verse como el arte de la negociación y el compromiso, en el que el objetivo es alcanzar una solución que, aunque no sea necesariamente perfecta para todos los participantes, sea aceptable para la mayoría. Sin embargo, en situaciones en las que una de las partes se siente sistemáticamente excluida u oprimida, o cuando los mecanismos políticos tradicionales parecen incapaces de resolver los problemas, algunos pueden recurrir a la violencia como forma de comunicación política o como única manera de hacer oír su voz. El debate sobre la moralidad de la violencia en estos contextos es complejo y a menudo polarizado. Algunos sostienen que la violencia es siempre inmoral, independientemente de las circunstancias, mientras que otros pueden considerarla un mal necesario o incluso un acto moral en determinadas situaciones de opresión.

René Girard (1923 - 2015) y la violencia sacrificial

René Girard.

René Girard fue un filósofo, antropólogo, historiador y crítico literario francés. Su obra se centró en la violencia, el deseo mimético y el sacrificio en la cultura humana. Desarrolló la teoría de que el deseo humano es fundamentalmente mimético, es decir, la gente desea lo que otros desean, lo que crea rivalidad y puede llevar a la violencia. Según Girard, esta violencia mimética es tan destructiva que amenaza la supervivencia de la comunidad. Para evitar la autodestrucción, las comunidades encuentran un chivo expiatorio al que culpar y castigar. Esta víctima, a menudo elegida por ser diferente o estar marginada, es sacrificada para restablecer la armonía en la comunidad. Esta teoría del chivo expiatorio es una de las principales contribuciones de Girard a la comprensión de la violencia en las sociedades humanas. Girard también desarrolló la teoría del deseo mimético para explicar el papel de la violencia en la religión. Según él, las religiones son sistemas que han evolucionado para canalizar y controlar la violencia mimética. El papel central del sacrificio en muchas religiones es, según Girard, una manifestación de esta función de control de la violencia. Las ideas de René Girard han influido en muchos campos, como la literatura, la filosofía, la teología, la psicología, la antropología y los estudios de género. Sin embargo, como todas las teorías, también han sido criticadas y debatidas.

René Girard dedicó gran parte de su vida a explorar cuestiones de filosofía, religión y ética. Sus aportaciones han influido enormemente en estos campos, sobre todo a través de sus ideas sobre la violencia, el deseo mimético y el sacrificio. Ha sido profesor en varias prestigiosas universidades de Estados Unidos, como la Johns Hopkins University, la University at Buffalo y la Stanford University. En 2005 fue elegido miembro de la Academia Francesa, un honor que reconoce su considerable contribución al pensamiento francés. Es autor de numerosos e influyentes libros, como "La violencia y lo sagrado" (1972), "Cosas ocultas desde la fundación del mundo" (1978) y "El chivo expiatorio" (1982). Estos libros presentan perspectivas innovadoras sobre cómo se genera y gestiona la violencia en las sociedades humanas. Girard también se ha interesado por el modo en que los mecanismos de la violencia y el sacrificio se reflejan en la literatura, analizando las obras de grandes escritores como Dostoievski, Proust y Shakespeare para ilustrar sus teorías. Su obra, aunque profunda y a menudo compleja, ofrece valiosas reflexiones sobre la naturaleza de la violencia y las formas en que las sociedades intentan contenerla y gestionarla.

Las obras de René Girard "La violencia y lo sagrado" (1972), "El chivo expiatorio" (1982) y "Veo a Satán caer como un rayo" (1999), en la que aborda el sacrificio, son realmente esenciales para comprender su pensamiento. En "La violencia y lo sagrado", Girard desarrolla su teoría del deseo mimético. Según él, el deseo humano no es innato, sino adquirido. Los hombres desean objetos, estatus, ideas, no por su valor intrínseco, sino porque son deseados por otros. Este mecanismo genera envidia, rivalidad y, en última instancia, violencia en el seno de las sociedades. Para evitar la escalada de violencia, las sociedades desarrollan entonces el mecanismo del chivo expiatorio: la comunidad se deshace de sus tensiones internas proyectándolas sobre una persona o un grupo, que luego es sacrificado. Este mecanismo es a la vez violento y sagrado porque restablece la paz social y, por tanto, es considerado sagrado por la comunidad. En "El chivo expiatorio", Girard profundiza en su análisis mostrando cómo este mecanismo está presente en numerosos mitos y textos religiosos, y cómo estructura las sociedades humanas. Girard no justifica ni idealiza la violencia, sino que trata de explicarla. Al comprender mejor los mecanismos que generan la violencia, espera que podamos encontrar formas de prevenirla.

Para René Girard, la violencia debe entenderse como un fenómeno social y no sólo individual. Introdujo el concepto de "violencia mimética" para explicar cómo se propaga la violencia en una sociedad. Según él, los seres humanos tienden a copiar o "imitar" el comportamiento de los demás, incluido el comportamiento violento. Así, un acto violento puede provocar otros, creando una espiral de violencia. Por tanto, no se trata simplemente de individuos violentos, sino de un proceso social de propagación de la violencia. Además, Girard también teorizó el mecanismo del "chivo expiatorio", por el que una sociedad puede intentar resolver sus tensiones internas atacando a un individuo o grupo, que luego es perseguido. Esta es otra forma en la que la violencia puede manifestarse de forma colectiva, no sólo individual.

El mimetismo se refiere a una tendencia inherente al ser humano a copiar los deseos, el comportamiento y las actitudes de los demás. Es un proceso inconsciente y automático que desempeña un papel crucial en el aprendizaje social y la formación de la identidad. Según Girard, el mimetismo conduce a la rivalidad y la violencia porque los individuos empiezan a competir por los mismos deseos y objetivos. Por ejemplo, si dos personas desean lo mismo, se convierten en rivales y entran en conflicto. En la teoría del chivo expiatorio de Girard, la violencia mimética también es importante. Cuando un grupo se enfrenta a una escalada de violencia mimética, a menudo busca una forma de descargar esta violencia en un chivo expiatorio: una persona o grupo al que se persigue o elimina, restableciendo temporalmente la paz en la comunidad. Sin embargo, como el mimetismo y el deseo siguen presentes, es probable que el ciclo de violencia comience de nuevo. Se trata de una teoría que ofrece una visión fascinante de cómo la violencia puede extenderse y perpetuarse en una sociedad, y de cómo las sociedades tratan de gestionar esta violencia.

La teoría de Girard sostiene que todas las culturas se basan en un acto original de violencia, a menudo mitificado y ritualizado mediante prácticas sacrificiales. La violencia, en este sentido, no es sólo una aberración o desviación de la norma social, sino que es fundamental para la formación y el mantenimiento de las sociedades humanas. Es esta violencia la que, según Girard, conduce a la aparición de la cultura, las normas sociales y el orden moral. Además, Girard subraya la importancia del sacrificio como medio de canalizar y controlar la violencia dentro de la sociedad. El sacrificio actúa como mecanismo de defensa contra la escalada de violencia al dirigir la violencia colectiva hacia un chivo expiatorio, que suele ser una figura marginal o un extraño. El chivo expiatorio absorbe la violencia colectiva, permitiendo a la sociedad mantener la paz y el orden, al menos temporalmente. Esta visión de la violencia pone de relieve la tensión inherente entre nuestro deseo de vivir en sociedades pacíficas y nuestra dependencia histórica de la violencia como medio para mantener el orden social. Se trata de una tensión que, según Girard, sigue existiendo en las sociedades modernas.

Girard sostiene que la violencia, como parte de la estructura social, está incrustada en los mitos, rituales y prácticas de sacrificio de todas las sociedades. Los mitos son las historias que las sociedades cuentan sobre sí mismas, sus orígenes y sus valores. A menudo sirven para legitimar el orden social existente y explicar por qué las cosas son como son. En muchos mitos, la violencia desempeña un papel crucial, a menudo como fuerza destructiva que debe controlarse por el bien de la sociedad. Los rituales, por su parte, son acciones simbólicas repetitivas que sirven para reforzar normas y valores sociales. Los rituales pueden implicar a menudo actos de violencia simbólica, como el sacrificio de animales o, en algunas sociedades, de seres humanos. Por último, la práctica del sacrificio, como ya se ha mencionado, es un medio de canalizar la violencia colectiva. Al centrarse en el chivo expiatorio, la sociedad puede liberar su violencia de forma controlada, evitando así la escalada de violencia incontrolada. En todos estos casos, la violencia no sólo se acepta, sino que incluso se considera necesaria para mantener el orden social. Se trata de una idea inquietante, pero esencial para comprender cómo las sociedades afrontan la violencia inherente a la condición humana.

La teoría del chivo expiatorio de René Girard es un mecanismo mediante el cual una sociedad canaliza y gestiona su violencia inherente. Según esta teoría, cuando las tensiones y los conflictos en el seno de una comunidad alcanzan cierto nivel, la comunidad se vuelve hacia un individuo o grupo específico (el chivo expiatorio) sobre el que proyecta toda su violencia colectiva. Este chivo expiatorio suele ser alguien ya marginado o considerado diferente. El acto de culpar al chivo expiatorio y dirigir hacia él la violencia colectiva sirve para restablecer el equilibrio y la unidad de la comunidad. Tras el acto, se restablece la paz, pero esta paz es precaria porque se basa en la violencia dirigida al chivo expiatorio. Girard argumentó que esta práctica de buscar chivos expiatorios es fundamental en muchas culturas y religiones, y ha desempeñado un papel clave en la formación de las sociedades humanas. Sin embargo, también señaló que este método de hacer frente a la violencia tiene limitaciones, ya que no aborda las causas profundas de la violencia y, de hecho, puede perpetuar el ciclo de la violencia si no se abordan las condiciones subyacentes que la generan.

René Girard ha trabajado mucho sobre los mitos para entender cómo la violencia está arraigada en nuestras sociedades. Según él, los mitos no son simples narraciones, sino representaciones de la violencia social y de cómo la gestionan las sociedades. Para Girard, el mito funciona ocultando la violencia real que se produce en la sociedad. Reinterpreta esta violencia como algo necesario, incluso sagrado. En este sentido, el mito funciona como una especie de mecanismo de defensa que ayuda a la sociedad a hacer frente a la realidad de su propia violencia. Tomemos el ejemplo del mito del sacrificio, común a muchas culturas. En estos mitos, a menudo se sacrifica a un individuo o a un animal para apaciguar a los dioses o por el bien de la comunidad. Este sacrificio se considera necesario para mantener el orden social y evitar más violencia o caos. La teoría del sacrificio de Girard sugiere que este tipo de mito tiene una función importante a la hora de canalizar la violencia colectiva y reintegrar esta violencia en el orden social. En otras palabras, el mito del sacrificio proporciona un medio de expresar la violencia de forma controlada y simbólica que mantiene el orden social y evita una escalada de violencia. Sin embargo, Girard también señaló que esta forma de tratar la violencia tiene sus límites y puede perpetuar la violencia al justificarla y hacerla aceptable. Por ello, abogó por tomar conciencia de la naturaleza de la violencia y de su papel en nuestras sociedades.

Según Girard, cada sociedad tiene que hacer frente a su propia violencia inherente, y esto se hace a menudo a través de rituales y mitos. Estos rituales y mitos sirven como válvulas de seguridad para la sociedad, permitiendo una expresión controlada de la violencia que, de otro modo, podría amenazar con desgarrar la estructura social. Uno de los conceptos clave del pensamiento de Girard es el "mecanismo del chivo expiatorio". En muchas sociedades, cuando la tensión o el conflicto alcanzan cierto nivel, la sociedad recurre a un individuo o grupo (el chivo expiatorio) para que cargue con la culpa. Al perseguir al chivo expiatorio, la sociedad descarga su tensión violenta de un modo que preserva el orden social. Sin embargo, aunque esta "violencia controlada" puede aliviar temporalmente las tensiones, no resuelve los conflictos subyacentes. Al contrario, puede perpetuar un ciclo de violencia al justificar la agresión contra el chivo expiatorio. Esta tensión no resuelta puede resurgir más tarde, requiriendo otro chivo expiatorio para restablecer temporalmente la paz. Para Girard, comprender este proceso es crucial para romper el ciclo de la violencia y buscar formas más pacíficas de resolver los conflictos.

René Girard propone una concepción revolucionaria del sacrificio como mecanismo social y ritual religioso. Desde este punto de vista, el sacrificio es una especie de técnica de gestión de la violencia comunitaria. En la teoría del chivo expiatorio de Girard, el sacrificio es un medio de dirigir la violencia inherente a la comunidad hacia un objetivo específico (la víctima del sacrificio) para evitar que esta violencia se extienda y desemboque en un conflicto generalizado. El acto del sacrificio se envuelve a menudo en lenguaje y simbolismo religiosos, dando la impresión de que es un acto exigido por los dioses para mantener el orden del mundo. En realidad, es un acto social para mantener el orden interno de la comunidad. Los individuos de la comunidad pueden no ser conscientes del verdadero papel que desempeña la violencia en este proceso.

La teoría de Girard propone que la violencia sacrificial es una forma de violencia sustitutiva. Se aplica para aliviar las tensiones y la violencia latente dentro de una comunidad dirigiendo esta violencia hacia una víctima sacrificial, a menudo llamada "chivo expiatorio". En este proceso, la violencia intrínseca de la comunidad se transfiere a esta víctima, que soporta la carga y, en última instancia, es destruida o excluida de la comunidad. Esta violencia sacrificial se presenta a menudo como un acto necesario y justo, exigido por una deidad o por el bien de la comunidad. Esta práctica permite descargar la violencia colectiva sin desencadenar un conflicto interno más amplio. Al identificar un chivo expiatorio, la comunidad redirige su violencia interna y sus tensiones, evitando así la aparición de conflictos destructivos.

Según la teoría de René Girard, el sacrificio desempeña un papel fundamental en la gestión de las tensiones y conflictos internos de una sociedad. Mediante el sacrificio, la violencia y las frustraciones acumuladas en el seno del grupo se transfieren a una víctima sustituta, el chivo expiatorio, que es sacrificado para restablecer la armonía y la paz. La designación del chivo expiatorio es un proceso colectivo que impide que estalle la violencia dentro del grupo, lo que podría amenazar su cohesión e incluso su supervivencia. El sacrificio se convierte así en un ritual estructurante que permite gestionar la violencia intrínseca a la sociedad. Este ritual de sacrificio tiene un poderoso simbolismo. Representa la expiación colectiva de faltas, tensiones y conflictos, y el restablecimiento del orden social. Sin embargo, es importante señalar que este proceso se basa en una cierta forma de injusticia, ya que el chivo expiatorio suele ser elegido arbitrariamente y sacrificado por faltas que no necesariamente ha cometido.

La teoría del chivo expiatorio de René Girard se basa en esta idea de transferencia de la violencia colectiva a un individuo o grupo concreto, elegido como víctima sacrificial. Este chivo expiatorio se carga simbólicamente con todos los pecados, tensiones y frustraciones de la comunidad, y su sacrificio restablece la paz y la armonía dentro del grupo. Este proceso evita la escalada de violencia dentro de la sociedad. De hecho, si la violencia colectiva no se canalizara de este modo, podría desembocar en conflictos más graves o incluso en la autodestrucción del grupo. Esto es lo que confiere al sacrificio su función reguladora y tranquilizadora.

Según la teoría de René Girard, el chivo expiatorio es una figura fundamental en todas las sociedades, ya que desempeña un papel esencial en la regulación de la violencia colectiva. Al transferir esta violencia al chivo expiatorio, la sociedad puede evitar una escalada de violencia que podría amenazar su supervivencia. El chivo expiatorio se sacrifica así por el bien de la comunidad. Sin embargo, este mecanismo se basa en una paradoja: para controlar la violencia, la propia sociedad debe recurrir a la violencia, de forma ritualizada y simbólica. Esta violencia se justifica por el mito del chivo expiatorio, al que se culpa de todos los males de la sociedad y se sacrifica para aliviar las tensiones colectivas. Además, como usted señala, el chivo expiatorio no se basa en una racionalidad objetiva. El individuo o grupo elegido como chivo expiatorio suele ser designado arbitrariamente, sin ninguna prueba real de culpabilidad. El chivo expiatorio se utiliza principalmente para canalizar la violencia colectiva, más que para lograr la justicia. Esta teoría tiene importantes implicaciones para nuestra comprensión de fenómenos sociales como el estigma, la exclusión y la violencia colectiva. También sugiere que cualquier intento de crear una sociedad totalmente no violenta puede estar condenado al fracaso, ya que la violencia desempeña un papel fundamental en la regulación de las relaciones sociales.

Según Girard, el rito del chivo expiatorio permite a la sociedad mantener o restablecer su cohesión. En momentos de crisis, cuando la tensión y la violencia aumentan, la designación y el sacrificio de un chivo expiatorio proporcionan una forma de resolución colectiva. La violencia se canaliza hacia un objetivo específico, evitando así su propagación anárquica en la sociedad, que podría amenazar su unidad y estabilidad. Mediante el sacrificio del chivo expiatorio, la sociedad espera restablecer el orden y la armonía, reducir la tensión y poner fin al conflicto. De hecho, la sociedad espera volver a la normalidad, a un estado anterior a la crisis. El sacrificio del chivo expiatorio se ve entonces como una forma de apaciguar a los dioses, de purificar a la comunidad y de borrar la culpa que causó la crisis. De este modo, la violencia se ritualiza y se controla, transformándose en un acto beneficioso para la comunidad.

Estado y violencia política

La relación entre el Estado y la violencia política es compleja. En general, el Estado tiene el monopolio de la violencia legítima en una sociedad, un concepto introducido por el sociólogo Max Weber. Esto significa que sólo el Estado tiene derecho a utilizar la fuerza física para mantener el orden, hacer cumplir la ley y defender a la nación de amenazas externas. Sin embargo, la violencia política va más allá del uso legítimo de la fuerza por parte del Estado. También incluye la violencia perpetrada por actores no estatales, como grupos terroristas o rebeldes, que buscan alcanzar sus objetivos políticos.

La violencia política también puede incluir la violencia estatal ilegítima, como la represión, la tortura, las desapariciones forzadas o las ejecuciones extrajudiciales. Estos actos suelen ser cometidos por regímenes autoritarios para mantener su poder, pero también pueden darse en democracias, normalmente en situaciones de crisis. Además, el Estado también puede ser objeto de violencia política, como en el caso de golpes de Estado, revoluciones o insurrecciones. En estas situaciones, grupos de individuos intentan derrocar por la fuerza al gobierno de turno.

Por último, es importante mencionar que la violencia política no siempre es física. También puede ser estructural, como cuando se excluye sistemáticamente a determinados individuos o grupos del poder político, económico o social. Del mismo modo, la violencia simbólica, como la propaganda o el discurso de odio, también puede considerarse una forma de violencia política.

== Violencia política y violencia extrema Existen varios conceptos para explorar la cuestión de la violencia, especialmente en lo que respecta a la violencia en un contexto político. Los cuatro conceptos principales son:

  • Violencia política clásica se refiere al uso de la fuerza para lograr un objetivo político. Puede ser violencia estatal, como la represión o la guerra, o violencia no estatal, como el terrorismo o la rebelión armada.
  • La "violencia infrapolítica" se refiere a actos de violencia de naturaleza política, pero no necesariamente reconocidos como tales. Puede incluir formas de violencia estructural, como la exclusión sistemática de ciertos grupos de la vida política, económica o social.
  • La "violencia metapolítica" es un concepto más complejo que se refiere a la violencia que va más allá del ámbito político tradicional. Puede incluir actos de violencia motivados por creencias o ideologías que trascienden la política tradicional, como el fundamentalismo religioso o el fanatismo ideológico.
  • Por último, la "violencia extrema" se refiere a actos de violencia tan atroces y devastadores que van más allá de nuestra comprensión habitual de lo que constituye la violencia. Esto puede incluir actos como el genocidio, los crímenes contra la humanidad o las formas más brutales de terrorismo. A menudo se utiliza el término "bárbaro" para referirse a quienes cometen tales actos, sugiriendo que han transgredido los límites de lo que se considera un comportamiento aceptable o civilizado.

Estos conceptos no se excluyen mutuamente y pueden solaparse en muchos casos. Por ejemplo, un acto de violencia política también puede ser una forma de violencia metapolítica si está motivado por una ideología extremista.

Concepto clásico de violencia política

La violencia política como concepto clásico está intrínsecamente ligada a la noción de poder y autoridad. Puede ser empleada tanto por un Estado o una autoridad pública para ejercer, mantener o ampliar su poder, como por grupos o individuos que pretenden desafiar ese poder. En este contexto, la violencia puede adoptar muchas formas, desde la violencia física directa, como la guerra o la represión, hasta la violencia estructural o sistémica, como la discriminación institucionalizada o la opresión económica. La cuestión de la legitimidad de la violencia política es compleja y puede variar considerablemente según el contexto y la perspectiva. Por ejemplo, una acción que algunos pueden considerar violencia política ilegítima (como el terrorismo o la rebelión armada) puede ser vista por otros como resistencia legítima a la opresión. Así pues, la violencia política es una forma compleja de violencia en la que intervienen multitud de factores, como el poder, la autoridad, la resistencia, la opresión y la legitimidad.

A continuación se exponen dos justificaciones habituales del uso de la violencia, a menudo articuladas en el contexto de la política o los conflictos armados:

  1. La violencia como principio de acción defensiva: Este argumento sostiene que el uso de la violencia es justificable si sirve para proteger a un individuo, grupo o Estado de una amenaza inminente o real. Esta noción puede encontrarse en el principio de legítima defensa. También puede aplicarse al uso de la fuerza por parte del Estado para mantener el orden público, prevenir delitos o proteger la seguridad nacional. En estos casos, la cuestión clave suele ser hasta qué punto el uso de la violencia es proporcional a la amenaza, y si se podrían haber utilizado otros medios menos violentos en su lugar.
  2. Violencia al servicio de una causa justa: Este argumento justifica el uso de la violencia como medio para alcanzar un propósito más amplio o elevado. Puede tratarse de la lucha por la igualdad social, la liberación nacional o la defensa de determinados valores o creencias. En este caso, la violencia suele considerarse un mal necesario, justificado por la gravedad de la injusticia que hay que combatir o la importancia del objetivo que hay que alcanzar. Este enfoque puede llevar a situaciones en las que los medios (la violencia) se justifican por el fin (la causa justa).

La violencia política en defensa del Estado de Derecho es una cuestión compleja que suscita numerosos debates. El uso de la fuerza por parte del Estado, por ejemplo a través de la policía o el ejército, suele estar justificado por la necesidad de mantener el orden público y la seguridad. Sin embargo, dicha fuerza debe utilizarse siempre de manera proporcionada y de acuerdo con los principios del Estado de Derecho. Uno de los principales retos a los que se enfrentan los agentes públicos es encontrar el equilibrio adecuado entre el uso de la fuerza para mantener el orden y el respeto de los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos. El uso excesivo de la fuerza no sólo puede violar estos derechos, sino también provocar un mayor descontento y resistencia por parte de la población. Además, la violencia estatal también puede generar un ciclo de violencia: los actos de violencia por parte del Estado pueden dar lugar a represalias violentas o a la resistencia de quienes se sienten oprimidos, lo que a su vez puede provocar una escalada de violencia. Así, aunque la violencia pueda parecer una herramienta eficaz para mantener el orden a corto plazo, también puede ser contraproducente y desestabilizadora a largo plazo. Por eso es crucial que los actores públicos intenten siempre que sea posible utilizar medios no violentos para resolver los conflictos y las tensiones.

La cuestión simbólica es hasta dónde es posible llegar. El impacto de una "metedura de pata" -una acción excesiva, ilegítima o cruel, generalmente por parte de las fuerzas del orden- que puede tener graves consecuencias no sólo para la persona directamente implicada, sino también simbólica y sociopolíticamente.

En efecto, la noción de "metedura de pata" subraya la frontera entre el uso justificado de la fuerza por parte del Estado en el ejercicio de sus funciones y lo que se percibe como una transgresión de esta legitimidad. Las consecuencias de tal transgresión pueden ser profundas y múltiples:

  1. A nivel individual, las víctimas de errores garrafales pueden sufrir graves daños físicos y psicológicos y, en los casos más extremos, estos incidentes pueden provocar la muerte.
  2. A nivel simbólico, una metedura de pata puede erosionar la confianza pública en las instituciones del Estado y la percepción de su legitimidad. Esto puede dar lugar a sentimientos de desconfianza y miedo, pero también de ira y revuelta, que pueden desembocar en protestas o disturbios civiles.
  3. En el plano sociopolítico, los abusos pueden provocar un intenso debate público sobre la gobernanza, los derechos humanos, el Estado de derecho y la responsabilidad de instituciones e individuos. También pueden dar lugar a peticiones de reformas estructurales.

Por consiguiente, las "meteduras de pata" distan mucho de ser incidentes aislados: están profundamente arraigadas en el tejido sociopolítico y pueden tener importantes implicaciones para la estabilidad y la legitimidad del Estado.

El uso de la violencia por parte del poder político requiere una justificación, a menudo formulada a través del discurso público. Esta racionalización es esencial para mantener la legitimidad del Estado ante la población. Generalmente se basa en los principios de legalidad, necesidad y proporcionalidad.

  1. Legalidad: La acción violenta debe ser conforme a la ley vigente. Este es el principio básico para justificar el uso de la violencia por parte del Estado. Sin embargo, cabe señalar que la legalidad por sí sola no siempre es suficiente para garantizar la legitimidad, sobre todo si las leyes en cuestión se perciben como injustas o abusivas.
  2. Necesidad: El uso de la violencia debe presentarse como necesario para lograr algún objetivo, normalmente relacionado con la preservación del orden público, la seguridad nacional o el bienestar general de la población. El concepto de necesidad se invoca a menudo en situaciones de crisis o amenaza inminente.
  3. Proporcionalidad: La violencia empleada debe ser proporcional a la amenaza o al delito. Este principio pretende evitar la represión excesiva y arbitraria.

Además de estos principios, el Estado también debe ser transparente y responsable en su uso de la violencia. Esto implica una comunicación clara sobre los motivos del uso de la violencia, así como el establecimiento de mecanismos de control y rendición de cuentas para evitar abusos. Dicho esto, es importante recordar que, incluso con una racionalización bien construida, el uso de la violencia por parte del Estado puede ser impugnado y debatido, sobre todo si se percibe como desproporcionado, injusto o discriminatorio.

En algunos casos, puede considerarse que la violencia sirve a una causa justa, sobre todo cuando se utiliza para resistir a la opresión, defender los derechos humanos o proteger a las personas vulnerables. Esto suele denominarse teoría de la "guerra justa" o de la "violencia justificada". Este enfoque se basa en la idea de que la violencia puede ser moralmente aceptable si está dirigida a lograr un objetivo mayor, como la justicia social, la libertad o la paz. Por ejemplo, muchos consideran que el uso de la violencia por parte de los movimientos de resistencia durante la Segunda Guerra Mundial estaba justificado frente a la opresión nazi. Sin embargo, esta perspectiva también es controvertida. Por un lado, existe el riesgo de que el concepto de "violencia justificada" se utilice para legitimar actos de violencia abusivos o desproporcionados. Por otro lado, algunos filósofos y pensadores políticos sostienen que la violencia, incluso al servicio de una causa justa, sigue siendo fundamentalmente inmoral y destructiva.

El "derecho de injerencia" es un concepto que surgió en la década de 1980 y se refiere a la idea de que la comunidad internacional tiene el derecho -e incluso el deber- de intervenir en los asuntos internos de un Estado para proteger los derechos humanos y evitar catástrofes humanitarias. Esto constituye una desviación del principio tradicional de no injerencia, que hace de la soberanía estatal una norma absoluta del derecho internacional. Esta evolución se debe principalmente a la creciente conciencia del sufrimiento humano causado por los conflictos internos y los regímenes opresivos. Sin embargo, al igual que la noción de "violencia justa", el derecho de injerencia también es un concepto controvertido. Algunos sostienen que puede utilizarse como pretexto para intervenciones militares motivadas por intereses geopolíticos y no por consideraciones humanitarias. Otros sostienen que la intervención internacional puede a veces agravar los mismos conflictos que pretende resolver. A pesar de estos debates, el derecho de injerencia ha influido en la forma en que la comunidad internacional aborda las crisis humanitarias y ha contribuido a la creación del concepto de "responsabilidad de proteger", adoptado por Naciones Unidas en 2005, según el cual si un Estado no puede o no quiere proteger a su población de atrocidades masivas, corresponde a la comunidad internacional hacerlo.

El derecho de injerencia humanitaria representa un cambio significativo en la filosofía del derecho internacional. Tradicionalmente, el derecho internacional se ha basado en el respeto a la soberanía de los Estados, lo que significa que cada Estado tiene derecho a controlar sus propios asuntos internos sin injerencias externas. Sin embargo, el derecho de injerencia humanitaria desafía esta idea, afirmando que la comunidad internacional tiene el derecho e incluso el deber de intervenir en los asuntos internos de un Estado cuando se violan gravemente los derechos humanos, como en casos de genocidio, crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad. Se trata, por tanto, de un concepto controvertido. Por un lado, se alaba su capacidad para proteger a las personas de violaciones masivas de los derechos humanos. Por otro lado, se le critica por su potencial para servir de pretexto a intervenciones militares motivadas por intereses geopolíticos más que por auténticas preocupaciones humanitarias. Además, se teme que la injerencia humanitaria pueda agravar los conflictos que pretende resolver. Por último, la aplicación del derecho a la intervención humanitaria plantea problemas prácticos. ¿Quién decide cuándo es necesaria una intervención? ¿Cómo garantizar que la intervención se lleva a cabo de forma ética y eficaz? Estas cuestiones siguen siendo objeto de debate entre juristas, politólogos y actores internacionales.

El concepto de violencia subpolítica

La violencia subpolítica se refiere generalmente a la violencia que se lleva a cabo fuera de las estructuras de poder estatales tradicionales. Suele estar vinculada a actores no estatales, como grupos armados, organizaciones delictivas o milicias privadas, que ejercen su propia forma de poder y control, a veces dentro de las fronteras de un Estado-nación, pero fuera del control directo de éste. Esta forma de violencia puede manifestarse de diferentes maneras, desde la delincuencia organizada y el narcotráfico hasta la violencia política y étnica. A menudo está vinculada a situaciones de debilidad o fracaso del Estado, donde el poder estatal es insuficiente para mantener el orden y proporcionar seguridad. La violencia subpolítica es un fenómeno complejo y polifacético que plantea numerosos retos en materia de seguridad, gobernanza y derechos humanos. Tenerla en cuenta es esencial para comprender la dinámica contemporánea de la violencia y el poder. A partir de la década de 1980, con la globalización y el cambio económico y político, se ha producido un aumento de la violencia subpolítica en muchos contextos, a medida que los actores no estatales han ido ganando cada vez más influencia. Esta tendencia ha planteado nuevos interrogantes sobre cómo entendemos la violencia, el poder y el papel del Estado.

La violencia subpolítica puede difuminar los límites entre lo que se considera político y lo que se considera delictivo. En muchos casos, los actores que llevan a cabo este tipo de violencia pueden navegar entre la legalidad y la ilegalidad, a veces utilizando mecanismos políticos para reforzar su poder mientras se dedican a actividades ilegales. Estos actores pueden, por ejemplo, participar en elecciones o en procesos políticos formales mientras utilizan la violencia para consolidar su poder. También pueden dedicarse a actividades económicas legales mientras se benefician de los mercados ilícitos. Además, pueden utilizar tácticas violentas e intimidatorias para controlar a las poblaciones locales, al tiempo que afirman ofrecer algún tipo de "gobernanza" o protección. Esta complejidad dificulta a menudo la distinción entre violencia política y delincuencia organizada. También puede dificultar que los Estados y las instituciones internacionales respondan eficazmente a estas formas de violencia, ya que los enfoques tradicionales de actuación policial o resolución de conflictos pueden no responder suficientemente a estos desafíos.

En algunas zonas donde el Estado-nación es débil o inexistente, diversos grupos pueden recurrir a formas subpolíticas de violencia para controlar los recursos y establecer su propia autoridad. Estos grupos pueden dedicarse a diversas actividades, desde el control del tráfico de drogas u otros mercados ilegales hasta la prestación de servicios sociales en zonas desatendidas por el Estado. A veces, estos grupos pueden incluso crear formas paralelas de gobierno, desempeñando funciones que normalmente realiza el Estado, como la aplicación de la ley y el arbitraje de disputas. Estas formas de gobierno pueden basarse en una combinación de fuerza, corrupción, intimidación, control económico y, a veces, legitimidad social. Aunque en ocasiones estos grupos pueden ofrecer cierta estabilidad o servicios en las zonas en las que operan, a menudo contribuyen a la inestabilidad a largo plazo al socavar el Estado-nación y perpetuar los ciclos de violencia y delincuencia. Además, pueden explotar y oprimir a las poblaciones locales, creando condiciones de vida difíciles para muchas personas.

Concepto de violencia metapolítica

El concepto de violencia metapolítica se refiere a la violencia que va más allá de los límites tradicionales de lo político, que ya no está vinculada únicamente (o principalmente) al Estado nación, sino que se inscribe en dinámicas globales, transnacionales y transculturales. Estas formas de violencia pueden estar motivadas por diversas causas, desde ideologías religiosas o políticas radicales hasta reacciones a la globalización y el deseo de establecer una nueva forma de orden social o político. A menudo son actos de violencia extrema cometidos en nombre de una causa más amplia, como la defensa de la identidad religiosa o cultural, la lucha contra la injusticia percibida o la promoción de una visión particular de la justicia social o política. Los grupos terroristas internacionales, por ejemplo, podrían considerarse actores de violencia metapolítica. Esto plantea importantes retos en materia de gobernanza y seguridad, ya que estas formas de violencia escapan a menudo al control de los Estados nación y requieren una respuesta internacional coordinada.

Se han identificado varios factores como posibles fuentes de violencia metapolítica.

  1. Crítica a la sobremodernidad de las sociedades avanzadas: Puede incluir reacciones a la velocidad del cambio tecnológico, la alienación y la desilusión causadas por la globalización y la ruptura de los lazos sociales tradicionales. La violencia metapolítica puede ser para algunos grupos una forma de oponerse a lo que consideran aspectos negativos de la modernidad y de afirmar su propia identidad cultural, social o religiosa.
  2. Crítica a la secularización política y pérdida de conexión con lo espiritual: La secularización y la erosión de la fe religiosa en muchas sociedades modernas pueden ser percibidas por algunos como una amenaza a su identidad y valores. En este contexto, la violencia metapolítica puede utilizarse como medio para defender y reafirmar la importancia de la religión y lo espiritual en la vida pública y personal.
  3. Una serie de frustraciones derivadas de la modernidad: pueden incluir sentimientos de inseguridad económica, injusticia social, exclusión política o marginación cultural. Estas frustraciones pueden verse exacerbadas por la percepción de que los beneficios de la modernidad están desigualmente distribuidos, lo que puede conducir a formas de violencia metapolítica destinadas a llamar la atención sobre estas desigualdades y a combatirlas.

Estos factores suelen estar interconectados y pueden reforzarse mutuamente, creando un terreno fértil para formas de violencia que traspasan las fronteras tradicionales del Estado-nación y de lo político.

Violencia extrema frente a barbarie

La violencia extrema es, en efecto, una forma de violencia que escapa a todo control, normas sociales, leyes o principios morales generalmente aceptados. A menudo se percibe como de naturaleza "gratuita", es decir, cometida sin motivo aparente, sin provocación previa y yendo mucho más allá de lo que sería necesario para alcanzar un objetivo determinado. Es una violencia que parece ir más allá de cualquier justificación o explicación racional. Barbarie" es un término que se utiliza a menudo para describir esas formas extremas de violencia. Es un término que tiene una fuerte connotación negativa, y a menudo se utiliza para describir actos de violencia que se perciben como excepcionalmente crueles, brutales o inhumanos. A menudo se utiliza para describir actos de violencia que se cometen en flagrante violación de las normas sociales, morales o legales generalmente aceptadas. Los términos "violencia extrema" y "barbarie" suelen tener una gran carga emocional y pueden utilizarse de forma polémica o partidista. También es importante señalar que la percepción de lo que constituye "violencia extrema" o "barbarie" puede variar según el contexto cultural, histórico o individual.

La violencia extrema y la barbarie se manifiestan a menudo en conflictos armados y guerras. Puede adoptar muchas formas, como la violencia sexual, el genocidio o la limpieza étnica y las masacres de civiles, entre otras. La violencia sexual, incluida la violación, se utiliza a menudo como arma de guerra para humillar, aterrorizar y dominar a la población enemiga. Tiene consecuencias devastadoras para las víctimas y para la sociedad en su conjunto, causando un estigma duradero y un profundo trauma. La limpieza étnica o las guerras de limpieza étnica son otra forma de violencia extrema. Se caracterizan por actos cometidos con el objetivo de eliminar por completo a un grupo étnico, religioso o racial específico de una zona geográfica. Estos actos pueden incluir asesinatos, desplazamientos forzosos, destrucción de bienes y otras formas de violencia física. Estas formas de violencia extrema no sólo son graves violaciones de los derechos humanos, sino que también constituyen crímenes de guerra y/o crímenes contra la humanidad según el derecho internacional. Estos comportamientos son condenados por la comunidad internacional y pueden ser perseguidos por tribunales internacionales, como el Tribunal Penal Internacional.

Esto significa la interrupción de las formas clásicas de violencia. Esta violencia se califica de extrema porque se califica de violencia más allá de la violencia, es una violencia que ya no tendría rituales y que es una crueldad extrema.

  • La exponencialidad de la violencia física contra las personas significa una escalada sin precedentes de la violencia contra los individuos. Esto puede incluir un aumento drástico de los asesinatos, la violencia sexual, la tortura, entre otros actos de violencia física.
  • El proceso de regresión del proceso civilizatorio es un retorno a comportamientos y actitudes brutales y primitivos, en contraste con las normas y valores que sustentan una sociedad civilizada. Esto puede manifestarse en el abandono de principios como el respeto de los derechos humanos, la justicia y la equidad.
  • La desregulación de las leyes y principios de la guerra significa el abandono de las normas que se han establecido para limitar los efectos destructivos de la guerra. Esto incluye el desprecio de las Convenciones de Ginebra, que establecen normas mínimas para el trato de las personas atrapadas en conflictos armados.
  • La desinstitucionalización de la violencia es la ausencia de cualquier marco institucional o legal para controlar o regular la violencia. Esto significa que la violencia ya no está limitada ni controlada por estructuras institucionales, como el gobierno o la justicia, y puede manifestarse de forma anárquica e impredecible.

Todos estos elementos contribuyen a la naturaleza devastadora de la violencia extrema y a su impacto en los individuos y las sociedades.

Determinar el umbral a partir del cual la violencia se convierte en "extrema" es subjetivo y puede variar según las distintas perspectivas. Sin embargo, en general se puede estar de acuerdo en que la violencia se convierte en "extrema" cuando sobrepasa ciertos límites socialmente aceptados. En el contexto de la violencia extrema, el paso de la racionalidad a la irracionalidad puede considerarse un factor clave. Por lo general, la violencia se considera racional cuando tiene un propósito específico, como la autodefensa o la consecución de un objetivo político. Cuando la violencia se vuelve gratuita, desproporcionada o fuera de proporción con su propósito original, puede considerarse irracional. En el caso de la violencia extrema, los actos violentos ya no están vinculados a objetivos tangibles, sino que suelen estar motivados por el odio, el deseo de destrucción u otras motivaciones irracionales. Esta violencia puede ser caótica, imprevisible y a menudo sin ningún respeto por la vida o la dignidad humanas. Es en estas circunstancias cuando la violencia suele calificarse de extrema. Es objeto de investigación permanente en varias disciplinas, como la filosofía, la sociología, la psicología y los estudios sobre conflictos, entre otras.

La violencia extrema difiere significativamente de las concepciones clásicas de la violencia y la guerra que encontramos en las obras de Maquiavelo y Clausewitz. Maquiavelo y Clausewitz veían la guerra y la violencia como herramientas de la política, utilizadas para alcanzar objetivos políticos específicos. Presentaban la guerra como un acto racional que sirve a los intereses de un Estado o de un dirigente. En sus teorías, la guerra se enmarca en normas y convenciones, como el respeto a los no combatientes o la proporcionalidad en el uso de la fuerza. La violencia extrema, en cambio, representa una ruptura con estas ideas. A menudo carece de un objetivo político claro, sin respetar las convenciones de la guerra ni los derechos humanos. Se caracteriza por su gratuidad, su desmesura y su falta de distinción entre combatientes y no combatientes. En estas circunstancias, la violencia se utiliza de forma irracional e indiscriminada, a menudo para inspirar terror o destruir al adversario. Por tanto, es cierto que la violencia extrema desafía las teorías clásicas de la guerra y la violencia política, demostrando que la violencia puede ir más allá de la racionalidad y convertirse en un fin en sí mismo, en un acto de pura barbarie. Esto representa un gran reto para los investigadores, los responsables políticos y los agentes humanitarios que tratan de comprender y prevenir este tipo de violencia.

Michel Henry, filósofo francés, escribió en 1987 un libro titulado "La Barbarie". En este libro se centraba en el concepto de barbarie, lo que significa y cómo se manifiesta en la sociedad moderna. Para Henry, la barbarie no es simplemente un acto de violencia extrema, sino un sistema que niega y deshumaniza al individuo. Para él, la barbarie es una consecuencia de la modernidad y de la racionalización de la sociedad, que conduce a la despersonalización y la deshumanización. Distingue dos formas de barbarie. La primera es la "barbarie externa", caracterizada por actos de violencia y brutalidad física. La segunda, más sutil pero igualmente devastadora en su opinión, es la "barbarie interior", que se manifiesta en la deshumanización y alienación del individuo en la sociedad moderna. Para Henry, el sistema moderno, con su énfasis en la tecnología, la ciencia y la racionalidad, tiende a descuidar y despreciar los aspectos subjetivos y emocionales de la existencia humana. Esto conduce a una "barbarie interior" en la que el individuo queda reducido a un objeto, a un engranaje de una máquina mayor. Por ello, en su obra subraya la importancia de reconocer y valorar la subjetividad y la experiencia interior del individuo para contrarrestar esta tendencia bárbara de la modernidad.

Hannah Arendt (1906 - 1975): Maldad radical y violencia política

Extracto de un sello alemán impreso en 1988 con la efigie de Hannah Arendt.

Hannah Arendt es una figura destacada de la filosofía política del siglo XX. Nació en Alemania en 1906 y estuvo muy influida por su maestro y amante, Martin Heidegger. Judía, tuvo que huir de Alemania en 1933 para refugiarse en Francia debido al ascenso del nazismo. En 1941 se trasladó a Estados Unidos, donde permaneció hasta su muerte en 1975. Arendt realizó importantes contribuciones a nuestra comprensión de la política, la autoridad, el totalitarismo y la violencia. Entre sus obras más conocidas se encuentran "Los orígenes del totalitarismo" (1951), "La condición del hombre moderno" (1958) y "Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal" (1963). En "Los orígenes del totalitarismo", trata de entender cómo pudieron surgir regímenes totalitarios como los de la Alemania nazi y la Unión Soviética. Analiza los elementos que contribuyeron al surgimiento de estos regímenes, como el antisemitismo, el imperialismo y el propio totalitarismo. En "Eichmann en Jerusalén" examina el juicio de Adolf Eichmann, funcionario nazi responsable de organizar la logística del Holocausto. En él introdujo el controvertido concepto de la "banalidad del mal", sugiriendo que pueden cometer actos atroces personas corrientes que se limitan a seguir órdenes sin cuestionarlas. Su obra ha influido notablemente en diversas disciplinas, desde la filosofía política a la teoría crítica, pasando por los estudios de género. Su pensamiento sigue siendo relevante para muchos temas contemporáneos, como las cuestiones de poder, autoridad y violencia.

La obra de Hannah Arendt se inspira en gran medida en los trágicos y turbulentos acontecimientos del siglo XX, incluidas las dos guerras mundiales y la aparición de regímenes totalitarios. Su concepto de "mal radical", desarrollado en parte como respuesta a su reflexión sobre el nazismo y el Holocausto, es una noción especialmente importante en su pensamiento. Según Arendt, el mal radical no se manifiesta necesariamente en actos de crueldad excepcionalmente violentos o atroces, sino que puede ocurrir de forma banal y rutinaria, una idea que desarrolla en su relato del juicio a Adolf Eichmann, "Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal". Para Arendt, el "mal radical" es un mal que trasciende la concepción humana tradicional del bien y el mal, en el sentido de que lo cometen personas que no se perciben a sí mismas como malvadas y que, de hecho, pueden considerar sus actos como normales o incluso necesarios. Se trata de un mal que, según ella, ha sido posibilitado por las estructuras y sistemas de la modernidad y que constituye una ruptura con los modelos tradicionales de moralidad y responsabilidad.

La concepción del "mal radical" de Hannah Arendt está en parte influida por el pensamiento del filósofo Immanuel Kant. Sin embargo, el enfoque de Arendt se diferencia del de Kant en aspectos importantes. Kant introduce la noción de "mal radical" en su Religión más allá del ámbito de la mera razón. Para Kant, el mal radical es un potencial inherente a la naturaleza humana, es decir, una propensión natural a dar prioridad a nuestros propios deseos e intereses por encima de las exigencias de la ley moral. Sin embargo, también hace hincapié en la capacidad de los seres humanos para superar esta propensión mediante el ejercicio de la libertad y la racionalidad. Por otra parte, Arendt retoma la noción de mal radical en un contexto completamente distinto, el de los crímenes masivos y el totalitarismo del siglo XX. Para Arendt, el mal radical se manifiesta cuando las acciones inhumanas y destructivas se normalizan hasta tal punto que pierden su carácter excepcional. Este mal radical se manifiesta en la banalidad de sus autores, que cometen actos horribles no por una voluntad maligna, sino por indiferencia, conformidad o incapacidad de pensar por sí mismos. Estas dos concepciones, aunque relacionadas, difieren en su comprensión de la naturaleza y manifestación del mal radical. Kant ve el mal como una potencialidad humana inherente que puede superarse, mientras que Arendt lo ve como una manifestación de un sistema social y político, que va más allá de la individualidad y se manifiesta en estructuras y comportamientos normalizados.

Para Hannah Arendt, el concepto de "mal radical" representa un cambio fundamental en nuestra concepción tradicional del mal. Es un intento de conceptualizar las atrocidades masivas perpetradas durante la Segunda Guerra Mundial y el totalitarismo. Para ella, estos acontecimientos representaban un tipo de mal distinto del que la filosofía y la moral tradicionales estaban preparadas para comprender. Según Arendt, el mal radical estaba relacionado con la banalidad del mal, una frase que utilizaba para describir el hecho de que la gente corriente podía cometer actos terribles bajo la influencia de un régimen totalitario o cuando se amoldaban a la autoridad. Desarrolló esta idea en particular en su libro "Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal", donde estudió el caso de Adolf Eichmann, un burócrata nazi que desempeñó un papel clave en la ejecución del Holocausto. Arendt subrayó que Eichmann no era un monstruo, sino un individuo corriente que no pensaba por sí mismo y se limitaba a seguir órdenes. Así, para Arendt, el mal radical del siglo XX estaba profundamente vinculado a la deshumanización, la normalización de la inhumanidad y la abdicación del pensamiento personal y la responsabilidad moral.

Arendt examinó el Holocausto y la persecución de los judíos bajo el régimen nazi no como un ejemplo de mecanismo de chivo expiatorio, sino como una manifestación de lo que denominó la "banalidad del mal". El antisemitismo nazi, según Arendt, no era simplemente una cuestión de trasladar la culpa o el mal a otro grupo. Por el contrario, estaba profundamente arraigado en la ideología nazi y fue llevado a cabo por individuos corrientes que cometieron actos terribles no por odio personal o por el deseo de hacer daño, sino simplemente porque seguían las órdenes y la lógica del sistema totalitario. Según Arendt, el Holocausto fue el producto de una estructura de poder totalitaria que despojó a los individuos de su capacidad de pensar por sí mismos y de ejercer un juicio moral. Los judíos fueron el objetivo no porque fueran chivos expiatorios de la culpa de otros, sino porque el régimen nazi los consideraba una amenaza para su visión de una sociedad racialmente pura y homogénea.

La teoría del chivo expiatorio de René Girard se basa en la idea de que la violencia colectiva es generada por tensiones miméticas dentro de una comunidad, que luego se desplazan hacia una víctima sacrificial: el "chivo expiatorio". Esta víctima es acusada de causar el desorden y es castigada o expulsada para restablecer la armonía dentro de la comunidad. Sin embargo, Hannah Arendt cuestiona esta idea en el contexto del Holocausto. Para Arendt, los judíos no eran simples chivos expiatorios que cargaban con la culpa o la violencia colectiva. Por el contrario, fueron víctimas de una ideología odiosa y de un sistema totalitario que los eligió específicamente para su exterminio. Su persecución y asesinato no fueron el resultado de tensiones miméticas dentro de la comunidad alemana, sino de un plan sistemático de exterminio por parte del régimen nazi. En este sentido, Arendt cuestiona la idea de que el mal pueda simplemente desplazarse o proyectarse sobre una víctima sacrificial. En su lugar, sostiene que el mal es una manifestación de la acción humana y de las estructuras de poder, y que puede ser perpetrado por individuos corrientes en determinadas condiciones. Es lo que ella denominó la "banalidad del mal".

Hannah Arendt, en su reflexión sobre el totalitarismo y concretamente sobre el genocidio perpetrado por el régimen nazi, introdujo la idea de la "superfluidad" humana. Para Arendt, la "superfluidad" se refiere a la condición de estar de más, de no tener lugar ni utilidad en una sociedad o sistema determinados. En el contexto del Holocausto, esta idea de superfluidad era evidente en la forma en que el régimen nazi veía a los judíos. Eran vistos como seres sin valor, que podían ser exterminados sin consecuencias. Esta idea de superfluidad es un elemento esencial del mal radical de Arendt, en el sentido de que sugiere que la capacidad de tratar a los demás como superfluos, de deshumanizarlos hasta tal punto que puedan ser exterminados masivamente, es una forma de mal que va más allá de nuestras concepciones tradicionales de lo que es el mal. Arendt sugiere que esta forma de maldad radical no sólo es llevada a cabo por psicópatas o monstruos, sino que puede ser perpetrada por personas corrientes que están integradas en sistemas totalitarios y que, por diversas razones, no pueden o no quieren cuestionar las órdenes que reciben o las ideologías que se les presentan. Es lo que ella denomina la "banalidad del mal".

En su análisis del totalitarismo y los campos de concentración, Hannah Arendt distinguió tres tipos de campos, que corresponden a tres funciones diferentes del sistema totalitario.

  1. Los campos de tipo "Hades" estaban destinados a la gestión de apátridas, asociales y todos aquellos que se consideraban indeseables o superfluos en la sociedad. Estos campos estaban destinados a contener, controlar y aislar a estas personas, más que a reeducarlas o exterminarlas.
  2. Los campos del "purgatorio" eran campos de reeducación para quienes se consideraban amenazas potenciales para el régimen, pero también reformables. El objetivo de estos campos era obligar a los individuos a adoptar la ideología y el comportamiento aprobados por el régimen.
  3. Por último, los campos de tipo "Infierno" eran campos de exterminio, donde se mataba sistemáticamente a quienes se consideraba indeseables. Estos campos representaban la forma más extrema y atroz de violencia totalitaria, donde la vida humana era sistemáticamente destruida a escala industrial.

En los campos de tipo "infierno", como los campos de concentración y exterminio nazis, Hannah Arendt describió un proceso de deshumanización y despersonalización sistemáticas.

  1. Desposesión legal: Los internos de los campos fueron desposeídos de sus derechos legales, reducidos a un estado de extrema vulnerabilidad al ser excluidos de la protección de la ley. Ya no se les consideraba sujetos de derecho, sino objetos de los que se podía disponer a voluntad del régimen.
  2. Abandono de toda regulación: Los campos eran espacios sin ley donde ésta no se aplicaba, y donde la violencia y la brutalidad eran la norma. En ellos, los detenidos quedaban a menudo a merced de los "kapos" o guardias del campo, que solían ser delincuentes.
  3. Destrucción de la personalidad y la individualidad: Los reclusos eran sistemáticamente despojados de su identidad personal y reducidos a un número o categoría. Los nazis trataban de destruir todo lo que hacía único a cada prisionero, incluidos su nombre, su historia personal, sus creencias y sus aspiraciones.
  4. Animalización: Las condiciones extremadamente duras de los campos, marcadas por el hambre, la sed, el frío, los trabajos forzados, las enfermedades y la violencia omnipresente, a menudo reducían a los prisioneros a un estado cercano a la animalidad. El régimen nazi creó intencionadamente unas condiciones en las que los prisioneros se veían obligados a luchar por sobrevivir de la forma más básica, a menudo a expensas de su humanidad.

Este proceso de deshumanización pretendía, en última instancia, facilitar y racionalizar el asesinato en masa. Al reducir a los prisioneros a un estado inferior al humano, los autores de la Shoah trataron de justificar y ocultar sus crímenes.

Jorge Semprún fue un escritor y político español que sobrevivió al horror del campo de concentración de Buchenwald durante la Segunda Guerra Mundial. Relató sus experiencias como superviviente del Holocausto en varias de sus obras, entre ellas su libro "La escritura o la vida". En sus memorias, describe cómo encontró cierta forma de consuelo y esperanza mirando un árbol del recinto del campo. Este árbol, que podía ver pero al que no podía acceder, se convirtió para él en un símbolo de libertad, resistencia y vida frente al horror y la muerte omnipresentes en el campo. Utilizaba esta imagen como escape mental y fuente de esperanza, lo que le permitía mantener cierta forma de humanidad y resistencia frente a lo inhumano de su situación. Es un ejemplo de cómo, incluso en las situaciones más desesperadas, los seres humanos pueden encontrar formas de resistir y preservar su humanidad. La fuerza del espíritu humano puede ser extraordinaria y son historias como ésta las que nos lo recuerdan.

Las tácticas empleadas en los campos de concentración no sólo iban dirigidas a infligir sufrimiento físico, sino también a destruir la humanidad de los allí encarcelados. Además del trato cruel e inhumano, también se privaba a los prisioneros de su identidad personal e individualidad. Esta degradación psicológica era parte integrante de la estrategia de terror y control. La idea de reducir a los prisioneros a un estado de "animalidad" era claramente evidente en muchos aspectos de la vida en el campo. Las míseras condiciones de vida, la falta de alimentos, la falta de higiene y la violencia constante estaban diseñadas para deshumanizar a los detenidos y robarles su dignidad. Además, la falta de perspectiva temporal, la incertidumbre constante y la falta de información sobre el mundo exterior también contribuían a este efecto deshumanizador. Al privar a los prisioneros de la posibilidad de planificar o incluso imaginar un futuro, los torturadores pretendían mantenerlos en un estado de ansiedad y desesperación constantes. Por último, la destrucción de la solidaridad y la conciencia moral también formaba parte esencial de esta estrategia. Al crear un entorno en el que la supervivencia individual se convertía en el objetivo primordial, los torturadores trataban de romper los lazos de solidaridad y empatía que pudieran ayudar a los detenidos a resistir o a mantener su humanidad. Todas estas tácticas pretendían deshumanizar por completo a los prisioneros y convertirlos en "seres inferiores", con el fin de justificar y facilitar su exterminio. Esta deshumanización fue un componente esencial del horror de los campos de concentración, y ahora se reconoce ampliamente como una característica del genocidio y de los crímenes contra la humanidad.

Hannah Arendt y la banalidad del mal

Adolf Eichmann en abril de 1961 durante su juicio en Jerusalén.

Hannah Arendt, en su informe sobre el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén en 1961, introdujo el concepto de la "banalidad del mal". Eichmann, burócrata de alto rango del régimen nazi, fue uno de los principales organizadores del Holocausto. Sin embargo, durante su juicio afirmó que sólo había seguido órdenes y que no había actuado por odio o malicia personal.

Para Arendt, el caso de Eichmann encarnaba una forma de maldad que no tenía sus raíces en la monstruosidad o la perversidad personal, sino que procedía de un pensamiento superficial y de la adhesión ciega a un sistema de mando. Lo describió como "terrible y espantosamente normal", dando a entender que cualquiera, en determinadas condiciones, podía convertirse en un actor del mal. Para Arendt, la "banalidad del mal" no minimiza el horror de las acciones cometidas, sino que pone de relieve el modo en que las estructuras sistémicas y las presiones sociales pueden llevar a individuos corrientes a participar en actos de violencia extrema. Esta teoría ha generado mucha controversia e intensos debates filosóficos, y sigue siendo uno de los aspectos más debatidos del pensamiento de Arendt en la actualidad.

Adolf Eichmann, de hecho, no fue sólo un "funcionario menor", sino un alto cargo nazi responsable de la organización logística de la deportación y el exterminio de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Eichmann fue capturado en Argentina por el servicio secreto israelí (Mossad) en 1960 y trasladado a Israel para ser juzgado. De especial interés para Hannah Arendt en el juicio a Eichmann fue la declaración de éste de que sólo había estado "cumpliendo órdenes" y que, por tanto, no era directamente responsable de las atrocidades cometidas. Fue esta postura, unida a su aparente normalidad, lo que llevó a Arendt a formular su teoría de la "banalidad del mal". Según Arendt, Eichmann no era un monstruo en el sentido tradicional de la palabra, sino más bien un individuo corriente que se había dejado arrastrar por el sistema burocrático nazi y que se había abstraído de la realidad y la humanidad de las víctimas. Arendt señaló que este tipo de mal, cometido por personas corrientes que se desvinculan de sus actos, es quizá el más aterrador de todos.

Generalmente se considera que la Conferencia de Wannsee, celebrada el 20 de enero de 1942 en Berlín, fue el momento en que los dirigentes nazis decidieron formalmente la "Solución Final de la Cuestión Judía", es decir, el exterminio sistemático de los judíos. Aunque la mayoría de los documentos de la conferencia fueron destruidos por los nazis al final de la Segunda Guerra Mundial, en 1947 se descubrió una copia del acta de la reunión. Este documento proporcionó pruebas concretas de la intención de los nazis de exterminar a los judíos.

En el caso de Eichmann, su culpabilidad no se cuestionó realmente en el juicio. Ya había admitido su papel en la organización de la deportación de judíos a los campos de concentración y exterminio. La cuestión era más bien hasta qué punto era responsable de sus actos, dada su afirmación de que sólo había seguido órdenes. Aquí es donde entra en juego la teoría de Arendt de la "banalidad del mal". Eichmann fue condenado por crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra y otros cargos, y fue ejecutado en 1962. Su juicio puso de relieve la responsabilidad personal de los individuos por sus actos, incluso cuando actúan dentro de un sistema burocrático o siguiendo órdenes.

A Hannah Arendt le llamó la atención la aparente normalidad de Eichmann, lo que ella denominó la "banalidad del mal". En su opinión, Eichmann no era un monstruo sediento de sangre ni un fanático ideológico, sino un burócrata corriente que se contentaba con hacer su trabajo sin cuestionarse la moralidad de sus actos. Para Arendt, esto representaba un nuevo tipo de mal, cometido por gente corriente que simplemente se ajustaba al sistema vigente sin pensar en las consecuencias de sus actos. Argumentó que esto era posible en parte porque la burocracia nazi había deshumanizado el acto de exterminio, convirtiéndolo en una mera tarea administrativa. Esto no significa que Eichmann no fuera culpable de sus crímenes. Al contrario, Arendt señaló que, incluso en un sistema burocrático, los individuos siguen teniendo responsabilidad moral por sus actos. Sin embargo, esto demuestra que el mal puede producirse en circunstancias ordinarias y ser perpetrado por personas corrientes. Esta idea dio lugar al concepto de "banalidad del mal".

El término "banalidad del mal" que Hannah Arendt acuñó para describir a Adolf Eichmann y otros criminales de guerra nazis similares se refiere precisamente a esta paradoja. Eichmann no era un psicópata demoníaco ni un sádico desquiciado, sino un funcionario obsesionado con la eficacia de su trabajo. Arendt sostenía que el mal, lejos de ser prerrogativa de monstruos inhumanos, puede ser perpetrado por personas bastante corrientes que aceptan el sistema tal como es y no cuestionan las órdenes que reciben. Describió a Eichmann como un hombre que era, en sus palabras, "terrible y aterradoramente normal". Esta "banalidad del mal" se basa en la idea de que las personas pueden cometer actos atroces no porque sean intrínsecamente malvadas u odiosas, sino simplemente porque no piensan en las consecuencias de sus actos. Es importante señalar que Arendt no excusa las acciones de Eichmann, sino que trata de comprender cómo pueden producirse tales crímenes. Es una invitación a la vigilancia y al despertar moral de todos para evitar que tales actos vuelvan a ocurrir.

"Esperábamos encontrarnos con un monstruo humano, pero lo que obtuvimos fue un hombre corriente que era menos un monstruo que un payaso". Esta cita de Hannah Arendt refleja su concepción de la "banalidad del mal". Para ella, Eichmann y otros autores de crímenes masivos no eran figuras monstruosas e inhumanas, sino personas corrientes, que en el caso de Eichmann a veces parecían irrisorias, incluso ridículas ("un payaso"). Arendt sugiere aquí que la verdadera naturaleza del horror no reside tanto en la monstruosidad excepcional como en lo ordinario, lo cotidiano, lo habitual, lo rutinario. En el caso de Eichmann, no estaba motivado por un ferviente odio racial, sino que simplemente cumplía sus deberes burocráticos con eficacia y celo, sin cuestionarse las devastadoras consecuencias de sus actos. Esta concepción de la "banalidad del mal" pone en tela de juicio nuestra percepción tradicional del mal y de la responsabilidad individual en los crímenes masivos, subrayando el papel del pensamiento crítico y de la ética personal en la prevención de tales actos.

La teoría de la "banalidad del mal" de Hannah Arendt nos enfrenta a lo ordinario y habitual que puede llevar a extremos en determinadas condiciones. Arendt destaca la capacidad de un individuo aparentemente "normal" para cometer actos inimaginables de crueldad e injusticia cuando se inserta en un sistema que no sólo permite, sino que fomenta tales acciones. Al deshumanizar a sus víctimas y negarse a reconocer su propio papel en el mal cometido, individuos como Eichmann pudieron desvincularse de la realidad de sus actos y justificarlos como un simple cumplimiento de órdenes o de la ley. Esto revela una verdad inquietante y profundamente perturbadora: el mal no siempre lo cometen individuos profundamente perturbados o intrínsecamente malvados. A veces puede ser perpetrado por personas corrientes que, en determinadas circunstancias, son capaces de cometer actos extraordinariamente horribles. Esto subraya la importancia de la vigilancia moral, la educación y el juicio individual para evitar que tales sucesos se repitan en el futuro.

La teoría de Hannah Arendt de la "banalidad del mal" deriva su significado precisamente de esta observación: el individuo, como Adolf Eichmann, puede participar en actos de extrema maldad sin integrar o reconocer plenamente la realidad de lo que está haciendo. En el caso de Eichmann, se veía a sí mismo como un mero funcionario que "hacía su trabajo". Arendt subraya que Eichmann no era un psicópata ni un fanático, sino alguien que se había desconectado de su capacidad de juicio moral, permitiendo así que su sentido de la moralidad quedara definido enteramente por el sistema en el que trabajaba. Seguía órdenes y reglamentos sin cuestionarse nunca la ética o las consecuencias de sus actos. Para él, las víctimas del Holocausto no eran individuos reales con sus propias vidas y experiencias, sino números y estadísticas en su sistema logístico. Por lo tanto, Eichmann no reconocía la realidad de sus acciones y su devastador impacto en personas reales. Es esta desconexión de la realidad, esta incapacidad de ver las implicaciones morales y humanas de sus acciones, lo que encarna la "banalidad del mal" de Arendt. Arendt nos recuerda que es posible que la gente corriente cometa actos de extrema maldad cuando no siente empatía ni comprende la realidad de sus actos.

Según Arendt, la capacidad de pensar es esencial para el juicio moral. Pensar, en este contexto, significa algo más que simplemente reflexionar o tener pensamientos: es una actividad que requiere reflexión, cuestionamiento, consideración de diferentes perspectivas y empatía. Es una especie de conversación interna en la que uno considera las implicaciones morales de sus actos y toma decisiones informadas y éticas. En el caso de Eichmann y muchos otros que participaron en actos a gran escala, Arendt sugiere que su incapacidad para pensar de este modo hizo posible su participación. Se limitaron a seguir órdenes, sin tomarse el tiempo de reflexionar sobre las implicaciones morales o las consecuencias humanas de sus actos. Por tanto, la ausencia de pensamiento -en el sentido de reflexión moral y empatía- puede conducir a acciones inmorales. Los individuos pueden entonces disociarse de la realidad de sus actos y eludir la responsabilidad moral. Esto es lo que hace que el mal sea tan "banal" u ordinario, según Arendt: no requiere una maldad inherente, sino simplemente una ausencia de pensamiento reflexivo.

"Esperábamos encontrarnos con un monstruo humano, pero estamos ante un hombre corriente... menos un monstruo que un payaso... El hombre malvado sería, pues, cada uno de nosotros... Si se deja deslizar y arrastrar insensiblemente, consigue en circunstancias históricas y políticas cometer los mayores crímenes. No hay más genio en el mal que en el bien, sino sólo hombres ordinarios, en los que el espíritu del mal vigila y sólo espera el momento favorable para soplar y empujarles al mal radical, de modo que hay una desproporción entre el mal cometido y la apariencia bastante ordinaria del ser humano que lo realizó".

Se trata de una poderosa cita que resume la tesis de Hannah Arendt sobre la "banalidad del mal". La cita se refiere a su cobertura del juicio de Adolf Eichmann, un oficial nazi que desempeñó un papel clave en la organización del Holocausto. Eichmann no era un hombre especialmente cruel o sádico por naturaleza, sino un funcionario celoso que se limitaba a cumplir las órdenes de sus superiores sin pensar en las consecuencias morales de sus actos. Es a esta falta de reflexión, a esta incapacidad para considerar las implicaciones éticas de sus actos, a lo que Arendt se refiere como la "banalidad del mal". La cita subraya la idea de que el mal no es necesariamente obra de "monstruos", sino que puede ser cometido por gente corriente que se desentiende de su propia responsabilidad moral. Es un recordatorio importante de que la ética y la responsabilidad personal son esenciales, incluso (y especialmente) en situaciones en las que uno se ve empujado a actuar en contra de su conciencia.

El profesor Rémi Baudoui afirma que no hay acción sin pensamiento. Esta afirmación subraya una conclusión fundamental de la filosofía de Hannah Arendt: acción y pensamiento están íntimamente ligados. Para Arendt, la capacidad de pensar es fundamental para la moralidad humana y la responsabilidad ética. En el caso de Eichmann, Arendt sostiene que pudo participar en actos de una crueldad indescriptible precisamente porque no pensó en las implicaciones morales de sus acciones. Se limitó a "seguir órdenes", desligándose de su responsabilidad personal. Esta ausencia de pensamiento es, para Arendt, lo que hace que el mal sea "banal" y aterrador, ya que sugiere que cualquiera puede llegar a ser capaz de cometer actos terribles si renuncia a pensar y a ejercer el juicio moral. Por eso es tan importante la afirmación de Baudoui: subraya la necesidad de la reflexión y el compromiso ético en todo lo que hacemos. Sin reflexión, corremos el riesgo de vernos arrastrados a acciones que, de otro modo, podríamos reconocer como inmorales o injustas.

Reconsiderar el concepto de violencia

El concepto de violencia de Hannah Arendt es complejo. Distingue entre violencia, poder, autoridad y fuerza, y sostiene que se trata de conceptos distintos que a menudo se confunden. Según Arendt, el poder es una capacidad colectiva que surge cuando las personas se reúnen y actúan de forma concertada. Se basa en el consentimiento mutuo y la cooperación, y es la base de todo gobierno político. La violencia, en cambio, es una acción que destruye, hiere o mata. Puede utilizarse para defender el poder o para destruirlo, pero no puede crearlo. Es una forma instrumental de acción, a menudo utilizada como medio para un fin, como la dominación o la coerción. La autoridad es un tipo particular de poder que se deriva del respeto o la estima por una persona o institución. Se basa en la legitimidad y el consentimiento. La fuerza, por su parte, es una capacidad física o material que puede utilizarse para ejercer coacción o dominación. Para Arendt, pues, violencia y poder son, de hecho, opuestos. El poder procede del pueblo y de su consentimiento para ser gobernado, mientras que la violencia es un acto de destrucción o coacción. Se utiliza cuando el poder está ausente o ha fracasado. En este sentido, Arendt nos recuerda que la violencia puede derrocar al poder, pero no puede sustituirlo ni crearlo. Se trata de una distinción crucial en su filosofía política.

Hannah Arendt cuestionó el concepto de violencia legítima de Max Weber. Según Weber, el Estado tiene el monopolio de la violencia legítima, es decir, el derecho exclusivo a utilizar la fuerza física para mantener el orden y hacer cumplir la ley. Esta noción es fundamental para la definición de Estado de Weber y para su teoría más general del poder político. Sin embargo, Arendt cuestionó esta idea. En su opinión, la violencia y el poder son conceptos distintos y a menudo opuestos. El poder, tal y como ella lo define, deriva del consentimiento y la acción colectiva, mientras que la violencia es una forma de acción coercitiva y destructiva. Arendt sostiene que la violencia puede utilizarse para defender o destruir el poder, pero no para crearlo. Arendt cuestiona la legitimidad del uso de la violencia por parte del Estado, argumentando que cualquier uso de la violencia es potencialmente ilegítimo porque contradice la naturaleza del poder político, que se basa en el consentimiento y la acción colectiva. Advierte de los peligros del uso de la violencia por parte del Estado, especialmente en situaciones en las que el Estado utiliza la violencia para mantener su poder en ausencia de consentimiento o apoyo popular. Esto no quiere decir que Arendt no reconozca ninguna legitimidad en el uso de la violencia por parte del Estado, por ejemplo, para mantener el orden o defender a la comunidad frente a una agresión externa. Sin embargo, subraya que dicha violencia debe estar justificada por principios éticos y morales, y no simplemente por el hecho de que el Estado tenga el monopolio de la fuerza.

Hannah Arendt sugiere que la violencia puede ser utilizada como instrumento por los gobiernos, pero que ningún gobierno puede depender exclusivamente de la violencia para mantener su poder. La idea aquí es que la violencia puede ser un método utilizado por el gobierno para alcanzar ciertos objetivos, pero no es la fuente de poder en sí misma. En su libro "Sobre la violencia", Arendt profundiza en esta idea. Sostiene que la violencia y el poder son conceptos distintos y a menudo opuestos. Según ella, el poder surge del consenso y la cooperación entre las personas; es un atributo colectivo que emana de la aceptación y el apoyo de la gente. La violencia, en cambio, es coercitiva y destructiva. Puede utilizarse para defender o destruir el poder, pero no para crearlo. Un régimen que se basa únicamente en la violencia para mantener el control es intrínsecamente inestable, ya que la violencia suele provocar resistencia y oposición. La idea de "violencia instrumental" se refiere al uso de la violencia como medio para alcanzar determinados fines. Por ejemplo, un gobierno puede utilizar la violencia para hacer cumplir las leyes o para reprimir la disidencia. Sin embargo, Arendt sostiene que el uso de la violencia de este modo es fundamentalmente diferente del ejercicio del poder, que se basa en el consentimiento y la cooperación de los ciudadanos.

Desde la perspectiva de Hannah Arendt, el uso reiterado de la violencia por parte de un gobierno puede considerarse un signo de debilidad más que de fortaleza. Si un gobierno tiene que recurrir constantemente a la violencia para hacer cumplir sus directrices, indica que el gobierno tiene dificultades para obtener el consentimiento y el apoyo de sus ciudadanos y, por tanto, se encuentra en una posición de debilidad. La violencia es una herramienta de coacción, no de persuasión. Puede obligar a la gente a obedecer por miedo a las consecuencias, pero no consigue su consentimiento ni su apoyo voluntario. Un gobierno que puede persuadir a sus ciudadanos para que apoyen voluntariamente sus políticas es mucho más fuerte y estable que un gobierno que debe recurrir a la violencia para imponer sus decisiones. Por eso Arendt subrayó que el poder y la violencia son conceptos distintos. El poder, argumentaba, procede del consentimiento y la cooperación entre individuos. La violencia, en cambio, es un método de coerción que puede utilizarse para defender o destruir el poder, pero no para crearlo. En este contexto, el uso reiterado de la violencia es, por tanto, un indicador de debilidad política. Sugiere que el gobierno es incapaz de persuadir a sus ciudadanos para que apoyen voluntariamente sus políticas y, por tanto, debe recurrir a la fuerza para hacer cumplir sus directrices.

Cuando un gobierno o régimen sólo recurre a la violencia para mantener el orden, puede decirse que ha dejado de ser político en el verdadero sentido de la palabra. Para Arendt, la política implica diálogo, persuasión y consenso. Cuando la violencia se convierte en la principal herramienta de gobierno, deja de ser política para convertirse en tiranía o dictadura. El Terror durante la Revolución Francesa es un ejemplo de este concepto. Robespierre y los jacobinos utilizaron la violencia y el miedo para suprimir la oposición y mantener el control, justificando sus acciones en nombre de la Revolución y la "virtud" republicana. Recurrieron a ejecuciones masivas, incluida la guillotina, para eliminar a quienes consideraban enemigos de la Revolución. Sin embargo, este régimen de terror no era sostenible. Creó miedo generalizado e inestabilidad, y finalmente provocó la caída de Robespierre y el fin del Terror. Este ejemplo ilustra la idea de Arendt de que la violencia puede destruir el poder, pero no puede crearlo ni mantenerlo.

Arendt creía que la violencia era una herramienta de control ineficaz a largo plazo y que no podía crear un poder real. Para Arendt, el poder se basa en la legitimidad y el consentimiento mutuo, que están totalmente ausentes en los regímenes que utilizan la violencia como medio de control. De hecho, sostiene que la violencia puede destruir el poder existente, pero no tiene capacidad para crearlo. La violencia puede atemorizar y coaccionar a la gente para que obedezca, pero no puede establecer la verdadera legitimidad o el respeto necesarios para el funcionamiento a largo plazo de un gobierno. Además, advierte del peligro de que la violencia se convierta en un fin en sí misma. Esto sucede cuando los regímenes dependen cada vez más de la violencia para mantener su control, y la violencia se convierte no sólo en un medio, sino en un fin en sí misma. Esta situación, según Arendt, marca el fin de la verdadera política, que debería basarse en el diálogo, la persuasión y el consenso en lugar de la coacción y la fuerza.

"En resumen, no basta con decir que, en la esfera política, el poder y la violencia no deben confundirse. Poder y violencia son opuestos por su propia naturaleza; cuando uno prevalece absolutamente, el otro es eliminado. La violencia se manifiesta cuando el poder se ve amenazado, pero si se deja que se desarrolle, acabará provocando la desaparición del poder. En consecuencia, la no violencia no debe considerarse lo contrario de la violencia. Hablar de poder no violento es, de hecho, una tautología. La violencia puede destruir el poder, pero es perfectamente incapaz de crearlo".

Ésta es una poderosa cita que resume la opinión de Hannah Arendt sobre el poder, la violencia y la no violencia. Según Arendt, el poder es intrínsecamente no violento. Cuando hablamos de poder, en realidad estamos hablando de la capacidad de trabajar juntos, de alcanzar objetivos comunes y de crear condiciones mutuamente beneficiosas. Desde este punto de vista, la violencia es contraria a la naturaleza del poder porque divide, destruye y fuerza en lugar de unir, crear y persuadir. La importancia del punto de vista de Arendt es evidente, especialmente cuando se consideran contextos políticos o sociales en los que la violencia suele considerarse una herramienta necesaria para obtener o mantener el poder. Arendt rechaza esta idea, argumentando que la violencia puede destruir el poder, pero no puede crearlo. Su referencia a la no violencia como tautología del poder refuerza esta idea. En otras palabras, el poder, por su propia naturaleza, no es violento: requiere consentimiento, compromiso y cooperación, y no puede mantenerse por la fuerza o la coacción. Esta perspectiva tiene importantes implicaciones para nuestra forma de concebir la política, el liderazgo y las relaciones sociales.

Anexos

Referencias