Los profesionales de la seguridad: burocratización, institucionalización, profesionalización y diferenciación

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Este capítulo es un cambio entre dos niveles de análisis porque hasta ahora hemos estado interesados en el papel de la guerra en la construcción del Estado a nivel macrosociológico con diferentes fenómenos que se han desarrollado en torno a la práctica de la guerra y también hemos estado interesados en la forma en que esta secuencia histórica era exportable o no a los países del Sur, particularmente en lo que se refiere a los Estados fracasados y fallidos. A partir de ahora, nos centraremos en las prácticas de seguridad. Pasaremos del nivel macro a las prácticas de seguridad contemporáneas y comprenderemos por qué es necesario entender el proceso histórico de construcción del Estado. No sólo se modifica el nivel de análisis, sino también el objeto. Pasaremos a un nivel micro, pero también en el contexto de la construcción del Estado, existe una condición indispensable para la construcción y emergencia de la burocracia de seguridad. ¿Cuán importante fue la guerra en la construcción del Estado, especialmente en términos de la puesta en común de recursos en este proceso, que duró varios siglos, y cómo este proceso permitió que el Estado se estableciera como principal garante de la seguridad en los territorios que controla? Más allá de este monopolio de la violencia, existe también un monopolio sobre las prácticas de seguridad. Vamos a preguntarnos cómo se está superando este monopolio y cómo se va a transformar.

Examinaremos cómo la noción de "profesional de la seguridad" surgió sólo y específicamente en un contexto de burocratización, que es la culminación del proceso de construcción del Estado.

Hemos visto antes cómo, en particular la guerra que existía antes del estado fue capturada por las unidades políticas más modernas, ya fueran ciudades-estado o imperios o reinos. Lo que ha transformado al mismo tiempo a estas entidades políticas, que cada vez más burocráticas, territorializadoras y territorializadoras, que permite afirmar su autoridad, está conduciendo en última instancia al surgimiento del Estado y que también ha transformado la práctica de la guerra en dos direcciones muy diferentes, hay una difracción de la evolución histórica de la guerra con, por un lado, la marcha hacia la guerra total hasta 1945 con guerras cada vez más letales y, por otro lado, la guerra total con guerras cada vez más letales. La policía moderna no tiene un enemigo, sino que más bien lucha contra los delincuentes que, en principio, no utilizan la fuerza máxima como lo hacen los militares, sino la fuerza mínima, que es la fuerza proporcional como último recurso y la autodefensa al nivel más bajo posible. Habrá una institucionalización y profesionalización diferente, ambas históricamente ligadas a la capacidad del Estado para monopolizar el uso o uso de la violencia legítima, pero cada vez más diferenciadas con los militares por un lado y la policía por el otro. Es importante entender la lógica interna de estas dos profesiones a nivel microsociológico y entender el papel de la burocratización, responsable de las prácticas de seguridad e incluso del advenimiento de la misión moderna de seguridad tal como la entendemos.

Veremos cómo la dinámica analizada en la primera parte del curso, burocratización y difracción de las prácticas estatales entre la guerra total por un lado y la lógica policial por el otro, y cómo estas dos dinámicas pueden ser analizadas sociológicamente.

La capacidad del Estado moderno para utilizar la coerción está vinculada a un discurso legítimo de seguridad. Parece evidente que los militares, la policía como poseedores y custodios del monopolio estatal de la violencia legítima, son profesionales de la seguridad. Esto puede parecer obvio, pero al mismo tiempo, como objetivo central perseguido y monopolizado por el Estado, la seguridad sigue siendo un fenómeno reciente, que transforma significativamente las prácticas coercitivas al racionalizarlas y burocratizarlas. Es decir, históricamente, las guerras de la Edad Media, las guerras durante el Renacimiento nunca se libraron en nombre de la seguridad, estas guerras se libraron en nombre de la gloria del príncipe o rey, en nombre de su grandeza, eventualmente de su voluntad de vengar a los que hubiesen ofendido su cargo, pero no en nombre de la seguridad. En ese momento, después de la construcción del Estado moderno, la seguridad se logró a través de prácticas de coerción estatal, ya sea policial o militar, la seguridad es ante todo un concepto filosófico y religioso, como lo demuestra Frederic Gros en su obra El Principio de Seguridad publicada en 2012, en la que muestra que históricamente han surgido tres camas calientes para el surgimiento de un discurso sobre la seguridad:

  • un primer enfoque se encuentra en la Antigüedad Griega donde el propio término "seguridad" emerge como una traducción latina del término "ataraxia" que designa la ausencia de preocupaciones, traducido en latín como "sedecura" o "securitas" que se refiere al estado de plenitud del filósofo que logra desconectarse por reflexión de las preocupaciones del mundo o aceptarlas y así alcanzar un estado de completa seguridad. Es esta "seguridad" histórica la ausencia de preocupaciones, pero es sobre todo un estado físico relativo a un individuo que ha alcanzado la madurez intelectual y filosófica.
  • el segundo hogar son los reinos católicos de la Edad Media, en los que la seguridad es presentada por la Iglesia y no por el monarca mismo, sino como un estado que se refiere a la redención del alma, la seguridad que viene al final de los tiempos y que es, por tanto, una referencia a la redención del alma al final de la historia. Como tal, la seguridad está ciertamente monopolizada por una institución, de la misma manera que hoy en día presumimos que el Estado es el principal responsable de la seguridad del ciudadano, pero esta institución no es fundamentalmente política, sino que es una institución religiosa, a saber, la Iglesia católica y la seguridad se refiere a un orden del mundo.
  • El tercer enfoque se refiere al surgimiento de la filosofía política moderna, a saber, Maquiavelo, Hobbes en los siglos XV, XVI y XVII. Poco a poco, la seguridad se convertirá en el objetivo central del Estado, no sólo de la seguridad del Estado, sino también de la seguridad de su territorio y de su población. Por último, es en este sentido en el que utilizamos generalmente el concepto de seguridad hoy en día. Estamos situados en la continuidad de este tercer centro de seguridad, y corresponde históricamente a la reivindicación del Estado moderno de llevar a cabo la guerra en nombre de la seguridad del territorio y a veces incluso de la población, pero también de desplegar fuerzas policiales en su propio territorio para garantizar la seguridad del ciudadano y, de manera más secundaria, la seguridad del propio aparato gubernamental frente a las rebeliones internas. Históricamente, se ha hecho una distinción entre "seguridad del Estado" y "seguridad del Estado", pero hoy en día, el concepto de "seguridad" sólo se utiliza. El término "seguridad" ya no se utiliza en su significado anterior.

En una época en que el rey estaba librando la guerra principalmente en nombre del honor real, en nombre de la gloria personal y colectiva de la clase militar, la guerra no se consideraba una actividad racional. En la guerra, el rey podía ser triunfante y glorioso en la victoria, pero también grande en la derrota. No había realmente la noción de cálculos y medios al final sabiendo que tanto la derrota como la victoria podrían permitir al rey reclamar cierta grandeza y gloria tanto en la victoria como en la derrota. Con la seguridad, operamos mucho más en un entorno de seguridad - inseguridad, en el que el objetivo del Estado es maximizar la seguridad minimizando la inseguridad, que es el marco que se presta mucho a los cálculos de la eficiencia, que se presta más a un discurso de racionalización en el que se considera que hay que poner a disposición de los servicios de seguridad una serie de medios para que puedan alcanzar este estado de seguridad para la población, el territorio y el país en su conjunto. Este discurso corresponde al surgimiento de las burocracias de seguridad, que tiende a dar un aura de racionalización en el sentido de lo que Weber llama racionalidad en cuanto a los propósitos, que es por lo tanto racionalidad instrumental en términos de medios y fines.

No debemos pretender que la noción de seguridad tiene alguna homogeneidad en las prácticas de los Estados que utilizan objetivos de seguridad. En realidad, lo que ahora llamamos "prácticas de seguridad" son sobre todo prácticas estatales, ya sean policiales, de inteligencia o militares, que son muy diversas, desde la guerra, pasando por los controles de seguridad, hasta la ciencia forense, todo un caleidoscopio y toda una serie de prácticas diferentes que tienen algo en común, a saber, que el objetivo de seguridad es una preocupación particular para la población, sabiendo que, en realidad, los siguientes son algunos de los elementos más importantes de la agenda de seguridad. Hoy en día, la diversificación de las prácticas de seguridad puede incluso parecer retroceder en la historia, es decir, en la dirección de una demonopolización en el sentido de que vemos la aparición de actores privados y, en particular, de agentes empresariales, empresas de seguridad, compañías de seguros y expertos en seguridad privada. En realidad, no se trata de un retorno a un Estado exento en el que los actores no estatales también tengan prerrogativas en el uso de la fuerza legítima, porque en realidad lo que vemos en realidad es una continuidad entre las prácticas de seguridad privada y la lógica de burocratización que ahora caracteriza a la seguridad pública. Por otra parte, las prácticas de seguridad privada, en particular las empresas de seguridad privada, a menudo no ponen en tela de juicio el monopolio del Estado sobre la fuerza legítima por la simple razón de que la seguridad ya no es hoy en día ante todo el uso de la fuerza, sino más bien la capacidad de producir un discurso sobre lo que es la amenaza, que es un discurso de expertos que afirman ser la verdad sobre lo que son hoy en día las amenazas, cómo controlarlas y cómo prevenirlas.

Hoy en día, la privatización parcial de las prácticas de seguridad, en particular a través de empresas de seguridad privada o militares, no es necesariamente una privatización del uso de la fuerza, sino más bien una transformación de las prácticas de seguridad, que ya no se refiere a la dimensión operacional y coercitiva de la policía y el ejército, como en los siglos XVII y XVIII. Esto es algo que también se puede ver en el ámbito militar y policial, aunque la policía y los militares todavía se definen hoy en día, sobre todo a través de su función central como custodios del monopolio estatal de la violencia legítima. En realidad, la mayoría del personal militar nunca disparará una bala en el campo de batalla. La mayoría del personal militar son administradores, burócratas, expertos, logísticos y no soldados en el campo de batalla. Lo mismo puede decirse de los agentes de policía.

Lo que hay detrás de la retórica de la racionalización de la violencia estatal en nombre de la seguridad no es sólo una transformación del vocabulario, sino también una transformación de las prácticas que no se traduce en la desaparición de la función coercitiva del poder estatal que representa hoy en día la institución militar, sino que se refleja en su diversificación y burocratización, y que se traduce en el hecho de que aunque la especificidad de lo militar frente a la panadería es el papel de la sociedad civil. Sin embargo, el hecho es que sus actividades cotidianas se refieren directa o indirectamente a la noción de seguridad y, por lo tanto, es importante comprender las prácticas de seguridad que engloban estas prácticas coercitivas, pero que cada vez más incluyen también activos no coercitivos y burocráticos.

Las prácticas de seguridad son prácticas burocráticas que, en su mayor parte, se justifican por el argumento de la producción de seguridad y la lucha contra la inseguridad. Las prácticas de seguridad son repetitivas y están ancladas en acciones diarias y rutinarias. In Toward a Theory of Social Practices: A Development in Culturalist Theorizing, publicado en 2002, Reckwitz define las prácticas como "un tipo de conducta rutinizada que consiste en varios elementos:[...] actividades corporales,[...] actividades mentales,' cosas' y su uso, un conocimiento de fondo[...] y conocimientos técnicos[...]". Una burocracia opera a través de procesos "rutinarios", conocidos como "procedimientos operativos estándar", que por las misiones son repetitivos y rutinarios y que, por lo tanto, cuando se trata de prácticas de seguridad contradicen una representación de la práctica de la seguridad como algo excepcional con el despliegue de prácticas de seguridad en una situación de crisis, cuando hay un ataque terrorista o en una situación de guerra donde hay un ataque terrorista. La seguridad es a menudo descrita como algo que sucede en nuestra vida cotidiana y en nuestras vidas cuando hay una gran crisis, guerra o ataque terrorista, como si estuviese ausente en tiempos normales. Si nos fijamos en las prácticas de seguridad, vemos que, en realidad, de crisis en crisis, de guerra en guerra, entre estos períodos llamados "excepcionales", se trabaja sobre todo en la rutinización de las prácticas, lo que demuestra que debemos interesarnos por la dimensión cotidiana de las prácticas de seguridad y no sólo centrarnos en las guerras, ya sean civiles o interestatales, o en las crisis, sino también en las actividades burocráticas de todos.

Emergencia de profesionales de la seguridad (estado)

Afin d’aborder la notion de « professionnels de la sécurité », il faut tout d’abord s’arrêter sur les notions de bureaucratisation et de rationalisation de l’État. La guerre permet et oblige les monarques à centraliser et à bureaucratiser leur appareil administratif de façon à pouvoir lever des impôts, à faire le recensement de leur propre population qui est une condition nécessaire pour pouvoir lever des troupes, mais aussi des impôts. Ce sont des pratiques indispensables pour mener la guerre et qui supposent toutes deux des pratiques d’administration et donc une bureaucratie relativement efficace qui ne va pas avant tout s’intéresser aux questions de tactique militaire, aux questions du recours à la force sur-le-champ de bataille, mais qui vont s’intéresser à un ensemble de pratiques administratives beaucoup plus larges, mais qui n’en sont pas moins indispensables pour pouvoir mener la guerre du point de vue du roi. Il importe de ce point de vue de s’arrêter sur les notions de bureaucratisation et la notion sous-jacente de rationalisation que nous avons abordée de manière sans s’interroger sur ce qu’est une bureaucratie, ce qui distingue une bureaucratie et sa prétention à la légitimé d’autres prétentions à la légitimité. Comprendre ce qu’est une bureaucratie est néanmoins important pour comprendre comment se transforment les pratiques coercitives.

Bureaucratisation de la coercition

La bureaucratie au sens strict est le gouvernement par les bureaux, c’est-à-dire par un appareil constitué de fonctionnaires soumis à des procédures anonymes et des routines administratives. Cette définition peut donner l’impression que la bureaucratie, finalement, ne marque pas une évolution notable ou drastique dans les pratiques de l’État. En réalité, l’émergence du principe bureaucratique est un processus fondamental dans la mesure où il a recours à l’écriture, il intègre le principe d’écriture qui est le principe des documents écrit à l’exercice du pouvoir, ce qui va avoir un impact beaucoup plus important et significatif sur l’exercice du pouvoir d’État. Lorsqu’on dit que la bureaucratie c’est le « gouvernement par les bureaux », on s’imagine les bureaux comme un endroit physique, mais ce qu’il y a derrière la notion de « bureau » dans le terme « bureaucratie » est avant tout le travail écrit, le fait de recenser, de laisser des traces écrites relatives au comportement de la population qu’on administre, mais aussi relatives aux bureaucraties qu’on administre elles-mêmes. Le fait d’écrire a un impact très important sur l’exercice du pouvoir d’État puisque l’écriture permet avant tout une accumulation d’informations. Donc, l’émergence du capital informationnel dont nous parlait Pierre Bourdieu dans Esprit d'État genèse et structure du champ bureaucratique publié en 1993, ce qui permet au gouvernement actuel de se prévaloir d’avoir une masse d’information conséquente sur la population qu’elle administre est le fait d’écrire les informations, de recenser la population, de constituer des archives qui permettent également de créer une mémoire collective qui s’inscrit dans la longue durée puisque les informations par l’écriture cessent d’être des éléments fuguasses qui meurent avec la personne qui détenait ces informations pour devenir quelque chose qui devient accumulé dans des archives d’État et qui permettent progressivement au travers d’un processus d’accumulation informationnel de créer un capital informationnel qui d’après Bourdieu n’est pas le propre de l’État, mais qui fait de l’État moderne un appareil qui monopolise l’exercice de la violence symbolique légitime notamment en créant un différentiel entre ce que le gouvernement connaît et sait de la population qu’elle administre et ce que les individus peuvent savoir sur eux-mêmes.

Le « pouvoir des bureaux » est inséparable de la trace écrite, l’archivage de dossiers, de communications. Il constitue un pouvoir informationnel significatif de la part de l’État qui se traduit par l’imposition des classifications légitimes acceptées par la population puisque cela suppose de créer des catégories. Il y a un ensemble de systèmes de classification qui nous parait « évident » comme c’est le cas des « catégories socioprofessionnelles », mais qui sont en réalité le produit d’un travail bureaucratique. L’émergence des bureaucraties marque en réalité un processus d’accumulation des informations entre les mains d’un gouvernement et de ses appareils qui renforce le pouvoir d’État et le consolide. Cela montre que la bureaucratisation de l’État n’est pas simplement un processus qui est instrumental dans la logique de transformation des guerres, mais c’est également quelque chose qui transforme fondamentalement les relations entre administration et administrés et qui transforme donc les relations internes de l’État en voit de modernisation.

La bureaucratie dans son sens le plus strict n’est pas quelque chose de récent en soi, on peut la faire remonter à l’invention de l’écriture qui marque la transition de la préhistoire à l’histoire. La bureaucratie est inséparable de la trace écrite et donc de l’invention de l’écriture. Dès l’invention de l’écriture qu’on estime autour de 4000 ans avant notre ère, il y a une monopolisation de l’activité de l’écriture par les pouvoirs des cités-États et des empires de l’antiquité qui accumulent déjà un pouvoir informationnel en recensent leur population, en documentant les droits de propriété sur les territoires qu’ils occupent. C’est notamment le cas avec les scribes qui avaient une fonction d’administration du domaine du pharaon qui lui permettait de connaître sa population, de l’utiliser à la fois pour la réalisation de grands travaux et pour les activités de guerre montrant ainsi l’importance du lien entre pouvoir et écriture, entre pouvoir et accumulation de capital informationnel permis par la capacité à écrire qui était réservé au début à une petite élite qui au travers de cette capacité à écrire et donc à accumuler et à archiver des informations renforçait sa domination sociale mise au service des pouvoirs en place et en particulier le pouvoir politique.

On considère que la bureaucratisation massive et intensive du pouvoir politique est avant tout le propre de l’État moderne. Weber était connu comme étant le théoricien de la légitimité légale rationnelle qui est la légitimité spécifique revendiquée par l’État moderne et qui passe par sa bureaucratisation. Selon Max Weber, la bureaucratie est une caractéristique omniprésente dans la constitution des sociétés modernes. Ce n’est pas seulement le monopole de la violence légitime, mais c’est aussi la bureaucratisation. Dans Le Procès publié en 1925, Kafka s’imagine une dystopie dans lesquelles un tribunal excessivement bureaucratisé traumatise Joseph K. on voit se déployer toute la dimension d’absurdité et d’inefficacité que nous avons tendance à assimiler à la bureaucratie. Weber insiste beaucoup plus lorsqu’il parle de bureaucratie sur l’émergence de la rationalité instrumentale sur l’exercice du pouvoir d’État, sur le renforcement des capacités de l‘État de transformer et de façonner la société à son image. Ce sont deux représentations quelque part antinomiques de la bureaucratie qui sont constitutives de la modernité avec la bureaucratie comme quelque chose de procédurier, d’inefficace, voire d’incompréhensible pour le commun des mortels, mais à la fois comme une condition indispensable du pouvoir politique et administratif efficace permettant le gouvernement non seulement des territoires, mais également des populations. Il s’agit en réalité de deux images d’un même processus qui marque en réalité la bureaucratisation de l’État et que Kafka et Weber constatent de façon différente, mais qui fait face à un autre processus.

Il faut noter le lien entre bureaucratisation et guerre. Les premières institutions à développer des bureaucraties ou une logique de bureaucratisation systématique sont les forces armées. Les armées ont été bureaucratisées très tôt, et on peut même aller jusqu’à dire que la guerre est aux racines de la bureaucratisation moderne de départ. Weber considère que la bureaucratisation transforme durablement l’État moderne et il n’en demeure pas moins qu’on voit la bureaucratisation se déployer au travers de l’histoire même si dans un premier temps c’est avant tout l’histoire de la bureaucratisation des appareils militaires avant de devenir la bureaucratisation d’ensemble des administrations d’État. Même encore au XIXème siècle, si on prend un État comme le Royaume de Prusse, cela était avant tout l’État-major prussien qui était considéré comme le modèle de bureaucratie le plus efficace et qui était vue comme fournissant un modèle d’ensemble dans l’administration de l’État prussien. Cela montre au XIXème siècle le lien entre bureaucratisation et guerre et donc la perception des États-majors militaires comme étant le fournisseur d’un modèle pour la bureaucratie d’État.

Pourquoi lorsqu’on parle de pratique de sécurité il est si important de comprendre la logique de bureaucratisation ? On pourrait dire que si la sécurité est avant tout se défendre contre les menaces et qu’elle suppose donc de savoir combattre y compris par la force des armées en quoi les bureaucraties, les administrateurs interviennent-ils ? En réalité, les professionnels comme nous l’imaginons être à juste titre être au cœur des pratiques de sécurité, sont de plus en plus des bureaucrates. Si on prend l’exemple du militaire, généralement dans les définitions académiques et sociologiques de ce qu’est un militaire, on assiste sur ce qui dans la littérature de la sociologie-militaire est connu comme la « spécificité militaire » à savoir ce que l’institution militaire à de différent d’avec les autres institutions, or, on insiste ici sur le fait que le militaire est un expert dans l’usage de la force qui est un dépositaire de la violence d’État de façon légitime. C’est une minorité des militaires qui en temps normal s’entraine à la guerre ou mène la guerre sur un champ de bataille. En vérité, la majorité sont des bureaucrates dans l’acquittement de leur devoir militaire est lié à la logistique, à la planification, au soutien, au commandement et au contrôle ainsi qu’à la formation qui sont un ensemble de pratiques qui n’ont rien à voir avec l’usage de la force. En ce sens, la plupart des militaires sont des bureaucrates avant d’être des guerriers. Lorsqu’on parle aujourd’hui de la transformation du métier de militaire, il est important de distinguer la fonction de guerrier du militaire de l’ensemble des fonctions non coercitives du militaire, mais qui sont néanmoins importantes pour comprendre ce que sont les pratiques sécuritaires de cette institution. Les militaires sont à la fois des chefs de guerre en tout cas en temps de guerre et lorsqu’ils sont sur-le-champ de bataille, mais ce sont aussi des gestionnaires des affaires militaires et en tant que gestionnaire, ce sont aussi des bureaucrates travaillant dans des bureaux et exerçant leur pouvoir professionnel au travers des bureaux en tant que lieu où on écrit, recense, archive et accumule de l’information.

Cette transformation se voit à travers le « tooth-to-tail ratio », le « tooth » qui fait référence à la dimension coercitive de l’administration militaire, au nombre de militaires qui sont impliqués ou susceptibles d’être impliqués dans le recours à la force sur le champ de bataille. Le « tail » renvoie à tout ce qui est administration des unités militaires, mais également à l’administration de la population puisqu’il s’agit de prélever au travers de la conscription donc du service militaire pour constituer des soldats, pour les logisticiens, il s’agit de répertorier l’ensemble des ressources matérielles susceptible d’être mobilisées et utilisées en temps de guerre.

Le « tooth-to-tail ratio » traduit la propension des militaires qui se conforme à l’image guerrière que l’on a du militaire, mais qui en réalité et de moins en moins prégnant dans l’institution militaire. Pendant la Guerre civile américaine, ce ratio était de 9 à 1. Pour 9 soldats qui combattaient sur le front de cette guerre, il y avait un administrateur ou un bureaucrate qui se spécialisait dans l’acheminement des armes sur-le-champ de bataille ce qui supposait de répertorier l’armement à disposition et d’usines de fabrication d’armes sur le territoire qu’il administrait pour les acheminer sur-le-champ de bataille, mais faisait également référence à ceux qui faisait le recensement de la population pour lever des armées conscrites. Pendant la Deuxième guerre mondiale, ce ratio était de 1 pour 1, on avait en moyenne 1 bureaucrate militaire pour chaque combattant. Actuellement, ce ratio dans les États occidentaux est de 1 pour 10. Au travers de ces ratios et de cette évolution, on voit que les armées se bureaucratisent de plus en plus, de moins en moins de militaires utilisent ou sont susceptibles d’utiliser la force sur-le-champ de bataille et de plus en plus de militaires sont susceptibles de travailler dans les bureaux.

Il y a cette évolution pour un ensemble de raisons complexes. L’une des raisons est que la sophistication accrue des armes qui sont utilisées en temps de guerre, sophistication qui va de pair avec une capacité de destruction renforcée de ces armes, implique qu’il n’est pas nécessaire d’avoir un ratio de 9 contre 1 pour mener une guerre efficacement. Lorsqu’on a des avions de chasse et surtout lorsqu’on a des drones, il n’est pas forcement nécessaire de déployer des hommes sur le terrain arme à la main, on peut se contenter d’avoir une armée d’informaticiens, de spécialistes des technologies de l’information et de la communication ou encore de logisticiens qui mènent la guerre au travers de drones. Il faut des pilotes en ce qui concerne les pilotes de chasse et derrière les pilotes, il y a toute une armée d’administrateurs, de bureaucrates, de spécialistes du renseignent militaire qui travaillent en amont pour permettre le bombardement. La sophistication des armes explique en grande partie la bureaucratisation des armées. Les « targeted killing » qui sont les assassinats à travers l’utilisation de drones sont vraiment dans une zone d’indistinction dans laquelle il est très difficile de dire si on est dans la dimension du soldat qui a recours à la force sur-le-champ de bataille ou si on est plutôt sur une logique des activités bureaucratiques et administratives qui se situent en amont du recours à la force. Ce qui est certain, est que cela traduit une mise à distance progressive du soldat par rapport à sa cible, il y a une mise à distance du long terme inséparable de l’émergence d’armements de plus en plus sophistiqués qui depuis le XVème siècle jusqu’à aujourd’hui permettent progressivement aux militaires de s’éloigner du champ de bataille et donc de s’éloigner de sa capacité à voir directement le résultat des dommages et des destructions qu’il cause.

Cette même prégnance de la bureaucratie se retrouve dans le travail policier et peut être même encore plus que dans le travail militaire puisque d’un point de vue militaire, l’administration et la bureaucratie sont avant tout un instrument. Du point de vue militaire et de l’histoire de la guerre, la bureaucratie peut se concevoir comme un instrument sine qua non qui va permettre de lever des impôts et des troupes, d’administrer les unités militaires elles-mêmes et donc de pouvoir mener la guerre sur-le-champ de bataille.

Pour ce qui est du travail policier, il s’agit de maintenir l’ordre, d’identifier un certain nombre d’irrégularités de comportement au sein d’une population. La régularité des comportements constitue la base de la norme sociale dont les policiers sont les garants ce qui implique le fait qu’ils luttent contre les incivilités, la délinquance, mais aussi contre le crime qu’il soit organisé ou non. Pour identifier les irrégularités de comportement au sein d’une population, pour identifier ce qui ne constitue pas un comportement normal et ce qui est un comportement déviant dans une population, il faut avant tout la connaître, la recenser, l’observer, archiver ses mouvements et ses déplacements et donc cela suppose administrer des populations et les territoires sur lesquels elles se trouvent. Dans un certain sens, on peut considérer que la bureaucratie de par son pouvoir d’accumulation informationnelle et donc de la constitution d’un capital informationnel de la par d’une institution est le cœur même du travail policier. Le fichage des populations est à la fois pour identifier les populations déviantes, délinquantes et criminelles et la distinguer du reste de la population, mais aussi pour identifier les régularités de comportement. Un policier qui fait usage du droit de légitime défense pour arrêter quelqu’un ne constitue qu’une partie de la réalité policière, l’essentiel du travail policier étant avant tout un travail de fichage de la population permettant d’identifier les régularités de comportement par rapport auxquels on va pouvoir définir la déviance, la délinquance et la criminalité.

En ce qui concerne les services de renseignement, cela est également le cas avec l’usage d’une accumulation d’information sur une population donnée. Le principe est de récolter de l’information sur une population et la stocker de façon à pouvoir s’en servir afin de pouvoir identifier les individus ou les groupes contre lesquels on entend lutter efficacement.

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Le programme « Total information awareness » est un des grands chantiers des services de renseignement américain après le 11 Septembre qui était le projet qui visait à récolter des informations systématiques sur les individus vivant à l’échelle de la planète de façon à pouvoir écrire sur n’importe quel individu un rapport d’une vingtaine de pages. Ce programme aurait été abandonné de manière substantielle depuis 2004. Dans les services de renseignements, il y a le fantasme d’accumulation illimitée d’informations et donc de constitution d’un capital informationnel permettant de renforcer leur pouvoir sur leur population cible qui n’est plus forcement la population qu’on administre comme dans le cadre du travail policier, mais qui de plus en plus est contenu dans le travail de la population en ce qui concerne la population mondiale.

De ce point de vue, la tendance récente en matière de transformation des services de renseignement est dans le sens d’une indistinction de plus en plus entre le renseignement policier et le renseignement militaire. Traditionnellement, le renseignement policier est récolter des informations dans une logique de justice criminelle, c’est-à-dire sur des individus suspectés d’avoir commis un crime. Le renseignement militaire ne s’intéresse pas aux individus, mais aux groupes qui sont essentiellement les forces armées des États ennemis, il s’agit d’un renseignement de masse tourné vers l’extérieur.

Aujourd’hui on voit un renseignement de masse tourné à la fois vers l’intérieur et l’extérieur qui cible non seulement des groupes au travers des forces armées ennemies, mais également un renseignement de masse sur l’ensemble des individus qui habitent la planète. On voit la logique de renseignement policier et de renseignement militaire en quelque sorte se fondre l’un dans l’autre notamment à travers le programme « Total information awareness » qui illustre et imagine les services de renseignement moderne et surtout qui montre la transformation des pratiques de récoltes des données des services de renseignement vers une pratique de renseignent de masse de plus en plus importante notamment dans une logique de guerre contre le terrorisme. Elle passe par le même processus et la même logique que les bureaucraties à savoir la mise en fiche, le stockage de données et donc finalement l’accumulation d’informations sur des groupes de populations de plus en plus grandes.

Lorsqu’on parle d’accumulation, il est important de souligner qu’elle passe par un « changement de mentalité ». L’idéologie qui fonde le pouvoir d’État va se transformer au fur et à mesure que l’État se bureaucratise. Le fonctionnement de l’État va se traduire de plus en plus par des « procédures opératoires standards ». C’est-à-dire que dans des situations similaires, on va reproduire le même type de comportement définit au travers de règles d’engagement, de procédures établies et qui correspondent aux normes du métier qui met en pratique cela que ce soit les policiers ou les militaires qui se doivent de suivre des procédures définit au préalable. Ce qui explique l’image souvent négative qu’on a de la bureaucratie comme étant finalement très mécanique, inflexible et comme ne s’adaptant jamais aux transformations et aux flux par lesquels la réalité se transforme tous les jours. Cette « procédure opératoire standard » explique également l’image d’efficacité et de rationalité que Max Weber identifie dans les bureaucraties parce que c’est aussi par ces procédures standards qu’on évite les facteurs d’inefficacité et qu’on essaie de maximiser l’efficacité opérationnelle des bureaucraties.

Une autre caractéristique de la bureaucratie est que c’est un pouvoir impersonnel. En principe, une bureaucratie et une bureaucratie appliquant les mêmes procédures à tout le monde et cela indépendamment de savoir de qui il s’agit. Le pouvoir bureaucratique se doit d’être impersonnel, le fait de connaître quelqu’un ne doit pas faire de différence puisqu’en principe, le bureaucrate n’est pas le propriétaire de son propre principe de légitimation qui se trouve dans un principe abstrait qui est celui de la bureaucratie, celui des « procédures opératoires standards » qui implique de faire abstraction de l’identité des individus et de n’appliquer des principes abstraits.

La bureaucratisation des États se traduit également par la capacité accrue de transformation des sociétés. Michael Mann explique comment les États en se bureaucratisant exercent un pouvoir qui est de moins en moins despotique et de plus en plus infrastructurel. Il essayait de répondre à la question de savoir si les dépositaires des pouvoirs d’État aujourd’hui ont plus ou moins de pouvoirs par rapport aux monarques du Moyen-Âge. Il y a un paradoxe parce que d’un côté le monarque du Moyen-Âge pouvait de manière purement arbitraire ordonner tel ou tel individu à la mort, son pouvoir despotique était très important, de même pour l’empereur romain qui pouvait décider quelle population devait être exécutée. Dans ce sens, le monarque du Moyen-Âge ou l’empereur romain avait plus de pouvoir que la plupart des pouvoirs exécutifs dans les États modernes qui ne peuvent pas de manière purement arbitraire décider de conduire à la mort des groupes de gens sans la moindre justification. Donc, l’État moderne a beaucoup moins de pouvoir despotique que pouvait ne l’avoir le pouvoir monarchique ou les empires. Par contre, ils ont un pouvoir infrastructurel qui est incomparablement plus important que les États du Moyen-Âge. Le roi du Moyen-Âge ne pouvait pas décider d’homogénéiser la langue parlée par sa propre population pour la simple raison qu’il n’avait jamais recensée cette population, il n’y avait pas d’éducation nationale et donc d’école où on envoyait la population afin qu’elle y apprenne une langue qui soit identique que celle parlée par le monarque. Il en va de même pour l’Empire romain. Les États modernes ont au travers de leur bureaucratie, de leurs ministères et in fine au travers du principe de l’éducation nationale et des écoles imposé des langues relativement homogènes sur l’ensemble du territoire. À l’intérieur de chaque unité linguistique, la langue est homogénéisée, il y a une langue officielle d’une part et des pratiques dialectales d’autre part ce qui était impossible de mettre en œuvre au Moyen-Âge. Cela montre bien que l’État moderne a beaucoup plus de pouvoirs au travers de ses infrastructures de transformation en profondeur de la société. Cela implique aussi que ces États sont dépendants des transformations qui affectent ces sociétés. Le pouvoir purement arbitraire du pouvoir exécutif de condamner ou non à mort un individu est impossible.

La bureaucratisation se traduit également par une division fonctionnelle des tâches, c’est-à-dire que les bureaucraties se subdivisent et deviennent de plus en plus complexes et spécialisées dans des activités de plus en plus réduites. Elles sont pensées sur en termes d’une logique de « moyens – fins », c’est-à-dire que leur logique est celle d’une rationalité instrumentale et une logique dans laquelle on distingue différents niveaux d’application d’une décision de façon à maximiser son impact. On le voit au travers des administrations militaires qui font une distinction entre le niveau stratégique, le niveau opératif et le niveau tactique qui correspond à la distinction entre le gouvernement. La distinction entre le niveau politique qui est le gouvernement, le niveau stratégique qui est l’interface entre les gouvernements et les forces armées, les niveaux opératifs qui est le territoire sur lequel les forces armées interviennent et le niveau tactique est le niveau sur lesquels les unités militaires sont déployées. Cette distinction politique, stratégique, opérative et tactique est aussi une distinction entre les objectifs fixés par le niveau politique et les moyens mis en œuvre pour atteindre cet objectif se déployant au niveau tactique et opératif. Cette distinction typiquement bureaucratique entre politique, stratégique, opérative et tactique est une distinction où on trouve une pensée en termes de « moyens – fins », c’est-à-dire comment maximiser les chances d’atteindre une finalité politique en maximisant des moyens rares ou en tout cas chers en ce qui concerne les forces armées. Il s’agit d’une pensée en termes d’efficacité et de maximisation de l’utilité.

Les bureaucraties se différencient à des niveaux hiérarchiques différents. Il y a une bureaucratie supérieure qui donne des ordres à des bureaucraties inférieures, mais en même temps, une bureaucratie est toujours présumée indépendante ou du moins autonome dans sa propre sphère d’action. De ce point de vue, les relations civilo-militaire sont très ambiguës à cause du fait de la rationalité bureaucratique parce qu’à la fois il y a la logique de subordination de la bureaucratie aux autorités politiques conformément au principe hiérarchique, c’est-à-dire qu’un militaire est censé suivre les ordres d’un général qui lui-même suit des directives politiques données par le ministère de la défense qui lui-même, le ministre de la défense, est soumis au pouvoir exécutif et donc au pouvoir politique. En même temps, le militaire est présumé autonome en tant que bureaucrate dans sa propre sphère qui est la sphère militaire. En principe, le pouvoir exécutif ne peut pas « micromanager » des opérations militaires sur le terrain. Les appareils militaires sont autonomes dans leur propre sphère d’action elle-même soumise au politique. C’est toute l’ambiguïté des bureaucraties à la fois soumises au politique, mais en même temps autonome dans leur propre sphère et c’est clairement le cas pour les forces armées.

Quelles sont les implications pratiques de cette bureaucratie ?

Elle est double et essentiellement ambiguë, puisqu’à la fois, le fait qu’il y ait des bureaucraties responsabilise des hommes politiques parce que le fait qu’il y ait des bureaucraties fonctionnant sur le principe de la trace écrite veut dire que les directives données par les hommes politiques que cela soit en termes de directives répressives de la part des forces armées envers leur population ou que ce soit des activités répressives des forces de police laissent des traces écrites dans les administrations et dans les bureaucraties faisant qu’après une guerre ou un génocide, on peut constater au travers des traces écrites quelles sont les responsabilités des uns et des autres en matière de prise de décision. S’il n’y avait pas eu de bureaucratie pendant la guerre de Bosnie entre 1992 et 1995, il aurait été très difficile d’inculper Radovan Karadžić pour crime contre l’humanité, parce que ce qui a permis de retrouver des traces des ordres qu’il a donnés est notamment le fait tiré des bureaucraties notamment militaires qui prenaient acte des directives politiques données et qui dans l’exécution de ces actes répertoriaient également la manière dont ces directives politiques étaient mises en application. Donc, la bureaucratie responsabilise les hommes politiques de ce point de vue.

Mais en même temps, et c’est le paradoxe, le sociologue Zygmunt Bauman a montré comment le principe bureaucratique lui-même déresponsabilise l’appareil d’État. Cela est parce que les bureaucraties se différencient de plus en plus selon la différenciation fonctionnelle, chaque bureaucratie devient de plus en plus spécialisée dans une activité réduite et très limitée. En même temps, dans la mesure où elle réfléchit en termes de « moyens – fins », sa finalité est de plus en plus limitée à sa sphère d’action. Par exemple, dans la mise en application de la Shoah, on peut s’interroger sur la responsabilité des chemins de fer que ce soit en France, en Allemagne, en Pologne ou ailleurs dans la mise en exécution de ce génocide. Les bureaucrates des chemins de fer peuvent toujours dire que leur rôle n’était que d’acheminer tel nombre d’individus à tel endroit ce qui en tant que tel n’est pas répréhensible, sauf que cette activité essentiellement bureaucratique conditionnait la possibilité même d’acheminer des personnes vers les camps de concentration où elles étaient éliminées. Chacun des bureaucrates, dans la mesure où il ne s’occupe que d’une dimension très réduire d’une opération d’ensemble tel que le génocide, ne voit pas forcement le résultat d’ensemble produit par cette myriade d’activités bureaucratiques. Il ne voit que ce qu’il fait, et ce qu’il fait ne mène pas directement à la mort d’hommes. Cela veut dire que la bureaucratisation de l’État, la division fonctionnelle des tâches en des tâches de plus en plus précises et réduites et de plus en plus limitées à des microfinalités, déresponsabilise l’ensemble de l’appareil d’État. De ce double point de vue, les génocides sont rendus possibles par la bureaucratisation de l’État, mais l’identification des responsables à la suite de ces génocides est aussi permise par la bureaucratisation de l’État. De la même façon, la bureaucratisation se traduit par une efficacité accrue des tueries de masse, car il devient possible d’organiser un génocide en quelques semaines au Rwanda en 1994 tuant 800000 personnes s’il n’y avait pas eu des bureaucraties d’État capable de commander des machettes en quantité impressionnante de la Chine. Au début de l’année 1994, l’État rwandais a commandé une quantité de machettes qui auraient dû conduire les Chinois à s’inquiéter. C’est le fait que cette bureaucratie a fonctionné efficacement qui a permis ce génocide. Lorsqu’on analyse le génocide rwandais, on a tendance à mettre l’accent sur des spécificités locales et notamment la tension entre ethnies Tutsi et Hutu mais à la vérité, c’est la bureaucratisation de l’État rwandais qui est un phénomène général qui a permis ce génocide.

Rationalisation de la coercition au nom de la sécurité

La rationalisation de la coercition est une dimension qui en réalité est liée à la bureaucratisation. L’idée est que la bureaucratisation quelque soit ses analystes et notamment Max Weber prend l’expression d’un processus de rationalisation dans le sens où il y a une rationalité spécifique rattachée aux bureaucraties et qui sont la rationalité instrumentale en termes de « moyens-fins », c’est-à-dire maximiser les chances et la maximisation d’un objectif avec des moyens réduits. Dans une certaine mesure, la bureaucratisation chez Weber, en tout cas la bureaucratisation systématique et omniprésente est une caractéristique de la modernité politique. La rationalisation, également, est pour lui, un des critères qui caractérise la modernité pas seulement politique, mais la modernité tout court qui considère que la rationalisation est donc une composante importante des sociétés modernes. Weber parle de « cage d’acier » pour définir la rationalité dans le sens où on n’y échappe pas que ce soit dans le domaine économique avec le capitalisme, le domaine de l’État et des organisations avec la bureaucratisation et plus largement dans tous les domaines sociétaux à travers la prégnance du droit dans le domaine sociétal et le capitalisme. Il voit cela dans l’expression de l’émergence et de l’omniprésence des bureaucraties traduisant l’idéologie sous-jacente de ces bureaucraties à savoir la rationalité instrumentale dans laquelle on essaie de minimiser les coûts et d’augmenter les bénéfices au nom d’une conception de l’efficacité qu’il voit être au fondement de cette modernité. La rationalité est ici conçue quant à la finalité.

En réalité, il y a différentes formes de rationalité comme la rationalité quant aux valeurs qui fait référence au fait que parfois, on mène des actions non pas dans l’objectif d’atteindre un objectif matériel et concret, mais simplement pour atteindre certaines valeurs qu’elles soient religieuses ou autres. Ce type de rationalité quant aux valeurs, Weber ne la considère pas comme étant particulièrement caractéristique de la modernité ne serait-ce parce que la rationalité religieuse s’inscrit dans ce type de raisonnement. Par contre, la rationalité quant à la finalité dans laquelle on distingue strictement les objectifs recherchés et les moyens utilisés pour les atteindre est propre à la modernité lorsqu’elle devient systématique.

La rationalité consiste en des actions gouvernées par le raisonnement et le calcul des intérêts. C’est à la fois par l’activité de l’intelligence, mais aussi par la volonté de chiffrer le social, de réfléchir en termes d’intérêt qu’on essaie de maximiser en utilisant des biens ou des ressources rares en tant que moyens. C’est par ce biais que passe la rationalité spécifique à l’époque moderne qui est la rationalité en termes de « moyens-fins ». Weber voit la bureaucratie comme des actions politiques puisqu’une bureaucratie, si elle impose des « standards operating procedures », si elle fonctionne par des procédures anonymes et des normes de comportements standardisées, c’est aussi pour maximiser ses chances que le pouvoir politique atteint et maximise ses objectifs, quels qu’ils soient avec des moyens réduits.

La science, à travers son idéal de vérité et une des expressions dans le domaine du savoir de la rationalité moderne, la loi dans un domaine sociétal plus large en est également une des expressions non seulement parce que la loi n’a pas seulement vocation à séparer l’interdit du permis parce que le tabou religieux à la même fonction. Pour Weber, la prégnance du droit, de la loi dans le fonctionnement des sociétés modernes est liée à l’idéal de prédictibilité. C’est-à-dire que dans une société régie par le droit, en principe, on doit pouvoir prévoir le comportement des acteurs, il ne doit pas y avoir des comportements déviants liés à l’irruption d’émotions ou de logiques affectueuses que ce soit la vengeance ou encore la haine dans les comportements sociaux. La loi doit contraindre les individus à suivre une rationalité fondée sur l’idée de prédictibilité. Les comportements peuvent être prédits parce que conforment au droit et c’est parce que les comportements peuvent être prédits que l’on peut aussi réfléchir en termes de rationalité sur le long temps, c’est-à-dire élaborer des stratégies sur un long terme, essayer de faire des arbitrages intertemporels liés au fait qu’on sait comment les individus vont réagir à telle ou telle politique, liés au fait qu’on sait comment des entreprises vont réagir à un climat de compétition économique par exemple en réduisant les taux de salaires pour maintenir le taux de profit constant et ce qui permet donc un fonctionnement rationnel non seulement dans le présent, mais également dans les arbitrages que l’on fait dans l’utilisation des ressources rares dans le présent.

Le capitalisme dans le domaine économique est également, d’après Weber, l’expression de cette rationalité qu’on voit au travers la maximisation des taux de profits et des arbitrages intertemporels que permet notamment le respect de la loi mettant en évidence le type de rationalité quant aux « moyens – fins » qui caractérise la modernité. L’une des conséquences de cette prégnance de la rationalisation et de la bureaucratisation est ce que Weber appelle le « désenchantement du monde ». Le monde n’est plus régi par les valeurs des miracles religieux et des croyances en le mystère, mais plutôt est régit par la prééminence des intérêts, des calculs et de la maximisation d’un objectif que cela soit en termes d’objectif d’efficacité bureaucratique pour ce qui est de l’État ou en termes d’objectif de maximisation du taux de profit pour ce qui est des entreprises. Dans les deux cas, il y a une rationalité calculatrice et instrumentale qui se déploie et qui stagne entre des moyens et des finalités et qui essaie d’économiser les moyens pour maximiser les objectifs que l’on vise et cela que cela soit dans le domaine capitaliste ou de l’État bureaucratique.

Comment cette logique de la rationalisation se déploie-t-elle dans le domaine de la sécurité, sachant que l’émergence de la sécurité est aussi le fruit de la bureaucratisation de la violence. Quel est le rapport avec la sécurité ? Quels sont les critères de rationalisation ? Les critères sont :

  • prédictibilité ;
  • calculabilité ;
  • efficacité ;
  • technologie.

Comment ces principes se traduisent dans les logiques sécuritaires modernes et contemporaines ?

  • les critères de calculabilité et efficacité s’inscrivent dans la rationalité moderne et c’est également le cas dans cette bureaucratisation de la violence ;
  • la prévisibilité et le contrôle des incertitudes ;
  • les technologies en tant que fruit du travail scientifique appliqué et qui de plus en plus est également utilisé dans les pratiques sécuritaires traduisant une rationalisation au sens de Weber.

En ce qui concerne la calculabilité et l’efficacité, il est évident que lorsque le monarque ou les empereurs du Moyen-Âge menaient des guerres, ce n’était ni au nom d’un idéal d’efficacité en tout cas pas énoncé en tant que tel, mais plutôt au nom de la gloire et de la grandeur du souverain et l’idée d’introduire une rationalité mathématique dans la guerre était également étrangère à la recherche de gloire et de grandeur du souverain. Par contre, dans les pratiques de sécurité contemporaines, l’idéal de calculabilité et d’efficacité inséparable de la rationalité moderne de Weber est clairement présent. On le voit au travers de critères de mesures de succès des opérations militaires. Si par exemple on regarde les opérations militaires de l’OTAN en Afghanistan depuis 2001, il y a des débats récurrents sur les mesures que l’on va utiliser pour évaluer l’efficacité des opérations militaires. En 2001, l’idée était que l’efficacité militaire, comme dans des guerres traditionnelles, se mesure au nombre de morts causés dans le camp ennemi rapporté au nombre de morts dans le camp ami. Cette mesure était la plus répandue dans le cadre des guerres conventionnelles. C’est une mesure réaliste du degré de succès que l’on a dans les opérations militaires. Sauf qu’en Afghanistan, plus on tue d’individus présumés ennemis, plus on crée d’ennemis possibles. Par ailleurs, le côté en face, notamment pour ce qui est des talibans, recherche parfois ou bien met en œuvre des stratégies sacrificielles. Le sacrifice des combattants talibans peut également être utilisé comme ressource symbolique pour recruter plus de combattants.

À partir de ce moment, on a remis en question la notion de « metrics » qui est de mesurer le succès des opérations militaires au nombre de combattants ennemis tués. On s’est plutôt dit qu’il fallait peut-être tenir compte de l’efficacité dans la reconstruction économique, dans la reconstruction politique, dans la consolidation des institutions afghanes. Est soulevée la question de savoir comment le mesurer au travers de l’argent dépensé dans les projets de reconstruction sachant qu’une grande partie de cet argent est également détourné notamment par les talibans et d’autres groupes en Afghanistan. Il y a eu cette recherche permanente dans les opérations militaires de « metrics » permettant de mesurer l’efficacité des opérations militaires sans qu’on soit sûr d’être parvenu à des mesures à l’échelle de l’objectif recherché, que ce soit au travers de la stabilisation et de la consolidation du gouvernement en place et de l’élimination autant que possible de l’insurrection. C’est un débat qui est en court et qui montre la prégnance de la calculabilité et notamment de l’importance de pouvoir chiffrer les degrés variables de succès dans les opérations militaires cela pour être certain de mettre en œuvre des opérations militaires rationnelles en termes de ressources et en termes de chance de succès que l’on a de son côté dans les opérations militaires.

On voit de plus en plus la même chose dans le maintien de l’ordre qui est les activités de police où l’idéologie dominante du « new public management »impose de plus en plus d’évaluer les administrations publiques. On considère qu’il faut pouvoir évaluer l’efficacité d’un ministère ou d’une bureaucratie d’une façon à avoir un nombre de fonctionnaires le plus réduit possible ne serait-ce que pour minimiser les coûts et maximiser l’efficacité de l’action publique de ce ministère. Le problème survient lorsqu’on essaie d’appliquer le principe de « new public management » aux opérations de sécurité et notamment de sécurité policière pour savoir comment on mesure l’efficacité des opérations de police. Si on la mesure au travers du nombre de personnes verbalisées, arrêtées ou encore suspectées, cela est simplement voir les policiers démultiplier les contrôles d’identité, démultiplier le nombre d’arrestations sur des critères de plus en plus flous pour les seuls besoins de remplir les statistiques ou les critères nécessaires à une bonne évaluation de l’efficacité des services policiers. Il n’en reste pas moins que le critère d’efficacité dans les opérations de police est de plus en plus la norme en Europe. Certains policiers essaient de résister à cette tendance en mettant en avant le fait que derrière cette tendance il y a une logique spécifique de la sécurité qui fait qu’on ne peut pas mesurer le succès d’opération de sécurité sous peine de produire des effets contreproductifs notamment en arrêtant des suspects et des personnes innocentes en verbalisant ou en contrôlant les identités de personnes sans raison objective. Il n’en reste pas moins que la logique dominante aujourd’hui est l’application de critères d’efficacités calculables y compris aux opérations de police.

L’objectif est de maximiser l’efficacité des professionnels de la sécurité que ce soit des militaires au travers des « metrics » ou que ce soit des policiers au travers des reformes des politiques publiques inspirées par les « new public management ». Ces effets sont généralement ambigus dans le domaine sécuritaire. De ce point de vue, on peut constater que la sécurité est un domaine dans lequel l’application de critères d’efficacité propre à d’autres champs d’efficacités, de produire des effets pervers. Un de ces effets pervers, par exemple, est que moins il y a de violence dans une société donnée, plus le sentiment d’insécurité résiduel peut paraître intolérable. Cela veut dire que moins il y a de violence dans une société, plus il y a le sentiment que ce qui reste de violence qui est la part irréductible de la violence qui perdure dans la société va apparaitre comme intolérable. C’est un paradoxe qu’on peut observer depuis les années 1970 et 1980. Si on demande dans la rue quel est le sentiment que les gens ont concernant l’insécurité et son évolution, on a bien souvent l’impression qu’il y a une explosion de l’insécurité dans les banlieues, dans les grandes villes, qu’il y a une montée du terrorisme, qu’il y a de plus en plus d’incivilités et donc de plus en plus de menaces à la société et aux individus alors même que les statistiques existantes, en particulier sur le long terme, montrent le contraire. Il montre par exemple que ce qu’on appelle le « terrorisme », les chances qu’il cause de blesser un individu lambda sont plus réduites que d’être frappé par la foudre. Pourtant, personne ne pense à dépenser les sommes dans lutte ou dans la prévention des décès liés à la foudre que l’on dépense dans la lutte contre le terrorisme. Or, si l’on suit strictement la logique mathématique rationnelle des statistiques, il serait bien d’aller dans ce sens.

Il y a un déclin général de la violence qui est une tendance depuis le XVIIème siècle, mais il persiste des formes résiduelles d’incivilité, de violence, y compris d’attaques dites « terroristes », et celles-ci nous semblent être d’autant plus insupportable qu’elles sont rares, alors que dans des sociétés dans lesquelles le niveau de violence est très important comme en Afghanistan ou certains pays d’Afrique subsaharienne, les préoccupations au jour le jour des individus ne sont pas forcément liés à cette violence, mais peuvent être plus liés à des formes ou des préoccupations telles que la pauvreté ou la famine et donc des problèmes liés au niveau de vie et au niveau de croissance. Le premier paradoxe est que plus une société recherche la pacification dans ses relations sociales, plus il y aura le sentiment que les formes de violences résiduelles qui persistent dans cette société sont intolérables, insupportables, et donc un sentiment d’insécurité.

Un autre paradoxe lié a la tentative de rationnaliser les pratiques de sécurité en les rendant de plus en plus efficaces, calculables et en permettant d’éliminer les facteurs d’insécurité les plus omniprésents, en tout cas ressentis comme tel, est que plus les outils de sécurité sont performants, plus grand sera le nombre des phénomènes considérés comme dangereux. Dans beaucoup de sociétés dans les pays du tiers-monde ou bien aussi dit les pays du sud, les forces de police lorsqu’il y en a en interne, ont plutôt pour fonction de lutter contre les rébellions, contre l’autorité en place, éventuellement de lutter contre les facteurs d’instabilité sociétale, mais certainement pas de lutter contre la délinquance ou la petite criminalité simplement parce qu’il n’y a pas suffisamment de forces de police déployées et que cela ne fait pas partie des préoccupations du gouvernement en place. Ce veut également dire qu’il n’y a pas forcément le sentiment que la petite délinquance est un problème endémique comme c’est le cas chez nous. Cela montre que plus les outils de sécurités sont considérés comme performants aux vus de ce qui est considéré comme le problème sécuritaire prédominant, plus grand sera le nombre de phénomènes que l’on considère comme dangereux. Effectivement, lorsque l’on commence à utiliser des statistiques pour mesurer les risques que tel ou tel individu devienne un délinquant, un criminel ou un terroriste, plus les politiques de sécurités deviennent intrusives puisque le nombre de risques et de menaces à la sécurité potentielle que l’on identifie est démultiplié. Cela montre qu’il est très difficile d’appliquer une logique mathématique, arithmétique et rationnalisante aux logiques sécuritaires de la même façon qu’on les applique aux politiques économiques ou à la globalisation financière.

Le deuxième critère de la rationalisation est le critère de prévisibilité et de contrôle des incertitudes. De ce point de vue, ce qu’il y a comme rationalisation que l’on voit à l’œuvre au travers des sociétés capitalistes de la bureaucratisation, on le voit également dans les pratiques sécuritaires contemporaines au travers d’une préoccupation pour le contrôle du futur. Lorsqu’on parle de sécurité, on parle toujours de menace potentielle qui pourrait s’actualiser dans le futur, mais il n’en reste pas moins aujourd’hui dans les logiques sécuritaires qui se déploient au travers des guerres dites « préventives » comme on le disait en ce qui concerne la guerre en Irak en 2003 ou que ce soit au travers des pratiques antiterroristes contemporaines qui sont orientées vers un futur de plus en plus éloigné. On voit souvent un glissement dans le discours sécuritaire contemporain de la notion de « menace » vers celle de « risque ». On parle de plus en plus de la « gestion des risques » dans les métiers de la sécurité que ce soit les miliaires, les policiers ou les services de renseignement, là ou avant, on parlait avant tout de « menace ». Ce glissement sémantique, précisément n’est pas simplement sémantiques, mais correspond aussi à un changement de vision des enjeux sécuritaires dans les de plus en plus, on se tourne vers un futur de plus en plus éloigné dans la mise en œuvre des politiques sécuritaires.

Quelles peuvent être les différences entre « menace » et « risque » ? La « menace » est toujours une éventualité. Il y a différent critère et différentes connotations attachées à ces deux termes. Sans dire qu’il y a une logique fondamentalement différente entre la « menace » et le « risque », c’est la manière dont ces termes sont utilisés par les professionnels de la sécurité qui traduisent des différences de connotations qui sont intéressantes à souligner. En principe, une « menace » est intentionnelle. Si on parle de « risque », il n’y a pas d’intentionnalité stratégique qui se cache derrière ce type de phénomène. Ce sont plutôt des phénomènes émergents que personne n’a voulus, mais qui représente néanmoins un risque pour nos sociétés et les individus qui la composent . En général, lorsqu’on parle de « menace », on fait référence à une intentionnalité, lorsqu’on parle de « risque », on fait plutôt référence à un certain nombre de phénomènes qui peuvent être intentionnels, mais également ne pas l’être et qui sont de plus en plus perçus sous le terme d’enjeux sécuritaires. La « menace » n’est pas forcement calculable sous l’angle de la probabilité. En principe, un « risque » est avant tout une probabilité. On ne parle de « calcul de risque » et non pas de « calcul de menace ». Le « risque » est calculable au contraire de la « menace ».

Aujourd’hui, dans la logique sécuritaire prédominante, on parle plutôt de « risque probabilisable » que de « menace » en ce sens là. Une autre différence est qu’une « menace » est toujours négative, alors qu’un « risque » peut être positif. Un entrepreneur se doit de prendre des risques si il veut maximiser son taux de profit. La « prise de risque » a une connotation qui est neutre là où la « menace » est forcement négative. De la même façon, lorsque les policiers ou les militaires parlent de « menace » et disent qu’il faut « contrer la menace », lorsqu’ils parlent de « risque », ce n’est pas pour « contrer un risque », on le gère, on arbitre différent « risques » entre eux, on essaie de minimiser le « risque », cela soulève d’autres risques. On fait des arbitrages en différents « risques », mais on ne les contre pas comme on « contre la menace ». Lorsqu’on parle de « menace », on considère généralement qu’elle est réductible, c’est-à-dire qu’un monde sans « menace » doit être possible alors qu’un monde sans « risque » ne peut être possible parce que la manière dont on gère un risque soulève toujours d’autres risques. Par exemple, si on cherche à lutter contre le terrorisme en limitant la mobilité des populations étrangères, cela soulève d’autres risques notamment parce que la libre circulation des personnes est un inséparable du libéralisme économique et il y a des risques de déstabilisation économique dans un certain nombre de mesures antiterroristes. Donc, il y a des différences de connotation entre « risque » et « menace », or, aujourd’hui, de plus en plus, les politiques sécuritaires s’intéressent à la notion de « risque » qui est beaucoup plus tournée vers le futurque la « menace » puisque le propre de la « menace », dans un sens strict, est d’être proféré, un groupe ou un État considéré comme « menaçant » est un groupe ou un État qui a proféré une menace. Alors que pour dire qu’une groupe ou un État représente un risque, il n’est pas forcement nécessaire qu’il ait proféré une « menace », il n’est pas forcement nécessaire qu’il ait une intentionnalité présente, mais cela peut être une intentionnalité future que l’on calcul sur la base de statistiques, c’est-à-dire que l'onconsidère ou on peut dire qu’un groupe se retrouvant dans telle ou telle situation, d’ailleurs c’est un argument qu’on entend parfois de certains hommes politiques autant de droite que de gauche, que des populations immigrées qui ont peu de ressources économiques représentent un « facteur de risque » en basculant dans le fondamentalisme religieux et le terrorisme alors même que dans le présent ils n’ont pas cette intentionnalité et qu’ils n’ont pas de dynamique de radicalisation. Lorsqu’on parle de « risque », de plus en plus de métiers de la sécurité le font et notamment le renseignement, on présente comme des « menaces » donc des « facteurs de risques », des populations dont on admet dans le présent qu’elles n’ont ni proféré des « menaces » ni démontrées d’intentionnalité de le faire dans le présent. Il y a une volonté de contrôler le futur et de lutter plutôt contre les « risques » que les « menaces ».

Il y a la prégnance des scénarios du pire, mais également une logique de proactivité qui va de pair avec les opérations de sécurités de plus en plus tournées vers le futur et vers un futur de plus en plus potentiel et virtuel qu’actuel. On parle plus de proactivité et d’anticipation plutôt que justice criminelle. Le renseignement policier traditionnel vise à identifier les individus qui ont commis un crime dans le passé de façon à les arrêter, à les soumettre à un procès et éventuellement les condamner si leur culpabilité a été prouvée alors qu’aujourd’hui, de plus en plus, il y a une logique de renseignement tournée vers le futur, c’est-à-dire qu’il y a des groupes à risque qui sont des groupes de personnes qui n’ont pas encore commis un crime, mais qui compte tenu de certains facteurs identifiés statistiquement pourraient le commettre.

Le troisième critère de la rationalisation au sens de Weber est l’utilisation de la technologie :

  • de ce point de vue, les militaires ont toujours été à l’avant-garde de l’innovation technologique que l’on pense à l’avion à réaction, internet ou le téflon. Il s’agit dans ces trois cas d’innovations qui étaient militaires avant d’être appliquées dans la vie civile. Cela montre la manière dont les militaires et la guerre ont toujours été un facteur d’innovation technologique en mettant l’accent et en valorisant l’utilisation de technologies en contexte de guerre.
  • en ce qui concerne les polices, il y a le développement de nouvelles méthodes d’investigation et de collecte d’indices. Les polices travaillent de plus en plus sur la base de bases de données, d’informations collectées sur des groupes de plus en plus larges à partir desquels on va essayer d’identifier des régularités statistiques pour essayer d’identifier les irrégularités qui pourraient laisser soupçonner des pratiques illicites. Donc, il y a l’utilisation de plus en plus prégnante de technologies informatiques, de logiciels de « data minding » et d’algorithmes sophistiqués pour identifier des populations à risque comme notamment aux Pays-Bas ce qu’on appel l’« intelligence-led policing » qui est la police par le biais de techniques de renseignements qui implique le recours notamment à des technologies sophistiquées dans les opérations de police.
  • dans les appareils de renseignement, on voit également cette logique à l’œuvre. On travaille de plus en plus sur le « renseignement technologique » plutôt que sur ce qu’on appelait le « renseignement humain » qui sont les espions classiques. Les renseignements par les signaux à savoir le « signals Intelligence », consiste à stocker des flux d’informations transmis par ondes électromagnétiques soit en captant des discussions téléphoniques, que ça soit en interceptant des messages sur internet stockés dans des bases de données. Cela est notamment l’objet du Réseau Échelon qui avait été révélé à la fin des années 1990. C’est un réseau mis en place par les États-Unis et dont les radars se trouvent en Écosse et qui vise à rassembler et à stocker de manière massive des informations provenant des conversations téléphoniques passées sur le continent européen, mais également des messages internet stockés sur des bases de données aux États-Unis de façon à éventuellement avoir des éléments à charge si des terroristes s’infiltreraient aux États-Unis depuis l’Europe ou si des attentats étaient commis depuis l’Europe, cela permettrait de retrouver leur message dans cette base de données qui essaie également de prévoir des attentats qui vont se passer. Ce n’est pas seulement une logique de justice criminelle, mais c’est une logique de renseignement de masse à travers le stockage de masse d’information par le biais de capteurs électroniques.

Professionnalisation de la sécurité

Ces logiques d’« intelligence-led policing » se retrouvent dans des technologies de plus en plus sophistiquées dans les activités de guerre, dans les activités policières, dans les activités de renseignement et passe par une professionnalisation accrue des métiers sécuritaires posant la question de savoir ce qu’est la différence entre un « métier » et une « profession ». En général, dans la littérature sociologique sur les professions et sur la professionnalisation, on considère que ce qui distingue une « profession » d’un « métier » est peut être qu’une « profession » implique une formation technique accompagnée de modes de validation des compétences, un « métier » peut « s’apprendre sur le tard », alors qu’une « profession » s’apprend à l’école, à l’université, de suivre une formation théorique et pratique, formation qui peut être validée et doit être validée par le biais d’examens, d’épreuves et de contrôles. La « profession » contrairement au « métier » est intellectuelle. Une « profession » a des moyens institutionnels lui permettant d’assurer le respect des normes professionnelles.

Ces trois critères de la « profession » qui la distingue du « métier », on les voit de plus en plus à l’œuvre dans ce qui était traditionnellement les « métiers sécuritaires ». En tout cas, pour ce qui est des militaires, nous avons vu qu’à la fin du Moyen-Âge, à savoir essentiellement une prérogative statutaire liée à la naissance, il y a une aristocratie militaire dans lesquelles on était militaire de père en fils, lié à l’appartenance à une famille militaire et cela était totalement déconnecté d’une formation éventuelle ou de compétences intellectuelles éventuelles particulières. Aujourd’hui, de plus en plus, on a des armées professionnelles constituées de professionnels qui exercent le métier militaire pour raisons avant tout au salariat plutôt qu’au statut social et qui impliquent des formations poussées d’autant plus que les technologies militaires utilisées sont de plus en plus poussées. On voit une transition de l’aristocratie à la méritocratie militaire qui se traduit par une professionnalisation du « métier militaire » ou de la professionnalisation de ce qui jadis était le « métier militaire ».

À la différence du Congrès de Versailles de 1919, le Congrès de Vienne de 1815 est négocié par des aristocrates alors qu’à Versailles ce sont des fonctionnaires illustrant la professionnalisation, ce passage du métier de militaire et de diplomate lié à une classe sociale plutôt qu’à une formation aux diplomates et miliaires qui ont une formation spécifique indépendamment de leur origine sociale.

La professionnalisation de la sécurité est le troisième élément après la bureaucratisation et la rationalisation et qui est en quelque sorte l’aboutissement de transformations de long terme des pratiques de sécurités liées à la bureaucratisation de l’État.

Transformations contemporaines dans le monde des professionnels de la sécurité

Le texte de Bourdieu Esprit d'État genèse et structure du champ bureaucratique publié en 1993, synthétise l’argument du cours. C’est l’idée que la formation de l’État est le fruit d’un long processus historique issu d’un certain nombre de contingences. Lorsqu’on a essayé de transposer ces séquences à des pays du sud, cela est impertinent et même peu logique. L’idée qui est derrière ce texte est lorsque Bourdieu parle « utopie pratique » qui est l’idée qu’on est pas forcement dans une séquence préétablie, mais justement, à différents moments, différentes possibilités ont été écartées jusqu’à ce qu’on arrive au processus tel qu’il est aujourd’hui.

L’apport de Bourdieu est lorsqu’il revient sur la définition de Weber avec l’État comme une entreprise d’un monopole de la violence physique sur un territoire donné. Bourdieu ajoute l’idée d’un monopole physique et symbolique de la violence sur un territoire donné. Son apport est que l’État, dans son efficacité, a non seulement imposé le monopole de la violence physique, mais a aussi créé les conditions pour que la population accepte ce monopole notamment au travers de l’école qui va créer les conditions au travers de diplômes par lesquels on va reconnaître le rôle que l’État va donner une légitimité au sein de la société, à différents acteurs et au sein de différents domaines. La construction de l’État s’accompagne de l’émergence de certains espaces qui vont se différencier lors de l’émergence de l’État, que c’était le fruit d’un long processus où la société en se complexifiant au travers de ce que Norbert Elias a appelé le « processus de civilisation ». On va avoir différentes sphères, différents champs qui vont se différencier entre eux. Bourdieu donne l’exemple du champ juridique et comment au fur et à mesure, lorsque les juristes sont à la base avant tout proche du roi, vont créer un espace autonome qui est l’espace juridique qui va édicter les propres règles de l’établissement du pouvoir royal, mais au fur et à mesure s’autonomiser comme un champ indépendant. Il parle aussi du champ de la gestion de la coercition qui est la tournure professionnelle de la sécurité qui est l’un des éléments constitutifs de l’État et si ce n’est l’un des plus importants qui est celui que la constitution de ce monopole de la violence symbolique qui s’est constituée sur une différenciation entre l’interne et l’externe.

On a vu que la sécurité est une cible mouvante, que la signification a énormément évolué durant l’histoire. Frédéric Gros qui parlait d’abord d’entendement philosophique avec un travail sur soi permettant d’arriver à un État de sérénité, ensuite à travers une émergence d’une sécurité millénariste en disant que la sécurité est un état qu’on atteint dans l’au-delà, et au moment de la construction de l’État moderne, la notion de sécurité peut prendre différentes significations. On peut trouver différentes tensions entre ces significations et notamment au travers des débats entre « liberté » et « sécurité » où la « sécurité » peut avoir à la fois une dimension de la sécurité de la « sureté de l’État », mais aussi une dimension de la sécurité de la « sécurité de l’État » au travers de la notion de « sécurité sociale ». À travers le temps, différents entendements peuvent prendre le dessus l’un sur l’autre. La sécurité est une mouvance qui évolue à travers le temps. Par exemple, avec la « sécurité humaine », l’objet référant de la sécurité n’est plus l’État, mais l’individu en tant que tel. Cela est une remise en question de la « sécurité » uniquement en termes de « sureté de l’État ».

Remise en question de la distinction entre sécurité interne et externe

Un élément important est la différentiation entre la sécurité « interne » et « externe » où l’on ressert souvent qu’aujourd’hui on est dans une remise en question de cette distinction. Cette observation est à nuancer parce que lorsqu’on voit un long processus d’un monopole de la violence, la logique dernière qui est assez cohérente est qu’on sécurise un territoire intérieur au sein duquel va s’exercer le monopole de la violence et à l’extérieur c’est l’anarchie. Les relations internationales ce sont les relations entre les États et la science politique concerne l’intérieur. C’est la même chose pour la sécurité où l’extérieur dans le monde de l’anarchie est les militaires et à l’intérieur des frontières c’est l’affaire de la police. Il y a un rapport à la force différent puisque les militaires à l’extérieur ont recours à la force maximale alors qu’à l’intérieur la police use de la force de façon minimale qui est celle de la « sureté ».

À partir du moment où s’établit cette distinction fondamentale, au niveau des bureaucraties, il y a des professions qui se différencient entre les professionnels de la « sécurité extérieure » et les professionnels de la « sécurité intérieure ». Donc, les enjeux d’avoir des bureaucraties qui se différencient est que chacun développe sa rationalité avec des visions différentes, une autonomie propre et une propre vision avec une division du travaille extrêmement claire entre la guerre pour les militaires et la police à l’intérieur.

Par rapport au séquençage qui s’est mis en place par rapport à l’émergence de l’État et son rapport à la guerre, on va voir qu’on est dans un idéaltype, que les choses n’ont pas toujours été comme cela et que cela ne s’applique pas forcément aux autres pays et au reste du monde. Cette distinction a été faite pour l’émergence de l’État en occident, parfois pour des logiques instrumentales. L’idée que la distinction de la sécurité intérieure et extérieure est constitutive de l’État et que seulement aujourd’hui on serait en train de la remettre en question, c’est parce qu’on a à faire un discours de sécurité globale, le contexte sécuritaire global autant au niveau des discours imposés que ce soit l’articulation ou la forme que prend la menace aujourd’hui, on a quitté les menaces de Guerre froide en termes de danger d’une guerre nucléaire ou d’invasion soviétique qui fait qu’on est plus sur un répertoire plus transnational et multiforme et que ce serait pour ces raisons qu’aujourd’hui les questions de la sécurité interne et externe se mélangent. Cette vision est simpliste est la ligne entre interne et externe n’a jamais été complètement hermétique. Dans le cadre des colonies, il y a toujours eu des militaires qui ont été impliqués dans des missions de police. La Guerre d’Algérie qui n’a pas toujours été reconnue en tant que « guerre », était justifiée selon des opérations de police, mais menée par des militaires français dans un territoire qui était la France. Des militaires interviennent dans une guerre coloniale dans un département français souligne une ligne brouillée. Plusieurs pays ont des forces de gendarmerie qui sont des forces qui ont des tâches de police, mais qui ont un statut militaire. Un autre exemple est celui des bureaucraties de police transnationale, depuis très longtemps, il y a des policiers qui sont impliqués dans des enquêtes internationales. Dès le XIXème siècle, la lutte contre les anarchistes est un cas où il y a des polices de différents États qui coopèrent entre elles et qui donc travaillent à l’international. Ces policiers sont devenus ce qu’on appel « Interpol » qui est un cas de bureaucratie de police transnationale où on a des policiers spécialisés dans des questions transnationales remettant en question la distinction entre sécurité interne et sécurité externe.

bibliografía

Referencias