« Descifrando la teoría de las relaciones internacionales: Teorías y su impacto » : différence entre les versions

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El poder económico y el militar están en suma intrínsecamente ligados, y la tecnología actúa como puente y amplificador crucial entre ambos. Comprender las interacciones entre estas formas de poder es esencial para analizar el comportamiento de los Estados y la dinámica evolutiva de las relaciones internacionales.
El poder económico y el militar están en suma intrínsecamente ligados, y la tecnología actúa como puente y amplificador crucial entre ambos. Comprender las interacciones entre estas formas de poder es esencial para analizar el comportamiento de los Estados y la dinámica evolutiva de las relaciones internacionales.


==== Foundations of International Cooperation ====
==== Fundamentos de la cooperación internacional ====  
International cooperation has been a central pursuit in global relations, seeking to bring order and peace in a world where no single authority reigns supreme. The creation of various peace plans and leagues, such as the United Nations and the European Union, stems from a collective desire to address shared challenges and prevent the recurrence of conflict. These entities provide a platform for states to deliberate, negotiate, and resolve disputes, embodying the principles of diplomacy and dialogue that are essential for peaceful coexistence. Historically, the devastation of war has often precipitated the drive for cooperation. The Treaty of Versailles, while punitive and controversial, represented an early attempt to bring about lasting peace after the horrors of World War I. Similarly, the Geneva Conventions established rules for the humane treatment of combatants and civilians, reflecting a consensus on the standards of conduct in war. The intertwining of economies and the mutual benefits of trade have also served as strong incentives for peaceful relations. Economic integration efforts, like the European Coal and Steel Community, which laid the groundwork for the European Union, are based on the understanding that economic ties can act as a deterrent to conflict. The principle here is clear: when states are economically interdependent, the costs of war far outweigh the benefits, thus fostering peace through shared prosperity.


Security alliances, such as NATO, represent another dimension of cooperation, based on the concept of collective defense. Such alliances operate on the premise that an attack against one is an attack against all, thereby deterring potential aggressors and providing a security umbrella under which member states can prosper. Beyond institutions and economic ties, shared norms and values have become an increasingly important foundation for cooperation. Human rights norms, for example, have transcended borders, and international efforts to combat climate change, such as the Paris Climate Agreement, have rallied states around common environmental goals. These shared values form a cultural and normative bedrock upon which cooperation is built. Moreover, the presence of common threats, such as nuclear proliferation, terrorism, and global pandemics, has united states in their efforts to protect their citizens and maintain international stability. The global response to the COVID-19 pandemic, for instance, has shown how cooperation can be galvanized when faced with a universal threat that no single country can combat alone.
La cooperación internacional ha sido una búsqueda central en las relaciones globales, tratando de poner orden y paz en un mundo en el que ninguna autoridad reina por sí sola. La creación de diversos planes y ligas de paz, como las Naciones Unidas y la Unión Europea, surge de un deseo colectivo de abordar retos compartidos y evitar la reaparición de conflictos. Estas entidades proporcionan una plataforma para que los Estados deliberen, negocien y resuelvan disputas, encarnando los principios de diplomacia y diálogo esenciales para la coexistencia pacífica. Históricamente, la devastación de la guerra ha precipitado a menudo el impulso hacia la cooperación. El Tratado de Versalles, aunque punitivo y controvertido, representó un primer intento de lograr una paz duradera tras los horrores de la Primera Guerra Mundial. Del mismo modo, las Convenciones de Ginebra establecieron normas para el trato humano de combatientes y civiles, reflejando un consenso sobre las normas de conducta en la guerra. El entrelazamiento de las economías y los beneficios mutuos del comercio también han servido de fuertes incentivos para las relaciones pacíficas. Los esfuerzos de integración económica, como la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, que sentó las bases de la Unión Europea, se basan en el entendimiento de que los lazos económicos pueden actuar como elemento disuasorio de los conflictos. El principio aquí es claro: cuando los Estados son económicamente interdependientes, los costes de la guerra superan con creces los beneficios, fomentando así la paz a través de la prosperidad compartida.


Cooperation is also facilitated by the ongoing processes of diplomacy. Constant diplomatic engagement, whether through high-profile summits or discreet channels of communication, allows states to articulate their interests, understand the positions of others, and forge agreements that benefit all parties involved. The history of international cooperation is marked by both successes and failures. The League of Nations, for example, failed to prevent World War II, but it paved the way for the creation of the United Nations, which has since played a pivotal role in maintaining international peace and security. The successes of international cooperation, thus, are built on the lessons learned from past experiences, the alignment of interests, and the commitment of states to work together for the common good. In essence, the pursuit of international cooperation is a response to the complex dynamics of global relations, where the absence of a supreme authority compels states to seek out ways to coexist, collaborate, and confront shared challenges together. Through the establishment of international institutions, treaties, economic partnerships, and security alliances, as well as the cultivation of shared norms and the practice of diplomacy, states strive to create a world that is stable, prosperous, and peaceful.
Las alianzas de seguridad, como la OTAN, representan otra dimensión de la cooperación, basada en el concepto de defensa colectiva. Estas alianzas funcionan bajo la premisa de que un ataque contra uno es un ataque contra todos, disuadiendo así a posibles agresores y proporcionando un paraguas de seguridad bajo el que los Estados miembros pueden prosperar. Más allá de las instituciones y los lazos económicos, las normas y valores compartidos se han convertido en una base cada vez más importante para la cooperación. Las normas de derechos humanos, por ejemplo, han trascendido las fronteras, y los esfuerzos internacionales para combatir el cambio climático, como el Acuerdo de París sobre el Clima, han unido a los Estados en torno a objetivos medioambientales comunes. Estos valores compartidos forman una base cultural y normativa sobre la que se construye la cooperación. Además, la presencia de amenazas comunes, como la proliferación nuclear, el terrorismo y las pandemias mundiales, ha unido a los Estados en sus esfuerzos por proteger a sus ciudadanos y mantener la estabilidad internacional. La respuesta mundial a la pandemia COVID-19, por ejemplo, ha demostrado cómo puede galvanizarse la cooperación ante una amenaza universal que ningún país puede combatir por sí solo.
 
La cooperación también se ve facilitada por los procesos en curso de la diplomacia. El compromiso diplomático constante, ya sea a través de cumbres de alto nivel o de canales de comunicación discretos, permite a los Estados articular sus intereses, comprender las posiciones de los demás y forjar acuerdos que beneficien a todas las partes implicadas. La historia de la cooperación internacional está marcada tanto por los éxitos como por los fracasos. La Sociedad de Naciones, por ejemplo, no consiguió evitar la Segunda Guerra Mundial, pero allanó el camino para la creación de las Naciones Unidas, que desde entonces ha desempeñado un papel fundamental en el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. Los éxitos de la cooperación internacional, por tanto, se basan en las lecciones aprendidas de experiencias pasadas, la alineación de intereses y el compromiso de los Estados de trabajar juntos por el bien común. En esencia, la búsqueda de la cooperación internacional es una respuesta a la compleja dinámica de las relaciones mundiales, en las que la ausencia de una autoridad suprema obliga a los Estados a buscar formas de coexistir, colaborar y afrontar juntos los retos comunes. Mediante el establecimiento de instituciones internacionales, tratados, asociaciones económicas y alianzas de seguridad, así como el cultivo de normas compartidas y la práctica de la diplomacia, los Estados se esfuerzan por crear un mundo estable, próspero y pacífico.


==== Cultural, Religious, and Nationalistic Influences ====
==== Cultural, Religious, and Nationalistic Influences ====

Version du 29 décembre 2023 à 09:33

"El mundo real comienza aquí.... Lo que pensamos sobre estos acontecimientos y posibilidades [por ejemplo, en lugares como Bosnia y Ruanda, las guerras mundiales y las perspectivas de la política mundial en el siglo XXI], y lo que creemos que podemos hacer al respecto, depende en un sentido fundamental de cómo pensamos sobre ellos. En resumen, nuestro pensamiento sobre el mundo "real", y por tanto nuestras prácticas, está directamente relacionado con nuestras teorías, por lo que, como personas interesadas y preocupadas por el mundo real, debemos estar interesadas y preocupadas por la teoría: ¿Cuáles son los legados de las teorías del pasado? ¿De quién son los hechos que más han influido en nuestras ideas? ¿Qué voces se han pasado por alto? ¿Podemos saberlo y cómo podemos saberlo? ¿Hacia dónde va la teoría? ¿Quiénes somos? El mundo real está constituido por las respuestas dominantes a estas y otras preguntas teóricas". Así escriben Steve Smith, Ken Booth y Marysia Zalewski en la introducción de "International theory: positivism & beyond". Esta afirmación vincula estrechamente el estudio de la teoría de las relaciones internacionales al tejido mismo de nuestra realidad global. Afirma que nuestra comprensión del mundo y nuestras interacciones con él no son independientes de los marcos teóricos, sino que están profundamente entrelazados. Es a través del prisma de estas teorías como interpretamos acontecimientos como los conflictos de Bosnia y Ruanda o contemplamos la configuración de la política mundial del siglo XXI.

Los autores subrayan que nuestras reflexiones sobre estos acontecimientos y las posibles acciones que emprendamos vienen determinadas por nuestro punto de vista teórico. Argumentan que la teoría no es abstracta, sino más bien una herramienta práctica que informa e influye en nuestra comprensión y nuestras acciones. Nos obligan a reconocer la importancia de la teoría en el mundo real y a reconocer que las teorías no son sólo construcciones académicas, sino que son esenciales para configurar nuestra percepción de los acontecimientos mundiales y nuestras respuestas a ellos. Los autores también nos desafían a considerar el legado histórico de las teorías de las RRII. Examinando el pasado podemos comprender cómo las ideas anteriores han influido en las normas y políticas internacionales actuales. Nos instan a examinar críticamente de quién son los hechos que han conformado históricamente las ideas dominantes y a cuestionar qué voces han quedado marginadas en este proceso. Este llamamiento a la inclusión y a la investigación crítica es primordial en su argumentación, que aboga por un enfoque más amplio que incorpore diversas voces y perspectivas, especialmente las que históricamente se han pasado por alto.

Profundizando en la naturaleza de la propia teoría, Smith, Booth y Zalewski nos piden que nos enfrentemos a los fundamentos del conocimiento y del ser en las relaciones internacionales. Plantean un desafío a los supuestos epistemológicos y ontológicos estándar, obligándonos a lidiar con cuestiones de verdad, realidad y construcción del conocimiento en el campo de las relaciones internacionales. Mirando al futuro, cuestionan la dirección de la teoría de las RRII y reflexionan sobre la identidad y el propósito de quienes participan en este campo. Animan a adoptar una postura previsora y reflexiva sobre el papel de los teóricos y los profesionales en la configuración del discurso internacional. Por último, proponen que el "mundo real" está constituido por las respuestas a las preguntas teóricas. Esto sugiere que la teoría no es meramente descriptiva o explicativa, sino constitutiva: participa en la creación del mundo que describe. En este sentido, la teoría y la práctica no están separadas, sino entrelazadas, y la teoría participa activamente en la construcción de la realidad internacional.

En esencia, esta cita de Smith, Booth y Zalewski no es sólo una profunda declaración de apertura para un curso sobre teoría de las RRII, sino también una declaración exhaustiva del papel imperativo que desempeña la teoría en nuestra comprensión y práctica de las relaciones internacionales. Es una invitación a embarcarse en un viaje que explora la intrincada relación entre teoría y práctica, y sienta las bases para una exploración exhaustiva del complejo mundo de la política internacional.

Comprender la teoría de las RI

Distinción entre Relaciones Internacionales (mayúsculas) y relaciones internacionales (minúsculas)

En el contexto de la cita de la introducción de Steve Smith, Ken Booth y Marysia Zalewski a "International theory: positivism & beyond", la diferenciación entre 'Relaciones Internacionales' con mayúsculas y 'relaciones internacionales' con minúsculas es significativa. Por "Relaciones Internacionales" (con mayúsculas) se entiende la disciplina académica que estudia las relaciones entre países, incluido el papel de los Estados, las organizaciones internacionales, las organizaciones no gubernamentales y las empresas multinacionales. Se trata de un campo de estudio dentro de la ciencia política o una disciplina afín que abarca una variedad de marcos teóricos utilizados para analizar y comprender los comportamientos e interacciones a escala global. Por otro lado, las "relaciones internacionales" (en minúsculas) se refieren a las interacciones políticas, económicas, sociales y culturales reales que se producen entre Estados soberanos y otros actores en la escena internacional. Estos son los acontecimientos y prácticas del mundo real que el campo de las Relaciones Internacionales trata de comprender y explicar.

La distinción se hace para diferenciar entre el estudio teórico y el análisis de las interacciones globales (Relaciones Internacionales) y los sucesos prácticos y las acciones que tienen lugar entre los actores del escenario mundial (relaciones internacionales). Se trata de una separación importante porque permite hablar con claridad del impacto de la teoría en la interpretación y comprensión de los acontecimientos del mundo real y viceversa. Comprender tanto los aspectos abstractos como los concretos de estos términos es crucial para un compromiso profundo con la materia, especialmente en el contexto de un curso destinado a descifrar la teoría de las Relaciones Internacionales y su impacto.

Diferenciar "actualidad" de "historia contemporánea"

Entender los matices entre "actualidad" e "historia contemporánea" es crucial para comprender las complejidades de nuestro mundo. La actualidad son los acontecimientos y temas inmediatos que captan nuestra atención a diario. Es lo que vemos en los canales de noticias, leemos en los periódicos y comentamos con nuestros colegas. Son los acontecimientos que analistas políticos como Fareed Zakaria comentan, ofreciendo una visión de sus implicaciones inmediatas y sus posibles resultados. Por ejemplo, los debates en curso sobre las negociaciones del cambio climático, las últimas decisiones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas o las repercusiones económicas inmediatas de una decisión de la OPEP son ejemplos de actualidad. Exigen una vigilancia y adaptación constantes, ya que configuran las decisiones políticas y las opiniones públicas del momento. En cambio, la historia contemporánea contempla estos mismos acontecimientos con la ventaja de cierta distancia temporal. Como podría haber articulado el historiador Eric Hobsbawm, se trata de situar los acontecimientos recientes dentro de una narrativa más amplia para comprender su significado histórico y sus efectos a largo plazo. Un acontecimiento como la caída del Muro de Berlín en 1989 es un buen ejemplo. Durante su ocurrencia, fue un asunto de actualidad; ahora, es un tema de historia contemporánea, que ofrece perspectivas sobre el final de la Guerra Fría y la reconfiguración de la política mundial. La historia contemporánea trata de analizar e interpretar las causas y los efectos de tales acontecimientos, aprovechando las ventajas de la retrospectiva y una mayor variedad de fuentes disponibles con el paso del tiempo. Aquí es donde el discurso académico desempeña un papel vital, ya que estudiosos como Timothy Garton Ash han proporcionado relatos exhaustivos de la época, enriqueciendo nuestra comprensión del contexto histórico del periodo.

Mientras que la actualidad suele basarse en reportajes en tiempo real y análisis inmediatos, la historia contemporánea utiliza metodologías para evaluar críticamente y contextualizar los acontecimientos recientes. Por ejemplo, el análisis en curso de la Primavera Árabe por parte de académicos como el director de POMEPS, Marc Lynch, ha convertido una serie de acontecimientos actuales en un rico campo de investigación histórica, demostrando el impacto de estos acontecimientos en el panorama político de Oriente Medio. Ambos campos son dinámicos; a medida que avanza el tiempo, la línea que los separa se difumina. La actualidad de hoy se convierte en la historia contemporánea de mañana. El análisis de la actualidad, informado por el contexto que proporciona la historia contemporánea, permite a los responsables políticos, a los académicos y al público en general dar sentido a un mundo que cambia rápidamente. Cuando asistimos al desarrollo de acontecimientos como la pandemia de COVID-19, los consideramos temas de actualidad. Sin embargo, los historiadores del futuro estudiarán estos mismos acontecimientos como parte de la historia contemporánea, examinando sus causas, la eficacia de la respuesta mundial y su impacto a largo plazo en la sociedad. La interacción entre la actualidad y la historia contemporánea es esencial para conformar nuestra comprensión colectiva de dónde nos encontramos en el flujo del tiempo y cómo podemos influir en el curso de los acontecimientos futuros. Son dos caras de la misma moneda, que ofrecen diferentes lentes a través de las cuales podemos ver e interpretar el mundo que nos rodea.

Exploración del ámbito de investigación de las RRII

Las Relaciones Internacionales (RRII) como campo de investigación arrojan una red amplia y en constante expansión sobre las innumerables formas en que las entidades políticas, económicas, sociales y culturales del mundo interactúan entre sí. En esencia, las RRII se ocupan del ejercicio del poder, ya sea a través del poder coercitivo de la fuerza militar, tal y como lo examinan politólogos como Joseph Nye, o a través del poder blando de la influencia cultural y la diplomacia. Este campo trata de comprender los entresijos del derecho internacional, el funcionamiento interno de la diplomacia y el papel de las organizaciones internacionales en el fomento de la cooperación o el conflicto entre Estados.

Nunca se insistirá lo suficiente en la dimensión económica de las RRII. Este campo examina los flujos comerciales, los entresijos de las finanzas internacionales y los procesos de globalización que entretejen las economías en una compleja interdependencia, un concepto explorado por Robert Keohane y Joseph Nye. Consideremos el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y su sucesor, el Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá (USMCA), como lienzos de la vida real donde se desarrollan las teorías de la cooperación y el conflicto económicos. En lo que respecta a la sociedad y la cultura, las RRII exploran cómo las ideas y los valores cruzan las fronteras, moldeando y remodelando las naciones. El intercambio cultural que acompaña al comercio mundial, la inmigración y las tecnologías de la comunicación entra dentro de este ámbito. Estudiosos como Alexander Wendt han argumentado que las propias identidades e intereses de los Estados se construyen a través de estas interacciones sociales y culturales, que a su vez influyen en sus políticas exteriores y compromisos internacionales.

En el ámbito de la seguridad, las RRII abordan los problemas tradicionales de la guerra y la paz, pero también se aventuran en nuevos campos como la ciberseguridad, reflexionando sobre cómo pueden protegerse las naciones en la era digital. La proliferación de armas nucleares, las teorías estratégicas que abordan la disuasión y la compleja política de las negociaciones de desarme son algunos de los temas tratados, con aportaciones de expertos en seguridad como Barry Buzan. El medio ambiente es otro ámbito de investigación fundamental dentro de las RRII, especialmente a medida que cuestiones como el cambio climático y la escasez de recursos presionan sobre la conciencia mundial. Acuerdos internacionales como el Acuerdo de París sobre el clima representan intentos prácticos de traducir las preocupaciones medioambientales en política internacional, un ámbito en el que estudiosos como Jessica Green han aportado su visión analítica.

Las consideraciones éticas también ocupan un lugar destacado en las RRII. Este campo se enfrenta a cuestiones de intervención humanitaria, derechos humanos y justicia global. Los debates que suscitó la intervención de la OTAN en Kosovo en 1999 constituyen un ejemplo concreto de los dilemas éticos a los que se enfrentan los Estados en el sistema internacional, dilemas que teóricos como John Vincent han tratado de desentrañar. Por último, el papel de la tecnología en la remodelación de las relaciones internacionales es un área de creciente interés. Desde la influencia de Internet en la Primavera Árabe hasta el uso de drones en la guerra, la tecnología redibuja continuamente el mapa de las interacciones y estrategias internacionales.

En resumen, las relaciones internacionales son un campo amplio que trata de comprender y explicar el complejo entramado de las interacciones mundiales. Examina acontecimientos históricos, asuntos de actualidad y escenarios de predicción para el futuro, al tiempo que trata de aplicar los conocimientos académicos a los problemas del mundo real. Desde las aulas académicas, donde los académicos teorizan sobre la naturaleza de la política internacional, hasta los pasillos del poder, donde estas teorías se ponen a prueba y se aplican, las relaciones internacionales siguen siendo un área de investigación esencial para cualquiera que desee comprender o influir en el orden mundial.

La existencia y la necesidad de la teoría de las RRII

Estudio de caso: Obama y los misiles en Europa

La teoría de las RRII sirve de andamiaje intelectual para comprender el complicado e interconectado mundo de los asuntos internacionales. Existe porque el ámbito de las interacciones globales es vasto y lleno de matices, y sin un enfoque estructurado, el comportamiento de los Estados y los actores no estatales puede parecer impredecible y caótico. Las teorías de las Relaciones Internacionales destilan estas complejidades en modelos y paradigmas más comprensibles, permitiéndonos navegar por un mundo lleno de diversas corrientes políticas, económicas, sociales y culturales. La necesidad de la teoría de las RRII se hace evidente cuando consideramos sus diversas aplicaciones. Proporciona a académicos y profesionales marcos analíticos para interpretar las acciones de países y organizaciones internacionales, arrojando luz sobre los motivos subyacentes y los probables resultados de estas acciones. Por ejemplo, cuando Kenneth Waltz, figura destacada de la teoría neorrealista, analizó el equilibrio de poder, proporcionó una lente a través de la cual ver el comportamiento de los Estados en términos de dinámica de poder y preocupaciones de seguridad. Esta perspectiva es inestimable para los responsables políticos, que a menudo deben tomar decisiones con importantes repercusiones internacionales. Además, la teoría de las RRII es indispensable para orientar la formulación de políticas. Al predecir cómo es probable que se comporten los Estados, las teorías pueden sugerir las respuestas políticas más eficaces. También pueden ofrecer una visión de las tendencias futuras, como el ascenso de las potencias emergentes o el impacto de los cambios económicos mundiales, lo que permite a las naciones prepararse y ajustar sus estrategias en consecuencia. Los fundamentos teóricos de las relaciones internacionales no son meras elucubraciones académicas, sino que tienen implicaciones en el mundo real, informando y a veces desaconsejando determinadas líneas de actuación.

Para ilustrar la utilidad práctica de la teoría de las RRII, podemos fijarnos en el caso del despliegue de misiles en Europa durante la presidencia de Obama. Ante la decisión de continuar o no con el sistema de defensa antimisiles previsto en Europa del Este, las deliberaciones de la administración se vieron influidas por una confluencia de ideas teóricas. Un realista podría defender el despliegue como una medida necesaria para mantener el equilibrio de poder y disuadir a posibles adversarios. Un liberal podría considerar la situación de forma diferente, sugiriendo que el reforzamiento de las instituciones y acuerdos internacionales podría proporcionar un enfoque de la seguridad más eficaz y menos conflictivo. Las consideraciones constructivistas se centrarían en el poder de las percepciones y las narrativas, examinando cómo el despliegue podría afectar a la identidad de Estados Unidos como líder mundial y a sus relaciones con otros países, especialmente Rusia. La decisión de Obama de revisar la estrategia de defensa antimisiles ejemplifica la influencia de la teoría de las RI en la política internacional real. La política de su administración fue una respuesta matizada que reflejaba una comprensión de la naturaleza polifacética de las relaciones internacionales, informada por marcos teóricos. Demostró un acto de equilibrio entre los imperativos de la seguridad nacional y el deseo de fomentar mejores relaciones con Rusia y otros actores internacionales.

Los acontecimientos en las relaciones internacionales suelen plantear multitud de retos, siendo uno de los más significativos la dificultad de discernir las verdaderas motivaciones e intenciones que subyacen a las acciones de los políticos y otros actores políticos. Este reto se deriva de la compleja naturaleza de la comunicación política y de los intereses estratégicos que las naciones y los individuos deben navegar.

Los actores políticos operan a menudo en un ámbito en el que sus declaraciones públicas y las razones que ofrecen para sus acciones pueden no coincidir plenamente con sus verdaderas intenciones o motivaciones subyacentes. Esta discrepancia puede deberse a diversos factores, como la necesidad de mantener una determinada imagen pública, el deseo de atraer a diferentes audiencias nacionales o internacionales, o la persecución de objetivos estratégicos que pueden no ser aceptables si se expresan abiertamente. Por ejemplo, consideremos la retórica diplomática que suele rodear a las intervenciones militares. Un Estado puede justificar públicamente sus acciones por motivos humanitarios, alegando la responsabilidad de proteger a los civiles de un régimen opresor. Sin embargo, un análisis más profundo podría revelar intereses estratégicos, como ganar influencia en una región geopolíticamente importante o asegurarse el acceso a los recursos. Estudiosos como Mearsheimer, que defienden la teoría realista de las relaciones internacionales, sugieren que las verdaderas fuerzas motrices de las acciones estatales suelen ser los intereses de poder y seguridad, incluso cuando se disfrazan con el lenguaje del humanitarismo o el derecho internacional.

Desafíos en los acontecimientos de las relaciones internacionales

Otro aspecto que contribuye a la dificultad para creer a los políticos y comprender las "verdaderas" razones de la acción social es la práctica del secreto y la confidencialidad en los asuntos internacionales. Los Estados suelen clasificar la información sobre sus decisiones de política exterior, negociaciones y evaluaciones de inteligencia, alegando motivos de seguridad nacional. Esta práctica puede dar lugar a una importante brecha entre lo que conoce el público y los factores reales que influyen en la toma de decisiones. El reto de llegar a las razones "reales" de la acción social en las relaciones internacionales se complica aún más por la multiplicidad de actores e intereses implicados. Además de los Estados, existen empresas multinacionales, organizaciones internacionales, organizaciones no gubernamentales y otros agentes no estatales, cada uno con sus propias agendas y perspectivas. Esto crea una densa red de interacciones en la que los verdaderos motivos pueden quedar oscurecidos por capas de complejidad. Esta complejidad hace necesario un enfoque crítico del estudio de las relaciones internacionales, en el que académicos y analistas se esfuercen por ir más allá de las explicaciones superficiales. Deben tener en cuenta una serie de factores potenciales, desde los intereses económicos a las ideologías políticas, desde los prejuicios culturales a las enemistades históricas, con el fin de desarrollar una comprensión más completa de los acontecimientos internacionales. El campo de la teoría de las RRII, por tanto, no sólo sirve para interpretar y explicar, sino también para cuestionar y escudriñar las narrativas presentadas por los actores políticos en la escena mundial.

En el ámbito de las relaciones internacionales, es un profundo reto comprender las motivaciones y razones que subyacen a las acciones de los demás, y esta dificultad se agrava cuando consideramos la complejidad de nuestras propias motivaciones. Cuando los actores políticos toman decisiones o emprenden acciones en la escena internacional, a menudo navegan por un laberinto de intereses contrapuestos, tanto personales como nacionales, manifiestos y encubiertos. El intrincado proceso de toma de decisiones en las relaciones internacionales implica sopesar diversos factores: el interés nacional, la ideología política, los beneficios económicos, las creencias personales y las consideraciones éticas. Estos factores pueden alinearse o entrar en conflicto entre sí, creando un tapiz de motivaciones difícil de desentrañar. Además, los actores políticos deben lidiar con la opinión pública, la influencia de asesores y expertos, las presiones de aliados y adversarios y el legado de las relaciones históricas.

El reto de comprender estas motivaciones no es exclusivo de los observadores; incluso los propios actores pueden tener dificultades para articular toda la gama de sus razones debido a las influencias subconscientes o a la naturaleza confidencial de cierta información. Además, las razones y motivaciones que se presentan al público suelen ser narraciones simplificadas que sirven a un programa político o a una estrategia diplomática concretos, ocultando la verdadera complejidad del proceso de toma de decisiones. Por ejemplo, un dirigente estatal puede justificar una intervención militar por motivos de protección de la seguridad nacional, pero la decisión también puede estar influida por intereses económicos en la región, el deseo personal del dirigente de parecer fuerte y decisivo, o los beneficios estratégicos de cambiar la dinámica de poder regional. La interacción entre estos factores dificulta la identificación de una motivación concreta.

La observación de que es difícil comprender nuestras propias motivaciones, por no hablar de las de los demás, es especialmente pertinente en las relaciones internacionales. Es aquí donde la teoría de las RRII adquiere un valor incalculable, al ofrecer modelos y marcos para analizar sistemáticamente las acciones y los comportamientos. El realismo, el liberalismo, el constructivismo y otras teorías de las RRII ofrecen diferentes metodologías para desentrañar la intrincada red de motivaciones que impulsa la política internacional. Entender las motivaciones en las relaciones internacionales requiere, por tanto, un enfoque polifacético que tenga en cuenta el posible abanico de influencias sobre los actores políticos. Se trata de una tarea que requiere no sólo una aguda capacidad analítica, sino también una apreciación de la profundidad y complejidad del comportamiento humano y de la naturaleza opaca de la toma de decisiones políticas.

Las relaciones internacionales abarcan un mundo tanto social como material, en el que se entrelazan recursos tangibles y dinámicas de poder con creencias, ideas y construcciones sociales intangibles. El mundo material de las relaciones internacionales está arraigado en la realidad física en la que operan los Estados y los actores. Esto incluye los territorios geográficos, los recursos naturales, los activos militares y los sistemas económicos, elementos que suelen ser centrales en las teorías realistas y liberales de las relaciones internacionales. Para los realistas, el mundo material es el escenario en el que se ejerce el poder y se busca la seguridad. Los Estados, en su búsqueda de poder y supervivencia, miden sus capacidades en términos materiales, como la riqueza económica y la fuerza militar. La distribución de estas capacidades materiales determina el equilibrio de poder, que es una de las principales preocupaciones de la política internacional.

El mundo social de las relaciones internacionales, por otra parte, está compuesto por las ideas, identidades, normas y valores que definen y conforman las interacciones entre los actores. Los teóricos constructivistas, como Alexander Wendt, sostienen que el mundo social es tan real como el material y afirman que los significados y las interpretaciones que los actores atribuyen a los recursos materiales constituyen en realidad su poder e influencia. Por ejemplo, el valor de la moneda, la legitimidad de las fronteras políticas y la autoridad de las organizaciones internacionales se construyen socialmente y se mantienen mediante creencias y prácticas colectivas. En el mundo social, las formas no materiales de poder, como la cultura, la ideología y la legitimidad, desempeñan papeles cruciales. La difusión de la democracia, la influencia del derecho internacional y las normas de derechos humanos forman parte del tejido social de las relaciones internacionales. Configuran las expectativas, los comportamientos y los resultados en el ámbito internacional. Un ejemplo de la interacción entre los mundos material y social puede verse en la respuesta mundial al cambio climático.

Materialmente, el cambio climático es un reto que implica cambios físicos en el medio ambiente y exige respuestas tangibles como la reducción de emisiones y la transición a fuentes de energía renovables. Desde el punto de vista social, sin embargo, la cuestión está inmersa en una compleja red de creencias, intereses y normas que configuran las políticas y las negociaciones, como el Acuerdo de París sobre el Clima. El éxito de las políticas medioambientales internacionales depende no solo de las capacidades materiales, sino también de la voluntad social de los Estados y los agentes no estatales de cooperar y cumplir los compromisos. Así pues, las relaciones internacionales pueden contemplarse a través de la lente tanto de lo material como de lo social. Los aspectos materiales proporcionan la base concreta sobre la que los Estados y los actores construyen su poder e interactúan, mientras que los aspectos sociales proporcionan el contexto, el significado y las normas que guían y dan sentido a esas interacciones. Ambas dimensiones forman parte integrante de una comprensión global del funcionamiento y la evolución de las relaciones internacionales.

El vínculo entre las teorías empíricas y normativas en el contexto de las relaciones internacionales es, de hecho, inevitable e intrínseco. Las teorías empíricas pretenden describir, explicar y predecir el mundo tal y como es, basándose en fenómenos observables y mensurables. Se ocupan de los hechos, los modelos y las relaciones causales. Las teorías normativas, por su parte, se ocupan del mundo tal y como debería ser. Se centran en los juicios éticos, los valores y los principios que deben guiar el comportamiento y la política. Este vínculo es inevitable porque nuestra comprensión del mundo (empírica) influye y moldea invariablemente nuestros juicios sobre cómo debería ser el mundo (normativa), y viceversa. Las teorías empíricas pueden informar a las teorías normativas proporcionando una comprobación de la realidad sobre lo que es factible en la práctica, garantizando que los principios éticos se basen en el ámbito de lo posible. A la inversa, las teorías normativas pueden desafiar e inspirar la investigación empírica cuestionando las condiciones existentes y proponiendo nuevas visiones de futuro que la investigación empírica puede investigar y evaluar. Por ejemplo, la observación empírica del equilibrio de poder entre los Estados puede dar lugar a una teoría normativa sobre la importancia de mantener dicho equilibrio para evitar la guerra. Del mismo modo, el principio normativo de los derechos humanos puede dar lugar a una investigación empírica sobre las condiciones en las que es más probable que se respeten o violen los derechos humanos.

El estudio empírico del funcionamiento de las instituciones internacionales y de sus efectos en el comportamiento de los Estados puede servir de base a teorías normativas sobre la gobernanza mundial y el diseño de mejores instituciones. A la inversa, las ideas normativas sobre la justicia pueden informar los estudios empíricos sobre la distribución de la riqueza y el poder en el sistema internacional. Un ejemplo concreto de esta interacción puede verse en los debates sobre la intervención humanitaria. Las teorías empíricas podrían analizar intervenciones pasadas para determinar patrones de éxito y fracaso, qué Estados tienen más probabilidades de intervenir y en qué circunstancias. A continuación, las teorías normativas tomarían estos resultados y aplicarían el razonamiento ético para argumentar a favor o en contra de futuras intervenciones, teniendo en cuenta las pruebas empíricas de lo que es probable que conduzca a resultados positivos. La investigación empírica puede establecer los parámetros del debate normativo aclarando lo que es posible, mientras que la teoría normativa puede ampliar el alcance de la investigación empírica cuestionando los paradigmas existentes y sugiriendo nuevas áreas de estudio. Ambas están entrelazadas en un diálogo continuo, cada una empujando a la otra hacia adelante. En el estudio y la práctica de las relaciones internacionales, reconocer y aceptar el vínculo entre las teorías empíricas y normativas es esencial para una comprensión holística del campo.

Propósito e impacto de las teorías de las RRII

Examen de los problemas conceptuales que subyacen a los acontecimientos del mundo real

State vs. Non-State Actors in IR

La teoría de las RRII profundiza en las cuestiones conceptuales fundamentales que informan y a menudo impulsan los acontecimientos del mundo real que observamos. En el centro de estos problemas conceptuales se encuentra el papel del Estado en las relaciones internacionales y su interacción con una serie de actores no estatales. Tradicionalmente se ha considerado al Estado como el actor principal en la teoría de las relaciones internacionales, especialmente desde la perspectiva del realismo clásico, donde el Estado se considera un actor unitario racional que busca el poder y la seguridad en un sistema internacional anárquico. Realistas como Hans Morgenthau y Kenneth Waltz han subrayado la soberanía del Estado y su búsqueda de intereses nacionales como elementos centrales para entender la dinámica internacional. Sin embargo, el papel del Estado y sus interacciones con los actores no estatales se han vuelto cada vez más complejos y significativos. Los actores no estatales, incluidas las organizaciones internacionales, las organizaciones no gubernamentales (ONG), las empresas multinacionales (EMN) e incluso las redes terroristas, han surgido como actores influyentes en la escena internacional. Estas entidades pueden apoyar, desafiar o eludir el poder tradicional de los Estados, y operan dentro y fuera de las fronteras nacionales de un modo que las teorías tradicionales centradas en el Estado no habían previsto plenamente.

Las teorías liberales, por ejemplo, postulan que la creciente interconexión de los Estados y el auge de los actores no estatales contribuyen a un orden internacional más cooperativo, facilitado por las instituciones y los intereses mutuos. Las teorías de la interdependencia compleja, propuestas por Robert Keohane y Joseph Nye, sugieren que los Estados no son los únicos actores significativos y que la fuerza militar no es la única forma de poder, ni siquiera la más eficaz, en todas las circunstancias. Teóricos constructivistas como Alexander Wendt han ampliado aún más la conceptualización del papel del Estado haciendo hincapié en la importancia de las ideas, las identidades y las normas. Sostienen que el comportamiento del Estado no es sólo el resultado del poder material, sino que también está determinado por las estructuras sociales y los significados colectivos. Para los constructivistas, entender el papel del Estado requiere examinar cómo se construyen las identidades estatales a través de las interacciones tanto con otros Estados como con actores no estatales.

El auge de cuestiones transnacionales como el cambio climático, el terrorismo y las pandemias mundiales también ilustra la necesidad de tener en cuenta a los agentes no estatales. Estas cuestiones exigen a menudo la cooperación entre Estados y agentes no estatales, como se observa en la respuesta mundial al cambio climático, en la que coaliciones internacionales de Estados, ONG y empresas colaboran para hacer frente a un reto común. En este contexto más amplio, los acontecimientos actuales no pueden entenderse plenamente sin reconocer los problemas conceptuales más amplios y subyacentes que la teoría de las RRII trata de aclarar. El papel del Estado sigue siendo fundamental, pero ahora se considera parte de un tapiz más amplio de actores e influencias que deben entenderse en su interrelación para dar sentido a las relaciones internacionales contemporáneas.

Orden internacional y anarquía

El problema del orden internacional sin una autoridad suprema representa un desafío conceptual central en la teoría de las Relaciones Internacionales y refleja una condición a menudo descrita como "anarquía internacional". En ausencia de un soberano global o de una autoridad legal suprema con poder para hacer cumplir las normas y resolver las disputas con autoridad, la teoría de las RRII se pregunta cómo se establece y mantiene el orden entre Estados soberanos.

Los realistas clásicos, como Hans Morgenthau, y los neorrealistas, como Kenneth Waltz, han postulado que en este sistema anárquico, los Estados se preocupan principalmente por su supervivencia y seguridad. Sostienen que sin un poder superior que proporcione seguridad, los Estados deben confiar en la autoayuda, lo que conduce a un dilema de seguridad en el que las medidas adoptadas por los Estados para garantizar su propia seguridad -como el aumento de las capacidades militares- pueden amenazar inadvertidamente a otros Estados y aumentar la inestabilidad general. Los institucionalistas neoliberales, como Robert Keohane, cuestionan esta visión un tanto pesimista argumentando que, incluso en un sistema internacional anárquico, los Estados pueden crear orden mediante la cooperación y la formación de instituciones y regímenes internacionales. Estas estructuras facilitan el establecimiento de normas y reglas que guían el comportamiento de los Estados, reducen la incertidumbre y gestionan la cooperación en asuntos de interés común. La existencia de las Naciones Unidas y de otros organismos internacionales apoya la idea de que es posible alcanzar cierto grado de orden internacional incluso en ausencia de un gobierno mundial. Los teóricos constructivistas, entre ellos Alexander Wendt, ofrecen una perspectiva diferente, sugiriendo que el significado de la anarquía no es fijo sino que se construye socialmente. Sostienen que la naturaleza del orden internacional, o del desorden, viene determinada por las creencias, culturas e identidades compartidas de los Estados. Si los Estados ven el sistema internacional como un ámbito de conflicto y competencia, actuarán en consecuencia. Sin embargo, si lo ven como un espacio de cooperación, esto puede conducir a unas relaciones internacionales más pacíficas y estables.

La idea de la anarquía internacional también plantea cuestiones sobre el papel del derecho y las normas internacionales en la creación de una apariencia de orden. Aunque el derecho internacional carece de la fuerza coercitiva de los Estados soberanos, a menudo determina el comportamiento de los Estados mediante una combinación de obligaciones jurídicas, autoridad moral e intereses mutuos. Los Estados suelen adherirse al derecho internacional no sólo porque les interesa hacerlo, sino también porque contribuye a la previsibilidad y estabilidad de las relaciones internacionales. Los acontecimientos del mundo real ponen continuamente a prueba las teorías que intentan explicar cómo se consigue -o no- el orden en el sistema internacional. Los conflictos, las alianzas, los acuerdos comerciales, los tratados internacionales y la evolución de las normas internacionales reflejan la lucha constante por establecer un orden estable en ausencia de una autoridad mundial. El problema de la anarquía internacional sigue siendo una preocupación fundamental de la teoría de las RRII, ya que trata de comprender la dinámica que rige el comportamiento de los Estados en un sistema en el que no existe un poder superior que haga cumplir las normas y resuelva las disputas.

Power and Security Dynamics

La relación entre poder y seguridad es uno de los temas más analizados en la teoría de las Relaciones Internacionales (RI). En esencia, esta relación gira en torno a la noción de que el poder, ya sea en términos de poderío militar, capacidades económicas o influencia diplomática, es esencial para la seguridad de un Estado. Sin embargo, la interacción entre poder y seguridad es polifacética y compleja.

Los teóricos realistas, como Hans Morgenthau y Kenneth Waltz, subrayan que el poder es la principal moneda de cambio en la política internacional. En su opinión, los Estados buscan el poder para garantizar su supervivencia en un sistema internacional anárquico en el que ninguna autoridad central puede protegerlos de posibles amenazas. Esta búsqueda de poder conduce a menudo a una carrera armamentística o a la creación de alianzas, ya que los Estados intentan equilibrarse frente al poder de los demás, contribuyendo así al dilema de la seguridad: la paradoja de que las medidas adoptadas por un Estado para aumentar su seguridad pueden hacer que los demás se sientan menos seguros, incitándoles a responder del mismo modo, lo que puede llevar a una escalada de las tensiones. Los neorrealistas, partiendo de esta base, han desarrollado el concepto de equilibrio de poder como mecanismo que contribuye a la seguridad. Sostienen que un equilibrio de poder entre los Estados puede conducir a la estabilidad y la paz, ya que ningún Estado puede dominar completamente a los demás. Este equilibrio puede darse de forma natural o puede ser el resultado de acciones deliberadas de los Estados a través de políticas como la contención y la disuasión.

Los teóricos liberales cuestionan la asociación realista del poder con las capacidades militares. Proponen que la seguridad puede lograrse mediante la interdependencia económica y las instituciones internacionales, que pueden mitigar la naturaleza anárquica del sistema internacional fomentando la cooperación y creando relaciones predecibles y estables entre los Estados. Desde esta perspectiva, el poder no consiste sólo en la coerción, sino también en la capacidad de configurar la agenda internacional y crear normas que definan las acciones legítimas.

Los constructivistas ofrecen una visión más matizada, sugiriendo que el poder y la seguridad no son sólo construcciones materiales sino también sociales. Las teorías defendidas por estudiosos como Alexander Wendt proponen que la forma en que los Estados se ven unos a otros, sus intenciones y sus identidades pueden influir en su sensación de seguridad. Por ejemplo, si los Estados se ven como socios y no como adversarios, pueden alcanzar la seguridad sin aumentar necesariamente su poder.

La teoría feminista de las relaciones internacionales aporta una perspectiva crítica al debate sobre el poder y la seguridad, cuestionando de quién es la seguridad prioritaria y cómo el poder está condicionado por el género en la política internacional. Teóricas feministas como Cynthia Enloe han destacado que las nociones de seguridad centradas en el Estado a menudo pasan por alto la seguridad de las personas, especialmente de las mujeres y otros grupos marginados.

En la práctica, la relación entre poder y seguridad puede observarse en diversas dinámicas internacionales. La carrera armamentística de la Guerra Fría, la formación de la OTAN, las asociaciones y rivalidades estratégicas en la región Asia-Pacífico y el desarrollo de la Unión Europea ejemplifican diferentes aspectos de cómo se entrelazan el poder y la seguridad. Así pues, el poder y la seguridad están interconectados en el ámbito internacional, y el poder se percibe como un medio para lograr la seguridad. Sin embargo, la naturaleza de esta relación es compleja y varía según las distintas perspectivas teóricas, reflejando un espectro de creencias sobre la mejor manera en que los Estados pueden garantizar su supervivencia y prosperidad en un mundo en el que las amenazas son una preocupación constante.

Causas de los conflictos: Guerra, guerra civil, terrorismo

Las causas de los conflictos, incluidas la guerra, la guerra civil y el terrorismo, son diversas y polifacéticas, y abarcan una serie de factores políticos, económicos, sociales y psicológicos. La teoría de las RRII ofrece varias perspectivas para entender estas causas.

Las teorías realistas de las RRII, enraizadas en las obras de estudiosos como Tucídides y posteriormente Hans Morgenthau, suelen citar la naturaleza anárquica del sistema internacional como causa principal de los conflictos. Según este punto de vista, la falta de una autoridad central lleva a los Estados a actuar de forma interesada para asegurar su supervivencia, lo que puede desembocar en luchas de poder y guerras. Los realistas sostienen que los conflictos surgen cuando los Estados tratan de maximizar su poder o cuando una potencia emergente amenaza la posición de una potencia establecida, lo que puede desembocar en una guerra hegemónica.

Las teorías liberales, influidas por las ideas de Immanuel Kant y otros, señalan como causas de los conflictos la falta de gobernanza democrática, la interdependencia económica y las instituciones internacionales. Los liberales sostienen que es menos probable que las democracias entren en guerra entre sí (la teoría de la paz democrática), que los Estados con fuertes lazos económicos encontrarán poco atractiva la guerra debido a sus altos costes (comercialismo liberal), y que unas organizaciones internacionales sólidas pueden proporcionar foros para la resolución pacífica de disputas.

Las teorías marxistas y críticas contemplan los conflictos a través del prisma de la desigualdad y la lucha de clases. Sugieren que las guerras suelen ser el resultado de la expansión capitalista y la competencia por el control de los recursos y los mercados. Teóricos marxistas como Vladimir Lenin creían que el imperialismo, impulsado por la necesidad de los Estados capitalistas de encontrar nuevos mercados y recursos, es una causa fundamental de la guerra.

Los teóricos constructivistas, como Alexander Wendt, hacen hincapié en el papel de las construcciones sociales, las identidades y las normas como causantes de los conflictos. Para ellos, las guerras no son inevitables, sino el resultado de cómo los Estados se perciben mutuamente y de sus intenciones. Si los Estados construyen una identidad de enemistad hacia los demás, el conflicto es más probable; si construyen una identidad de coexistencia pacífica, la guerra puede evitarse.

En lo que respecta a las guerras civiles, estudiosos como Ted Gurr han examinado el papel de la privación relativa -la percepción de desigualdad e injusticia dentro de un Estado-, que puede provocar conflictos internos. Los agravios relacionados con la identidad, la etnia y el acceso al poder y a los recursos pueden alimentar las guerras civiles, especialmente en ausencia de instituciones fuertes y de una gobernanza integradora.

El terrorismo es otro fenómeno complejo con causas variadas, como motivaciones ideológicas, reivindicaciones políticas y factores socioeconómicos. Estudiosos como Martha Crenshaw han argumentado que el terrorismo suele ser una estrategia elegida por actores no estatales que consideran que carecen de otros medios para perseguir sus objetivos políticos. Factores como las ideologías radicales, las injusticias percibidas, la ocupación extranjera y el deseo de autodeterminación se citan con frecuencia como causas del terrorismo.

En la práctica, las causas de los conflictos suelen ser una combinación de estos factores. El estallido de la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, puede atribuirse a una mezcla de política de poder, fervor nacionalista y alianzas enmarañadas. Las guerras civiles, como el conflicto sirio, se remontan a una combinación de gobierno autoritario, divisiones étnicas e intervenciones externas. El auge de grupos terroristas como ISIS está relacionado con el extremismo ideológico, la fragilidad del Estado y los vacíos de poder regional. Las causas de los conflictos en las relaciones internacionales son complejas y a menudo están interrelacionadas, por lo que se requiere un análisis exhaustivo que incorpore diversas perspectivas teóricas para comprender plenamente sus orígenes y dinámicas.

Interacción entre poder económico y militar e influencia tecnológica

La interacción entre poder económico y militar y el papel de la tecnología en la dinámica del poder son consideraciones críticas en las Relaciones Internacionales (RI). El poder económico es la base sobre la que a menudo se construye el poder militar; una economía fuerte puede sostener grandes gastos de defensa y capacidades militares avanzadas. A su vez, el poder militar puede proteger y ampliar los intereses económicos de un Estado asegurando las rutas comerciales y el acceso a recursos vitales.

Teóricos realistas como Morgenthau y Mearsheimer subrayan que los Estados tratan de equilibrar el poder económico y militar para mantener su seguridad y su posición en la jerarquía internacional. Desde esta perspectiva, la fuerza económica es necesaria para apoyar las capacidades militares, que son esenciales para la disuasión y la defensa. A la inversa, el poder militar puede utilizarse para salvaguardar los intereses económicos y ejercer influencia en la escena mundial.

Los teóricos liberales, siguiendo la tradición de Adam Smith y figuras posteriores como Keohane y Nye, destacan la interdependencia entre los Estados en materia económica, sugiriendo que el poder económico puede aprovecharse más eficazmente a través de marcos cooperativos que mediante el poder militar coercitivo. Sostienen que la interdependencia económica reduce la probabilidad de conflicto y que el poder blando, incluida la influencia económica, puede ser tan importante como el poder militar duro para lograr los objetivos de un Estado.

Las perspectivas marxistas, basadas en las obras de Marx y Lenin, ven la interacción entre el poder económico y el militar a través de la lente del imperialismo y la lucha de clases, y afirman que las élites económicas pueden empujar a los Estados al conflicto militar para asegurarse el dominio económico y el acceso a los recursos.

La tecnología desempeña un papel fundamental en este nexo de poder. Puede ser un multiplicador de fuerza para las capacidades militares, dando a los Estados con recursos tecnológicos avanzados una ventaja sobre sus rivales. Por ejemplo, el desarrollo de las armas nucleares cambió la naturaleza del poder militar y la disuasión. Del mismo modo, los avances en la tecnología cibernética han introducido nuevos escenarios para la competencia y el conflicto tanto económicos como militares. El impacto de la tecnología en el poder económico es igualmente profundo. La innovación tecnológica es un motor clave del crecimiento económico, que permite a los Estados desarrollar nuevas industrias, aumentar la eficiencia y obtener una ventaja competitiva en el mercado mundial. La economía digital, la inteligencia artificial y los avances en la comunicación han reconfigurado la forma en que se acumula y proyecta el poder económico. En el mundo contemporáneo, la tecnología ha difuminado las líneas que separan el poder económico del militar. Las capacidades de guerra cibernética, por ejemplo, pueden perturbar la economía de un Estado con tanta eficacia como la acción militar tradicional, si no más, sin disparar un solo tiro. El uso de drones y sistemas de armas autónomas en zonas de conflicto demuestra cómo la superioridad tecnológica puede traducirse en ventajas militares y estratégicas.

Un ejemplo de esta dinámica puede verse en el ascenso de China como potencia mundial. El auge económico de China ha permitido una importante inversión en modernización militar, posicionándola como competidora de la hegemonía militar de Estados Unidos. Al mismo tiempo, la apuesta de China por la tecnología, especialmente en áreas como las telecomunicaciones (por ejemplo, la infraestructura 5G de Huawei), la inteligencia artificial y la exploración espacial, ilustra la interconexión entre desarrollo económico, poder militar y avance tecnológico.

El poder económico y el militar están en suma intrínsecamente ligados, y la tecnología actúa como puente y amplificador crucial entre ambos. Comprender las interacciones entre estas formas de poder es esencial para analizar el comportamiento de los Estados y la dinámica evolutiva de las relaciones internacionales.

Fundamentos de la cooperación internacional

La cooperación internacional ha sido una búsqueda central en las relaciones globales, tratando de poner orden y paz en un mundo en el que ninguna autoridad reina por sí sola. La creación de diversos planes y ligas de paz, como las Naciones Unidas y la Unión Europea, surge de un deseo colectivo de abordar retos compartidos y evitar la reaparición de conflictos. Estas entidades proporcionan una plataforma para que los Estados deliberen, negocien y resuelvan disputas, encarnando los principios de diplomacia y diálogo esenciales para la coexistencia pacífica. Históricamente, la devastación de la guerra ha precipitado a menudo el impulso hacia la cooperación. El Tratado de Versalles, aunque punitivo y controvertido, representó un primer intento de lograr una paz duradera tras los horrores de la Primera Guerra Mundial. Del mismo modo, las Convenciones de Ginebra establecieron normas para el trato humano de combatientes y civiles, reflejando un consenso sobre las normas de conducta en la guerra. El entrelazamiento de las economías y los beneficios mutuos del comercio también han servido de fuertes incentivos para las relaciones pacíficas. Los esfuerzos de integración económica, como la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, que sentó las bases de la Unión Europea, se basan en el entendimiento de que los lazos económicos pueden actuar como elemento disuasorio de los conflictos. El principio aquí es claro: cuando los Estados son económicamente interdependientes, los costes de la guerra superan con creces los beneficios, fomentando así la paz a través de la prosperidad compartida.

Las alianzas de seguridad, como la OTAN, representan otra dimensión de la cooperación, basada en el concepto de defensa colectiva. Estas alianzas funcionan bajo la premisa de que un ataque contra uno es un ataque contra todos, disuadiendo así a posibles agresores y proporcionando un paraguas de seguridad bajo el que los Estados miembros pueden prosperar. Más allá de las instituciones y los lazos económicos, las normas y valores compartidos se han convertido en una base cada vez más importante para la cooperación. Las normas de derechos humanos, por ejemplo, han trascendido las fronteras, y los esfuerzos internacionales para combatir el cambio climático, como el Acuerdo de París sobre el Clima, han unido a los Estados en torno a objetivos medioambientales comunes. Estos valores compartidos forman una base cultural y normativa sobre la que se construye la cooperación. Además, la presencia de amenazas comunes, como la proliferación nuclear, el terrorismo y las pandemias mundiales, ha unido a los Estados en sus esfuerzos por proteger a sus ciudadanos y mantener la estabilidad internacional. La respuesta mundial a la pandemia COVID-19, por ejemplo, ha demostrado cómo puede galvanizarse la cooperación ante una amenaza universal que ningún país puede combatir por sí solo.

La cooperación también se ve facilitada por los procesos en curso de la diplomacia. El compromiso diplomático constante, ya sea a través de cumbres de alto nivel o de canales de comunicación discretos, permite a los Estados articular sus intereses, comprender las posiciones de los demás y forjar acuerdos que beneficien a todas las partes implicadas. La historia de la cooperación internacional está marcada tanto por los éxitos como por los fracasos. La Sociedad de Naciones, por ejemplo, no consiguió evitar la Segunda Guerra Mundial, pero allanó el camino para la creación de las Naciones Unidas, que desde entonces ha desempeñado un papel fundamental en el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. Los éxitos de la cooperación internacional, por tanto, se basan en las lecciones aprendidas de experiencias pasadas, la alineación de intereses y el compromiso de los Estados de trabajar juntos por el bien común. En esencia, la búsqueda de la cooperación internacional es una respuesta a la compleja dinámica de las relaciones mundiales, en las que la ausencia de una autoridad suprema obliga a los Estados a buscar formas de coexistir, colaborar y afrontar juntos los retos comunes. Mediante el establecimiento de instituciones internacionales, tratados, asociaciones económicas y alianzas de seguridad, así como el cultivo de normas compartidas y la práctica de la diplomacia, los Estados se esfuerzan por crear un mundo estable, próspero y pacífico.

Cultural, Religious, and Nationalistic Influences

The role of culture, religion, identity, ethnicity, and nationalism in international society is profoundly significant, influencing the behavior of states and other actors in a myriad of ways. These elements often shape the underlying values, beliefs, and motivations that drive international interactions.

Culture, which encompasses the shared values, norms, and practices of a society, can deeply influence a state's foreign policy and diplomatic interactions. Cultural understandings and misinterpretations can either facilitate or hinder international cooperation. For instance, the concept of "face-saving" in East Asian cultures plays a critical role in diplomatic negotiations, requiring a nuanced approach that respects the cultural context. Religion, too, has been a potent force in international relations. It can be a source of conflict, as seen in various sectarian or religious conflicts around the world, but it can also be a powerful force for peace and reconciliation, as religious leaders and organizations often play key roles in peacebuilding and humanitarian efforts. The role of the Catholic Church in the Polish Solidarity movement of the 1980s, for example, illustrates how religious institutions can influence political change.

Identity and ethnicity are central to understanding many international conflicts, particularly in areas where national borders do not align with ethnic or cultural boundaries. Ethnic tensions have been a driving force behind numerous conflicts, including the Yugoslav Wars in the 1990s. Ethnic identity can also influence state policies in more subtle ways, such as the preferential treatment of certain diaspora communities. Nationalism, or the belief in the superiority and interests of one's nation, often shapes a state's foreign policy. It can be a unifying force, fostering cohesion and collective identity, but it can also be exclusionary and lead to conflict with other nations. The rise of nationalism in various countries in recent years has had significant implications for international politics, affecting trade policies, immigration laws, and international cooperation.

The interplay between these factors and international politics is complex. Constructivist theorists like Alexander Wendt argue that these social and cultural factors are not merely background conditions but actively shape state interests and identities. They can determine who is considered a friend or foe, what actions are deemed legitimate or illegitimate, and how states define their goals and interests. In practice, these cultural and social factors often intersect with more material aspects of international relations. For example, disputes over resources can be exacerbated by ethnic or religious differences, and cultural ties can influence economic partnerships. The China-Pakistan Economic Corridor (CPEC), part of China's Belt and Road Initiative, is not only an economic project but also reflects the cultural and political affinity between China and Pakistan. In conclusion, culture, religion, identity, ethnicity, and nationalism are integral to the fabric of international society. They shape the perceptions, behaviors, and policies of states and non-state actors, influencing the course of international relations in profound and sometimes unpredictable ways. Understanding these elements is crucial for a comprehensive analysis of global affairs.

IR Theories as Tools for Ethical and Normative Inquiry

International Relations (IR) theory serves a vital role in examining the broader, larger, and enduring ethical or normative questions that underpin global interactions and policies. These questions delve into what ought to be rather than what is, challenging scholars and practitioners to consider the moral implications and values that should guide international conduct and decision-making.

One of the central ethical questions in IR is the issue of war and peace: under what circumstances, if any, is it justifiable for a state to go to war? Just War Theory, which has its roots in the works of philosophers like Augustine and Thomas Aquinas and has been developed further by contemporary thinkers like Michael Walzer, seeks to address this question. It provides criteria for judging when a war can be considered just and how it should be conducted to remain ethical. Another significant normative issue in IR is the responsibility of states towards their citizens and the international community. This encompasses questions of human rights, humanitarian intervention, and the responsibility to protect (R2P) doctrine. R2P, for instance, raises the question of whether and when it is appropriate for external actors to intervene in a state to prevent mass atrocities, balancing the principles of state sovereignty and the protection of human rights.

The equitable distribution of resources and wealth in the international system is also a profound ethical concern. Theories of global justice, such as those proposed by John Rawls and Thomas Pogge, explore how resources and opportunities should be distributed among states and individuals. These theories question the fairness of the current international economic system and suggest ways it could be reformed to achieve greater justice. Environmental issues, particularly climate change, present another area where ethical considerations are paramount. Debates over climate justice, including the responsibilities of developed versus developing nations in addressing environmental degradation, are deeply normative. They involve questions about intergenerational equity, the rights of nature, and the obligations of states and individuals to protect the global environment.

Furthermore, the rise of nationalism and populism in recent years has brought to the fore ethical questions about identity politics, the treatment of refugees and migrants, and the tension between globalism and localism. These issues challenge the traditional Westphalian notion of state sovereignty and require a rethinking of ethical obligations beyond borders. In essence, IR theory provides the tools and frameworks necessary to engage with these ethical and normative questions. It enables a critical examination of the principles that should govern international relations, encouraging a move beyond power politics to consider the moral dimensions of global interactions. This aspect of IR theory is crucial for developing policies and practices that are not only effective but also just and ethical.

Decision-Making on Force Utilization

Determining when, what, and to what degree to use force in international relations is a question that has continually challenged nations, particularly in the context of conflicts like those in Rhodesia, apartheid South Africa, Bosnia, Libya, Syria, Zimbabwe, the Congo, and Liberia. Each of these situations presented unique challenges and considerations, testing the international community's ability to balance state sovereignty, human rights, and practical intervention concerns.

In the cases of white-ruled Rhodesia and apartheid South Africa, the world community largely leaned towards economic sanctions and diplomatic isolation rather than direct military intervention. These measures were aimed at pressuring these regimes to change their policies without resorting to force. In Rhodesia, this approach played a significant role in the transition to majority rule and the birth of Zimbabwe. Similarly, in South Africa, sustained international pressure contributed to the dismantling of the apartheid system.

The Bosnian conflict during the 1990s, part of the larger Yugoslav Wars, highlighted the complexities of military intervention. Initially, there was a reluctance to use force, but the turning point came with the horrific events of the Srebrenica massacre in 1995. This atrocity spurred a more decisive military action by NATO and the UN, aimed at protecting civilians and bringing the conflict to an end.

In Libya in 2011, the intervention authorized by the UN was a response to the threat of mass atrocities by the Gaddafi regime. This action, rooted in the Responsibility to Protect doctrine, was initially hailed for preventing widespread violence against civilians, particularly in Benghazi. However, the intervention also faced criticism for leading to prolonged instability and a lack of effective post-conflict reconstruction.

The Syrian Civil War presented a significant dilemma for international intervention. Despite egregious human rights violations and the use of chemical weapons, the international community was largely hesitant to intervene militarily. This was due to the conflict's complexity, the involvement of various external actors, and concerns over the potential for broader regional escalation.

In other African states like Zimbabwe, the Congo, and Liberia, the responses to crises varied. Zimbabwe saw international sanctions and diplomatic efforts in response to its political and economic turmoil. In the Congo, the deployment of UN peacekeeping forces aimed to stabilize conflict-affected regions. In Liberia, the civil war ended partly due to the military intervention by ECOWAS, followed by a UN peacekeeping mission to ensure stability and support the transition to peace.

These varied cases reflect the nuanced and often contentious nature of deciding to use force in international affairs. The decisions are influenced by a mix of factors, including the severity of the situation, the legal and ethical justifications for intervention, potential success rates, the intervening states' interests, and the broader implications for international stability. They illustrate the ongoing tension between respecting the sovereignty of states and the imperative to protect human rights, between pursuing national interests and adhering to international law and moral principles. These situations underscore the complex and multifaceted nature of using force in international relations, a decision that requires careful consideration of both the immediate and long-term consequences for all involved.

Morality in Foreign Policy and IR

The place of morality in foreign policy and international relations is a subject of considerable debate and varied perspectives within the field of International Relations (IR). The incorporation of moral principles, such as human rights, religious freedom, and humanitarian concerns, into foreign policy reflects a significant shift from traditional views that prioritized state interests and power politics.

A human rights foreign policy involves a state's commitment to promote and protect human rights around the world. This approach often leads to diplomatic efforts, economic sanctions, or even military interventions aimed at preventing or responding to human rights abuses in other countries. The challenge here lies in balancing the moral imperative to defend human rights with respect for state sovereignty, as well as navigating the often competing interests within international politics. The promotion of international religious freedom is another aspect where morality intersects with foreign policy. States, particularly those with a strong commitment to religious liberty, may advocate for the protection and promotion of this right globally. This can involve diplomatic efforts to condemn religious persecution and support international initiatives that safeguard religious freedoms.

The United Nations' "responsibility to protect" (R2P) doctrine is a landmark in the moral evolution of international relations. Established to prevent mass atrocities such as genocide, war crimes, ethnic cleansing, and crimes against humanity, R2P asserts that when a state fails to protect its citizens from such crimes, the international community has a moral obligation to intervene, potentially including military intervention. R2P was a significant factor in interventions like the one in Libya in 2011, yet its application has been inconsistent, raising questions about the international community's willingness and ability to uphold these moral commitments. "Saving strangers," a term popularized by Nicholas J. Wheeler in his book on humanitarian intervention, encapsulates the moral duty to assist people in other countries facing grave humanitarian crises, even at the cost of breaching state sovereignty. This principle has underpinned various humanitarian interventions, where states or coalitions have intervened in countries to stop widespread suffering, often without the host nation's consent.

Humanitarian intervention represents one of the most direct applications of morality in foreign policy, wherein states or international organizations use military force to alleviate human suffering, especially in situations of genocide, war crimes, or widespread human rights violations. The NATO intervention in Kosovo in 1999 is often cited as an example of humanitarian intervention motivated by moral considerations rather than traditional state interests. However, the incorporation of morality in foreign policy also faces criticism and challenges. Realists argue that the primary duty of a state is to its own citizens and that moral considerations should not override national interests and security concerns. Additionally, the selective application of moral principles, often influenced by strategic interests, can lead to accusations of hypocrisy and undermine the credibility of moral arguments in international politics.

The place of morality in foreign policy and international relations is thus a dynamic and complex issue. It represents an ongoing struggle to align ethical imperatives with the practical realities of global politics, reflecting the tension between idealist aspirations and realist constraints. The pursuit of moral objectives in international relations underscores the evolving nature of the international system, one in which the traditional notions of state sovereignty and non-intervention are increasingly weighed against the global community's responsibility to uphold fundamental human rights and ethical principles.

National vs. Transnational Obligations

In the realm of political philosophy and international relations, the discussion of obligations owed to the state versus those transcending national boundaries is both intricate and multifaceted. Citizens generally have well-established obligations to their state, which can include adhering to laws, paying taxes, engaging in the democratic process, and sometimes participating in national service. These duties are often viewed as part of a social contract, where citizens agree to certain responsibilities in exchange for the state's protection and services. The nature and extent of these obligations can vary widely, with democratic societies typically emphasizing the protection of individual rights and freedoms, while more authoritarian regimes might demand greater compliance and control.

Beyond the confines of the state, the concept of obligations extends into broader ethical and moral realms. Humanitarian and cosmopolitan theories, influenced by thinkers like Immanuel Kant and contemporary scholars such as Peter Singer, advocate for duties that transcend national borders. These include providing assistance to those in need, irrespective of their nationality, and striving for global justice. In the sphere of international relations, these global obligations are evident in principles like the ‘responsibility to protect’, which posits that the international community has a duty to intervene in severe human rights violations.

Activities such as human rights advocacy and international development aid are practical manifestations of these transcendent obligations. Many argue that wealthier countries bear a moral responsibility to assist less developed nations through aid, fair trade practices, and collaborative efforts to address global challenges like climate change and health crises. However, balancing these global duties with obligations to one’s own state often presents challenges and tensions. Nationalist perspectives prioritize the state's interests and needs, arguing that national strength is a prerequisite for meaningful global contribution. In contrast, globalist or cosmopolitan viewpoints stress the importance of considering the welfare of the entire global community, sometimes advocating for policies that might compromise narrow national interests.

In practice, the degree to which individuals and states recognize and act on obligations beyond their borders varies significantly and frequently becomes a topic of political debate. Discussions around refugee policies, foreign aid, and participation in international environmental agreements all reflect varying perspectives on the extent and nature of a state's duties beyond its immediate citizenry and territory. The obligations to the state are clearly defined within legal and societal frameworks, but the notion of duties extending beyond national borders is more fluid and subject to ethical debate, international norms, and the changing dynamics of global interdependence. These broader obligations reflect an increasing awareness of the shared challenges and common destiny of humanity, pushing the boundaries of traditional state-centric views in international relations.

Ethics of Intervention: Military and Humanitarian

The debate over the rights and wrongs of intervention, encompassing both military and humanitarian actions, is a deeply complex issue in international relations, balancing ethical, legal, and pragmatic considerations. On the one hand, interventions are often justified on humanitarian grounds, especially when aimed at preventing gross human rights violations such as genocide, ethnic cleansing, or crimes against humanity. The concept of a 'responsibility to protect' argues that when a state fails to protect its citizens, or worse, perpetrates atrocities against them, there is a moral imperative for the international community to step in. However, interventions are defensible and more ethically sound when they have the backing of international law, typically through a United Nations Security Council resolution. This legal sanctioning ensures that the intervention isn't merely a cover for advancing a single nation's interests but is instead a collective response to a crisis. Interventions can also be justified for maintaining or restoring regional and global stability, particularly when a nation's conflict poses threats beyond its borders. Yet, interventions are fraught with challenges and potential pitfalls. A significant concern is the violation of state sovereignty, a core principle in international law and relations. Unilateral or inadequately supported interventions can be seen as infringements on a nation's right to self-determination. Furthermore, military interventions, even with the noblest intentions, risk escalating conflicts, causing civilian casualties, and creating long-term instability and power vacuums, as seen in the aftermath of interventions in Iraq and Libya.

Another critical issue is the apparent double standards and selectivity in interventions. Often, decisions to intervene seem inconsistent and driven more by strategic interests than by a steadfast commitment to humanitarian principles, leading to accusations of hypocrisy and undermining the moral basis for intervention. In regions with colonial histories, interventions by Western powers may be perceived as neocolonialist maneuvers, especially if the intervening nations have economic or strategic interests in the area. Humanitarian interventions, while aiming to alleviate suffering, are not without their controversies. They can sometimes be perceived as a front for geopolitical pursuits. Moreover, the effectiveness of humanitarian aid can be compromised by issues like corruption, logistical challenges, and a lack of understanding of the local context, which can lead to aid not reaching those who need it most or even exacerbating the situation.

The decision to intervene, whether militarily or in a humanitarian capacity, necessitates therefore a nuanced and comprehensive assessment. It requires balancing the immediate needs and the long-term impacts on the affected population and the international system. Ensuring that interventions are legally sanctioned, internationally supported, and effectively and responsibly implemented is crucial for maintaining their legitimacy and ensuring they do more good than harm.

IR Theory as a Problem-Solving Toolkit

International Relations (IR) theory, as conceptualized by theorists like Robert Cox, can be understood as a 'tool kit' or a type of 'problem-solving theory.' This characterization underscores the practical and analytical utility of IR theory in understanding and addressing the complexities of global politics.

As a 'tool kit,' IR theory provides a diverse array of concepts, frameworks, and paradigms that scholars and practitioners can use to analyze and interpret international events and relationships. This toolkit includes various theoretical approaches, each offering unique insights and explanations for the behavior of states and other international actors. For instance, realism focuses on power dynamics and security concerns, liberalism emphasizes cooperation and international institutions, while constructivism considers the impact of social constructs and identities on international politics. By applying these different theories, one can gain a more comprehensive understanding of international events, from wars and treaties to trade agreements and diplomatic negotiations.

In the context of Robert Cox's work, the description of IR theory as a 'problem-solving theory' highlights its pragmatic approach to dealing with the challenges of international relations. Cox distinguished between 'critical theory,' which seeks to understand and transform the world by questioning underlying structures and assumptions, and 'problem-solving theory,' which takes the world as it finds it and aims to make the functioning of these existing structures more efficient. In this sense, IR theory as a problem-solving tool focuses on managing and resolving immediate issues within the given parameters of the global system. It is about addressing specific problems in international relations by applying established theories and methods to understand and navigate these challenges effectively.

For example, in dealing with a diplomatic crisis, a problem-solving approach might involve using negotiation and conflict resolution techniques informed by IR theories to de-escalate tensions and find a mutually acceptable solution. In addressing global economic issues, theories like liberalism or neoliberalism might be employed to understand and enhance international trade and cooperation. However, it is important to note that while IR theory can be immensely useful as a toolkit for understanding and addressing international issues, it also has its limitations. Critics, including Cox himself, argue that by focusing on problem-solving within the existing order, such theories may overlook deeper structural issues and inequalities in the international system. IR theory, as a 'tool kit' or 'problem-solving theory,' thus offers valuable perspectives and tools for understanding and addressing the complexities and challenges of international relations. It equips scholars, diplomats, and policymakers with the analytical frameworks necessary to interpret global events and craft strategies for effective engagement in the international arena.

In the context of International Relations (IR) theory as a type of 'problem-solving' theory, the concept of 'efficient causation,' as originally conceptualized by Aristotle, becomes relevant in understanding how certain actions or events cause specific outcomes in the realm of international politics. Aristotle's notion of 'efficient causation' refers to a cause that directly brings about an effect. It's the kind of cause-and-effect relationship where the cause is seen as an active and primary factor in producing the effect. In IR, this concept can be applied to analyze how certain decisions or actions by states or international actors directly lead to particular outcomes or changes in the international system. For instance, when a country decides to impose economic sanctions on another, the 'efficient causation' would be the decision to impose sanctions, and the effect might be an economic downturn or a change in the targeted country's foreign policy. Similarly, a military intervention by one state in another can be seen as the 'efficient cause' of the subsequent changes within the intervened state, whether it be regime change, conflict resolution, or in some cases, further destabilization.

In the problem-solving approach of IR theory, understanding efficient causation is crucial for identifying the direct actions that can resolve specific international issues. This approach involves looking at the immediate causes of international problems and finding solutions that address these causes effectively. For example, in conflict resolution, identifying the immediate actions or events that led to the conflict (the efficient causes) is a key step in developing strategies to resolve it. However, it is important to note that while efficient causation focuses on direct and immediate causes, international relations often involve complex interactions where long-term and indirect causes (what Aristotle termed 'material,' 'formal,' and 'final' causes) also play significant roles. For instance, while a political decision or an act of aggression may be the efficient cause of a war, underlying economic conditions, historical grievances, and cultural factors (other forms of causation) are also crucial in understanding the broader context of the conflict. The concept of efficient causation in the framework of IR as a problem-solving theory helps to pinpoint the immediate and direct causes of international events and issues. This approach is instrumental in formulating practical and targeted responses to specific problems in the realm of international relations, although it is also essential to consider the broader and more complex web of causation that characterizes global politics.

The post-behavioral revolution in American political science, particularly during the tumultuous period of the Vietnam War, marked a significant turning point in the field's evolution, especially in International Relations (IR) theory. This revolution was a response to the dominant behavioralist approach, which heavily emphasized empirical, quantifiable research methods, akin to those used in the natural sciences. Behavioralism focused on observable, objective behavior and data, often at the expense of subjective factors such as ideology, ethics, and morality. The aim was to develop generalizable theories about political behavior based on empirical evidence.

However, the experiences and outcomes of the Vietnam War highlighted the shortcomings of this approach. Critics argued that the reliance on positivism and naturalism in political science, which influenced the strategies used in the Vietnam War, failed to capture the complex human dimensions of politics. This methodology was seen as overly reductionist, neglecting the ethical, normative, and subjective aspects of political decision-making and ignoring the cultural contexts and personal experiences of those involved. In response, the post-behavioral revolution called for a reevaluation of the methods and goals of political science. This new wave of thought emphasized the need to include ethical and moral considerations in political studies, arguing for an understanding of politics that encompassed both what is and what ought to be. It promoted methodological pluralism, encouraging the use of diverse research methods, including qualitative approaches, to better capture the richness and intricacies of political phenomena.

Another key aspect of this revolution was its focus on relevance. Post-behavioral scholars stressed the importance of addressing real-world issues and societal problems, rather than confining themselves to abstract theoretical or empirical research detached from the realities of everyday life. This shift represented a move towards a more socially engaged and reflective form of political science. Furthermore, the post-behavioral approach recognized the influence of researchers' values and perspectives on their work, challenging the notion of absolute objectivity in the study of politics. This acknowledgment of subjectivity marked a significant departure from the earlier belief in detached scientific neutrality.

In the realm of IR, the impact of the post-behavioral revolution was profound. It paved the way for the emergence of more critical and diverse theoretical frameworks, such as constructivism, feminism, and critical theory. These approaches sought to understand international relations in a manner that was more ethically informed and nuanced, acknowledging the importance of human values, subjective experiences, and ethical considerations in the analysis of global politics. This paradigm shift enriched the field of IR, offering a more holistic and reflective approach to studying international affairs, one that recognized the complexity and moral dimensions inherent in the world of global politics.

In the realm of International Relations (IR) theory, the distinction between explanatory theory as a form of social scientific theory and interpretive theory highlights different approaches to understanding and analyzing international events and phenomena. This distinction is well encapsulated in the contrast between the 'covering-law' model of explanation and the interpretive approach to understanding events in international relations. The 'covering-law' model, or the nomological-deductive method, is a hallmark of explanatory theory in social science. This approach seeks to explain events by subsuming them under general laws or regularities. According to this model, an event can be explained if it can be shown to be a specific instance of a general law. For example, in IR, a realist might use the concept of the balance of power to explain why states enter into alliances — the general law being that states seek alliances to balance against stronger powers. This model is characterized by its emphasis on objectivity, empiricism, and the search for causal relationships that can be generalized across different cases. In contrast, interpretive theory, as discussed by scholars like Hollis and Smith, aims to understand events in international relations by delving into their specific contexts and meanings. Interpretive theory is not primarily concerned with finding general laws or regularities. Instead, it focuses on understanding the subjective meanings and intentions behind actions and events. For instance, an interpretive approach to a diplomatic crisis might involve examining the historical, cultural, and ideological contexts that shape the perspectives and actions of the involved states, providing a nuanced understanding of the event that goes beyond general laws.

Interpretive theory aligns with the constructivist approach in IR, which holds that the realities of international politics are socially and culturally constructed rather than objectively given. Constructivists argue that the identities, interests, and actions of states are shaped by shared ideas, norms, and values, and thus, understanding these social constructs is key to understanding international relations. Both explanatory and interpretive theories offer valuable insights into international relations. The explanatory approach, with its focus on general laws and causal explanations, is useful for predicting events and formulating policies. On the other hand, the interpretive approach provides a deeper understanding of the complex social, historical, and cultural factors that influence international events and decisions. In practice, a comprehensive analysis of international relations often requires a combination of both approaches. While the explanatory theory can elucidate broad patterns and regularities in state behavior, interpretive theory can uncover the unique contexts and meanings that underlie specific international events. Together, these approaches provide a more complete picture of the dynamics at play in the world of international politics.

IR Theory: Critique and Prophetic Visions

International Relations (IR) theory can function as a form of critique of the existing international order, and this critique can take two primary forms: negative critique and prophetic critique. These approaches differ in their perspectives and objectives regarding the status quo of international relations.

Negative critique in IR theory primarily involves a critical analysis of the current international system, identifying and highlighting its flaws, contradictions, and injustices. This form of critique does not necessarily offer a clear path to a new or reformed system; rather, its focus is on deconstructing and challenging the existing structures and assumptions. Scholars who adopt this approach might scrutinize the power dynamics within the international system, the inequities produced by current global economic arrangements, or the failings of international institutions. For instance, realist critiques of international organizations often focus on their perceived inability to transcend the self-interest of powerful states, while Marxist critiques might focus on how international capitalism perpetuates inequality.

Prophetic critique in IR theory, on the other hand, goes beyond simply critiquing the current state of affairs. It also envisions and advocates for a radically different international order based on new principles and structures. This approach is characterized by its forward-looking perspective and its normative commitment to a more just and equitable world. Prophetic critiques often draw on ethical, philosophical, and ideological foundations to propose transformative changes. For example, critical theorists and constructivists might envision a world where international relations are governed more by shared norms and values than by power politics, and where global institutions are more democratic and responsive to the needs of all people, not just the interests of the most powerful states.

Both forms of critique play vital roles in the field of IR. Negative critiques are important for understanding the limitations and problems of the current international system, providing a necessary foundation for any meaningful reform or transformation. Prophetic critiques are essential for imagining alternative futures and motivating change towards a more just and sustainable global order. In academic discourse and policy-making, these critiques serve as a means of holding the existing system accountable and inspiring debates about potential pathways for change. They encourage a continuous re-examination of the principles, practices, and structures that govern international relations, fostering a dynamic and evolving understanding of global politics.

IR as Daily Social Practice

Viewing International Relations (IR) theory as everyday social practice involves understanding it not just as an academic discipline, but as something that is actively lived out and embodied in the daily interactions and activities of states, organizations, and individuals. This perspective emphasizes that the principles and concepts of IR theory are not merely abstract ideas confined to scholarly texts but are part of the ongoing, practical fabric of international politics. From this standpoint, IR theory as everyday social practice means that the behaviors, decisions, and policies of states and other international actors are continually informed by and reflective of theoretical principles. For instance, a state's foreign policy decisions are often based on realist principles of power and security, liberal ideals of cooperation and international institutions, or constructivist notions of social constructs and identity.

Moreover, this approach acknowledges that international relations are not only shaped by high-level diplomatic meetings or formal treaties but also by a myriad of less visible, everyday interactions. These can include business transactions, cultural exchanges, non-governmental organization activities, and even individual actions, all of which contribute to the broader dynamics of international relations. Seeing theory as everyday social practice also means recognizing that the concepts and models of IR are constantly being tested, modified, and reinterpreted in the light of real-world events. The practice of diplomacy, for instance, is not just an application of theoretical understanding but also a source of insights that can refine or challenge existing theories.

This perspective also highlights the role of non-state actors in shaping international relations. From multinational corporations influencing global economic policies to activist networks advocating for human rights or environmental protection, these actors engage in practices that both reflect and impact theoretical understandings in IR. In essence, considering IR theory as everyday social practice requires a broad lens that captures the diverse and dynamic ways in which international relations unfold in real-world contexts. It invites a more holistic understanding of global politics, one that bridges the gap between theory and practice, and acknowledges the multitude of actors and activities that shape the international stage.

Buzan and Little's Critique of IR as an Intellectual Project

Analysis of IR's Intellectual Failures

Barry Buzan and Richard Little, in their article "Why International Relations has Failed as an Intellectual Project," assert that despite its internal dynamism, the field of International Relations (IR) has remained curiously insulated from other social sciences and history. This critique highlights a significant limitation in the development of IR as an academic discipline. The authors argue that IR's isolation from other disciplines has hindered its ability to develop a comprehensive understanding of global politics. While IR has evolved and diversified in its approaches and theories, this evolution has largely occurred within its own silo, separate from the insights and methodologies of disciplines like sociology, psychology, economics, and history.

This insularity, according to Buzan and Little, has led to a certain narrowness in perspective and methodology within IR. By not fully engaging with the theories, concepts, and empirical findings of other social sciences, IR has missed opportunities to enrich its analysis and to understand more deeply the complex interplay of factors that shape international relations. This includes overlooking the historical processes that have shaped the modern state system, the economic underpinnings of international politics, and the psychological factors that influence decision-making at the international level. Moreover, Buzan and Little suggest that this separation from other disciplines has limited IR's ability to effectively address and solve real-world problems. They advocate for a more interdisciplinary approach, one that draws on the strengths and insights of various social sciences to create a more robust and nuanced understanding of international phenomena. While IR has made significant strides in developing its own theories and models, its progress as an intellectual project has been constrained by its relative isolation. To advance further, the field needs to open itself to cross-disciplinary influences, integrating broader social scientific perspectives and methods into its study of global politics. This approach would not only deepen the theoretical richness of IR but also enhance its practical relevance in addressing the complex challenges of the international arena.

Barry Buzan and Richard Little's observation about the limited outbound traffic from International Relations (IR) into other disciplines presents a noteworthy contradiction when considering IR's self-conception. IR often views itself as a discipline whose subject matter is inherently important and relevant, and as being inherently inter or multi-disciplinary. This self-perception, however, seems at odds with the reality of its engagement with other fields.

IR's self-conception as an important and relevant field is based on the premise that it deals with critical issues like war, peace, global cooperation, international economics, and human rights. These are topics of undeniable significance and global impact, and the field prides itself on tackling these complex and pressing global challenges. IR theorists and practitioners often emphasize the discipline's capacity to offer insights and solutions to some of the world's most critical problems. Additionally, IR has historically positioned itself as inter or multi-disciplinary, drawing theoretically and methodologically from a range of other disciplines, including history, economics, sociology, law, and political science. This interdisciplinary approach is seen as essential given the complexity and scope of international issues, which often cannot be fully understood through a single disciplinary lens.

However, Buzan and Little point out a contradiction in this self-conception: while IR may draw from other disciplines, there seems to be a limited flow of ideas and research from IR back into these other fields. This one-way traffic suggests a certain insularity within IR, where it benefits from the insights of other disciplines but does not equally contribute to or influence these fields in return. This contradiction might stem from several factors, including the specialized nature of IR that focuses primarily on state-to-state relations and the high-level politics of the international system. Such a focus might limit the applicability of IR insights to other disciplines that deal with different scales or aspects of human activity. Moreover, the theoretical and methodological approaches developed within IR might not seamlessly translate to other fields, which have their own established paradigms and research priorities.

Barry Buzan and Richard Little, in their critique of the field of International Relations (IR), disagree with the prevailing tendency to assume that theoretical fragmentation within the discipline constitutes an inevitable state of affairs. This prevalent view suggests that the diverse and often conflicting array of theories in IR—ranging from realism and liberalism to constructivism and critical theory—is a natural and unalterable condition that must either be endured or embraced. Such fragmentation is often seen as reflecting the complex and multifaceted nature of international relations itself. However, Buzan and Little challenge this perspective. They argue against resigning to or celebrating this theoretical fragmentation. Instead, they advocate for a more holistic framework for understanding international relations, one that can potentially harmonize the diverse perspectives within the field. They propose leveraging the interdisciplinary appeal of the concept of the ‘international system’ as a unifying framework.

The concept of the ‘international system’ is central to IR and refers to the structure and pattern of relationships among the world's states and other significant actors, governed by certain rules and norms. Buzan and Little suggest that this concept can serve as a common ground for different theoretical approaches, providing a comprehensive structure within which various perspectives can be integrated. By focusing on the international system, they believe it's possible to transcend the limitations of individual theories and create a more cohesive and comprehensive understanding of global politics. This approach would involve drawing on insights from various theoretical traditions to build a more nuanced and multi-dimensional analysis of the international system. For example, it could combine the realist focus on power and security, the liberal emphasis on institutions and cooperation, the constructivist attention to social constructs and identities, and the critical theories' concern with power dynamics and inequality. Buzan and Little's proposition for a holistic framework based on the concept of the international system aims to bridge the divides between different theoretical perspectives in IR. It represents an effort to move beyond theoretical fragmentation towards a more integrated and interdisciplinary approach to understanding the complexities of the international arena. This approach not only has the potential to enrich the academic study of IR but also to enhance the practical relevance of the discipline in addressing the multifaceted challenges of global politics.

Strategies for Revitalizing IR's Intellectual Contribution

Addressing the perceived failure of International Relations (IR) as an intellectual project, especially in the context of a global era marked by increasing globalization, requires a reorientation and expansion of its theoretical and methodological approaches. This reorientation involves moving beyond traditional frameworks and embracing more macro-approaches that are prevalent in other social sciences.

One direction that has been suggested involves moving beyond the 'world systems' theory, famously associated with Immanuel Wallerstein, which has its roots in Marxism and materialism. Wallerstein's world-systems theory views the global order as a complex system characterized by a capitalist world economy divided into core, periphery, and semi-periphery nations. While this theory has provided valuable insights into the economic structures of global inequality, critics argue that it focuses too narrowly on economic factors and class dynamics, overlooking other important aspects of international relations. In response, there is a growing interest in studying the international system, world system, and world society in a more holistic manner. This approach would involve integrating a broader range of factors beyond just economic ones, including political, cultural, technological, and environmental dimensions. It also suggests a need to understand the interactions not only between states but also between a wide array of non-state actors, such as international organizations, non-governmental organizations, multinational corporations, and transnational advocacy networks.

The study of the international system would continue to examine the traditional concerns of IR, such as power dynamics, state behavior, and international institutions. However, it would also incorporate insights from other disciplines, such as sociology, anthropology, and environmental science, to better understand the social, cultural, and ecological aspects of global politics. The concept of world society, on the other hand, extends the analysis to include the global community's collective norms, values, and identities. It emphasizes the role of transnational actors and networks in shaping global norms and practices, ranging from human rights and environmental sustainability to international law and global governance.

Moving beyond the 'Westphalian straightjacket' involves challenging the state-centric view of international relations that has dominated the field since the Peace of Westphalia in 1648. This perspective traditionally views sovereign states as the primary and most significant actors in the international system, with little regard for non-state entities or transnational forces. The suggestion to reverse IR's attitude toward history, particularly world history, is a call to broaden the scope of analysis beyond the narrow focus on states and their interactions. The English School of International Relations offers an approach that aligns with this broader perspective. It recognizes the importance of not just states but also international society — a concept that encompasses a wider array of actors and acknowledges the role of shared norms, values, rules, and institutions in shaping international relations. This school of thought emphasizes the historical and social dimensions of international politics, considering how historical events and processes have shaped the current international system.

By incorporating a more thorough understanding of world history, IR can move beyond the limitations of the Westphalian model. This involves recognizing the influence of historical empires, non-Western states, and transnational movements in shaping the global order. It also means acknowledging the impact of colonialism, economic globalization, and cultural exchanges in forming the current international landscape. Furthermore, reversing IR's attitude toward history entails recognizing the dynamic and evolving nature of international relations. It requires an understanding that the concepts and theories used to explain international politics must also evolve in response to changing historical circumstances. This approach challenges the static view of international relations as merely interactions among sovereign states, instead presenting it as a dynamic and complex web of relations influenced by a wide range of historical and social factors.

Incorporating world history into IR also allows for a more nuanced understanding of contemporary issues. For instance, current conflicts and alliances can often be better understood in the context of their historical underpinnings. Additionally, a historical perspective can provide insights into the development of international norms and institutions and help explain variations in the behavior of different states and societies. Moving beyond the 'Westphalian straightjacket' and embracing a more historically informed approach, as exemplified by the English School, allows for a richer and more comprehensive understanding of international relations. It acknowledges the importance of states while also recognizing the significance of historical processes, non-state actors, and transnational forces in shaping the global arena. This approach not only enriches the theoretical depth of IR but also enhances its practical relevance in addressing the complex challenges of the contemporary world.

Barry Buzan and Richard Little, in their critique of the field of International Relations (IR), address the issue of sectoral narrowness and what they describe as "a rather thoughtless embracing of theoretical fragmentation." This critique points to a tendency within IR to compartmentalize the field into distinct theoretical and thematic sectors without sufficient cross-fertilization or synthesis. Sectoral narrowness refers to the specialization within IR where scholars focus intensively on specific areas or themes, such as security studies, international political economy, or human rights. While such specialization has led to in-depth understanding and insights in these individual areas, Buzan and Little argue that it also results in a fragmented field where the broader picture is often lost. This fragmentation means that critical insights and developments in one sector of IR may not be adequately integrated into or recognized by others. The "thoughtless embracing" of this fragmentation, as Buzan and Little put it, suggests a lack of critical reflection on the limitations and drawbacks of having such sharply divided subfields. It implies a missed opportunity to develop more comprehensive and holistic approaches that draw on the strengths and insights of various sectors. For instance, understanding international security challenges fully requires not just a focus on military and strategic aspects (as in traditional security studies) but also an appreciation of economic conditions, cultural factors, and historical contexts.

To move beyond this sectoral narrowness, Buzan and Little suggest that IR should foster more interdisciplinary engagement and synthesis. This approach would involve creating frameworks and methodologies that bridge different sectors, encouraging scholars to incorporate insights from various areas of IR into their analyses. It also means promoting dialogue and collaboration among specialists from different subfields to address complex global issues in a more integrated manner. Such a shift would not only enhance the theoretical richness of IR but also increase its practical relevance. By breaking down the silos within the field, IR could offer more nuanced and comprehensive analyses of international phenomena, better equipping policymakers, diplomats, and other practitioners to navigate the complexities of the global landscape. In essence, moving beyond sectoral narrowness requires a conscious effort to build bridges across theoretical divides, fostering a more unified and collaborative approach to understanding and addressing the challenges of international relations.

Integrating world history into International Relations (IR) and aiming to recapture a vision of international systems as a grand theory represent an ambitious and significant shift in the approach to studying global affairs. This perspective underscores the importance of historical context in understanding the evolution and dynamics of international systems, advocating for a more comprehensive and holistic view of IR. Integrating world history into IR involves recognizing that current international systems, institutions, norms, and power dynamics have been shaped by historical processes. This approach acknowledges that the state-centric system, global economic patterns, and political ideologies are the products of historical developments, including colonialism, industrialization, wars, and cultural exchanges. By studying these historical trajectories, IR scholars can gain deeper insights into why the international system operates as it does today and how it might evolve in the future.

Moreover, a historical approach allows for a more nuanced understanding of non-Western perspectives and experiences, which have often been marginalized in traditional IR theory. This includes exploring the impact of imperialism and decolonization on state formation and international relations in the Global South, as well as understanding the roles of non-European empires and civilizations in shaping world history. Recapturing a vision of international systems as a grand theory means striving for an overarching framework that can explain the broad patterns and structures of international relations across different eras and contexts. This grand theory would aim to synthesize insights from various IR theories and historical analyses to offer a comprehensive understanding of how global politics work. It would address the power dynamics between states, the roles of non-state actors, the influence of economic and cultural factors, and the impact of technological and environmental changes.

To develop such a grand theory, IR scholars would need to engage in interdisciplinary research, drawing on insights from history, sociology, economics, political science, and other relevant fields. This would involve not only examining the historical roots of current international phenomena but also considering how historical patterns might inform future developments. Integrating world history into IR and working towards a grand theory of international systems represent a call for a more expansive and inclusive approach to studying global politics. This approach recognizes the value of historical context in understanding the complexities of the international arena and seeks to develop a comprehensive theoretical framework that can explain the intricacies and dynamics of global affairs, both past and present.

Annexos


Refe rencias